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Enero 1- Febrero 13 de 2018 Edición

Milagros de la gracia

La sorprendente conversión de un soldado y un apóstol

Milagros de la gracia: La sorprendente conversión de un soldado y un apóstol

Cuando pensamos en la conversión, tendemos a reflexionar en el estilo de vida que llevamos y la conducta que demostramos cada día, así como en la necesidad de tomar la decisión de renunciar al pecado y entregarnos a Cristo.

Por supuesto, este es un aspecto crucial de la conversión, pero no debemos olvidar que la conversión es también una obra sorprendente de la gracia de Dios. Pensemos por ejemplo en el caso de San Pablo. Nadie le había hablado de Cristo y Dios simplemente se le reveló de una manera inesperada y abrumadora que le cambió completamente la vida para siempre (Hechos 9, 1-19).

La historia de Cornelio es otro ejemplo patente de este principio divino (Hechos 10, 1-49). En su caso, pareciera que la gracia de la conversión también actuó por sí sola. Esto pone de manifiesto que la gracia es un elemento vital en este proceso y que, si bien la conversión puede ocurrir con o sin nuestra intervención, no puede suceder sin la intervención de Dios. Repasemos ahora la historia de Cornelio.

Un soldado que rezaba. Cornelio era un centurión romano destacado en Cesarea, la capital romana de Palestina. Al igual que Lidia en Filipos, Cornelio y su familia eran piadosos, amables y temerosos de Dios (Hechos 10, 2). Al parecer, su estilo de vida se extendía más allá de su familia inmediata para incluir a sus sirvientes domésticos y algunos de los soldados que tenía a su mando. Evidentemente, Cornelio era un militar de gran autoridad. Entonces, ¿por qué él y su familia necesitaban convertirse? Tengamos esta pregunta en mente mientras analizamos lo sucedido.

Un día, cuando Cornelio estaba orando, Dios envió a un ángel con un mensaje para él. ¿Se debió esto a que el centurión estaba deseoso de tener una profunda experiencia espiritual o a que era comprensivo y respetuoso con sus servidores y se preocupaba de los pobres? Probablemente fue una combinación de ambas razones. Recordemos que el ángel le dijo a Cornelio: “Dios tiene presentes tus oraciones y lo que has hecho para ayudar a los necesitados” (Hechos 10, 4). Luego le dijo que mandara buscar a Pedro y escuchara lo que él le dijera.

Como lo vemos en muchos pasajes de la Escritura, la historia de Cornelio demuestra que la gracia de Dios actúa soberanamente en cada conversión. La aparición del ángel a Cornelio pone de relieve que Dios tiene su propio tiempo y su propio ritmo para actuar. Pero esta historia también deja en claro un notable misterio y una obvia realidad. La realidad obvia es que nuestras oraciones y buenas acciones nos ayudan a abrir el corazón cuando Dios se dispone a actuar, y el misterio notable es que, al parecer, esas mismas acciones de oración y bondad nos ayudan a lograr que Dios actúe.

Casi al mismo tiempo de la visión de Cornelio, Pedro tuvo su propia visión mientras oraba en la azotea de la casa de un amigo a la hora de almuerzo. Cuando Pedro trataba de entender el significado de la enigmática visión, en la que se le ofrecía un “banquete” de animales que los judíos consideraban no aptos para comer, llegaron a su puerta unos enviados de Cornelio. Cuando los hombres iban a pedirle a Pedro que viniera a casa del centurión, el apóstol entendió que el Espíritu Santo le indicaba que fuera con ellos.

La gracia de la revelación. Lleno de entusiasmo y expectativa, Cornelio invitó a sus amigos, vecinos y familiares a su casa para escuchar a Pedro. No sabía qué le iba a decir éste, pero pensando que todo lo sucedido había sido preparado por un ángel, sin duda le esperaba algo muy especial. Y fue precisamente la actitud de expectativa y entusiasmo de Cornelio la que hizo que Dios decidiera obrar libremente este milagro de conversión.

Conforme Pedro comenzó a predicar, el Espíritu empezó a derramar su gran poder. Todos los presentes percibieron la presencia de Dios y se volvieron a Cristo. Habiendo descendido el Espíritu con fuerza avasalladora sobre todos ellos, estos gentiles comenzaron a alabar a Dios, incluso hablando en lenguas. ¡Sucedió lo mismo que en el primer Pentecostés! Se podría decir que éste fue un “segundo Pentecostés”, un Pentecostés de los gentiles.

Algunas conversiones iniciales, como la de San Agustín en el siglo IV, son sucesos dramáticos en los cuales la persona renuncia a una vida de pecado evidente y egocentrismo y experimenta un cambio completo de conducta. Otros, como la de Cornelio, no se deben tanto a un arrepentimiento profundo, sino al deseo de conocer personalmente a Jesucristo, entender quién es y experimentar su amor y su perdón.

Pero sean cuales sean los detalles, cada conversión conlleva los elementos de la experiencia personal y la incorporación a la comunidad. Para Cornelio y su familia, la experiencia fue más bien la efusión del amor de Jesús que todos ellos recibieron; una efusión de gracia y de dones espirituales que los movieron a entregarse al Señor con fe expectante. El ingreso a la comunidad resultó evidente, pues Pedro se dio cuenta de que no se podía negar que estos gentiles fueran también bautizados e incorporados a la Iglesia.

