La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril 2013 Edición

La temporada del Espíritu Santo

El Libro de los Hechos nos enseña a prepararnos para Pentecostés

La temporada del Espíritu Santo: El Libro de los Hechos nos enseña a prepararnos para Pentecostés

Cincuenta días. Eso es todo lo que dura la temporada de Pascua, el tiempo que tenemos entre la Pascua, cuando celebramos la gloriosa resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, y el Domingo de Pentecostés, la época en que la Iglesia nos invita a recibir un torrente fresco y poderoso del Espíritu Santo.

No es mucho el tiempo, por eso conviene que dediquemos estos 50 días a leer el Libro de los Hechos de los Apóstoles y a meditar en lo que nos enseña. En ninguna otra parte de la Biblia encontramos una mejor descripción de todo lo que el Espíritu Santo hace y en ninguna otra parte leemos tantas historias de cómo el Espíritu transformó y ungió a hombres y mujeres comunes, les llenó de poder y les envió al mundo como embajadores del Señor. Por eso, en este tiempo de Pascua vamos a reflexionar sobre algunas de estas historias, para aprender cómo actuó el Espíritu y cómo actúa hoy en el corazón de los fieles.

Llenos del Espíritu. San Lucas comienza los Hechos con la promesa que Jesús hizo a sus apóstoles: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder” (Hechos 1,8). Es posible que los apóstoles hayan pensado que ya tenían todo lo que necesitaban porque, después de todo, habían pasado tres años aprendiendo el Evangelio del Señor e incluso cumpliendo su propia misión evangelizadora. Habían tenido el privilegio de ver al Señor resucitado después de la Pascua y luego estuvieron 40 días con Él, aprendiendo cada vez más sobre el Reino de Dios. Y acababan de permanecer nueve días reunidos, dedicados a la oración y a la reflexión. ¿Qué más podían necesitar?

El Espíritu Santo; eso es lo que necesitaban. Todo hasta aquel punto estaba bien y era provechoso, pero a pesar de lo que habían visto y oído, todavía necesitaban que el Espíritu entrara en el corazón de cada uno y les enseñara, les comunicara poder y los reanimara.

Y esto es exactamente lo que sucedió el día de Pentecostés. Lucas nos dice que en medio del viento huracanado y las lenguas de fuego, “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2,4). Cuando explica que quedaron “llenos”, quiere decir que los apóstoles experimentaron un claro sentido de la poderosa presencia de Dios y se sintieron llenos de su amor. Era algo que, sin venir de ellos mismos, les daba un nuevo entendimiento de Dios y un nuevo deseo de compartir su Evangelio.

Jesús ha enviado este mismo Espíritu Santo a todos los fieles para “llenarnos” de su gracia, de modo que también lleguemos a conocer a Dios y tengamos una nueva fuerza para compartir su Evangelio. Todos podemos hacer la obra del Señor, porque el Espíritu habita en nosotros; todo lo que hace falta es decirle que estamos dispuestos a actuar, con su fuerza y su gracia, y ser testigos fieles y eficaces de su amor y su poder.

Sorprendido por el Espíritu. Sin la menor duda, Pedro sabía que el Señor había venido a traer la salvación a los judíos. Pero, ¿cuál era el significado de aquella inquietante visión que tuvo cuando visitaba a unos amigos creyentes en la ciudad de Jope? (Hechos 10,9-26). En la visión, que sucedió a la hora del almuerzo, Dios le mandaba que comiera unos animales que los judíos siempre habían considerado impuros, diciéndole: “Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano” (10,15). Mientras Pedro consideraba la visión, que se repitió tres veces, llegaron tres hombres enviados por un oficial romano llamado Cornelio. Al parecer, el propio Cornelio había tenido una visión en la cual un ángel le decía que mandara llamar a Pedro. Movido por el Espíritu Santo, Pedro fue con ellos a la casa de Cornelio, a pesar de que la Ley de Moisés prohibía que los judíos entraran en la casa de un gentil, es decir, no judío.

Cuando Pedro les anunció la salvación en Jesucristo a Cornelio y su familia, el Espíritu Santo descendió sobre cada uno de los presentes y empezaron a alabar a Dios y profetizar, tal como les había sucedido a los apóstoles y la Virgen María en Pentecostés. Asombrado, Pedro declaró: “¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas?” (10,47). De modo que, después de todo, ¡el Evangelio no era solo para los judíos! Jesús había venido a salvar a todos los seres humanos sin discriminación alguna. Sorprendido, Pedro dejó de lado sus propias ideas de cómo actuaría Dios, y gracias a que fue dócil y obedeció al Espíritu Santo, una nueva era amaneció sobre la humanidad.

Sin duda hay ocasiones en que el Espíritu nos sorprende. Tal vez nos pida que dejemos de lado algún resentimiento o prejuicio que hayamos tenido desde hace mucho tiempo, o nos mueva a participar en un nuevo programa de evangelización o apostolado en nuestra propia parroquia, algo que tal vez nunca habíamos pensado hacer. O bien, quizás nos sintamos animados a tomar la iniciativa para reconciliarnos con una amistad interrumpida. Cualquiera sea la situación, es bueno que recordemos la manera como reaccionó Pedro. ¡Ojalá siempre estemos dispuestos a recibir y aceptar las sorpresas del Espíritu!

