La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Agosto 2015 Edición

Bendita tú entre las mujeres

Nuestro modelo para la Lectio Divina: María

Por: Stephen J. Binz

Bendita tú entre las mujeres: Nuestro modelo para la Lectio Divina: María by Stephen J. Binz

En el Evangelio según San Lucas, una mujer entre la muchedumbre levanta la voz para decirle al Señor: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!”

Pero Jesús le contesta: “Dichosos todavía más los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lucas 11, 27-28). Efectivamente, la Santísima Virgen María concibió a Jesús en su seno, lo dio a luz y lo amamantó, pero más importante que eso es que ella escuchó la Palabra de Dios, la aceptó con amor y respondió en forma práctica toda su vida. Desde sus primeros años, cuando se congregaba con sus vecinos en la sinagoga, María aprendió a adentrarse en la Palabra de Dios, dejando que esa palabra diera fruto en su corazón. Precisamente por esta razón es que cada uno de nosotros puede tomar a María como su mejor modelo para la escucha, la meditación, la oración, la contemplación y el testimonio de la Palabra de Dios.

Cuando María visita a su parienta Isabel, ya mayor, proclama que María es bendecida por Dios de dos modos: primero, es bendecida por ser la madre de Jesús: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Y, segundo, es bendecida como la discípula modelo: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor” (Lucas 1, 42. 45). Así pues, en sus roles de madre y discípula, María es la “Mujer de la Palabra”.

Mujer de la Palabra. Muchos iconos e imágenes antiguas de la Anunciación muestran a María que sostiene o lee la Sagrada Escritura cuando se le revela el ángel. Naturalmente, “la Palabra” para María de Nazaret se refería a las Escrituras hebreas, lo que los cristianos conocemos como el Antiguo Testamento.

María escuchó las palabras de la Escritura en muchas ocasiones durante su vida. No hay duda de que sus padres le enseñaron las historias de sus antepasados y ella escuchaba la Palabra cuando era proclamada y cantada en la sinagoga en Nazaret. Cuando ella y su familia iban a Jerusalén para cumplir con las fiestas religiosas judías, escuchaba cuando se proclamaban y cantaban los textos de la Escritura en el Templo. Cada día, reflexionaba y rezaba con la Escritura, por lo que es obvio que su vida estaba impregnada por la Torah, los profetas y los salmos.

La atención con que María escuchaba la proclamación de las Escrituras antiguas le sirvió de preparación para recibir la nueva revelación que el ángel Gabriel le trajo. Como era mujer de la palabra, conocía al ángel porque sabía cómo lo habían descrito las profecías de Daniel. También recordaba que hubo otros antes de ella que habían escuchado las palabras “el Señor está contigo” cuando recibieron una misión especial que cumplir en el plan de Dios. Cuando escuchó que ella daría a luz un hijo que sería llamado “Hijo del Altísimo” y que se sentaría en “el trono de David,” recordó estas palabras de los salmos y los profetas, y así llegó a entender que Aquel que nacería de ella sería el Mesías. Reconoció que “el Espíritu Santo” había venido sobre los elegidos para entregar la Palabra de Dios a su pueblo y supo que “el Altísimo” había cubierto “con su sombra” el Templo recién terminado trayendo a aquella terrenal morada la gloriosa presencia de Dios (Lucas 1, 26-35).

Sí, María, la mujer de la Palabra, supo que Dios la llamaba a participar de un modo maravilloso en el despliegue de la historia de la salvación, y puesto que esta fiel hija de Israel había escuchado la Palabra de Dios durante toda su vida, estaba bien dispuesta para recibir y aceptar la voluntad divina y responder de todo su corazón: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lucas 1, 38). En efecto, como siguiendo la tradición de la lectio divina, María escuchó la Palabra de Dios, meditó en ella y respondió devotamente ante Dios.

Un ejemplo de lectio divina. Siendo “mujer de la Palabra”, María nos enseña a escuchar la Escritura como Palabra de Dios de un modo personal, transformador y en ferviente oración. Su vida ejemplifica cada uno de los movimientos de la lectio divina: escucha (o lectura), meditación, oración, contemplación y testimonio de vida.

En primer lugar, María nos muestra cómo se ha de escuchar con expectación. En su casa, en la sinagoga y en el Templo, María escuchó la Palabra de Dios y procuró vivir según sus instrucciones. Como ella estaba dispuesta a aceptar el nuevo sentido que estos textos inspirados siempre ofrecen, su escuchar atento las Escrituras hebreas la preparó para recibir la nueva revelación que Gabriel le trajo. Gradualmente ella llegó a entender que los textos sagrados que había oído toda su vida se estaba haciendo realidad en ella y en su Hijo. De esta manera, María nos enseña a escuchar la Palabra de Dios de un modo expectante, para que la escuchemos como la voz de Dios dirigida a nosotros.

