La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Mayo de 2018 Edición

Lo que realmente importa

Reflexiones sobre la Santísima Trinidad y la Virgen María

Por: Mons. Peter Magee

Lo que realmente importa: Reflexiones sobre la Santísima Trinidad y la Virgen María by Mons. Peter Magee

La Iglesia Católica tiene en todo el mundo muchas cosas: catedrales y basílicas magníficas y también iglesias sencillas; universidades y hospitales; monasterios y valiosos objetos de arte. Es en realidad la envidia de muchos gobiernos y países en cuanto se refiere a su organización, disciplina y diplomacia. Pese a que su reputación ha sido justificadamente dañada, todavía goza de considerable autoridad moral y es objeto de la lealtad de cientos de millones de personas en toda la faz de la tierra.

Sin embargo, por eso y más, todo lo que es y todo lo que tiene la Iglesia Católica se debe a la voluntad y la providencia de Dios todopoderoso. Los seres humanos pueden encontrar en otros lugares la mayoría de las cosas que tiene la Iglesia por el lado meramente humano de sus instituciones; pero lo que no se puede encontrar aparte de ella es la plenitud de la verdad y de la gracia revelada y concedida a ella por Jesucristo, nuestro Señor. Y esa plenitud de verdad y gracia se remonta a un origen ineludible: la Santísima Trinidad, su vida y su amor, su plan de creación y redención y la ejecución de estas sublimes realidades según la voluntad del Padre a través del Hijo y por el poder del Espíritu Santo.

En efecto, la Iglesia Católica existe con el único propósito de poner ante todos los hombres y mujeres de cada época, la realidad, la primacía y la supremacía de Dios que se ha revelado en Jesús: Dios como el Origen de todo y como el Destino de todo. Y para todo el que haya decidido verdaderamente creer en Jesús como Jesús quiere que sea —y no como alguien desee imaginárselo— la primacía de Dios significa nada menos que yo vivo y muero por él.

Esto quiere decir que, sea como sea que yo utilice mi mente en los asuntos de este mundo, en última instancia yo busco la verdad eterna de Dios y acepto o rechazo cualquier otra supuesta verdad que la contradiga; quiere decir que, sea lo que sea o quien sea que yo ame en este mundo, en mi corazón busco el amor eterno de Dios y que yo acepte, rechace o someta a su amor cualquier otro amor o supuesto amor que me prive de él. Y significa también que sea como sea que yo viva en este cuerpo, y cualesquiera sean mis decisiones o las circunstancias a las que esté sometido, yo procuro en último término vivir en la carne sólo con la vida eterna de Dios y rechazar cualquier otro supuesto estilo de vida o preferencia de vida que me desconecte de él.

Por lo tanto, ningún predicador auténtico, por muy ingenioso o atractivo que sea, por muy erudito o elocuente que sea, por muy conocido o admirado que sea, no puede tener ninguna otra cosa de qué hablar si no es de Dios. Ningún creyente, si es sincero y genuino en su creencia, quiere escuchar nada del predicador que no sea algo de Dios. Lo más importante que el predicador debe predicar y lo que el creyente debe creer es la primacía de Dios. Porque aparte de Dios, nuestra predicación es vacía y nuestra creencia mera curiosidad. Sin Dios, la Iglesia no es más que una multinacional egocéntrica que habla de sí misma. Sin Dios, el mundo y toda su autoproclamada grandeza no es más que un espejismo.

Es por eso que yo he predicado en estas últimas semanas acerca de la relación de ustedes con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, porque eso se refiere a orientar nuestra vida hacia Dios. Se refiere a la purificación del corazón y de la conciencia de todo lo que es ofensivo para Dios.

Y la importancia de lo que planteo aquí llega a su punto crítico en la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen de Nazaret. En dicho encuentro, la Trinidad misma afirma su primacía ante el corazón humano más inocente y puro, y la mayor de todos los creyentes. Gabriel le comunica a María la verdad sobre el amor y la vida de Dios, sobre el plan de redención y sobre su propia persona como llena de gracia, como aquella con quien el Señor está más que con ningún otro. Y por su aceptación de todo esto, María viene a ser, en su persona y en su cuerpo, el lugar en el que lo divino y lo humano se unen una vez más.

En María se aproxima la aurora de la reconciliación entre la libertad humana y la gracia divina; en el seno de María, el orden de la creación y el orden de la redención se vuelven a tocar, como los dedos de Adán y de Dios en el fresco de la creación pintado por Miguel Ángel; en María, lo creado y lo increado se abrazan. María es la obra maestra de la Trinidad, aunque no como el fresco de Miguel Ángel, que fue una obra de arte distinta del artista, sino por haber tomado residencia en ella de la manera correcta cada Persona divina: el Padre habla del Hijo a la mente de la Madre, el Espíritu concibe al Hijo en el vientre de la Madre, el Hijo toma cuerpo humano de la Madre.

En otras palabras, María es quien nos enseña a relacionarnos con la Santísima Trinidad. Ella nos enseña que primero debemos tratar de mantener limpio el corazón, de lo contrario no podremos reconocer la visitación del mensajero de Dios cuando venga a nosotros, y el corazón lo mantenemos limpio dejando de pecar o confesando nuestros pecados. Ella nos enseña a reverenciar al mensajero de Dios y su mensaje. Nosotros, también podemos sentirnos turbados por lo que el Padre nos diga acerca de nosotros mismos con amor, como ella se sintió; podemos tener miedo de lo que nos pida o no saber cómo vamos a hacerlo, como le sucedió a ella.

Pero si seguimos escuchando con el corazón limpio, comenzamos a darnos cuenta de que el Padre nunca nos pide que hagamos algo que no podamos hacer y nos envía al Espíritu para que nos haga capaces de hacerlo, como lo hizo con María. Si seguimos escuchando, el Padre nos hará ver claramente que podemos confiar y esperar en el futuro la salvación que nos aguarda si le obedecemos, como lo hizo María; y cuando respondamos afirmativamente a su plan, encontraremos que el propio Hijo se ha hecho cada vez más presente en nosotros, como cuando se encarnó en María, puesto que el objetivo supremo del Padre y el Espíritu es hacernos portadores de Cristo para los demás.

Por lo tanto, que haya catedrales, universidades, museos, hospitales y escuelas católicas; que haya una organización y actividad prudente y juiciosa de la Iglesia en el mundo. Que los católicos florezcan como obreros y comerciantes, políticos y académicos, jueces y jefes de estado. Pero que nadie se engañe en cuanto a por qué la Iglesia y sus miembros participan en todas estas cosas y de dónde sacamos la fuerza y los recursos para hacerlo: es por una fe mariana y la obediencia a la voluntad y a la obra de la Santísima Trinidad misma, que está presente en nosotros. Nada más ni nada menos. Porque cualquier otra cosa, por muy atractiva, pragmática, realista y lógica que sea, no es ni digna de Dios ni del creyente que realmente pone la primacía de Dios por encima de todo lo demás.

Mons. Peter Magee pertenece a la Diócesis de Galloway, Escocia. Actualmente es Vicario Judicial para la Iglesia Católica en Escocia y párroco de la Parroquia San Alberto en Glasgow.

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