La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Oct/Nov 2008 Edición

A ti te digo: ¡Levántate

Cómo reaccionar ante las fuerzas anticristianas de hoy

Lo que estamos viendo en el mundo actual es que las autoridades del gobierno están tratando de expulsar a la Iglesia de la vida pública.

Por eso el Papa ha dicho con tanta fuerza que la Iglesia es perseguida y, al decir esto, no se refiere solamente a los obispos y a los sacerdotes, sino a lo más delicado que tiene la sociedad: la familia, los jóvenes y los niños.

¡Pero para eso estamos nosotros, los fieles! Es cierto que toda la mentalidad anticristiana trae consecuencias graves, como el adulterio, la violencia doméstica y el divorcio, ya que se pierde el amor y el respeto y luego vienen las reacciones de inconformidad: irse con otra; irse con otro. Hasta hace unos años las esposas me decían: "Padre, por favor, pida para que mi esposo regrese." Ahora, también los esposos me dicen: "Padre, fíjese que mi esposa se fue y me dejó con los chiquillos." Así que ahora también las mujeres andan haciendo lo mismo, queriendo corromper su corazón.

Como ahora la sexualidad no tiene nada que ver con el amor, ni con la familia ni con el matrimonio, entonces que cada quien desahogue sus instintos. No es casual lo que se está dando en todos lados. También se ha acusado mucho a la Iglesia Católica de eso y, como resultado, los maestros, los padres de familia y todo el mundo de alguna manera están siendo afectado por esa realidad tremenda de los abusos, particularmente en contra de los infantes y de los niños. Porque esa mentalidad perversa se ha inyectado en todo el mundo; hemos perdido el rumbo y nos encontramos, además, con muchos hijos que no tienen hogar.

Cristo, nuestra esperanza de gloria. Hermanos y hermanas, frente a eso aparentemente tan negativo, nos encontramos con una verdad irrebatible: ¡Que el Señor nos da esperanza! El Señor puede sanar el corazón desviado, el corazón pervertido, el corazón lastimado. El Señor puede sanar el corazón que se ha apartado, que se ha perdido. Pero ¿qué se necesita para que el Señor nos sane? Me vienen a la mente las palabras de Jesucristo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos" y también: "Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar."

Nos presentamos, pues, frente al Señor con un corazón sencillo, para que Él nos haga descubrir esta hermosa realidad: Somos la familia de Dios, somos una gran familia y tenemos hermanos por todas partes. Somos una familia que necesita reconciliarse, necesita curarse, necesita animarse, necesita hablar con la verdad en sus situaciones conflictivas. Somos una familia que necesita ponerse de rodillas y pedir perdón. Porque tenemos que decir, con mucha humildad, que nosotros también, como miembros de una familia, nos hemos equivocado.

Me impacta el corazón, cuando el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, dijo en el año 2000: "La Iglesia pide perdón." Y él mismo se hincó para pedir perdón. Porque la Iglesia, en algunas ocasiones, se equivocó y llegó tarde para dar las soluciones que se necesitaban. La Iglesia, en su más alto representante, pide perdón y también nosotros, la gran familia quiere pedirle perdón a Dios por la falta de fortaleza, falta de testimonio, de entusiasmo, de alegría, y también por olvidarnos en muchas ocasiones de Dios nuestro Señor.

Espero que todos los matrimonios que lean estas líneas sean restaurados. Estoy seguro que si el Señor puso esta revista en sus manos es para hacer que se quieran más intensamente, para que se reavive su amor, se acreciente su entrega y se fortalezca su fidelidad. Es preciso saber que desde este momento hay esperanza. Es cierto que desde el mundo, hacia la Iglesia y hacia las familias, hay un montón de ataques, que buscan destruirlos. Pero más cierto es que hay una fuerza que nadie puede destruir y esa es la fuerza del amor, que está presente en los corazones y cuando ese amor es sostenido por Dios, ¡nadie puede separar lo que Dios ha unido! Y la familia está por cierto unida por el amor de Dios, nuestro Señor.

Ojalá estuvieran leyendo estas líneas muchas parejas que me han dicho: "Padre, nosotros ya estamos en las últimas. Ya nos perdimos el gusto, ya no me gusta ni lo quiero. ¡Hasta me molesta!" Y viceversa. Pero lo que sí es cierto es que cuando usted se casó y la familia tuvo su origen allí, al pie del altar, esa decisión fue tomada por una pareja enamorada y el Señor la tomó muy en serio. Y cuando los bendijo el sacerdote y cuando mutuamente se comprometieron y se casaron, el Sacramento se realizó ante el testigo oficial de la Iglesia, que es el sacerdote, y Dios se comprometió y le dio a cada pareja la fuerza suficiente para que pudieran afrontar todos los problemas y salieran siempre victoriosos. Porque la familia es un proyecto divino, es un proyecto y un sueño de Dios.

