La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Enero 2014 Edición

Conversión y vida de fe

La aventura de ser guiado por el Espíritu Santo

Por: Testimonio personal de Andrés Arango

Conversión y vida de fe: La aventura de ser guiado por el Espíritu Santo by Testimonio personal de Andrés Arango

Quiero compartir con ustedes algo del caminar de fe que he tenido en mi experiencia personal. La vida es una aventura, en la cual cada día tenemos diferentes decisiones que tomar, caminos que recorrer, oportunidades y retos que afrontar.

Pero lo más hermoso que nos puede pasar es saber que no recorremos esta jornada solos, sino que Dios nos acompaña; más aún, el Espíritu Santo que habita dentro de nosotros nos guía cuando nos abrimos a su acción y somos sensibles a sus inspiraciones.

Tuve el gran regalo de nacer en Medellín, Colombia; una ciudad, tal vez marcada por una época muy oscura de violencia, pero a la vez un lugar precioso, de gente amable, de hombres y mujeres soñadores que motivan a vivir con esperanza, fe y amor.

Importancia de la fe familiar. Mis padres siempre nos brindaron un profundo amor, tanto a mí como a mi hermano; siempre nos inculcaron la fe, nos enseñaron la importancia de la unidad y de tener una relación de amor con Dios y con los demás. En mí se cumple lo que el Papa Francisco ha expresado: las abuelas y mamás son esenciales en la formación espiritual. Recuerdo que mis abuelas eran personas de una profunda vida de oración y que entregaban su vida y su amor hasta en los más mínimos detalles, para que todos se sintieran bien. Mi mamá fue clave en mi conocimiento de Dios.

En mi hogar rezábamos el santo Rosario diariamente, aunque varias noches tanto mi papá, mi hermano y yo nos quedamos dormidos, mientras mamá pedía la intercesión de la Virgen María por las necesidades de nuestra familia. Mi mamá asistía a misa diariamente, lo cual muchos días despertó el deseo en mi de decirle “Yo también voy contigo”. Esto creó en mí un gran amor a Mamá María y a Jesús Eucaristía.

Otro punto clave en mi formación en la fe fue el haber estudiado desde kínder hasta el bachillerato con los monjes benedictinos. Esta experiencia me brindó, no solo una sólida formación académica, sino también espiritual. De manera especial, recuerdo las clases de religión en la cuales el padre rector siempre nos motivaba a llevar cosas para compartir con las mujeres encarceladas, que él visitaba semanalmente. También los monjes nos invitaban a orar con ellos la hora sexta del Oficio Divino. Recuerdo que, en ocasiones, estando en nuestra hora de descanso, jugando al fútbol, al escuchar el sonar de las campanas de la abadía salíamos corriendo, muchas veces dejando a nuestro equipo incompleto y nos dirigíamos a orar con los monjes.

Una oración de sanación. Mi vida empezó a cambiar en mi último año de bachillerato, por las diversas tentaciones del mundo y el pensar en decidir una carrera profesional, viendo cual era la que me daría más dinero, lo cual empezaba a alejarme de Dios. Ese mismo año mi papá contrajo una delicada enfermedad, que lo dejaría incapacitado por varios años. Por muchas soluciones que buscara mi mamá para la sanación de mi papá, los médicos no lograban restablecerlo.

Un día, unos amigos de mamá le hablaron de un sacerdote que oraba por los enfermos y Jesús realizaba sanaciones a través de su intercesión, así que llevamos a mi papá. Yo no entré y desde lejos vi que el sacerdote dialogaba con mi papá, luego le imponía las manos y oraba por él. Un par de días después, me encontraba yo desayunando para ir a la universidad, cuando mi papá se sienta conmigo en el comedor con un maletín en la mano y me dice que va a trabajar. “¿Dónde irá? pensé interiormente, porque hacía cuatro años que había perdido su trabajo y sus negocios. Sin embargo, desde ese día mi papá fue otra persona; ahora es el hombre más feliz y saludable que conozco. Dios obró un verdadero milagro después de una cruel enfermedad.

Este sacerdote santo le contó a mi mamá de la existencia de un grupo de oración, donde podíamos ir a darle gracias a Dios por la curación de mi papá. Mi madre fue a las reuniones, pero nunca me comentó qué hacían allí; sólo me dijo: “Cuando salgas a vacaciones, ve a darle gracias a Dios.” Así lo hice. Cuando llegué al grupo de oración de la Renovación Carismática Católica, mi primera reacción fue el deseo de salir corriendo. No me gustaba la manera en que cantaban, que alababan a Dios ni lo que decía el predicador. Sólo permanecí ahí por respeto a mi mamá. Pero fue en el momento de la oración, cuando Dios tocó mi corazón No supe qué pasó, pero las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos sin saber por qué; un gozo indescriptible sentía en mi corazón. Fue un experimentar la presencia de Dios de una manera real, no sólo mental, sino con todo mi ser.

A partir de ahí mi vida cambió, empecé un proceso de conversión, a tratar cada día de seguir fielmente a Jesús, de conocer más acerca de la Palabra de Dios y de llevar el mensaje y amor de Cristo a los demás. Mi proceso de conversión no comenzó por algo teórico, fue algo real, en el que vi cómo Dios sigue sanando, sigue repartiendo sus dones y sigue dándonos oportunidades para experimentar su amor.

