La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril 2013 Edición

La historia continúa

Personas comunes dan testimonio del Espíritu Santo

La historia continúa: Personas comunes dan testimonio del Espíritu Santo

Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo . . . Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales que Dios hacía por medio de los apóstoles. (Hechos 2,4.43)

El Libro de los Hechos está lleno de relatos de curaciones milagrosas, conversiones dramáticas y viajes aventurados de misioneros valientes. Personas de condiciones y orígenes muy diferentes fueron dramáticamente transformadas por el Espíritu Santo cuando los apóstoles anunciaban las buenas noticias de la resurrección de Jesucristo a lo largo y ancho de todo el Imperio Romano. Pero las historias notables como ésas no se limitan solo a las que aparecen en la Sagrada Biblia; no son simplemente reliquias del pasado que aparecen allí supuestamente para hacernos soñar con la ilusión de una era de mayor devoción y santidad, pero ya pasada hace tiempo. ¡No, el Señor sigue actuando hoy con todo su poder y los sucesos milagrosos siguen ocurriendo hoy también!

A continuación incluimos tres testimonios de lo que hace el Espíritu Santo en nuestros días. Cuando leas estas historias, deja que el Espíritu te muestre lo que puede hacer también en tu propia vida.

Un abogado entre condenados a muerte. “Yo era un abogado bastante exitoso especializado en derecho comercial. Pero hace diez años, algo cambió en mí y desde entonces ya no he sido el mismo. En esa época, yo había ido a participar en una conferencia de abogados en una gran ciudad y una mañana, cuando caminaba hacia el centro de conferencias, confundí las calles y me desorienté, yendo a parar en un sector malo de la ciudad, en una calle de mucha basura, casas derruidas y llena de hombres sin casa.

“Como no sabía por dónde seguir, les pedí orientación a dos o tres de ellos, pero de alguna manera, cuando hablábamos, empecé a percibir en el corazón un gran sentido de compasión por estas pobres almas. Todo lo que yo había logrado conseguir en la vida —mi familia, mi carrera, dinero, posesiones y éxito material— me pareció tan pequeño en aquel momento. Comencé a ver que estos hombres eran seres humanos igual que yo en todo sentido. Ellos también tenían un alma, necesidades, sueños y deseos, y Dios también los amaba profundamente, como a mí.

“Cuando finalmente llegué al centro de conferencias, simplemente no pude poner atención a ninguna de las presentaciones. No podía quitarme de la mente la imagen de aquellos hombres con los que me acababa de encontrar. De regreso a casa unos días más tarde, todavía no podía dejar de pensar en esa gente. Por extraño que parezca, empecé a considerar seriamente la idea de renunciar a mi bufete de abogados y dedicarme a trabajar con los pobres, deseo que fue creciendo en los meses siguientes. Mi esposa y yo hablamos de que ella sería la única que proveería para nuestros gastos y yo dejaría mi trabajo para dedicarme a ayudar a los sin casa y otros necesitados.

“Después de meses de pensarlo, rezar y conversar mucho al respecto, decidimos hacer la prueba por un año. Ese primer año resultó ser muy satisfactorio y decidimos que la prueba había terminado y que era tiempo de que yo iniciara un ministerio de tiempo completo. Así fue que empecé a trabajar como capellán laico dedicado a ayudar a los presos condenados a muerte. Y todo esto sucedió porque una noche confundí el camino y me perdí, y el Espíritu Santo me encontró.”

No les grites. “Hace un par de noches, llegué a casa realmente cansado y estresado por algunos problemas que había tenido en el trabajo. Todo que quería era cenar, relajarme y sentarme a mirar televisión, pero en cuanto abrí la puerta me di cuenta de que ésta no iba a ser una noche tranquila.

“Los niños estaban sumamente alterados gritaban y reñían sin cesar y mi esposa casi no los podía controlar. Cuando veo que mis hijos tratan mal a su madre, eso me irrita sobremanera y eso fue lo que sucedió. Pronto me di cuenta de que por dentro me estaba llenando de cólera y que de un momento a otro iba a estallar en actitudes de violencia y mal genio y cuando eso sucede, digo y hago cosas que nunca sirven para resolver nada.

“Queriendo evitar que sucediera eso, me fui al dormitorio para calmarme y empecé a rezar: “Señor, ayúdame, no me siento capaz de soportar esto.” Respiré profundo un par de veces, me quedé quieto por unos minutos y traté de imaginarme que Jesús estaba allí sentado a mi lado, mientras yo me desahogaba.

“En el silencio de aquellos pocos momentos de oración, sentí que el Señor me decía: ‘Aunque los niños se porten mal esta noche, no les grites.’ Era tan sencillo, pero muy reconfortante, y por eso supe que el que me hablaba era el Espíritu Santo.

