La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Cuaresma 2019 Edición

Cuando ayunen

No se trata siempre de comida

Cuando ayunen: No se trata siempre de comida

He aquí una gran ironía: Nos encanta comer y a Dios le place alimentarnos. Nosotros valoramos mucho las cenas especiales compartidas en los hogares, y el Señor nos ha pedido organizar nuestra liturgia de adoración en la santa Misa con la idea de compartir algo de comida y bebida. Entonces, ¿por qué razón nos iba a pedir él que ayunáramos? Si la comida es tan esencial, parece ilógico que nos diga que renunciemos a ella para acercarnos a él.

A nadie le gusta ayunar. Nadie se complace con esa sensación de hambre que causa el ayuno. A nadie le gusta sentir el agotamiento, la irritabilidad o la debilidad que el ayuno trae consigo. Y sabemos que Dios, que nos ama como hijos suyos que somos, no se alegra al vernos sufrir. Y, sin embargo, la Iglesia nos enseña que el ayuno es una de las disciplinas espirituales más poderosas que podemos practicar.

Veamos entonces de qué se trata esto del ayuno en la Cuaresma. Veamos cuáles son las bendiciones que nos llegan cuando renunciamos a unos de los dones que Dios nos concede, como la comida, para ser llenados con algo aún mejor.

El “ala” del ayuno. San Agustín, uno de los grandes Padres de la Iglesia, dijo una vez: “¿Quieres que tus oraciones vuelen hacia Dios? Entonces, dale dos alas: el ayuno y la limosna.” Para San Agustín, el ayuno era un medio para dar más atención a Dios, a otras personas y a la conducta que llevamos. Es mucho más que un mero programa para perder peso o depurar el organismo. El ayuno espiritual es una decisión de la voluntad de renunciar a los alimentos a fin de poder acercarnos más a Dios.

Una de las razones para hacer ayuno es que puede ayudarnos a superar la inclinación natural a la búsqueda de la comodidad y el placer. No es que la comodidad y el placer sean pecaminosos en sí mismos, pero el problema surge cuando el deseo de comodidad y placer crece, se desordena y empuja a la persona al exceso de comida, el ocio o lo que sea hasta dominarla.

Tomás Merton (monje trapense, sacerdote y místico estadounidense 1915-1968) entendió bien este problema cuando dijo que nuestros deseos de comida, bebida, apetito sexual y de placer son como niños pequeños que están constantemente reclamando atención y nunca se satisfacen. Si nosotros no les ponemos restricciones adecuadas, pueden mantenernos enfocados en nosotros mismos y bloquearnos del amor a Dios y al prójimo.

Así que cuando hacemos ayuno, tenemos una oportunidad de “enseñar” a nuestros deseos a respetar los límites adecuados. Es como si les dijéramos: “Ustedes son buenos niños, pero deben obedecerme a mí en lugar de tratar de dominarme. Vengan, trabajemos juntos para acercarnos a Dios.”

La historia de Miriam. Miriam tenía su madre, Rosa, que ya estaba de edad bien avanzada. Poco después de que el padre de Miriam falleció, le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer a Rosa, la cual cada vez fue olvidando las cosas sencillas, hasta no ser capaz de reconocer a sus amigos ni recordar dónde estaba o lo que había estado haciendo.

Viendo que la condición de su madre iba en deterioro, Miriam decidió trasladar a su madre a su hogar con su familia y a partir de entonces, Miriam se preocupó de su alimentación, aseo personal, protección y limpieza del cuarto.

Rosa falleció unos años más tarde y Miriam y sus hermanos se reunieron para la lectura del testamento. El abogado fue explicando los últimos deseos de la madre, y los demás hijos se sorprendieron al enterarse de que Rosa le había dejado todos sus bienes a Miriam. La carta explicaba que “Miriam ha renunciado a tanto para atenderme: su carrera, el tiempo con su propia familia y su libertad. Por eso, dejarle todo a ella es lo menos que podía hacer, ya que ella se dio por entero a mí.”

Un intercambio divino. La manera como Miriam cuidó a su madre y la respuesta de la madre a ese cuidado es una manera como podemos comprender la belleza y el valor del ayuno. Cada día de esta Cuaresma, nuestro Padre celestial estará a la puerta de nuestro corazón pidiéndonos renunciar a algo de nuestro tiempo, comodidad y ocio para estar con él, y nos promete intercambiar esas privaciones o “sacrificios” con una “porción doble” de su gracia. Miriam renunció a gran parte de su vida para cuidar a su madre y por eso recibió una cuantiosa recompensa, ¡sin siquiera esperarla! De modo similar, Dios nos recompensará con bienes cuantiosos toda vez que nos privemos de algo que valoramos para pasar tiempo con él o para atender al prójimo.

Cuando nos privamos de comodidades y placeres estamos diciendo: “Señor, renuncio a estas cosas durante un tiempo para mantener mi atención enfocada en lo que es realmente la vida.” También decimos: “Yo sé que Dios quiere que yo disfrute de este hermoso mundo que él ha creado, pero también sé que amarlo y servirle es más importante que mi propia comodidad o placer.”

En un sentido, el ayuno es como una imagen de toda la vida cristiana, pues dice: “No permitiré que nada, ni siquiera mis deseos y apetencias, sean más importante que mi amor a Dios y al prójimo.”

