La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio/Agosto 2017 Edición

Amémonos unos a otros

El Papa Francisco habla a los jóvenes

Amémonos unos a otros: El Papa Francisco habla a los jóvenes

En julio del año pasado hubo algo extraño que sucedió en Cracovia, Polonia: Casi dos millones de jóvenes de todo el mundo se congregaron allí, pero no fueron a ver a un famoso cantante de rock ya envejecido que daba un concierto, como Paul McCartney o Mick Jagger.

Tampoco fueron a ver a una “leyenda” del fútbol internacional, como Pelé, en un partido de exhibición. No, fueron a ver a alguien mucho más importante y mucho más santo: un sacerdote sudamericano ya mayor, Su Santidad el Papa Francisco en la XXXI Jornada Mundial de la Juventud.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud fueron iniciadas en 1985 por el Papa San Juan Pablo II y se celebran en países diferentes cada vez. A pesar de que transcurren tres años entre los eventos y de las dificultades de tiempo y costo que implica un viaje largo, la Jornada sigue siendo un acontecimiento que despierta el interés de millones de jóvenes de todas las latitudes del orbe.

Precisamente para tener presente esta magna asamblea mundial, queremos repasar algo del mensaje que el Papa Francisco llevó a los jóvenes del mundo. También analizaremos algunas de las dificultades que ellos enfrentan en su caminar por el mundo y sugerir algunas estrategias para que los católicos mayores les aconsejen eficazmente en la familia y la comunidad cristiana. Finalmente, queremos unirnos a todos los que deseen rezar por los jóvenes que asistieron al encuentro para que el Señor les ilumine la senda que van a seguir en su vida.

Un llamado a la misericordia. No se necesita ser teólogo para entender qué es lo más importante para el Papa Francisco, porque una y otra vez él ha recalcado que su mensaje, no sólo a la Iglesia, sino a todo al mundo es el de la misericordia. Prácticamente en todas sus homilías y en las exhortaciones y cartas apostólicas que ha escrito nos insta a adoptar de corazón la misericordia de Dios y que decidamos tratarnos los unos a los otros —especialmente a los pobres y los que luchan para sobrevivir— con el mismo grado de misericordia.

En su primer discurso de Pascua a la ciudad de Roma y al mundo entero a pocos días de su elección, el Santo Padre dijo: “Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia” (Mensaje Urbi et Orbi, 2013). Posteriormente, en una homilía pronunciada en Santa Marta, dijo: “Dios quiere perdonarte, pero si tú tienes cerrado el corazón no puede hacerlo y la misericordia no puede entrar.”

El llamado del Papa a adoptar la misericordia no es sólo un asunto de palabras. Él mismo ha sido un modelo de misericordia para muchos. Desde compartir la cena con personas sin hogar hasta lavarles los pies a los presos y hasta optar por vivir en un apartamento humilde en el Vaticano, él ha hecho de su vida una homilía viva sobre la necesidad de tratar a todos con dignidad y sobre las bendiciones que provienen de una vida sencilla basada en el amor y la solidaridad. Esto nos permite entender claramente por qué eligió la frase “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia” como tema para la Jornada Mundial de la Juventud de 2016.

La experiencia de la misericordia. En su mensaje a los jóvenes, el Papa Francisco explicó por qué esta Jornada Mundial de la Juventud, que se llevó a cabo durante el Año Jubilar de la Misericordia (2015-2016), tuvo una importancia especial: “Cuando la Iglesia proclama un jubileo en nombre de Cristo, todos somos invitados a experimentar un maravilloso tiempo de gracia… La misericordia de Dios es muy real y todos estamos invitados a experimentarla personalmente... Gracias a la santa cruz todos podemos ‘tocar’ la misericordia de Dios y ser ‘tocados’ por esa misericordia.”

Pero el Santo Padre, no queriendo limitarse a las palabras, describió su propia experiencia recordando un momento transformador que le tocó vivir en sus años de adolescencia cuando, pensando en salir con sus amigos, se sintió movido a entrar en una iglesia. Lo dice así: “Era el 21 de septiembre de 1953. Yo tenía casi 17 años de edad. En Argentina era el primer día de la primavera y había sentido la necesidad de ir a la Confesión, por lo que entré en la iglesia parroquial, donde había un sacerdote que yo nunca había conocido. Pero allí encontré que alguien me esperaba. No sé qué había pasado, no recuerdo por qué ese sacerdote estaba allí ni por qué yo sentía la necesidad de confesarme, pero la verdad es que alguien me estaba esperando y me había estado esperando durante un tiempo…Después de esa confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Fue como una voz, sentí un llamado; estaba convencido de que tenía que ser sacerdote.”

La gracia que movió al Papa Francisco a entrar en esa iglesia hace tanto tiempo está disponible hoy para todos nosotros, y Dios está constantemente dándonos oportunidades de encontrarnos con él. El Señor está siempre buscando la manera de actuar en nuestra vida y acercarnos a su lado. Siempre nos busca, aun cuando nosotros no lo busquemos a él. Es precisamente por esto que cuando nos decidimos a buscarlo, él está listo para recibirnos y darnos la bienvenida; está deseoso de abrazarnos y llenarnos de su amor. Incluso cuando lo encontramos en el Sacramento de la Reconciliación, como lo hizo el Papa Francisco, el Señor está preparado, no para condenarnos, sino para quitarnos las culpas que tengamos y restaurar nuestra conciencia. “Es tan maravilloso,” escribió el Papa Francisco “sentir el abrazo misericordioso del Padre en el Sacramento de la Reconciliación.”

