Alégrate, llena de gracia
La Virgen María nos muestra el camino de la alegría
Hay cuatro ocasiones en que la Sagrada Escritura menciona al arcángel Gabriel: En los capítulos 8 y 9 del libro de Daniel, y dos veces en el Evangelio según san Lucas.
Gabriel es el ángel que se le aparece a Zacarías, el esposo de Isabel, y le dice que sus oraciones para tener un hijo han sido escuchadas (Lucas 1,13). Y es Gabriel el que saluda a la joven Virgen María y la invita a ser la Madre de Dios (1,26-28). A esta aparición de Gabriel en la Anunciación nos referiremos en el presente artículo.
A la luz de la tradición cristiana, es razonable pensar que Gabriel haya sido también el ángel que se le apareció a san José en un sueño y a los pastores aquella primera noche de Navidad. Igualmente, es posible que haya sido Gabriel el ángel que vino a atender y reconfortar a Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní (Lucas 22,43). Todos estos encuentros fueron importantes, por supuesto, pero el mensaje que el ángel le comunicó a la Virgen María tuvo un significado especial: fue la pieza final del rompecabezas de todas las promesas de Dios. Lo que Gabriel le dijo a María constituye la profecía final, antes de la concepción de Jesús, acerca del plan eterno que Dios había dispuesto para enviar a un Rey que salvaría a su pueblo.
Tres mensajes, tres respuestas. Cuando el arcángel Gabriel le habló a María, le dio tres mensajes diferentes. Primero la saludó diciendo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Luego le anunció: “Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin.” Y finalmente declaró: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1,28.31-33.35).
A cada uno de estos mensajes, la Virgen María dio una respuesta. Al escuchar el saludo del ángel, “ella se preocupó mucho” porque no entendía a qué venía todo eso, y cuando el ángel le dijo que ella daría a luz un hijo, le pareció algo imposible: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” Gabriel le explicó cómo sucedería este nacimiento milagroso y ella aceptó el plan de Dios diciendo: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lucas 1,29.34.38).
Al dar su primera respuesta, ella estaba muy turbada, como cualquiera de nosotros lo estaría si percibiera que Dios estaba a punto de hacer algo extraordinario que le cambiaría por completo la vida. Muchas veces se dice que María valoraba muchísimo las profecías acerca de un Rey-Mesías que vendría de parte de Dios; ahora, al darse cuenta de que ella misma tendría un papel protagónico que de-sempeñar en el cumplimiento de esas profecías, el pensamiento llegaba a ser abrumador.
El arcángel trata de reconfortarla diciéndole: “No temas, María” (Lucas 1,30). Esto que Gabriel le dijo a María, él mismo y otros ángeles también nos lo dicen a todos nosotros: nos piden que confiemos en Dios y no nos dejemos paralizar por el miedo. Tal vez no logremos comprender todo lo que suceda, pero siempre podemos saber que no tenemos nada que temer cuando se trata del cumplimiento del plan amoroso que Dios tiene para cada uno de sus hijos. “No tengas miedo”, con estas palabras, Dios nos quiere decir que él es quien controla lo que sucede en el mundo y que no hay necesidad de preocuparse o sentirse inseguro. El Beato Papa Juan Pablo II adoptó esta afirmación “No tengan miedo” como lema de todo su pontificado. De hecho, es un lema que bien podríamos adoptar todos los cristianos, como la declaración de intención que sustente nuestra manera de vivir la fe.
Después de que Gabriel reanimó a la Virgen y calmó sus temores, supo que ella podía recibir todo el mensaje. Cuando María escucha que ella está destinada a tener un hijo, pide más explicación: “¿Cómo podrá ser esto?” (Lucas 1,34). En este diálogo encontramos dos puntos que son importantes para nuestra propia vida: Primero, que Dios quiere que le preguntemos lo que no sabemos, porque desea darnos a conocer su voluntad. Segundo, nuestras preguntas le dan a Dios la posibilidad de darnos a conocer su amor y sus pensamientos, porque abren la puerta a una mayor revelación, tanto de sus planes como de su amor personal. Así pues, hermano, ¡pídele al Señor que te explique aquellas cosas que no entiendes o te parecen confusas acerca de la fe, de tu relación con él o de lo que sea!
Cuando Gabriel le explica a María que ella va a tener un hijo por el poder del Espíritu Santo, María responde con aquellas palabras que ahora ya son famosas: “Hágase en mí según tu palabra”, o como dicen otras versiones, “Cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lucas 1,38). A veces caemos en la tentación de creer que María recibió la invitación del ángel de una manera muy pasiva, casi resignada, como si ella hubiera dejado que se cumpliera el plan de Dios sin realmente adoptarlo como suyo también, y sin llenarse de regocijo por lo que le iba a suceder. Pero esto sería erróneo, como también lo sería pensar que nosotros mismos podemos contentarnos con una fe pasiva y resignada. La verdad es que no basta simplemente hacer lo que Dios espera que hagamos solo porque sea lo moral o espiritualmente correcto.
