La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Mayo 2016 Edición

La batalla por la vida

Los “por lo tanto” de San Pedro

La batalla por la vida: Los “por lo tanto” de San Pedro

Un obrero industrial gana la lotería y se hace millonario en un instante. Un matrimonio de cierta edad, pero sin hijos, descubre que ella ha quedado embarazada.

Una pudiente familia adopta a un huérfano indigente de África y éste se encuentra de repente en una vida de privilegios y abundancia. En cada una de estas situaciones, un gran suceso inesperado hace que la vida de alguien cambie completamente y para mejor.

Pero aun cuando estos acontecimientos son maravillosos, también es verdad que los cambios que conlleva cada situación requerirán un enorme grado de ajustes. El huérfano de África, por ejemplo, se encuentra en una casa hermosa pero desconocida, debe aprender un idioma distinto y adoptar una cultura totalmente nueva. El matrimonio mayor tiene que acostumbrarse a recibir, amar y cuidar a una nueva personita y lidiar con todo lo que significa ser padre y madre más tarde en la vida.

Si tratáramos de relatar estas situaciones en el estilo de los escritos de la Biblia, posiblemente diríamos algo como lo siguiente: “Me acabo de enterar de que voy a tener a un bebé; por lo tanto, tendré que aprender a hacer varias cosas nuevas.” O bien, “Recién me he mudado a la casa de mis padres adoptivos; por lo tanto, debo acostumbrarme a dormir en una cama y no en el piso, tengo que aprender a comer una comida completamente diferente y a llevar una vida muy distinta.” En cada una de estas situaciones, el término por lo tanto da a entender que se ha producido un cambio radical en la vida y que ahora habrá que adoptar hábitos completamente nuevos.

Por lo tanto. . . estén preparados y usen de su buen juicio... (1 Pedro 1, 13). Por lo tanto, desechando toda malicia... (2, 1). Por lo tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, ármense también ustedes con el mismo propósito... (4, 1).

Para San Pedro, el término “por lo tanto” cumple la función vital de conectar las asombrosas bendiciones que señala al principio de su carta con los cambios de vida que esas bendiciones deben causar en los creyentes. Estas palabras son tan importantes que, de hecho, el apóstol dedica el resto de su carta —93 versículos de un total de 105— a explicar el “por lo tanto” de cómo hemos de llevar la vida cristiana.

En efecto, Pedro usa estas breves palabras “por lo tanto” para poner de relieve el hecho de que el llamado de Dios tiene consecuencias, porque si queremos conocer las bendiciones incluidas en la nueva vida que Dios nos ofrece, hay ciertas cosas que debemos hacer. La gracia de Dios está sobre usted, por lo tanto, usted debe llevar una vida que sea grata al Señor. Jesucristo ha resucitado y le ha dado a usted la esperanza de su propia resurrección; por lo tanto, usted debe dedicarse hoy a vivir bajo la luz y el poder de esa resurrección.

Cada vez que Pedro utiliza estas palabras, lo hace porque quiere enfatizar tanto lo que hace el Espíritu Santo en nosotros como el fruto que daremos si hacemos el esfuerzo necesario y cooperamos con la gracia del Espíritu. Para el apóstol, junto con “nacer de nuevo a una esperanza viva” (1 Pedro 1, 3), hemos recibido una serie de desafíos, es decir, acciones específicas que debemos realizar para llegar a conocer lo maravilloso que es ser parte de un “sacerdocio real” destinado a servir a Dios (2, 9).

Por lo tanto. . . prepárense para la batalla. Por lo tanto, preparen su entendimiento para la acción. . . . no se conformen a los deseos que antes tenían. . . . sean ustedes santos en toda su manera de vivir. (1 Pedro 1, 13-15)

Pedro explica a sus lectores que Jesucristo ha resucitado y, por lo tanto, tenemos la promesa de nuestra propia resurrección al final de los tiempos. Pero esto es sólo una parte de la promesa. Junto con la resurrección de Cristo, tenemos la promesa de que podemos vivir hoy como gente ya resucitada y elevada al cielo. Pero como sucede con muchos otros aspectos del Evangelio, esta promesa existe ahora sólo en forma potencial, vale decir, que puede concretarse si actuamos con fe. Por eso, el apóstol nos aconseja prepararnos para la acción.

Dios no quiere que nuestra mente sea como una esponja, que absorbe todo pensamiento que le llegue y que esté sujeta a cualquier cambio de humor y capricho que se le presente. El Señor quiere que consideremos que la mente es como un campo de batalla, en el que las tentaciones del mundo y las artimañas del diablo están constantemente haciendo guerra a los deseos de santidad que tengamos.