La gracia de un nuevo entendimiento. Pero Dios no se limitó a actuar en Cornelio y su familia; también hubo algunas sorpresas que le esperaban a Pedro. Al parecer, cuando le respondemos al Señor con fe y obediencia, por lo general recibimos más de lo que él nos da, y el hecho de que Pedro fuera a casa de Cornelio no fue la excepción, pues conforme Dios derramaba su Espíritu Santo sobre los gentiles, también se iba profundizando la propia conversión del apóstol.

Pedro dio un paso de fe cuando obedeció al Espíritu y fue a ver a Cornelio, y un paso aún mayor cuando entró en casa del centurión, pues los judíos tenían prohibido entrar en casa de un gentil. Ahora, Dios le pedía que diera un enorme paso de fe y aceptara que incluso los gentiles fueran redimidos por Jesús, el Mesías judío, y acogidos con generosidad en la Iglesia. Esta era una tremenda dificultad para Pedro, ya que no podría aceptarla a menos que el Espíritu Santo abriera sus ojos y le ayudara a aceptar este nuevo proceder.

De modo similar, hay veces en que Dios quiere ampliar el horizonte de nuestra mente y darnos a conocer algo más de su plan. Cuando ocurre esto, es preciso hacer un gran esfuerzo para abrir el entendimiento y aceptar una nueva revelación de Dios, incluso cuando se trate de verdades opuestas a nuestros prejuicios y creencias. Veamos, por ejemplo, la experiencia moderna de un exitoso cirujano llamado Rolando.

La gracia de un camino nuevo. Un día, cuando Rolando se dirigía a casa desde el hospital donde trabajaba, vio a un hombre sin casa que pedía limosna cerca de la esquina. Él pasaba por esa calle con frecuencia y veía al hombre, pero no hacía nada. Esta vez se detuvo y le dio algo de dinero. Siguió caminando, pero la imagen del pobre indigente le quedó grabada en la mente, por el fuerte contraste entre la vida del mendigo y la suya.

En los meses siguientes, Rolando empezó a dar a los pobres más de su dinero, más de su tiempo y más de su corazón. Al cabo de un año se sintió movido a reducir su práctica médica, trabajar medio tiempo y abrir una clínica en un barrio pobre de la ciudad. Después de diez años, Rolando gana mucho menos dinero que antes, pero se siente tan contento que realmente no extraña su vida antigua. Ahora, cuando reflexiona sobre todo lo acontecido, se sorprende de cómo Dios se valió de un pequeño encuentro que tuvo con un hombre sin casa para colocarlo en una senda nueva e inesperada.

Cornelio y su familia recibieron el Espíritu Santo antes de haberse arrepentido de sus pecados y antes de su Bautismo. Esta sorprendente serie de acontecimientos demuestra que no hay un patrón fijo para la conversión. Dios actúa de muchas maneras diferentes. Para el Señor, el resultado —es decir, el que una persona se llene de fe y ame a Jesús— es mucho más importante que el proceso.

La gracia de la amistad. Al principio de este artículo, preguntamos por qué una familia tan buena y piadosa como la de Cornelio necesitaba convertirse. La respuesta es que, si no hemos recibido a Jesús, realmente no conocemos cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo (Efesios 3, 18); no sabemos qué significa estar reconciliados con Dios, no conocemos la Eucaristía ni la comunión con Cristo y no conocemos a Jesús como Señor, Salvador y hermano nuestro.

Sobre la base de lo que sabemos de las Escrituras, podríamos incluso decir que Cornelio y su familia pudieron haberse salvado aunque Pedro no hubiera venido a predicarles. Como lo señaló el Papa San Juan Pablo II: “El misterio de la salvación se extiende más allá de los cristianos.” Pero Dios nos quiere dar mucho más que una experiencia inicial de salvación; quiere que disfrutemos de una relación íntima con Jesús; quiere prodigarnos todas sus promesas y llenarnos nada menos que de la vida divina en unión con todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo.

Esta fue la respuesta que Dios les dio a Cornelio y su familia. Antes de la llegada de Pedro, ellos sabían algo de Dios, pero su conocimiento era limitado. A lo mejor, también tuvieron algunas experiencias espirituales, pero solo en forma incompleta. Asimismo, muchos de nosotros podemos conformarnos con una dimensión limitada de todo lo que Jesús quiere darnos, o bien podemos llegar a tener una relación viva con nuestro Señor y Salvador y vivir diariamente con la fuerza y la luz de la inspiración del Espíritu Santo.

Pide más gracia. La conversión es una gracia, una virtud de Dios, que nos motiva a renunciar al pecado y entregarnos a Cristo, pero luego hay que renovar periódicamente esas decisiones más y más profundamente. Así pues, pidámosle al Señor que derrame más gracia de conversión en nuestros familiares, amigos y nosotros mismos. Pidámosle que nos conceda la gracia de la fe para poder disfrutar del amor y la comunión con Jesús de una forma más amplia y profunda.

Hoy y todos los días, hermano, cuando hagas tu oración, repite la siguiente afirmación: “No quiero vivir para el mundo, sino para Jesucristo, mi Señor y Salvador. Quiero renunciar a todo lo que sea malo y adoptar una conducta que ayude a abrir para mí las puertas de la gracia, para que la luz de Cristo sea evidente en mi conducta.”

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