La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio/Agosto de 2018 Edición

Tú me puedes llenar, Señor

El Espíritu puede hacer posible lo imposible

Tú me puedes llenar, Señor: El Espíritu puede hacer posible lo imposible

Una noche, Pedro le pidió a Cristo que le permitiera acercarse a él.

El Señor lo miró y le dijo “Ven”. Esto parecería una petición común, pero en realidad era bastante extraordinaria: ¡Jesús estaba de pie sobre las aguas del Mar de Galilea durante una violenta tormenta! Por lo tanto, si Pedro quería acercarse a Cristo, tenía que caminar sobre las olas también. ¡Y lo hizo! Y mientras mantuvo la mirada fija en Jesús, pudo caminar sobre las olas del mar. Pero cuando desvió la mirada y se fijó en la violencia de las olas, la situación cambió y ustedes saben el resto de la historia.

Es posible que el llamado a seguir a Cristo día tras día resulte, para algunos, tan intimidante como una invitación a caminar sobre el agua. Esto es así porque la Escritura nos pide que seamos santos como Dios es santo (Levítico 20, 7). Más de una vez, el Señor le dijo a alguien: “Vete y no peques más” (Juan 5, 14; 8, 11). También nos enseñó que debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos odian (Lucas 6, 27). Nos mandó perdonar a cuantos nos hagan algún mal si queremos que Dios nos perdone (Mateo 6, 14-15). Seguir a Jesús significa ser humilde, pobre de espíritu y dispuesto a arrepentirse día tras día; no, digamos hora tras hora. Son tantas las exhortaciones que a veces ya exasperados nos dan ganas de decir ¡basta!

La verdad es que ninguno de nosotros tiene la fortaleza o la madurez suficiente para poner en práctica perfectamente todas las enseñanzas de Cristo, y sin embargo, el Señor nos promete que nada es imposible para Dios (Marcos 10, 27). El que hace la diferencia es su Espíritu Santo. Fue la gracia del Espíritu lo que le dio a Pedro la capacidad de caminar sobre el agua y es el mismo Espíritu el que nos dará a nosotros la posibilidad de vivir en la práctica las palabras de Jesús. El Espíritu Santo hace posible lo imposible, si le pedimos que continúe llenándonos de su gracia y su poder.

Veamos cómo podemos lidiar con las distracciones que nos impiden invocar al Espíritu y experimentar su gracia.

Dios está por nosotros; Satanás contra nosotros. Si hay alguien en tu vida que repetidamente te ha ayudado, alentado y buscado lo mejor para ti, ¿cómo querrás tratar a esa persona? Desearás rendirle honor; pasar tiempo con él o ella y quisieras contarles a otros lo que ha hecho por ti. Sería casi imposible volverte en su contra porque sabes en lo más recóndito de tu corazón que esa persona te ama incondicionalmente y quiere lo mejor para ti en todo momento.

Bien, eso es lo que sucede con el Espíritu Santo: está de tu parte, quiere que conozcas el amor del Padre, que busques su gracia y camines bajo su luz. Cuando el pecado nos separó de él, nos envió a su Hijo Jesucristo a rescatarnos y Jesús, muriendo para salvarnos de nuestros pecados, restauró nuestra comunión con Dios, para que pudiéramos llegar a ser vasos aptos para su Espíritu Santo. Por la gracia del Espíritu, Dios nos habilitó para acercarnos a su lado y ser transformados en su imagen y semejanza.

Pero cuando Dios está por nosotros, Satanás está contra nosotros. El diablo es el padre de la mentira, un ladrón que no hace más que robar, matar y destruir (Juan 8, 42; 10, 10). Como lo hizo con nuestros primeros padres (Adán y Eva) y tal como trató de hacerlo con Jesús, Satanás tratará de retorcer la verdad y debilitar nuestra fe para engañarnos y hacernos caer en el pecado. Luego, después de haber causado el daño, procurará llevarnos a evadir la culpa y acusar más bien a Dios o a otra persona.

Piensa en las muchas veces que la gente dice: “¿Cómo puede Dios permitir tantas cosas terribles, como la guerra, el aborto, el terrorismo y la pobreza?”, pero la verdad es que Dios no causa ninguna de estas cosas. Vivimos en un mundo que está dominado por el pecado y detrás de cada ofensa o delito cometido hay una decisión humana, una decisión que ha sido marcada por las insidias y engaños del diablo, que procura destruir nuestra fe.

Nunca dudes de que Dios está de tu lado; no dudes jamás de que el Espíritu Santo está en ti. El verdadero enemigo es Satanás y sus seguidores (Efesios 6, 12). El maligno nos odia y quiere nuestra perdición. Por eso, mientras más claramente comprendamos y aceptemos la bondad de Dios y la perversidad de las intenciones de Satanás, mejor podremos resistir las distracciones que no nos dejan acercarnos a Dios.

Cómo luchar contra las fortalezas engañosas. En el primer artículo, reflexionamos en que el Espíritu Santo nos comunica toneladas de pensamientos buenos y santos durante el día, pensamientos de amor, bondad, misericordia, valentía y bendición. Estos pensamientos son similares a los que llevaron a Pedro a salir del bote y caminar sobre las aguas hacia Jesús. El diablo, por el contrario, nos ataca con una andanada de pensamientos negativos, divisivos y de egoísmo cada día. Trata de tentarnos para sentirnos enojados, decepcionados, desconfiados, humillados y resentidos. Es tanto que a veces uno siente que tiene la mente aprisionada o esclavizada por los pensamientos negativos y destructivos, y que no hay lugar en ella para conceptos positivos.

