La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Ago/Sep 2009 Edición

Bendita tú eres

La Virgen María En Los Evangelios

Bendita tú eres: La Virgen María En Los Evangelios

En el siglo III hubo quienes trataron de combinar los cuatro evangelios en uno solo, pero la Iglesia insistió en mantener separada la integridad de cada uno de los relatos de la buena noticia.

Los evangelios fueron escritos en épocas diferentes por comunidades diferentes, y si bien todos exponen la misma verdad revelada de la salvación en Cristo, cada uno presenta la historia de una manera singular, haciendo resaltar diferentes aspectos de la obra redentora y del propio Jesucristo, nuestro Señor.

Así como los evangelios difieren en sus relatos acerca de Jesús, también nos ofrece diferentes imágenes de su madre, la Santísima Virgen María. San Marcos la presenta como discípula y San Mateo la sitúa en el contexto de la Sagrada Familia; San Lucas hace resaltar su condición de Virgen Madre del Dios Encarnado y San Juan la presenta como Madre de la Iglesia. Estudiando estas diferentes formas de ver a la Santísima Virgen, podemos llegar a una apreciación más clara de la participación privilegiada que ella tuvo en los planes de Dios para la salvación del género humano.

San Marcos: María como discípula. El Evangelio según San Marcos, escrito aproximadamente en el año 65 d.C., tuvo por objeto alentar a los cristianos, principalmente los de origen gentil, a seguir por el camino del discipulado. El evangelista pasa por alto los detalles del nacimiento de Jesús y comienza con el ministerio de San Juan Bautista, por lo cual este Evangelio contiene sólo dos menciones directas de la Virgen María (Marcos 3,31-35 y 6,1-6). En el primer pasaje, Jesús estaba enseñando a la multitud y alguien le dice que su madre y otros parientes preguntan por Él. Jesús responde: “‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Pues cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre’.” (3,33-35).

La respuesta de Jesús pareciera chocante al principio, pero revela la esencia del discipulado, porque coloca a María como centro de esta vocación: Ella fue la primera que hizo la voluntad de Dios, cuando le contestó al ángel: “Que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1,38).

En el segundo relato, el Señor encuentra el rechazo en su propia tierra de Nazaret. La gente del pueblo, escandalizada por las cosas extraordinarias que hacía su conocido vecino, comenta: “¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es éste el carpintero, el Hijo de María?” Y Marcos añade el siguiente comentario: “No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él” (6,2-3.5-6). Refiriéndose principalmente en la incredulidad de los potenciales discípulos, Marcos también nos da a conocer algo de la vida oculta de Jesús. El “Hijo de María” era conocido como un humilde carpintero, pero no por hacer milagros ni obras prodigiosas; no era más que un vecino de Nazaret. Esta escena nos ayuda a entender por qué la gente puede haberse molestado por la manera en que Jesús respondió cuando su madre vino a verlo en el encuentro antes citado. Es decir, solamente si tenemos el corazón centrado en el reino de Dios podemos darnos cuenta de quién es realmente Jesús, y así es precisamente como María pensaba y actuaba.

En ambos casos, la Virgen se demuestra humilde y reservada. Su especial dignidad queda velada, incluso cuando se indica claramente que está llamada al discipulado. Ella, que fue la primera entre los discípulos, se mantuvo discreta, sin buscar gloria ni llamar la atención; su único gozo fue hacer la voluntad de Dios con el corazón humilde y lleno de amor.

San Mateo: María en la Sagrada Familia. El Evangelio según San Mateo, escrito tal vez en Siria aproximadamente en el año 85 d.C. y dirigido a creyentes principalmente judeocristianos, pone más énfasis en la formación de la nueva comunidad y presenta a Jesús como el cumplimiento de la esperanza del pueblo del Antiguo Testamento. Para Mateo, la Virgen María pertenece a la comunidad de la Sagrada Familia, bajo la protección de San José.

Al presentar a la Virgen María, Mateo dirige la atención principalmente al Niño Jesús y a José. A ella le toca cuidar y facilitar la unidad y el amor que son vitales en cualquier familia y también en la vida de la Iglesia. Este tema también lo vemos en el dilema de José, cuando éste descubrió que su prometida estaba encinta. Cuando la joven María decidió someterse a los designios de Dios, el Señor envió a un ángel a José para ayudarle a continuar con sus planes de matrimonio, como protector y proveedor de la familia que formaría con su prometida y su Hijo.

Mateo pone de relieve nuevamente la importancia esencial de la familia, cuando presenta a los reyes magos que vienen donde María y José para rendir homenaje al rey de los judíos (Mateo 2,10-11). De este modo ella, incluso al cumplir los quehaceres diarios de su vida familiar, tuvo el privilegio de presenciar cómo se iban cumpliendo ante sus ojos las grandes promesas de Dios (Isaías 60,1-3).

El tema de la familia y la comunidad vuelve a surgir nuevamente cuando la Sagrada Familia se ve obligada a huir a Egipto (Mateo 2,13-15). María y José no dudaron en hacerse pobres y refugiados en una tierra extraña a fin de proteger al Niño que Dios les había dado. Así como, en el Antiguo Testamento, los hijos de Jacob vendieron a su hermano José para que fuera esclavo en Egipto y éste terminó salvando a toda la familia de morir por falta de alimento (Génesis 45,4-8), así también este otro José, el esposo de María, llevó a la familia a Egipto, para proteger no sólo al Niño que se le había confiado, sino a toda la Iglesia que se formaría más tarde en torno a su Hijo.

