La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Enero 2014 Edición

El valor de la fe católica

Vale la pena ser un católico practicante

Por: Hosffman Ospino

El valor de la fe católica: Vale la pena ser un católico practicante by Hosffman Ospino

Lo más seguro es que todos conozcamos a personas católicas que un día fueron bautizadas, pero que nunca vemos en las iglesias celebrando la Eucaristía ni orando con el resto de su comunidad parroquial; no reciben los sacramentos, no leen la Biblia y tampoco participan en ningún evento en una comunidad de fe.

¡Y aun así, muchas de estas personas se identifican como católicas!

Este no es un juicio negativo sobre esas personas. Es, de hecho, un reconocimiento de la oportunidad que tenemos los fieles para ayudar a muchos católicos que conocemos a reencontrarse con su fe y con el amor de Dios revelado en Jesucristo. Estas personas están en todas partes. A veces son nuestros hijos, esposos o esposas, familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos o conocidos. Algunos no practican su fe simplemente porque esto nunca ha sido parte de su vida. Son católicos nominales, “de nombre”. Otros se han alejado de la práctica de la fe citando situaciones prácticas como el trabajo, la vida profesional, los hijos, los estudios, la exigencias de la vida como inmigrantes y muchas otras realidades que ocupan su tiempo. Otros más han sido heridos, maltratados o escandalizados por alguien que se suponía debía ser un testigo verdadero del amor de Dios.

El católico practicante. El catolicismo en el mundo entero se ha lanzado a la tarea de la Nueva Evangelización, esfuerzo en cuyo centro se encuentra el compromiso de anunciar la Buena Nueva de Jesucristo una vez más, especialmente a los que ya son bautizados y que escucharon el mensaje de la salvación en algún momento, pero que todavía no lo han hecho parte de su vida. La Nueva Evangelización es, ante todo, el deseo de ayudar a nuestras familias, comunidades y sociedades a apreciar que vale la pena ser un católico practicante.

¿Pero qué significa exactamente ser un católico practicante? ¿Cuáles son las ventajas de vivir y practicar nuestra fe en la vida diaria? La verdad es que se pueden escribir libros enteros para responder a estas dos preguntas. Hace poco escribí un libro corto, que trata de responder a estos dos interrogantes de una manera sencilla y agradable. El libro se llama El catecismo de Pedro: ¿Quién dices que soy yo? ¿Por qué dudas? ¿Me amas? (Liguori Publications, 2011). Creo que la mejor manera de abordar el tema de lo que significa ser un católico practicante en el breve espacio de este artículo, es pensar en tres ventajas clave: 1) el fortalecimiento de nuestra relación con Jesucristo, 2) la participación en una comunidad de creyentes que esté dispuesta a acompañarnos en el caminar de la fe, y 3) el crecimiento personal, por medio de la gracia sacramental y la vida de oración. Digamos un poco más sobre estas tres ventajas.

Discípulos de Jesucristo. Practicar la fe exige que seamos honestos con relación a nuestra identidad como seguidores del Señor. En otras palabras, si decimos ser cristianos católicos, en algún momento cada uno tiene que preguntarse: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Reflejan mis acciones y compromisos la fe que proclamo con mis labios? ¿Es Jesucristo el Salvador que resucitó para darme la vida eterna, el Señor de mi vida? La palabra discípulo significa “seguidor.” Pero seguir al Señor exige que estemos dispuestos a escucharle y a aceptar la invitación a ser testigos de su amor, en medio de las distintas circunstancias en las cuales se desenvuelve nuestra vida. Seguir al Señor es conocer su mensaje, que encontramos de manera clara y concisa en los Evangelios y que la Iglesia lo explica en lenguaje apropiado a cada generación de creyentes y cada cultura a través de los siglos.

Pero quizás el efecto más importante de ser seguidor de Jesucristo es que el creyente cristiano vive en una relación íntima con Dios por medio del Señor resucitado. En esta relación nos encontramos con Dios cara a cara, tal como somos, con nuestras inquietudes y nuestras certezas, nuestros gozos y nuestras esperanzas, nuestras fortalezas y debilidades. Como discípulos de Jesucristo, no tenemos que cambiar quienes somos, excepto cuando se trata del pecado, pues no podemos amar y rechazar a Dios al mismo tiempo. Pero una vez que decidimos aceptar al Señor y postrarnos ante sus pies, el Señor nos acoge y nos ama con amor infinito. Todo lo que Dios es, lo es para nosotros. ¡He ahí la grandeza de la Revelación! Dios es amor y con ese amor nos ama; Dios es vida y con esa vida nos sostiene; Dios es misericordia infinita y con esa misericordia nos perdona cuantas veces sea necesario. Nuestra meta como seres creados a imagen y semejanza de Dios es vivir con Dios ahora y en la eternidad. Así pues, ser un católico practicante es aceptar el llamado a vivir en una relación íntima con Dios por medio de Jesucristo.

Vida de comunidad. Cuando Dios nos llama a vivir la experiencia del amor divino por medio de Jesucristo resucitado, lo hace a manera de invitación. Esta es una invitación que es al mismo tiempo personal y universal. Es personal en cuanto cada individuo, con libertad y alegría, decide aceptar la invitación de Dios. Es universal en cuanto todo ser humano, sin excepción alguna, está llamado a la salvación en Jesucristo. La comunidad de quienes han aceptado esta invitación tan importante es la Iglesia. Dios llama a todos a ser parte de la Iglesia y a practicar nuestra fe como comunidad. Es por eso que es extraño escuchar que alguien diga ser cristiano católico sin participar activamente en una comunidad eclesial.

