Esta no era su primera cita en el centro de atención de salud para mujeres. Un mes antes, Andrea*, de dieciséis años y que se enfrentaba a un embarazo no deseado, había acudido para hacerse una prueba de embarazo. Mientras hablaba con el personal, comenzó a entender que llevaba en su vientre una nueva vida, así que decidió seguir con el embarazo hasta el final. Pero no mucho después de eso, sufrió un aborto espontáneo. Algunos amigos y familiares trataron de decirle que esto había sucedido por su bien —incluso para su alivio— ya que no tendría que criar a un niño a una edad tan temprana. Otros le dijeron que en el futuro tendría muchas oportunidades de tener un bebé.