Los santos y los teólogos siempre han dicho que la aceptación de María fue una afirmación categórica de su propia voluntad, no un acto pasivo de resignación. Sí, ella tuvo sus momentos de temor y confusión, pero a pesar de todo decidió darle el “sí” a Dios. Cuando ella hizo coincidir su voluntad con la voluntad divina y aceptó la propuesta que el Señor le hacía, nos dio un modelo perfecto de fe activa. En lugar de someterse pasivamente, María se llenó de alegría por el plan que Dios le revelaba y por la parte que a ella le tocaría desempeñar en ese plan. Del mismo modo, nosotros debemos fijar la mirada en Cristo Jesús día a día y en la promesa del Rey que habría de venir, y llenarnos de alegría porque él nos ha resucitado junto consigo, y nos ha dado la posibilidad de llenarnos de su presencia y de su gracia en todas las épocas de nuestra vida.
Regocíjate, oh, virgen Hija de Sión. Los profetas antiguos llamaban “Hija de Sión” a la nación de Israel, como expresión de lo mucho que Dios amaba a su pueblo y de cuánto quería favorecerlo. Ahora, vemos que el arcángel Gabriel saluda a María con las palabras “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1,28), frase en la que resonaba la llamada de los profetas a llenarse de gozo por el favor de Dios.
¿Por qué se invitaba a Israel a alegrarse? Porque su Rey iba a venir, “un salvador justo”, porque Dios mismo ya estaba en medio de la nación regocijándose por ella (Zacarías 9,9; Sofonías 3,17). Y ¿por qué debía alegrarse María? Porque ella era la virgen Hija de Sión, la favorita de Dios, tan preferida que su Dios venía a habitar en su seno virginal, y de esta manera tan literal y física, ¡Dios mismo venía a habitar en medio en ella!
Pero María tenía otra razón más para regocijarse. Se llenó de gozo también porque reconoció que el plan de Dios era para la salvación de todo el género humano, un plan en la que ella estaba involucrada con todo su ser. Gabriel le dijo que su Hijo sería “grande” y que el Señor le daría el “trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.
María conocía las promesas de los profetas acerca del nuevo Rey que vendría, y creía que así sucedería. Cuando descubrió que era a través de ella misma que se cumplirían las profecías, estuvo dispuesta a arriesgar su reputación, su matrimonio y todo su futuro a fin de que el plan de Dios se cumpliera en toda su plenitud. No es de sorprenderse, pues, que haya aceptado la invitación del ángel con paz y alegría en el corazón. Tampoco es de sorprenderse que cuando ella fue a visitar a su prima Isabel, no pudo dejar de expresar su júbilo: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador… ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre” (Lucas 1,46-49).
Dichosos nosotros, que hemos creído. La Virgen María, con su simple y gozosa aceptación, hizo que el plan de Dios se cumpliera perfectamente en la vida real. Del mismo modo, nosotros no podemos redimirnos ni cambiar los planes de Dios, pero sí podemos decirle “sí” al Señor, tal como lo hizo María. Podemos proclamarlo en el corazón y con nuestros labios; podemos dejar que el Espíritu Santo haga lo que él desee en nuestro ser, y podemos rezar diciendo: “Ven nuevamente, Señor Jesús.”
En todas las obras de arte e íconos pintados acerca de la Virgen María; en todas las iglesias, estatuas y santuarios dedicados a ella; en todos los libros, himnos y poemas escritos acerca de ella, hay siempre algo que sobresale: La Virgen María es portadora de alegría dondequiera que vaya. Y la razón es sencilla: Ella siempre da testimonio del amor de Dios, de su gloria y de su poderosa obra de redención. Ella siempre nos dice que podemos recibir su propia alegría si aprendemos a preferir la voluntad de Dios antes que la nuestra.
Como hemos visto, los ángeles han tenido una participación muy importante en la revelación de los planes de Dios a los humanos, como el arcángel Gabriel que le trajo mensajes de Dios a la Virgen María y a san José. ¿Quiénes son los ángeles? Debido a su naturaleza espiritual, los ángeles no pueden, normalmente, ser vistos ni captados por los sentidos. En algunas ocasiones muy especiales, con la intervención de Dios, han podido ser oídos y vistos materialmente, lo que siempre ha causado en quienes los han visto u oído reacciones de asombro y temeroso respeto, como sucedió con el profeta Daniel y Zacarías, el padre de san Juan Bautista. En nuestro próximo artículo daremos una mirada a estos seres espirituales que están al servicio de Dios y que son en ciertas ocasiones mensajeros de los designios divinos.
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