Como miembros de la Iglesia, los católicos somos parte de una familia en la cual nos preocupamos sinceramente los unos por los otros, a la luz de la fe en Jesucristo resucitado. Esta experiencia de familia eclesial se hace realidad de manera concreta en la parroquia, en el movimiento eclesial, en los grupos de oración y reflexión, en los grupos de estudio de la fe, en los colegios católicos y las universidades católicas, y de una manera especial en la familia, la cual se ha llamado a través de la historia “la iglesia doméstica”.

En la comunidad eclesial nos encontramos unos con otros celebrando y explorando los misterios de la Revelación de Dios. Nuestras comunidades nos ayudan a responder a las interrogantes que tenemos sobre la fe. En estas comunidades, ya sea la parroquia u otra expresión de vida eclesial y por el testimonio de otras personas descubrimos que sí se puede ser un católico practicante. Cuando vemos que otros viven y practican su fe, abrimos nuestros horizontes a las muchas posibilidades que hay de vivir el discipulado cristiano en la vida diaria. Es cuando vivimos y practicamos nuestra fe en comunidad que podemos compartir nuestras necesidades, físicas o espirituales, y con toda seguridad encontraremos a muchas personas dispuestas a darnos la mano, porque eso es lo que significa ser comunidad. Al mismo tiempo nosotros nos encontramos con la oportunidad de ayudar a otras personas que están experimentando alguna necesidad, pues es viviendo y practicando nuestra fe en comunidad que aprendemos a ver el rostro de Cristo en los demás.

Crecimiento espiritual. Sería un poco ingenuo tratar de medir matemática o científicamente los efectos que tiene la vida espiritual en una persona o una comunidad. Sin embargo, sí podemos reconocer signos de que Dios obra en nuestras vidas. También podemos observar con claridad cuando una persona carece de una relación sincera y profunda con Dios. Al practicar nuestra fe como cristianos católicos nos encontramos con la oportunidad de permitir que la vida íntima de Dios, es decir la gracia divina, nos transforme. Aunque esto ocurre en cada instante de nuestra existencia (pues existir en sí mismo es un efecto de la presencia de Dios), es en los sacramentos en donde experimentamos esa gracia divina de una manera más profunda. Los sacramentos son encuentros en los cuales Dios nos comunica su vida. Por ejemplo, en el Bautismo, somos incorporados a la familia de la Iglesia; en la Eucaristía, Dios nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, su Hijo; en la Reconciliación, experimentamos el amor misericordioso de Dios y en el Matrimonio, la pareja refleja el amor de Dios que da vida y lo renueva todo. Algo similar ocurre con los demás sacramentos. Por consiguiente, la vida sacramental nos transforma y por medio de la gracia divina nuestra vida se convierte cada vez más en un signo auténtico de la presencia de Dios en la historia.

Y porque la vida cristiana es una vida de relación con Dios y con los demás, la oración se convierte en la manera más hermosa de mantener y fortalecer estas relaciones. Así como sería imposible mantener una amistad sin comunicación o un matrimonio sin diálogo constante, la vida cristiana no puede ser vibrante sin una vida activa de oración. Por eso, ser un católico practicante significa establecer una disciplina constante de oración. A muchos se les facilita la oración personal o individual, especialmente por medio de la meditación y el estudio; pero para la gran mayoría de los cristianos, la oración comunitaria es la que resulta ser más atractiva. Esta oración comunitaria se hace vida por medio de las celebraciones litúrgicas, las meditaciones bíblicas, los estudios dirigidos, los retiros, la música de alabanza y meditación, el arte religioso, etc. Todos necesitamos tener un balance entre la oración personal y la comunitaria. Cualquiera que sea el mejor estilo de oración o el contexto en el que la hagamos, lo importante es que la oración pase a ser parte integral de nuestra vida.

En conclusión, en el contexto de la Nueva Evangelización, estamos invitados a evaluar con cuánta sinceridad estamos viviendo y practicando nuestra fe cristiana católica. Todos tenemos que hacer esta evaluación día a día, pues ser católico no es algo que se logre un día y después no hay nada más que hacer. Todo lo contrario, ser católico es un proyecto de vida que culmina sólo cuando estemos ante la presencia de Dios en la eternidad. Por eso, cada día es un paso más en el camino hacia el discipulado cristiano. Ya sea que tú seas un católico practicante o uno de los católicos descritos al comienzo de este artículo, todos tenemos la responsabilidad de renovar nuestro compromiso con el Señor. A quienes se encuentran en un proceso de discernimiento y no están practicando su fe católica, ya sea porque nunca lo han hecho comprometidamente, porque están muy ocupados o porque han sido heridos por alguna razón, que ésta sea una oportunidad de considerar la gracia y la alegría de ser un católico practicante.

Hosffman Ospino, PhD, es profesor de teología y educación religiosa en la universidad jesuita Boston College de los Estados Unidos, en donde también es director de programas de postgrado en ministerio hispano. Correo electrónico: ospinoho@bc.edu

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