San Lucas: La Virgen Madre del Dios Encarnado. Lucas escribió probablemente en Antioquía cerca del año 85 d.C., dirigiéndose a los conversos de religiones paganas que había en el Imperio Romano. Mateo presenta a la Virgen María siempre en relación con Jesús y José, pero Lucas pone énfasis en la condición de ella como Virgen Madre del Dios Encarnado. De los cuatro evangelios, el de San Lucas tiene algo especial en la manera en que presenta a María, ya que el evangelista parece compenetrarse del carácter de ella para mostrar mejor sus cualidades humanas: su humildad, su generosidad, su fe, su alegría, su vida de oración y su instinto maternal.

Al enterarse de que su prima Isabel estaba encinta, María fue “de prisa” a visitarla, para participar en su gozo y ayudarle lo más pronto posible (Lucas 1,39). Cuando Isabel elogió su fe, la Virgen replicó pronunciando el Magnificat, el hermoso himno que glorifica la santidad, la justicia y la misericordia de Dios (1,46-55). Tal como lo hizo Ana en el Antiguo Testamento (1 Samuel 1-2), María reconoció que a pesar de su “sencillez”, todas las generaciones la llamarían dichosa, por las maravillas que el Señor había hecho en ella (Lucas 1,48-49). Y este es un tema central en el Evangelio de San Lucas: la humildad reconoce la verdad, incluso en la propia bendición que uno haya recibido.

En Belén, la Santísima Virgen dio a luz al Niño Dios y lo cuidó en todo, a pesar de no tener casi nada (Lucas 2,7). Cuando llegaron los pastores diciendo que un ángel les había anunciado el nacimiento del Mesías, María “guardaba todo esto en su corazón y lo tenía muy presente” (2,19).

Más tarde, cuando el Niño ya tenía 12 años y al parecer se había perdido, María y José lo encontraron en el Templo. Allí fue María la que tomó la iniciativa de manifestarle su preocupación: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia” (Lucas 2,48). Jesús les dio su explicación, pero ellos no le entendieron, y María “guardaba todo esto en su corazón” (2,51). Este fue probablemente uno de los momentos de mayor angustia, en que María se vio frente a las consecuencias del “sí” que le había dado al ángel en la anunciación. Ahora, 12 años más tarde, tenía nuevamente la oportunidad de aceptar la misión de su Hijo de una manera más completa.

Lucas completa el retrato de María mencionando dos breves sucesos (Lucas 8,19-21 y 11,27-28), en los cuales las palabras de Jesús parecieran tener sabor a rechazo: “Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos” (8,21) y “Dichosos más bien quienes escuchan lo que Dios dice, y lo obedecen” (11,28). María entendía estas palabras probablemente mucho mejor que cualquiera de los otros que las habían escuchado. Una y otra vez había demostrado ser la más fiel oyente y cumplidora de la Palabra de Dios. Tal vez por esta razón fue que Lucas se preocupó de mencionar la presencia de la Virgen María en Pentecostés, que leemos en Hechos 1,14. El Espíritu Santo había venido sobre ella en la anunciación, y ahora ella recibía el Espíritu Santo una vez más, tanto para su propia vida, como para la de la Iglesia de la cual ella formaba parte.

San Juan: Madre de la Iglesia. San Juan, que escribió en Asia Menor allá por el año 95 d.C., presenta el misterio divino y humano de Jesús en toda su profundidad y gloria, y menciona a la Virgen María sólo dos veces: una al principio de su Evangelio en las Bodas de Cana (Juan 2,1-12), otra al final: al pie de la cruz (19,26-27).

En las Bodas de Caná, María le dice a Jesús: “Ya no tienen vino” y aunque pareciera que Jesús la reprende, ella da instrucciones a los servidores con toda confianza: “Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2,3.5). Así le llega la hora a Jesús, gracias a la intercesión y la fe perseverante de su madre. Cambiando el agua en vino, Jesús creó un símbolo muy eficaz de su mensaje: El reino de Dios se inauguraba con la alegría de un banquete de bodas. ¡Y todo esto por iniciativa de la Virgen María!

Más tarde, al morir en la cruz, Jesús le dijo al discípulo amado: “Ahí tienes a tu madre” (Juan 19,26-27); de esa manera, le confía al discípulo el cuidado de María, pero en su condición de “madre”. Este discípulo, cuyo nombre no se indica, representa a toda la comunidad cristiana: de esta manera, a petición de su Hijo, María llega a ser la Madre de toda la Iglesia. Ella es la nueva Eva, porque en ambos casos, cuando se dirige a ella, la llama “mujer” (2,4; 19,26), lo que hace alusión a la “mujer” que Adán tenía a su lado (Génesis 2,23), “la madre de todos los que viven” (3,20).

Conclusión. La persona y la vocación de la Virgen María son un reflejo del misterio de Jesús y del misterio de nuestra propia vida. Por el hecho de relatar la historia desde cuatro puntos de vista diferentes, los evangelistas nos presentan una visión multifacética de la riqueza de la vida de la Madre de Jesús y de todo lo que ella ofrece a la Iglesia. Ya sea que la veamos como la primera discípula, como formando la Sagrada Familia, como la Virgen Madre del Dios Encarnado, o como la Madre de la Iglesia, todos podemos rendirle honor, amarla y venerarla, seguir sus consejos y llamarla Madre, modelo, consejera y protectora.

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