Así continuaron varios años de mi vida, asistiendo al grupo de oración, aprovechando diferentes oportunidades de formación en la fe, yendo a misiones y sobre todo preguntándole cada día a Dios cuáles eran sus planes para mi vida.

La Renovación Carismática. Después de terminar mis estudios universitarios como ingeniero de producción y haber obtenido un diplomado en filosofía, tuve que venir a los Estados Unidos, debido al conflicto difícil que afectaba a Colombia en ese entonces. Al llegar aquí, pensé continuar con mi Misa diaria, mi oración personal y vincularme a un grupo de oración, así lo hice, pero pensé que mi vida de misión y predicación llevando la Palabra de Dios había terminado.

Sin embargo, Dios que es fiel y bueno, cuando desea cumplir los planes que tiene para uno, abre las puertas de maneras inesperadas. Así fue que después de estar un tiempo en Florida, un amigo sacerdote me invita a pasar unas semanas en California, las cuales se convirtieron en varios años, en los cuales Dios me dio la gracia de ser servidor y coordinador en la Renovación Carismática.

Siempre soñé con realizar una maestría en teología, pero no tenía los medios para hacerlo. Un día, reunido con mi obispo, le expresé mi deseo de estudiar. Yo pensé que él jamás le prestaría atención a mi petición, sin embargo tres meses después recibí una llamada de la Escuela Franciscana de Teología en Berkeley, California para ofrecerme una gran beca por recomendación de mi obispo. Allí, en un hermoso lugar geográfico, con una gran diversidad de culturas y pensamientos, me gradué con una maestría en estudios teológicos. Esto realmente me ha ayudado a crecer en mi conocimiento de Dios, para poder cada día ser más fiel en el servicio y tener una relación de amor más profunda con el Señor.

Campanas de bodas. Pero en mi búsqueda de realización personal, guiada por la aventura del Espíritu Santo, sentía el llamado a la vocación matrimonial, por lo que oré a Dios durante varios años para que pusiera en mi camino a la compañera que él quisiera para mí. Lo que no me imaginé es que Dios me llevaría hasta el sur del continente para poder conocerla. Fue así que en un Encuentro Latinoamericano de la Renovación Carismática, en Chile, conocí a la que sería mi esposa, que en ese entonces estaba a cargo de los jóvenes carismáticos a nivel nacional en su país natal de Paraguay. Dios nos unió y a través de estos años de matrimonio he visto como el Señor ha superado todas las expectativas que yo tenía para la vida conyugal.

En estos años hemos aprendido a conocernos, a complementarnos y sobre todo a balancear nuestra vida matrimonial y de servicio con nuestra vida evangelizadora. Mi esposa trabaja para la Diócesis de Camden (Nueva Jersey), y está a cargo de los programas de formación de laicos, además de ser coordinadora diocesana de la Renovación Carismática.

Cuando uno se decide a entrar en la aventura del caminar con Dios, el Señor bendice y lo hace abundantemente. Mi esposa y yo tenemos la bendición de ser los orgullosos padres de dos hermosas niñas mellizas, que han traído una alegría nueva a nuestro hogar, nos han enseñado a experimentar el amor, la providencia y la fidelidad de Dios. Cada mañana, mientras manejamos al trabajo y en la noche antes de dormir, alabamos a Dios con ellas y a través de sus balbuceos podemos entrar en una gran intimidad con el Señor. Sabemos que nuestra primera vocación como laicos casados es amarnos el uno al otro, amar profundamente a nuestras bebés y educarlas en la fe y sobre todo apoyarnos el uno al otro, guiados por el Divino Espíritu, que nos lleva a ser santos.

No tengo palabras para agradecerle a Dios por todas las oportunidades que me ha dado de servirle en mi vida, en diversos cargos y cumpliendo diversas responsabilidades, todo lo cual me lleva a recordar dos cosas fundamentales: primero, que debo ser servidor de todos y recordar día a día que mi única misión es llevar a las personas a enamorarse de Jesús. Segundo, que debo vivir el amor de Dios, no sólo en nuestra misión de evangelización, sino principalmente en la familia, dando todo de mí, para que mi esposa y mis hijas puedan experimentar el amor de Dios a través mío.

Yo he sido testigo de lo que Dios puede hacer en la vida de las personas, por eso invito a todos los lectores a que pongan al servicio de la Iglesia los dones que Dios les ha dado, pero sobre todo que amen con todo su ser a los seres queridos que Dios ha puesto en su vida. Finalmente, no les dé miedo decirle que “si” al Señor, porque lo más hermoso que hay es vivir la aventura de la vida guiados por el Espíritu Santo.

Andrés Arango es Delegado del Obispo para el Ministerio Hispano y Director de Evangelización en la Diócesis de Camden, Nueva Jersey. Es también coordinador del Comité Nacional de la Renovación Carismática de los Estados Unidos y Canadá y miembro del Consejo Católico Carismático de Latinoamérica.

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