Carta del Editor - Octubre 2012
Queridos hermanos en el Señor:
Esta edición de la revista está dedicada a la familia. A mi esposa y a mí, Dios nos bendijo con tres hijas que fueron y son causa de enorme alegría, aumentada ahora con tres yernos y cuatro nietos. Así pasamos de ser una sola pareja casada a ser una familia de doce personas.
Pero desde entonces ya se empezaba a oír de jóvenes solteras que quedaban embarazadas, de matrimonios separados, con las consiguientes luchas por la custodia de los hijos, y de novios “acompañados” sin casarse. Lamentablemente, esta tendencia, aunque es claramente contraria a la voluntad de Dios para nuestra felicidad, ha seguido en aumento.
La renovación de la familia cristiana. Los hispanos tenemos un concepto de familia tan hermoso y arraigado, que estamos llamados a ser ejemplos en nuestras sociedades en cuanto a la defensa del matrimonio y la familia. Pero para defender el matrimonio, nosotros mismos, los hispanos católicos, debemos corregir las actitudes egoístas, y a veces dominantes, que tenemos respecto a nuestra esposa o marido, reconocer los valores y la dignidad del otro, aunque esto exija renunciar a los privilegios que creamos tener.
Es sabido que muchos maridos hispanos adolecen del síndrome del machismo, según el cual la esposa no es más que su servidora. ¡Esto es inaceptable y vergonzoso! ¿No sería mejor tenerla como compañera y amiga, amarla, buscar su bienestar y hacerla feliz? A la vez, ella correspondería a ese amor con su entrega total. Por sobre todas las cosas, han de tener al Señor en medio de su matrimonio y Él los unirá cada día más.
Nuestro Señor Jesucristo demostró su señorío sobre la Iglesia, su Esposa, entregándose por ella hasta la muerte, a fin de santificarla. Así es como cumple su papel el marido que es “cabeza de su familia”: sirviendo, amando y sacrificándose por la integridad física, emocional y espiritual de su esposa. Y ella, a su vez, no puede menos que amar, respetar y atender a su marido. Así es como se da un ejemplo cristiano, que infundirá paz en el hogar y salud emocional en los hijos.
Hagámonos, pues, el propósito de tomarnos el pulso de nuestra vida conyugal y familiar, para saber si es saludable o si necesita tratamiento. Pero hagámoslo con sinceridad y fe,
porque el Señor está dispuesto a ayudarnos a formar buenos matrimonios y familias sanas, estables y duraderas, donde el amor, la comprensión y el perdón sean las flores que adornen el jardín de nuestra convivencia familiar.
Que el Señor los bendiga.
Luis Quesada, Editor | Escriba una correo al Editor
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