Ahora bien, si Dios es Todopoderoso, ¿por qué pareciera que el diablo se sale con la suya tantas veces? Es cierto que sucede eso, pero muchas veces es porque logra distraernos para que dejemos de pensar en Dios y desviemos nuestra vista de Jesús, como Pedro cuando empezó a hundirse. El diablo sabe cómo levantar fortalezas de engaño y distracción en la mente de los cristianos (2 Corintios 10, 4-5).

Por ello es fundamental aprender a discernir los pensamientos que nos llegan en el curso de cada día. Es vital “probarlo” todo, quedarnos con lo bueno y rechazar lo malo, lo que nos aleja del Señor (1 Tesalonicenses 5, 21-22). Si aprendemos a juzgar nuestros pensamientos y discernir la influencia que tienen sobre nuestra manera de pensar y actuar, nos sentiremos mucho menos distraídos y más concentrados en Jesús.

El principio PEPS. En el mundo empresarial, las compañías administran sus inventarios de acuerdo con el principio PEPS: “Primero en entrar, primero en salir”. Esto significa que los productos que primero entran en el almacén de existencias son los primeros en ser despachados a los clientes. Un principio similar existe en la vida espiritual, sólo lo llamamos DESS: “Dios entra, Satanás sale”. ¿Qué significa esto? Que hemos de dejar que el Espíritu Santo nos llene de su gracia y nos habilite para rechazar todo lo que venga del diablo. Por eso, proponemos un método de tres pasos que nos puede ayudar a aplicar este principio en forma práctica:

1. Cada mañana, al despertar, invoca la presencia del Espíritu Santo. Invítalo a que te llene la mente de sus pensamientos positivos, de amor y paz. Declara y afirma que estás convencido de que todo don bueno y perfecto viene de él, y que todo pensamiento negativo y destructivo tiene sus raíces en los esquemas perversos e insidiosos del diablo. Ponte en manos de Dios y él te llenará de sus buenas y santas intenciones.

2. Escucha en oración. Ya sea cuando estés rezando el santo Rosario, haciendo adoración eucarística, participando en Misa diaria o haciendo oración personal y leyendo la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura, haz una breve pausa y dale al Espíritu la oportunidad de hablarte. Reconoce que sabes que él quiere hablarte y trata de discernir lo que te diga, aun cuando sea una sola palabra, como “paz”, “esperanza” o “confianza”. Acepta esa palabra, y trata de ponerla en práctica durante el día. De esta manera estás dejando que Dios entre en tu vida ese día.

3. Cuando estés en alguna situación que te demande una respuesta, o cuando te lleguen nuevos pensamientos durante el día, toma un minuto para preguntarte: “¿Son estos pensamientos positivos y de edificación o son negativos y de destrucción? ¿Me están dejando en un estado de mente positivo o me están llenando de egoísmo, enojo o depresión?” En cuanto puedas discernir el origen de estos pensamientos, haz lo que sea necesario. Concéntrate en los pensamientos positivos y rechaza los negativos, y decide reflexionar en oración en “todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama”. Piensa “en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza” (Filipenses 4, 8).

No podemos hacerlo solos. Como sucede en todos los demás aspectos de la vida cristiana, aplicar este principio sólo puede hacerse con la ayuda de Dios. Los fieles estamos inmersos en una batalla espiritual con un enemigo feroz y persistente que está empeñado en destruir nuestra fe, por lo que San Pablo nos exhorta a que seamos fuertes: “Busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible” (Efesios 6, 10).

Si te parece que la carga que llevas sobre los hombros es la más pesada, haz de saber que nunca estás solo. El Espíritu Santo tiene su morada en ti y siempre está listo para llenarte de su amor y su gracia. Así que trata de mantenerte dispuesto a recibir y aceptar los pensamientos buenos y puros que él te envíe. Mantenerse preparado para recibir las mociones del Espíritu es de importancia crucial, porque él es el único que tiene el poder de comunicarnos vida, renovar el corazón e infundirnos su poder y su gracia.

Queridos hermanos, ¡claro que podemos mantener la mirada centrada en el Señor! Todos podemos aprender a dejarnos conducir por la bondad y la santidad del Espíritu, y conforme lo hacemos, veremos que el Espíritu nos llena más y más. Así podemos recibir una mayor porción de su amor, su bendición y su consolación y esto nos ayudará a resistir y rechazar las distracciones de la vida. Es como un gran circulo virtuoso de gracia: nos centramos en el Señor, y él nos llena de su Espíritu, que a su vez nos mueve a mantenernos centrados en el Señor.

Nuestro Dios nos ama tanto que desea lo mejor para nosotros. Si dejamos que sus buenos pensamientos dominen nuestra mente, estaremos mejor dispuestos a hacer grandes cosas por la fe. ¿Cómo cuáles? ¿Quién sabe? ¡A lo mejor incluso caminar sobre el agua!

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