Sean instrumentos de misericordia. Este “abrazo misericordioso del Padre” es capaz de cambiar la vida de las personas porque tiene la fuerza necesaria para hacernos entrar en “la lógica divina de la donación y el amor generoso,” y “nos hace capaces de amar como él ama, sin medida.” Piensa cómo reacciona un bebé cuando su madre lo contempla mirándolos a los ojos y le sonríe. Los ojitos se le alumbran, extiende la manito a la cara materna y se mueve de felicidad, incluso trata de sonreír o decir algo. Al experimentar el amor de su madre, el niño se llena de amor y no puede dejar de expresarle amor a ella.

O pensemos en una anciana enferma en un hospital que recibe la visita de sorpresa de una amiga íntima. Cuando las dos empiezan a compartir recuerdos y anécdotas comunes, ambas se alegran y ríen, pero la tensión arterial de la enferma, que estaba alta, baja. Su respiración se hace menos laboriosa y los latidos del corazón se estabilizan. La alegría y el amor que se manifiestan en este encuentro reducen los temores y las ansiedades de la paciente. El encuentro le ha asegurado que alguien la valora y la aprecia. Antes de la visita ella tenía mal genio y se enojaba con sus enfermeras, pero ahora está más relajada, más sonriente y coopera más. El cariño y la atención de su visitante la hace más amable y bondadosa. ¡El amor engendra el amor!

De modo similar, cuando nosotros experimentamos el amor de Dios, nos sentimos inspirados a corresponderle el amor con demostraciones parecidas a las del bebé a su madre. Al mismo tiempo, la experiencia del amor de Dios nos lleva a ser más tolerantes y afables con nuestros seres queridos y con quienes tenemos contacto a diario; de esa forma podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios.

Amémonos los unos a los otros. Hay otro aspecto de esta “lógica divina” del amor que engendra el amor, y es importante entenderlo. Describiendo este aspecto, el Papa Francisco cita un pasaje de la Primera Carta de San Juan: “Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios... Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1 Juan 4, 7. 11).

En efecto, así como la experiencia del amor de Dios puede hacernos más bondadosos, así también el esfuerzo que hagamos para ser más bondadosos y cariñosos nos predispone para recibir una mayor unción del amor de Dios. Cuando nos demostramos bondad y cariño los unos a los otros nos resulta más fácil ver a Jesús en nuestros hermanos y hermanas y así nos sentimos más cerca del Señor y de su amor.

Para enfatizar este punto, el Papa Francisco citó el ejemplo de un joven, el Beato Pier Giorgio Frassati (1901-1925), que fue conocido en todas partes de Turín, Italia, por sus actos de generosidad hacia los pobres y los necesitados. Pier Giorgio dijo una vez: “Jesús me visita cada mañana en la Sagrada Comunión, y yo le retribuyo la visita del único, aunque indigno, modo que yo sé, visitando a los pobres.” Este joven había aprendido a encontrar a Jesús en los pobres y esto le ayudó a profundizar mucho su relación con el Señor en la Sagrada Comunión.

Pier Giorgio no está solo, porque muchos de los grandes santos, como San Francisco de Asís, Santa Teresita de Lisieux, San Junípero Serra y San Alberto Hurtado, también encontraron el amor de Dios cuando se compadecieron y ayudaron a los que sufrían en sus ciudades, sobre todo los pobres y los postergados. Así pues, nos convendría recordar esto para animarnos en nuestro caminar con el Señor, porque a veces vemos que el amor de Dios actúa desde el interior del corazón y nos mueve a la acción externa; en otras ocasiones su amor nos llega “desde el exterior”, cuando nos encontramos con Cristo al servir, ayudar y atender a los demás.

Apela al idealismo. El Papa Francisco comprende que los jóvenes están cansados de las divisiones que hay en el mundo, tanto en las familias como entre los pueblos y naciones; sabe que están cansados de las luchas partidistas e ideológicas que son tan frecuentes en la política y a veces en la Iglesia. Pero en lugar de abordar estos temas directamente con los jóvenes, ha decidido apelar a su idealismo y su deseo de que todo cambie.

Cuando les aconseja a ellos, y a todos nosotros, que opten por preferir la misericordia antes que el juicio, les está diciendo que eleven la mirada a Jesucristo, cuya misericordia dura para siempre. Les dice a ellos, y a todos nosotros, que no tengan miedo de buscar al Señor, y los exhorta a buscar el amor de Cristo, aquel amor que es capaz de hacer brotar el amor en el corazón de todos. Estos son los mensajes que el Santo Padre llevó a los jóvenes en Cracovia. Acatémoslo todos, seamos jóvenes o no, pues el amor de Cristo también apela al idealismo que todos los creyentes llevamos dentro: el idealismo de la vida de la gracia y el amor.

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