Cara a cara con Evangelio: Cómo descubir las bendicines de la Lectio Divina
por el padre Craig E. Morrison
No sé qué es lo que tengo que hacer.” La pregunta vino durante la hora de lectio divina (latín que significa lectura en oración de la Sagrada Biblia) que he dirigido po mucho tempo en la Parroquia de San Martino, en Roma, donde yo vivo. La pregunta era profunda, y quien la hizo quería que le diéramos una respuesta, una respuesta de Dios.
Aquella tarde estábamos leyendo los Hechos de los Apóstoles, el pasaje en que el funcionario etíope va por el camino leyendo un pasaje del profeta Isaías cuyo significado le cuesta entender. Cuando Felipe se le unió en su carruaje y le explicó que las palabras del profeta se referían a Jesús, el etíope puso manos a la obra de inmediato diciendo: “Aquí hay agua; ¿hay algún inconveniente para que yo sea bautizado? Entonces mandó parar el carro; y los dos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó” (Hechos 8,36-38).
“El etíope supo cómo responder al pasaje que leyó y lo supo de inmediato —argumentó la persona que me hacía la pregunta— pero yo ya estoy bautizada y no sé cómo responder. ¿Qué debo hacer?” La experiencia de la lectio divina había llevado a esta persona a un lugar de gran apertura a la Palabra de Dios, tal como había sucedido con el etíope hace muchos siglos, pero el paso final de la lectio (decidir una respuesta práctica concreta) era lo que le faltaba.
Siempre nueva. Este antiquísimo método de leer la Escritura tiene tanto potencial que no es sorprendente que el Papa Benedicto XVI lo promueva con entusiasmo. En su reciente exhortación apostólica sobre la Palabra de Dios (Verbum Domini), nos insta a practicar la lectio divina para no “dejarse sorprender por la novedad de la Palabra de Dios, que nunca envejece ni se agota.”
De hecho, precisamente porque implica ponderar cuatro veces un pasaje de la Biblia (los niveles lectio, meditatio, oratio y conteplatio), la lectio divina efectivamente derriba nuestras defensas y disipa nuestra sordera espiritual para que la respuesta que demos a la Palabra de Dios sea tan transformadora para nosotros como lo fue para el viajero etíope.
En nuestras sesiones de lectio divina en San Martino, vemos que los casos como el de esta señora que hacía las preguntas se repiten una y otra vez.
Aquietar el ánimo. San Martino es una parroquia urbana situada en un barrio muy antiguo, sobre una calle de mucho tráfico entre la principal estación de ferrocarril de Roma (conocida como “Termini”) y el Coliseo. Nuestro santo patrón es San Martín de Tours, un soldado romano que le dio su capa a un mendigo entumecido de frío; su ejemplo sirve hasta hoy de inspiración para un programa de la parroquia en el que se atiende a más de 100 personas a la semana, principalmente extranjeros, ofreciéndoles una ducha, ropa limpia y otras cosas que necesiten.
La mayoría de las personas que llegan a nuestras sesiones de lectio divina vienen al concluir una agitada jornada de trabajo y quehaceres. Por ejemplo, el padre que tuvo una rencilla con su hijo en la mañana porque éste no quería ir a la escuela, la catequista que se siente agotada por las muchas preguntas que le hacen los adolescentes, y el dueño de la tienda que llega corriendo tras haber cerrado su negocio más temprano. Algunos vienen con el espíritu de Marta, que “se preocupaba por muchas cosas”.
Todos tenemos que calmar los pensamientos que van y vienen y aquietar el ánimo para experimentar “la novedad de la Palabra de Dios”, razón por la cual procuramos crear un ambiente de oración en la Iglesia: luces bajas, música suave y una Biblia abierta alumbrada por una luz directa. Esto nos ayuda a enfocar la atención en la Palabra de Dios en cuanto llegamos a la reunión. También ayudan las imágenes de arte renacentista y obras maestras religiosas que se proyectan en una pantalla grande, por ejemplo como “La llamada de San Mateo” de Caravaggio, cuando leemos sobre Mateo 9,9-13 para orar y meditar.
Una vez que llegan, los participantes reciben una hoja con ciertas palabras y el pasaje de la Escritura, que pueden leer antes de empezar y luego llevárselo a casa, de modo que la reflexión que comienza en la sesión de lectio divina, a veces continúa en el hogar a la hora de la cena durante la semana.
“¡Jesús me habló!” Una vez que logramos calmar el espíritu y dirigir el corazón hacia Dios, se lee el pasaje de la Escritura de una forma deliberadamente lenta, con una o más personas que leen, para extraer la esencia del significado y los detalles importantes. Cuando se ejercita la lectio divina en grupo, la alabanza a Dios comienza con una bien preparada proclamación de la Palabra, por lo cual los que van a leer pasan unos minutos practicando el pasaje en conjunto.
Sobre esto, la exhortación Verbum Domini señala la necesidad de “formar adecuadamente” a todos los lectores en las celebraciones litúrgicas. El Papa Benedicto especifica que esta formación debe ser “bíblica” (que los lectores entiendan el pasaje), “litúrgica” (que sepan que están proclamando la Palabra de Dios, no el periódico), y también “técnica” (que sepan usar el micrófono). En mi experiencia, la preparación, aunque sea breve y sencilla, marca una gran diferencia.
