Abuelos santos y estratégicos
San Joaquín y Santa Ana nos enseñan a ayudar a nuestros nietos a crecer en la fe
Por: Michael Shaughnessy
En un mundo lleno de sorpresas, San Joaquín y Santa Ana podrían estar entre aquellos con más autoridad para decir: “Oh, ¿piensas que eso es una sorpresa? Escucha esto…”
En realidad, ellos podrían señalar al menos cuatro grandes sorpresas que vivieron. Pero comencemos primero con un poco de contexto.
La historia de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María y los abuelos de Jesús, no aparece en la Biblia. La primera vez que supimos algo de ellos fue en un documento escrito alrededor del año 150 d.C., llamado el Evangelio de Santiago. Mientras que la mayoría de los estudiosos, incluyendo San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, ponen en duda la autenticidad de este libro, su relato sobre Joaquín y Ana capturó la imaginación de los creyentes en todo el mundo. De hecho, este documento fue tan apreciado que fue rápidamente traducido en la gran mayoría de los idiomas de la cuenca del Mediterráneo. Con el tiempo, el relato de San Joaquín y Santa Ana se divulgó junto con el Evangelio.
Cuatro sorpresas. Según el relato, Joaquín era un hombre rico y respetado en Israel, pero se consideraba que él y su esposa habían caído en desgracia pues no podían concebir hijos. El sentimiento de vergüenza y rechazo de Joaquín eventualmente lo condujo al desierto a ayunar y rezar durante cuarenta días. Ana, que se quedó sola, lloró y clamó al Señor.
Entonces sucedió la primera sorpresa. Un ángel se le apareció a Ana. La aparición de un ángel siempre es impresionante, pero su mensaje fue más impresionante aún: Ana daría a luz a una hija, de quien se hablaría alrededor de todo el mundo. Al mismo tiempo, en el desierto, Joaquín también recibió la visita de un ángel con un mensaje similar. Lleno de alegría, regresó a su casa para hacer un sacrificio de acción de gracias. Cuando Ana escuchó que él venía, fue a la puerta de la ciudad para recibirlo. Ella corrió y lo abrazó diciendo: “Ahora sé que el Señor ha escuchado mi oración.”
Luego vino la segunda sorpresa. El ángel les había dicho que esperaran una hija extraordinaria, y no pasó mucho tiempo para que ellos vieran que su hija, María, era excepcional. Su corazón era tan puro y sus acciones tan desinteresadas que fue claro que había nacido sin pecado original. La idea debe haber sido abrumadora.
¿La tercera sorpresa? Su hija, siendo virgen, dio a luz al Mesías tan esperado por el pueblo de Israel, ¡su nieto!
La cuarta sorpresa fue probablemente la más grandiosa de todas: Descubrir que eran los padres de la Madre de Dios y los abuelos del Hijo de Dios. Esa debe haber sido una impresión muy grande. Casi puedes escucharlos preguntándose una y otra vez “¿por qué nosotros?”
Esta cuarta sorpresa es la que la Iglesia celebra cada año el 26 de julio, cuando recordamos a Joaquín y Ana como los santos patronos de todos los abuelos.
Comisionados por Dios. ¿Qué tienen, entonces, que decirnos Joaquín y Ana sobre la vocación de ser abuelos? Una lección muy importante es que cada abuelo ha sido comisionado por Dios para transmitir la fe a sus nietos. Al igual que todo judío devoto de ese tiempo, este santo matrimonio conocía este mandamiento de Moisés:
Tengan mucho cuidado de no olvidar las cosas que han visto, ni de apartarlas jamás de su pensamiento; por el contrario, explíquenlas a sus hijos y a sus nietos. (Deuteronomio 4, 9)
Joaquín y Ana comenzaron su influencia como abuelos de Jesús al ser los padres de María. Deben haberle contado a ella la historia de su nacimiento, especialmente la parte de los ángeles. Esa podría ser una razón por la cual María estuvo tan dispuesta a aceptar las palabras pronunciadas por un ángel en la Anunciación.
Mucho de lo que ellos hicieron inculcó en María la consciencia de lo que significaba ser parte del pueblo de Israel. La forma en que vestían era parte de su fe, cómo se cortaban el pelo, cuándo se lavaban sus manos, las bendiciones que decían durante el día, todo esto era intrínseco a su relación con Dios.
Fe cultural y personal. María nació en una cultura de fe, una cultura familiar que la formó y la preparó para ser la Madre de Dios.
Primero, estaba el Shabat semanal, la piedra angular para venerar al Señor y amarse unos a otros y que comenzaba al caer la tarde. En un mundo sin electricidad, la oscuridad se superaba encendiendo velas y lámparas de aceite. Pasaban el tiempo hablando de la Escritura y cómo debía ser vivida. Durante la niñez de María se habrá conversado mucho sobre la venida del Mesías. ¿Cuándo sucedería? ¿Sería él un sumo sacerdote más grande que Aarón, un profeta más grande que Moisés o un rey más grande que David?
