Carta del Editor - Enero 2014
Queridos hermanos en el Señor:
Los santos son los modelos que la Iglesia nos presenta para que los fieles nos sintamos animados a seguir sus pasos e imitar su ejemplo. Esta vez hemos decidido tomar la vida de san Ignacio de Loyola y considerarla desde varios ángulos: su biografía, su influencia en la vida de uno de sus seguidores actuales y otras enseñanzas que se pueden extraer de su experiencia de vida espiritual.
Creo que a todos nos hace bien reafirmar la idea de que la vida cristiana llevada al grado de heroísmo es posible para cualquier creyente que se proponga conocer a fondo la voluntad divina —mediante la oración profunda y sincera, el estudio de la Palabra de Dios, la reflexión en las enseñanzas de la Iglesia y la recepción de los sacramentos— y ponerla en práctica como lo más valioso y fructífero que cualquier ser humano puede hacer en esta vida.
La senda de la santidad está disponible para todos; sólo falta empezar a caminar por ella y luego avanzar sin desviarse, de la mano con el Señor.
Católicos practicantes. Hace unos años, conocimos una parroquia a la que habían llegado muchísimos inmigrantes de diversos países latinoamericanos. La mayoría de ellos se consideraban católicos, sin embargo, conversando con varios me di cuenta de que carecían de un conocimiento básico de las doctrinas de la Iglesia. Así sucede cuando la fe católica va pasando de generación en generación, pero sin que haya una formación sistemática a cargo de catequistas bien preparados, sacerdotes o religiosas.
Para un gran porcentaje de católicos, especialmente hispanos, la práctica de la fe se limita a asistir a Misa el domingo y tener ciertas devociones con más o menos frecuencia, por ejemplo, el rezo del santo Rosario, novenas y otras oraciones. Pero es relativamente baja la proporción de los que van a tomar clases de catecismo, formación sacramental para adultos, estudio de la Sagrada Escritura y otros temas relacionados con las verdades de la fe y las doctrinas de la Iglesia Católica.
Lamentablemente, la práctica de la fe no es una prioridad, como la preparación para una profesión, el trabajo o la diversión. Pero no ha de ser así. Todo lo que hagamos por progresar en este mundo es bueno, pero tiene valor sólo para esta vida; la preparación para establecer, alimentar y crecer en una relación personal de amor y fe con el Señor Jesucristo tiene valor para toda la eternidad. ¿No hay que preocuparse de esto también o más que de lo anterior?
¡Que el Señor derrame sobre todos nuestros lectores una abundancia de gracias!
Luis Quezada, Editor | Escriba una correo al Editor
Comentarios