Ya sea que lo veamos o no, lo cierto es que día tras día estamos en medio de una batalla. Esto puede manifestarse en la tentación de no querer deshacerse de resentimientos antiguos o en el deseo de forjarnos una buena reputación a costa de otra persona. También puede referirse al deseo que tengamos de dedicar tiempo o no a estar con Jesús y llenarnos de su amor o pensar que podemos resolver las dificultades por nuestros propios medios. Pedro conocía esta batalla y por eso instaba a sus lectores a que se abstuvieran “de las pasiones carnales que combaten contra el alma” (1 Pedro 2, 11), y les advertía que el diablo anda siempre merodeando y “buscando a quien devorar” (5, 8).

Hermano, si quieres experimentar la victoria, una de las mejores estrategias que puedes usar es adoptar el hábito de analizar cuáles son tus pensamientos en el curso del día. Varias veces al día, deja de hacer lo que estás haciendo y ve si estás conectado con Dios. Trata de leer algún pasaje corto de la Escritura o pensar en Jesús con amor. Si hay algo de lo que te acusa tu conciencia, arrepiéntete y dedícate de nuevo al Señor.

Una práctica sencilla como ésta puede dar excelentes resultados para ganar las batallas que se nos presentan a diario. Aunque parezca muy insignificante, hacer esto tiene el potencial de llenarnos de una paz y una alegría que sólo pueden provenir de Dios. Tal vez no parezca muy útil al principio, pero con el tiempo, a medida que veamos victoria tras victoria, nos encontraremos más unidos a Cristo y seremos capaces de hacer frente a los desafíos de la vida con más confianza y esperanza.

Una nueva luz para entender el sufrimiento. Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal (1 Pedro 3, 17).

En todas las guerras hay combates y bombardeos y se causa enorme dolor, sufrimiento y mortandad. En la vida cristiana, el sufrimiento puede deberse a que tomamos decisiones impopulares o adoptamos una actitud contraria a la corriente dominante en la sociedad. También puede producirse cuando tratamos de combatir contra los malos deseos y hábitos de pecado en nosotros mismos. En otras ocasiones, sufrimos cuando tratamos de no ceder y más bien rechazar las tentaciones del diablo o los atractivos del mundo.

No hace falta decir que a nadie le gusta sufrir, pero todos tenemos dolores y padecimientos, seamos creyentes o ateos, ricos o pobres, fuertes o débiles. Por eso, no se trata de saber si vamos a sufrir o no; sino “¿cuál ha de ser mi actitud cuando me toque sufrir?”

Resulta obvio que aquellos a quienes Pedro les escribía estaban pasando por dificultades y pruebas, y quiso ayudarles a entender lo que estaban experimentando, a fin de que tuvieran confianza para no desistir de la elevada vocación que habían recibido. Por eso comienza diciéndoles que si alguno entre ellos sufre porque ha cometido algo incorrecto, no hace más que cosechar lo que ha sembrado. Pero si el sufrimiento se debe a su amor y dedicación a Cristo, lo que debía hacer es mantenerse firme en su fe y seguir avanzando en la vida de obediencia y confianza.

En lugar de eludir el sufrimiento, deberíamos cobrar ánimo porque sabemos que si sufrimos por causa de Jesús, él está especialmente junto a nosotros ofreciéndonos su fortaleza y su consuelo y nunca deberíamos dudar del amor de Dios en medio de las dificultades y tribulaciones. Incluso Pedro nos aconseja que no nos sorprendamos cuando veamos que nos llegan tiempos como esos (1 Pedro 4, 12). ¿Por qué? Porque lo mismo le sucedió a Jesús, y sufrir por nuestra fe es una señal de que estamos imitando al Señor.

Alégrese de las promesas. Conforme avanza la temporada de Pascua, dedique tiempo a orar y reflexionar en todas las maravillosas bendiciones que Jesús ganó para usted en la cruz; medite y rece sobre la vocación, la herencia y el don del Espíritu Santo que usted ha recibido. Pero piense y rece también en lo que Dios le pide que usted haga, de modo que asuma esta vocación y esté consciente de la dignidad que significa ser miembro de la “nación santa” escogida y destinada al cielo (1 Pedro 2, 9).

Dios nos ha hecho numerosas promesas, sobre las cuales Pedro escribió al principio de su carta, y nosotros podemos apropiarnos de todas ellas si entramos en la presencia de Cristo mediante la fe y la oración y nos dedicamos a permanecer muy cerca de él durante el día. Naturalmente, estamos en una batalla, y habrá ocasiones de sufrimiento a lo largo del camino; pero en todas las dificultades podemos alegrarnos porque somos parte de un pueblo escogido y destinado al cielo. Podemos alegrarnos de que cada uno de nosotros pueda conocer a Dios de un modo personal y directo. Este era el sueño de Pedro para “los exiliados” a quienes les escribió su carta hace tanto tiempo y es su sueño para nosotros también. Que Dios te bendiga en esta temporada de Pascua y te colme de su gracia, su sabiduría y su poder.

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