“Así fue que por el resto de la tarde me esforcé por hablar con voz suave y calmada. Abracé a cada uno de mis hijos y les dije que los amaba. Finalmente, todos se calmaron y la paz volvió a nuestro hogar. Y todo fue porque recé al Espíritu Santo y le pedí ayuda.”

Yo confieso. “He sido católico desde pequeño, pero en realidad eso no significaba mucho para mí. A los 28 años, yo era un hombre como cualquier otro. Había organizado un pequeño negocio y tenía cinco empleados. Todo parecía ir bien para mí y yo pensaba que tenía los pies bien asentados en la tierra.

“Entonces sucedió. Un amigo cercano me invitó a un retiro de fin de semana llamado ‘Cristo Renueva Su Parroquia’. Yo no quería ir en absoluto y me parecía que sería una completa pérdida de tiempo, pero mi amigo insistió una y otra vez hasta que finalmente cedí y fui con él.

“En el retiro hubo oración y adoración, testimonios y oportunidad para confesarse, se celebró la Misa y leímos pasajes de la Escritura. Los que dirigían el retiro eran sinceros y apasionados en lo que decían, y estaba empezando a gustarme, pero al mismo tiempo yo también pensaba en cuánto faltaba para que todo terminara y pudiera irme a casa.

“Entonces, algo sucedió. Uno de los testimonios que escuché me hizo recordar parte de mi vida pasada, y me pareció que tenía que hacer algo sobre lo que estaba escuchando. Esa tarde había la posibilidad de confesarse, cosa que yo no había hecho en años. Pero no solo eso, esta confesión era diferente, porque los que dirigían el retiro habían repartido una hoja con un examen de conciencia para que no se nos olvidara nada. Cuando me tocó a mí, pude reconocer algunas cosas que yo había hecho y que nunca le había contado a nadie; además, también pude librarme de algunas heridas emocionales que tenía desde hacía tiempo y que no había querido reconocer.

“Aquella confesión me cambió la vida. Por primera vez en muchos años me sentí realmente libre. Se me llenó el corazón de alegría y supe que Dios estaba muy cerca de mí. Nunca olvidaré lo que el Espíritu Santo hizo por mí aquel fin de semana. Mi vida se renovó y sentí que había ‘nacido de nuevo’.”

Señales del Espíritu. Durante la temporada de Pascua, la Iglesia recuerda muchos de los maravillosos milagros que sucedieron cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y salieron a predicar el Evangelio. ¡Que fácil es leer esos relatos y pensar que no son más que lecciones de historia antigua! En efecto, es fácil creer que todo lo que Pedro o Pablo hacían eran obras milagrosas, y que nosotros jamás podríamos ver nada como eso en la vida actual. Este razonamiento nos encierra en una visión idealizada de la Iglesia primitiva, y al mismo tiempo en una visión demasiado pesimista de la Iglesia de nuestros días.

Sí, es cierto que aquello que leemos en los Hechos de los Apóstoles son sucesos asombrosos, y es muy inspirador para nosotros recordarlos año tras año, pero la inspiración que nos dan estas historias debe ayudarnos a reforzar la esperanza que tenemos hoy, porque lo cierto es que el mismo Espíritu Santo que realizó tantos milagros en la experiencia cristiana de los apóstoles quiere hacer cosas similares para nosotros en la vida actual. Hoy también podemos ver curaciones milagrosas y conversiones tan asombrosas como las que se describen en los Hechos. Los tres testimonios que hemos relatado en este artículo reafirman esta verdad.

Así como los primeros cristianos vieron que Dios actuaba milagrosamente entre ellos, hoy también vemos señales de su presencia. Los padres de familia que se entregan al Señor reciben la sabiduría necesaria para llevar a sus familias por el camino recto. Hay mucha gente que se siente deseosa de ayudar a los pobres y marginados al punto de abandonar carreras profesionales sumamente satisfactorias y productivas. Otras personas que no han tenido intención alguna de entregarse al Señor, lo están haciendo ahora, a veces por la persistencia y la oración de algún amigo o conocido.

Creer. En la Última Cena, Jesús dijo a sus apóstoles: “El que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre” (Juan 14,12). ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo podemos hacer cosas mayores que las que hizo Jesús?

La respuesta es simple. El Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, habita en el corazón de sus fieles y Él hace posible que nosotros seamos las manos y los pies de Dios en este mundo. Así pues, en estos cincuenta días del tiempo de Pascua alegrémonos todos por la manera en que el Espíritu Santo nos guía, nos conduce y derrama sus bendiciones sobre la Iglesia y sobre el mundo entero.

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