El ayuno para la batalla. Tres de los cuatro evangelios, Mateo, Marcos y Lucas, dicen que al comienzo de su ministerio, Jesús fue al desierto para orar y ayunar por 40 días. El Evangelio según San Marcos lo afirma de una manera casi dramática: “En seguida el Espíritu lo empujó al desierto” (Marcos 1, 12).

¿Por qué el Espíritu Santo empujó en seguida a Jesús al desierto? Lo hizo a fin de prepararlo para la misión que iba a cumplir. En ese tiempo, Jesús tuvo que batallar contra Satanás. Después de 40 días sin comida ni bebida, tenía hambre, estaba físicamente débil y era vulnerable. Por eso, el diablo usó los atractivos de saciar el apetito, de vanagloria y poder, a fin de hacerlo caer en pecado. Con lo difícil que eso fue, Jesús salió victorioso de la prueba.

Nosotros también estamos en una batalla, y Satanás usa tácticas similares para tentarnos, porque trata de que nos preocupemos tanto de nosotros mismos que nos olvidamos de Dios y de que hemos de amarnos unos a otros. Pero con la ayuda del Espíritu Santo y los sacramentos, podemos tener la fuerza interior necesaria para rechazar al demonio y sus engaños. Conforme nos vayamos involucrando en esta batalla, iremos descubriendo que nuestra fuerza de voluntad es realmente más grande de lo que solemos creer.

San Pablo también escribió acerca de esta batalla por el dominio de la mente. Lo llamó un combate entre el “hombre viejo” y el “hombre nuevo” (Colosenses 3, 9-10; Efesios 4, 22-24). Nos dijo que el cristiano ha de tener como objetivo de su vida el “despojarse” del hombre viejo y “revestirse” del hombre nuevo, que está siendo renovado por el Espíritu.

El viejo hombre está dominado por los deseos egoístas. El hombre nuevo está lleno de amor, paz, paciencia y amabilidad. Cada uno de nosotros es una combinación de lo antiguo y lo nuevo, y los dos quieren llegar a gobernarnos. En efecto, todos tenemos mucho de bueno en nosotros (sabemos amar, somos amables y compasivos y queremos hacer lo correcto), pero al mismo tiempo tenemos mucho que no es tan bueno (somos impacientes y nos irritamos, somos egoístas, dañamos a otros, nos resentimos, mentimos y no admitimos la verdad).

Pero el ayuno combinado con la oración sincera nos ayuda a ganar esta batalla; nos ayuda a crecer en la fe y acercarnos más a Dios. Nos ayuda a resistir y rechazar la tentación.

Por eso, hermano, en los próximos 40 días hazte el propósito de tratar de ganar una o dos de esas batallas, que siempre parecen hacerte tropezar y caer. Tal vez el mal genio, los resentimientos o la pereza, u otra cosa. Cada día, toma la decisión de hacer lo opuesto de aquello que te hace caer. Si es la ira, trata de perdonar; si es un deseo impuro, trata de pensar en algo puro; si es la pereza, hazte el propósito de mantenerte activo. Pídele ayuda a Jesús, para que te dé fuerzas. Haz lo que puedas y Dios te recompensará.

El ayuno tiene efectos muy amplios. Es evidente que el ayuno es bueno para nosotros, tanto así que sus efectos no se limitan a nuestro propio crecimiento espiritual. El ayuno puede cambiar el mundo, un ejemplo de lo cual lo encontramos en el libro de Ester. En este libro leemos que un alto funcionario de mucha confianza del rey de Persia conspiraba para acabar con la población judía en su país. Pero Mardoqueo, un judío de buena posición, descubrió el complot y le pidió a la reina Ester, que también era judía, que le informara al rey de la situación.

Preocupada por la forma como podía reaccionar el rey, Ester pidió a todos sus paisanos que ayunaran y oraran por ella. Ella también hizo oración y le habló al rey. Al parecer, todo ese ayuno y oración colectivos dieron buen resultado, porque el rey escuchó a Ester y le prometió proteger a su pueblo.

En el mundo actual hay tantos problemas, como las guerras, el aborto, la violencia, la destrucción de la familia, la discordia, la pobreza, el hambre y tantos otros, al punto de que las noticias son por lo general deprimentes. Pero al igual que Ester, Mardoqueo y los judíos que vivían en Persia, nosotros también podemos orar y ayunar; también podemos aferrarnos a las promesas de Dios, de que dará respuesta a nuestras oraciones. ¡Imagínate, hermano, lo que sucedería si toda la Iglesia ayunara e hiciera oración en forma colectiva por uno solo de estos problemas! No hay duda de que Dios escucharía nuestras plegarias y extendería su mano sanadora y salvadora.

Es tiempo de renovación. Cuando ayunamos, le decimos a Jesús: “Señor, quiero doblegar mis deseos de comer, y no solo de comer, para someterme a tu voluntad.” Le pedimos que nos ayude a ganar la batalla contra el “hombre viejo” y también le pedimos a Dios que venga a rescatar al mundo del mal. Quiera el Señor que el ayuno que hagamos en estos 40 días de Cuaresma nos lleven a todos a un tiempo de auténtica renovación espiritual.

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