Además del Shabat, había otras siete fiestas principales que dominaban el calendario público de Israel, pero ninguna de ellas más importante que la Pascua. Esa celebración también daba inicio al caer la tarde. Se relataba la historia del Éxodo con detalle delante de sonrisas resplandecientes y ojos brillantes, que les recordaba la columna de fuego que los cuidó y su paso por el Mar Rojo. Cantaban, danzaban y reían; y recitaban las mismas plegarias que sus ancestros habían recitado por más de mil años.
Inmersa en esta cultura, María aprendió la fe que debía transmitir a su hijo. Ella no nació conociendo la historia de Ester o la de Judit. Ella tuvo que aprenderse las oraciones y memorizar los mandamientos, genealogías, relatos y salmos. Ella aprendió a desechar la levadura de la casa para la fiesta de los panes sin levadura y el significado especial de cada comida en la cena de Pascua.
Pero Joaquín y Ana sabían que su fe cultural no era suficiente. Ellos debían transmitir también su fe personal en Dios, y debían hacerlo a través de su ejemplo y sus palabras.
Cuando Joaquín necesitó ayuda, siguió los ejemplos de Moisés y Elías de ayunar y rezar. Cuando Ana rezó, se fijó en Sara como su modelo de fe: “Oh Dios de nuestros padres, bendíceme y escucha mi oración, así como bendijiste el vientre de Sara.” Ellos le enseñaron a María a tener la confianza de hablar con un Dios que es bueno, poderoso y lleno de amor, especialmente cuando se enfrentara a las pruebas. También le enseñaron que Dios no es distante, sino cercano y escucha las oraciones, ¡e interviene!
Abuelos estratégicos. Todo lo que Joaquín y Ana hicieron por María tuvo un impacto en Jesús. María transmitió lo que ella recibió: La fe, los relatos e incluso las costumbres. Como abuelos, ellos habían recibido una misión encomendada por Dios, tal vez no tan directa e inmediata como la de María, pero ellos ayudaron a establecer una cultura familiar de fe que se constituyó en un testimonio para su nieto.
Lo mismo sucede con nosotros. Dios siempre ha sido estratégico en sus relaciones, y eso incluye a los nietos que él ha dado, o dará, a los padres. Él ha colocado a cada abuelo, aquí, y ahora, en alguna posición para que transmitan su fe a los hijos de sus hijos. Es ciertamente una de las cosas más importantes que harán durante el resto de su vida. Ciertamente, puede ser incluso la cosa más importante que jamás hagan.
Abuelos: Su primera acción estratégica es pensar distinto. Es tentador ver el mundo con desesperación en lugar de esperanza. Pero Dios ha traído a tus nietos precisamente para tiempos como estos. El Señor desea hacer una diferencia en su generación. Entonces cuando veas el mundo que te rodea, no caigas en la desesperación. Más bien, eleva tu vista al cielo y encuentra ahí tu esperanza. Dios te ha enviado nietos para que se conviertan en luces que brillen en la oscuridad. Tú puedes ayudar a encender y alimentar el fuego de la fe en un mundo que lo necesita desesperadamente.
Una vez que comienzas a pensar distinto, puedes empezar a rezar distinto. Cuando le pregunto a los abuelos si rezan por sus nietos, la respuesta casi universal es “¡sí!” Cuando les pregunto “¿cómo rezan?”, a menudo obtengo una mirada de confusión. He aprendido que los abuelos pasan más tiempo preocupándose por sus nietos que rezando por ellos. Quizá puedes aprender algunas formas sencillas de rezar que puedan hacer la diferencia. Esta es una: Escoge una virtud de uno de tus nietos, di el nombre de tu nieto y su virtud, y luego reza el Padre Nuestro. Es así de simple. ¡Acabas de empezar a rezar estratégicamente!
Finalmente, puedes actuar estratégicamente al transmitir tu fe. ¿Cómo? Lleva a uno de ellos a pescar o de compras, y luego a comer un helado, cuéntale la historia del momento en que comenzaste a vivir tu fe por primera vez o de qué manera profundizaste en ella. Tu historia es parte de la suya así como la de Joaquín y Ana era parte de la de Jesús. No olvides las cosas que tus hijos han visto “por el contrario, explíquenlas a sus hijos y nietos” (Deuteronomio 4, 9).
El mundo está lleno de sorpresas, y no todas ellas son buenas. Pero al igual que San Joaquín y Santa Ana, ustedes han sido escogidos por Dios para ser abuelos estratégicos, influyentes y alegres que ayuden a sus nietos a descubrir al Dios que nunca los abandonará.
Michael Shaughnessy vive en Ann Arbor, Michigan y pertenece a la hermandad laica de Los Siervos de la Palabra.
Comentarios