“Nunca había escuchado este pasaje como esta noche” es un comentario común que se hace en nuestras sesiones, y también otras como “Me pareció que Jesús me hablaba directamente a mi” y “Sentí como un golpe en el estómago cuando escuchaba” (¡alguien realmente dijo esto!). Esto me hace ver que el pasaje fue leído muy bien.
Desafiados y edificados. El comentario más común que me llega es que los participantes se han sentido interpelados por la Palabra de Dios como nunca antes. Después de leer un pasaje con toda atención y en oración, una y otra vez, no son capaces de decir solamente: “Ah sí, eso ya lo había escuchado.”
Hace unos años, durante el Adviento, estábamos leyendo acerca de las multitudes que le preguntaban a Juan Bautista cómo debían prepararse para la venida del Mesías (Lucas 3,10-14). Habíamos llegado al tercer nivel de la lectio divina (oratio), y yo comentaba que las respuestas de Juan no sólo nos interpelaban, sino que lo hacían en forma directa, es decir, sin andarse con rodeos.
A los soldados les decía: “Confórmense con su paga”, una instrucción muy clara, porque los soldados en el mundo antiguo solían forzar a los lugareños para que les dieran dinero, comida o bienes. A los cobradores de impuestos les decía: “No cobren más de lo que deben cobrar”, otra exhortación concreta, que afectaba al bolsillo de cada uno. Pero al público en general, Juan les decía: “El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno.” Al escuchar esto, un antiguo miembro de nuestro grupo llegó de inmediato a la siguiente conclusión: “Yo no estoy viviendo de acuerdo con el Evangelio de San Lucas, porque tengo más de dos abrigos en mi clóset; de hecho tengo más que dos.”
Tal comentario provocó una interesante y seria reflexión entre los presentes. Pero no creo que ninguno de nosotros pueda volver a mirar su clóset sin escuchar la voz del Bautista y preguntarse: “¿Estoy yo viviendo según el Evangelio de San Lucas?”
Inevitablemente, la lectio divina me pone cara a cara con el mensaje del Evangelio. ¡Aquel a quien le habla Jesús soy yo! Yo soy el joven rico que se alejó de Jesús; yo soy el fariseo que cuestionaba el hecho de que Jesús comiera con los pecadores; yo soy el hipócrita que ve la paja en el ojo ajeno sin fijarme en el tronco que llevo en el mío.
Pero la lectio divina no es una práctica individualista. Si bien la palabra de Dios se “dirige personalmente a cada uno”, como lo dice el Papa Benedicto, “también es una Palabra que construye comunidad, que construye la Iglesia.” Un participante de nuestro grupo comentó que “La lectio divina me permite tener el tiempo y el lugar donde puedo compartir mi travesía de fe con otros, mientras examinamos juntos nuestra vida a la luz del Evangelio.”
La experiencia de la lectio divina que hemos tenido en nuestra parroquia ha dado lugar a varios resultados imprevistos. Hay más personas que leen la Escritura en su oración personal; algunos han complementado el grupo de la parroquia formando sus propios grupos en casa, donde pueden compartir con otros las respuestas que han dado a los pasajes que han leído. Incluso otros se han sentido movidos a iniciar actividades de servicio. Y así es como se edifica la iglesia.
¿Qué debo hacer? Cualquiera sea el lugar o las circunstancias, la lectio divina conduce a la contemplatio. Este es el momento, escribe Benedicto XVI, en el que hemos de considerar cuál es la “conversión de la mente, del corazón y de la vida que nos pide el Señor” y ponerla por obra.
Cuando el eunuco etíope ensayó la lectio, descubrió que el Señor lo estaba invitando a integrarse a la comunidad cristiana mediante el Bautismo. Y ¿qué sucedió con la persona de nuestro grupo a quien le había tocado tanto la historia del etíope?
La pregunta “¿Qué debo hacer?” finalmente encontró una respuesta en ella misma. Comenzó a trabajar en el programa de San Martino de ayuda a los necesitados. No obstante, la pregunta seguía inquietándola, de modo que siguió buscando. Hoy día ha encontrado su lugar como maestra voluntaria que enseña a los inmigrantes el idioma italiano, algo naturalmente esencial para encontrar trabajo en Italia.
Después de todos estos años de haber dirigido las sesiones de lectio divina, puedo decir con plena seguridad que si tú tomas en serio la Palabra de Dios, mediante una lectura y reflexión en oración, encontrarás a Cristo en Persona, la Palabra viva de Dios; escucharás su llamada a la conversión y a la acción, y mientras tratas de descubrir la mejor manera de responder, obtendrás una respuesta. La práctica de la lectio divina te lo garantiza.
El padre Craig Morrison es sacerdote carmelita, experto en la Sagrada Escritura, escritor y conferenciante que trabaja en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma; ha dirigido grupos de lectio divina durante más de 20 años.
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