La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2015 Edición

Hágase, Señor, tu voluntad

Santa Teresa nos habla del Padre Nuestro

Hágase, Señor, tu voluntad: Santa Teresa nos habla del Padre Nuestro

Santa Teresa de Ávila (1515-1582), el Quinto Centenario de cuyo nacimiento se celebra en 2015, escribió su iluminado libre Camino de Perfección, a petición de sus religiosas que deseaban aprender algo más sobre la oración y la contemplación. Los capítulos 27 a 42 se refieren específicamente al Padre Nuestro, y de ellos tomamos algunos párrafos seleccionados para conocer lo que ella enseñaba acerca de la oración.

¡Oh, Señor mío, qué bien te revelas como Padre de un Hijo como él y qué bien se revela él como Hijo de un Padre como tú! ¡Bendito seas por siempre jamás! ¡Oh, Hijo de Dios y Señor mío! ¿Cómo nos das tanto en la primera palabra? Ya que te humillas a tal extremo al unirte a nosotros para orar y hacerte hermano nuestro, que somos cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos das en nombre de tu Padre todo lo que se puede dar, pues quieres que nos tenga por hijos, porque tu palabra no puede faltar?... Si volvemos a él, él nos ha de perdonar, como al hijo pródigo, y nos ha de consolar en nuestros trabajos; nos ha de sustentar como debe hacerlo un Padre como él. (27, 1. 2)

Santificado sea tu nombre. Esta oración es en sí cosa sobrenatural, y no la podemos procurar nosotros por mucho que tratemos; porque es un ponerse el alma en paz, o mejor dicho ponerla el Señor con su presencia, como lo hizo con el justo Simeón, porque todas las potencias se sosiegan. El alma entiende, de una manera muy distinta a como entiende con los sentidos exteriores, que está ya junto a su Dios y que con poquito más llegará a ser una misma cosa con él en la unión. (31,2)

Nada hacemos por nosotros mismos, ni trabajamos ni negociamos, ni nada más hace falta; porque todo lo demás estorba para decir fiat voluntas tua: Cúmplase, Señor, en mí tu voluntad de todos los modos y maneras que tú, Señor mío, dispongas. Si quieres que sea con trabajos, dame fuerzas y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro. Padre mío, tampoco es correcto que te vuelva la espalda. Tu Hijo te dio mi voluntad en nombre de todos, de modo que no hay razón para que yo falle; sino que me concedas el bien de tu Reino para que yo pueda hacer tu voluntad, pues él lo pidió para mí, y dispongas de mí como de algo tuyo, conforme a tu voluntad. (32,10)

Les doy un consejo: No piensen en llegar a este punto por sus propias fuerzas o diligencia, porque les será inútil y la devoción que tengan se les enfriará; pero con simplicidad y humildad, que todo lo logra, digan fiat voluntas tua. (32,14)

Danos hoy nuestro pan de cada día: Habiendo recibido al Señor, y dado que tienen delante a la Persona misma, procuren cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y mírense al corazón; porque les digo, y otra vez lo repito y muchas veces quisiera decirlo, que adopten esta costumbre todas las veces que comulguen, y que procuren tener una conciencia tal que les sea lícito gozar a menudo de este Bien, que no viene tan disfrazado que no se dé a conocer, como lo he dicho de muchas maneras, conforme al deseo que tenemos de verle; y si mucho desean verlo, se les descubrirá del todo. (34,12)

Mas líbranos del mal. Me parece que tiene razón el buen Jesús de pedir esto para sí, porque ya vemos lo muy cansado que estaba de esta vida cuando dijo a sus apóstoles en la última cena: “Cuánto he deseado cenar con vosotros”, porque era la última cena de su vida. Aquí se ve lo muy cansado que ya debía estar de vivir aquí. Ahora no se cansan de vivir los que llegan a cien años, sino que siempre desean vivir más. En realidad, no la pasamos tan mal ni con tantos sufrimientos como Su Majestad la pasó, ni con tanta pobreza. ¿Qué fue toda su vida sino una continua muerte, siempre trayendo ante sus ojos la muerte tan cruel que le iban a dar? Y esto era lo menos, ¡cuántas ofensas se hacían a su Padre y cuánta multitud de almas se perdían! Pues si a una que tenga caridad aquí en la tierra esto le parece un gran tormento, ¿qué gran tormento sería para la caridad infinita del Señor? (42,1)

Ahora miren, hermanas, cómo el Señor ha quitado de en medio la dificultad que había en mi enseñanza cuando comencé a explicarles el camino a ustedes y a mí, dándome a entender lo mucho que pedimos cuando decimos esta oración. Bendito sea por siempre, que es cierto que encierra en sí todo el camino espiritual, desde el principio, hasta que Dios envuelve el alma entera y le da a beber con abundancia de la fuente de agua viva que dije estaba al final del camino. Parece que el Señor nos ha querido dar a entender, hermanas, la gran consolación que está aquí encerrada… Si lo entendiesen, por esta oración podían sacar mucha doctrina y consolarse en ella. (42,5).

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