Comparte tu fe en este Año de la Fe
Dos claves para ayudarte a hacerlo
El Evangelio realmente está dotado del poder de Dios para salvar y redimir. Esto es algo que todos nosotros podemos experimentar y es también algo que cada uno está llamado a proclamar.
Cuando tratamos de responder a la llamada del Señor a salir al mundo a compartir la buena noticia, es importante que veamos cuánto quiere el Señor que estemos dispuestos a evangelizar a otros.
Si bien es cierto que no debemos suponer que todas las personas ya están convertidas y van de camino al cielo, tampoco debemos presumir que alguien esté tan perdido que ya no hay esperanza de que algún día reciba y acepte el Evangelio. Por eso todos tenemos que evangelizar. El Señor dijo claramente que algunas personas le rechazarían, pero también dijo que su deseo es que todos vengan a su lado. Por eso, pídele al Espíritu Santo que te muestre cómo ve Dios la misión de la evangelización y luego pídele que te conceda coraje y el deseo de evangelizar.
Comparte el deseo de Jesús. En el Evangelio según San Lucas, el Señor cuenta tres parábolas que se refieren a la evangelización: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo (Lucas 15). Las tres historias llegan a la misma conclusión: el Señor quiere que los que están perdidos sean encontrados. En uno de esos pasajes, Jesús dice que él dejaría “las noventa y nueve en el campo [e iría] en busca de la que se le perdió hasta encontrarla” (Lucas 15,4). En otro lugar, dice que el hijo pródigo decidió regresar a casa, pero “estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos” (15,20).
Jesús nos dice que él se alegra más cuando una persona, que se había perdido, regresa a casa que cuando los que ya están en casa se acercan más a su lado. Cada día está el Señor mirando hacia el mundo, y cuando ve que alguien decide volver a su lado, corre a encontrarlo. Y esto nos da una idea bastante clara de la gran alegría que le causamos al Señor cuando somos instrumentos que él puede usar para traer a alguien a casa.
Primera clave: oración. Partiendo del supuesto de que uno tiene en el corazón el deseo de evangelizar, deberíamos preguntarnos: “¿Cómo puedo prepararme prácticamente?” Sobre esto, queremos ofrecer algunas sugerencias. El primer paso es comenzar a rezar por las personas. Todos nosotros podemos hacer una lista de cinco personas y rezar por ellos cada día. Los nombres de la lista pueden ser de nuestros hijos, parientes, amigos, compañeros de trabajo y otras personas que conocemos y que tal vez están sufriendo.
Cada día, trata de dedicar unos cinco minutos a rezar por estas personas. Pídele a Dios que los llene de gracia y te dé la posibilidad de compartir tu fe con ellos. Ruégale al Señor que te conceda las palabras correctas y el momento oportuno para decirlas. Hemos sabido de personas que han rezado de esta forma y han visto que algunos de los que estaban en su lista se les han acercado y han iniciado la conversación sobre el Señor. Así que no descartes la importancia de la oración para cumplir el propósito de evangelizar.
Segunda clave: atención y servicio. Jesús dijo: “En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se amen los unos a los otros” (Juan 13,35). En el mundo actual el amor ha llegado a ser egocéntrico. Hay tanta gente que se siente sola y abandonada y nosotros podemos ser aquel oído que escucha, la sonrisa consoladora. Nosotros podemos ser los que buscan a las personas para saludarlas y hacer amistad después de la Misa cuando se sirven café y refrigerios. Todo lo que se necesita es un pequeño deseo inicial de escuchar con atención y hacer lo posible por decir lo correcto en el momento adecuado y con una actitud amable.
Tercera clave: acción. Una vez iniciado el contacto, a veces el factor que basta para romper el hielo es ofrecerse para rezar por esa persona o alguien de su familia para que el Señor le ayude a resolver una situación difícil o para sanarse de una enfermedad. De esta forma se planta una semilla de esperanza en el corazón de la persona que espera alguna ayuda de Dios. Sobre esto, uno puede compartir con la persona alguna verdad del Evangelio que le haya ayudado en un momento de dificultad, alguna palabra de aliento, diciéndole que procure confiar en Dios, porque el Señor realmente tiene un plan para su vida, o que Jesús tiene las respuestas que él o ella necesita escuchar. Tal vez todo lo que uno tenga que decir es algo como: “¿Sabes que Jesús murió en la cruz porque te ama y quiere librarte de esto?” Tal vez no siempre sepamos qué decir, pero lo más probable es que el Espíritu Santo nos ayude a decir lo que la otra persona necesite escuchar.
Cuarta clave: amistad. Si una persona de la lista no tiene grandes problemas, probablemente le gustaría ser invitada a alguna función social o religiosa en la parroquia. Cuando sepas que hay alguna actividad interesante, mira la lista de cinco personas y piensa a quién le gustaría participar en algo que le sirva de relajación física o espiritual, o simplemente para una sana diversión. Durante la función, procura pasarlo bien y trata de encontrar un momento propicio para llevar la conversación hacia la fe, hacia el amor de Dios.
Otra estrategia podría ser la de invitar a una o dos personas de la lista a casa para tomar té o un postre en la tarde. Habiendo rezado previamente por la ocasión, el ambiente tranquilo y más personal de una casa facilita el paso a un compartir más personal y profundo de las esperanzas y anhelos de las personas, de los temores y preocupaciones que uno tenga, y en medio de estas conversaciones podemos sentirnos movidos por el Espíritu para hablar de lo mucho que significa para nosotros la relación personal con Jesús y de todo lo que nos ha ayudado en la vida práctica.
Hay hambre de Dios. Por lo general, la mayoría de las personas parecen seguras y tranquilas en la superficie, con poca o ninguna necesidad de Dios, pero en muchísimos casos la realidad íntima es otra. Una vez iniciada la conversación y habiéndose llegado a un cierto nivel de confianza, empiezan a aflorar las revelaciones de problemas, soledad e inseguridad, es decir, una profunda necesidad espiritual o emocional. Hay muchas personas que se han desviado del camino recto y el Señor quiere que nosotros vayamos a buscarlas.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad y el potencial necesarios para traer al Señor a una o dos personas cada año.
Esto es evangelización. Todos podemos realmente evangelizar si nos dedicamos a hacerlo de corazón y así ganar almas para el Señor. Si somos persistentes y pacientes, si nos preparamos bien con oración y un corazón compasivo, empezaremos a sentirnos más confiados y las puertas empezarán a abrirse para llevar el Evangelio a otras personas. Y cuando salgamos a evangelizar, sabremos que Jesús va con nosotros, dándonos las palabras que debamos decir porque él quiere que todo ser humano llegue a casa y viva unido a él.
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