Segundo, María nos muestra cómo se practica la meditación, reflexionando en el sentido y el mensaje del texto. El Evangelio según San Lucas explica: “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lucas 2, 19). La manera en que se atesora y se pondera la Palabra de Dios es la esencia de la meditación. María era un modelo porque meditaba en la Escritura, la aceptaba y dejaba que ella conformara y ensanchara su corazón. Así pues, María nos enseña que la Palabra de Dios puede dar forma a nuestro corazón cuando la recibimos con amor y atención y dejamos que ella repose en nuestro interior y poco a poco vaya moldeando nuestros propios deseos, entendimiento y juicios.

Tercero, María nos muestra cómo se practica la oración del corazón. Ella había escuchado la Palabra de Dios y había aprendido a meditar en ella, por tanto era capaz de responder en oración con todo su corazón: “Hágase en mí conforme a tu palabra.” En el Magníficat, María tomó las palabras de los profetas y salmos de Israel y entretejió en ellas sus propios pensamientos y sentimientos (1, 46-55), y de esta manera, nos enseña a enriquecer nuestra oración personal valiéndonos de las oraciones inspiradas que ha utilizado el pueblo de Dios durante muchos siglos.

En cuarto lugar, María nos enseña a practicar la contemplación, el reposado descanso en presencia de Dios. Cultivando su vida de oración y sumergiéndose en la Palabra de Dios (y por su muy íntima relación con Jesús), María se preparó para la espera silenciosa y receptiva de la oración contemplativa. De este modo, después de que Jesús ascendió al cielo, María pudo esperar la llegada del Espíritu Santo junto a los demás discípulos: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con María, la madre de Jesús” (Hechos 1, 14). Esta espera llena de fe y confianza por la obra transformadora del Espíritu Santo es el modelo para la vida contemplativa.

Finalmente, María nos muestra cómo dar un fiel testimonio de vida en la cotidianidad de nuestra existencia. Toda la vida de María fue una respuesta a la Palabra de Dios. De Nazaret a Jerusalén, ella fue siempre una testigo fiel de la palabra, a la cual ella le había dado el “sí”, “hágase.” Incluso en su momento más difícil, permaneciendo al pie de la cruz, María nunca renunció a su compromiso de vivir ante Dios con toda apertura y honestidad.

Portadores de la Palabra. Como modelo para dar un testimonio de fidelidad, María nos ofrece palabras de confianza para nuestra tarea de ser testigos de la Palabra. Al comienzo del ministerio público de Jesús en el Evangelio según San Juan, María se encontraba con Jesús en una fiesta de bodas en Caná de Galilea. Cuando se acabó el vino, le dijo a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga” (Juan 2, 5), porque sabía que Jesús transformaría el agua ordinaria en el vino vibrante del Reino de Dios. Como Madre de los discípulos después de la Resurrección, María nuevamente nos dice que hagamos todo lo que el Señor nos diga, porque sabe que ser “hacedores de la Palabra” y ocuparse del trabajo con obediente confianza son la fórmula para llegar al bienestar y felicidad. Según el testimonio que demos, el Señor puede usarnos como instrumentos para edificar su Reino; puede hacernos discípulos y testigos en el mundo.

María recibió con alegría la palabra en su corazón y la alimentó en su propio ser y por eso fue capaz de dar a luz a la palabra en el mundo. Cuando Cristo nació, como nos dice el Evangelio según San Juan: “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14). Tal como la buena tierra acepta la semilla y la nutre hasta que brota y comienza a florecer y dar fruto, María escucha la palabra, recibe la palabra y medita en la palabra, permitiéndole que eche raíces en su corazón. Así es como ella puede salir y ser portadora de aquella palabra para el mundo que la rodea.

Así pues, tal como María y junto con María, nosotros estamos llamados a ser gente de la palabra; a hacer que Cristo se haga carne en el mundo. Y mediante nuestra lectio divina, escuchamos, reflexionamos, oramos, contemplamos y damos testimonio de las buenas noticias de la salvación con nuestra propia vida. Entonces, gracias a las diversas formas en que demostremos nuestra obediencia, alegría y gratitud por lo que Dios ha hecho, nosotros también podemos invitar a otras personas a participar de la misma vida nueva que ha transformado nuestra propia vida. n

Stephen J. Binz es autor, especialista en la Sagrada Escritura y conferencista. Su trabajo puede consultarse en www.Bridge-B.com.

Comentarios