Guiado por el Espíritu. Saulo de Tarso era un judío devoto, un fariseo que cumplía y hacía cumplir religiosamente la ley (Filipenses 3,6). Había presenciado y aprobado el martirio de Esteban y después había emprendido una gran persecución contra los cristianos por considerar que pervertían la religión judía. Pero mientras iba rumbo a Damasco, una potente luz divina lo encegueció y así pudo ver que al perseguir a los cristianos estaba realmente persiguiendo a Jesús en persona (Hechos 9,5). Así pues, de la misma forma como Pedro fue guiado a aceptar a los gentiles como miembros de la comunidad cristiana, Saulo (más tarde llamado Pablo) necesitó que el Espíritu Santo le mostrara que Jesús era realmente el Mesías de Israel.

Pero esto fue apenas el principio para Pablo. Durante todo el resto de su vida, aprendió a ser obediente al Espíritu Santo para llevar a cabo el “trabajo” que Dios le tenía reservado (Hechos 13,2). En cierta ocasión, él y sus compañeros “pensaban entrar en la región de Bitinia (al suroeste del Mar Negro), pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió” (16,7). No sabemos cómo sucedió esto, pero de alguna manera Pablo y los demás percibieron la guía de Dios y la siguieron.

Pero el Espíritu Santo no se limita solo a llenar a los fieles de su amor y su alegría; también los mueve a actuar y los guía, porque Dios espera que su Espíritu sea un don permanente en nosotros, que nos comunique su sabiduría mientras dirige nuestros pasos; el Señor quiere guiarnos cuando entramos en el mundo cada día, para que sepamos cómo compartir su bondad y su compasión en el trabajo, la escuela y en todas partes. El Señor puede comunicarnos sabiduría cuando tenemos que afrontar una situación conflictiva en la familia, e incluso puede cambiar nuestros planes, como lo hizo con Pablo, y abrir nuevas posibilidades de apostolado para que seamos portadores de su buena noticia.

Recibe el Espíritu Santo. El Libro de los Hechos expresa que Dios quiere llenarnos del Espíritu Santo, sorprendernos y hasta guiarnos día a día. ¿Pero cómo sucede esto? Sucede cuando somos dóciles y obedecemos las inspiraciones del Espíritu. Así pues, a continuación señalamos alguna decisiones sencillas que todos podemos tomar para percibir mejor las mociones del Espíritu.

1. Aquieta el corazón. Parece algo simple, pero en el mundo actual tan saturado por los medios de difusión, a veces esto cuesta bastante. Los teléfonos celulares, los computadores manuales, las redes sociales y otros aparatos electrónicos nos han facilitado en cierto modo la vida, pero al mismo tiempo la han hecho más ruidosa y de mayor distracción. Por esto es sumamente importante reservar un tiempo cada día y desconectarse de todos estos aparatos, para que podamos conectarnos de nuevo con el Señor. Tenemos que crear espacios en la vida, momentos de quietud, en los que podamos fijar la atención del corazón en Jesús y comenzar a percibir la acción de su Espíritu.

2. Educa tu razón. ¿De qué sirve aquietar el corazón si no tenemos nada en qué enfocar la atención? Por eso es provechoso pasar parte del tiempo de oración reflexionando repetidamente sobre las verdades de Dios. Podemos leer varias veces las lecturas bíblicas de la Misa del día; leer una parte del Catecismo; estudiar la vida de un santo o los escritos de un buen guía espiritual; incluso cantar himnos de alabanza y adoración al Señor. Se pueden hacer muchas cosas. Pero, sea lo que sea, hay que dejar tiempo y atención para pensar en “todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama” (Filipenses 4,8), es decir, en todo aquello que sirve para elevar el espíritu y aprender más de la vida en el Reino de Dios.

3. Anótalo. Cuando hagas oración, anota lo que te parezca que te diga el Espíritu Santo, aunque sea algo aparentemente sin importancia, anótalo. Puede ser nada más que un sentimiento de amor, un nuevo entendimiento de un pasaje de la Escritura; tal vez una idea de cómo expresarle afecto a un amigo. No importa; solo adopta el hábito de escribir lo que sientas que te dice o te muestra el Espíritu; de esa forma lo mantendrás vivo en la mente.

4. Recuérdalo a menudo. Busca dos o tres momentos en el día y anda a un lugar tranquilo, deja lo que estés haciendo, calma la mente y el corazón y concéntrate en la presencia del Señor. Recuerda lo que anotaste cuando hacías oración y medítalo. Pasa revista rápidamente a lo que haya sucedido en el día y, si ves que caíste en algún error o falta, arrepiéntete de inmediato y pídele perdón al Señor, o si el Espíritu Santo te ha ayudado a resolver alguna situación difícil, no dejes de darle gracias de corazón. Adopta el hábito de escuchar la voz de Cristo; afina el oído interior y pídele iluminación al Señor.

La historia continúa. Los Hechos de los Apóstoles no relatan todo lo que realmente hizo el Espíritu Santo en aquella época y el Espíritu sigue trabajando hasta hoy sin descanso y con poder, y haciendo que otros seres humanos ordinarios, como tú y yo, crezcan espiritualmente hasta asemejarse a Cristo Jesús; el Espíritu sigue congregando a los creyentes para unirlos a la Iglesia y sigue comunicándoles poder para que continúen llevando el Evangelio a todo el mundo.

Así pues, tú, hermano, procura realizar las prácticas que proponemos aquí. Una vez que empieces, no es difícil hacerse un hábito permanente y los resultados bien valen la pena. Este método, de intentarlo muchas veces, es exactamente lo que hicieron los primeros cristianos y el fruto fue maravilloso. Tú también descubrirás las maravillas que hará el Espíritu Santo en tu vida.

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