No fue a ustedes que se les ocurrió casarse con este hombre o con esta mujer. Dios te dio la mejor mujer, te dio el mejor de los hombres, el que puede hacerte feliz y la que puede hacerte feliz, es la respuesta de Dios. Para ser feliz sólo basta amar y estoy seguro que usted tiene la capacidad de hacerlo, si no, pídasela al Señor y Él de nuevo se la concede. ¡Ámense, ámense sin límites! Pidámosle todos al Señor que de verdad seamos una gran familia, una en la que todos se amen y así se lo digan unos a otros.

No está muerta; está dormida. Me gusta mucho un texto del Evangelio de San Marcos, especialmente el milagro que hace Jesús con Jairo, donde dice: "En esto llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies y le rogó mucho, diciéndole: ‘Mi hija se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.’ Jesús fue con él. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de la casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña: ‘Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?’ Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, le dijo al jefe de la sinagoga: ‘No tengas miedo; cree solamente’. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, entró y les dijo: ‘¿Por qué hacen tanto ruido y lloran de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.’ La gente se rió de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que lo acompañaban, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: ‘Talita, cumi’ (que significa: Muchacha, a ti te digo, levántate). Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy admirada."

Yo quiero ponerme en el lugar de Jairo y les invito a ustedes a que también lo hagan, quizá no por su hija, sino por su familia, o incluso por la Iglesia. A veces pensamos "mi familia ya no tiene remedio, ya se acabó, ya no hay caso de seguir peleando." Pero, oye esposa, tú que has orado para que tu esposo vuelva; oye niño, tú que has orado tanto también para que tus padres estén unidos; óigame usted, señor, que está luchando para que su familia no se desintegre: ¡Clame al Señor y no tema! Porque, si bien su familia parece que está muerta, quiero decirle que no está muerta. Está dormida y vamos a pedirle a Jesús que venga y tome de la mano a su familia y la levante, para que vuelva a ser una familia unida y sana, libre de todo aquello que le produce la muerte: el desamor, la angustia, el dolor, la tristeza y el desánimo.

La cruz es fuente de vida. La cruz de Cristo significa que ya no existe la muerte para nosotros, sólo existe la vida, y es por eso que nos presentamos delante de Jesús para recuperar la esperanza y creer que mi vida puede ser diferente, que mi familia puede cambiar. Y si usted me dice: "Oiga, padre, eso que usted dice parece muy bonito, pero mis hijos están metidos en las drogas, mis hijos están en la cárcel y en las pandillas". Señora, vamos a mantener siempre la mirada fija en el ideal de Dios. Usted recibió una misión, si los demás no quieren cumplirla, usted cúmplala. Muchacho, si tus padres no quieren cumplir su misión, tú cúmplela, sigue amándolos, sigue respetándolos con afecto, aunque por el momento estén distanciados.

Porque recuerden que "lo que Dios unió, no lo separe el hombre". Porque, ante Dios, seguimos estando unidos y hay que reconstruir la unidad por el amor. La gran familia de hoy, con mucha confianza y humildad, se postra ante Jesús y, aunque somos fácilmente arrebatados por los impulsos, vamos a pedirle: "Señor, abre mi corazón. Líbrame de esto que me agobia, que me desgarra; ese impulso que me lleva a perder la razón, que me lleva a dejar de lado a los que amo, por la fuerza de tu amor, ¡sálvame! Que ya no me deje llevar por los instintos, que ya no me deje seducir más por los engaños del mundo. Que ahora me deje conducir por la luz de la verdad, que es tu amor, tu palabra, tu mensaje de salvación."

"Señor, hasta este momento yo había dicho que no iba a hacer nada por rescatar a mi familia, que se la llevara la corriente, que el aire la destruyera, que ya no me importaba nada, que estaba cansado o cansada, pero hoy quiero hacer caso a tu palabra que nos dice: ‘Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Dejen ese yugo y tomen el mío. Dejen el yugo de la violencia y la confrontación, de la angustia y de la soledad y tomen mi yugo, que es el yugo del amor y encontrarán descanso para su alma’."

Yo estoy seguro que el Señor hará grandes maravillas con todos nosotros, maravillas con la Iglesia a la que pertenecemos, porque le dará más vida, la levantará y sanará sus heridas. Cuando parece, como en el caso de Jairo, que la niña está muerta, cuando la gente y el abogado dicen "ya se murió, ya no se puede hacer nada", Jesús te dice: ¡No temas, basta que tengas fe! Tu familia no está muerta, ni tu fe, ni tu esperanza. Sólo está dormida." Y llega Jesús y te dice: "Talita cumi. A ti te lo digo, ¡levántate! Para que seas una familia viva, renovada y transformada con el amor de Dios en tu corazón." Gracias Señor, porque estamos en tus manos, ven a nosotros y transfórmanos para gloria de tu nombre. Amén.

Adaptado de una conferencia pronunciada por el padre Guadalupe Santos sobre el tema "Somos una Gran Familia" en el congreso católico organizado en 2006 por el Minesterio El Sembrador, de Los Ángeles, California.

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