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Septiembre 2012 Edición

Mensajero de fe, esperanza y amor: Peregrinación de Benedicto XVi a México y Cuba

Por Adriana González

Mensajero de fe, esperanza y amor: Peregrinación de Benedicto XVi a México y Cuba: Por Adriana González

El bicentenario de la Independencia de México y de otros países latinoamericanos, los veinte años de rela­ciones diplomáticas entre México y la Santa Sede y el cuarto centenario del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre en la República de Cuba fueron las ocasiones de la primera peregrinación del Papa Benedicto XVI a dichos países.

En México. En su primer discurso en su visita a México el pasado marzo, el Papa Benedicto XVI dijo: “Vengo como peregrino de la fe, de la espe­ranza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revita­lizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una con­vivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda per­sona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.”

A su llegada a León, Estado de Guanajuato, en medio de la cálida y entusiasta bienvenida que le die­ron miles de niños, jóvenes y adultos al son de las jubilosas consignas de “Benedicto, hermano, ¡ya eres mexi­cano!” y alegres cánticos, bajó el Papa la escalinata del avión con una amplia sonrisa y saludando a los fieles que lo esperaban. Comentó que sabía que estaba en un país orgulloso de su hos­pitalidad y ahora lo podía comprobar personalmente.

En presencia de alrededor de un millón de fieles que asistían a la Misa celebrada en el Parque Bicentenario, a los pies de Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, centro geográfico de México, Benedicto exhortó a los fieles a buscar a Cristo y tenerle como Señor de sus vidas, vivir en la fe de la Iglesia, amar como Cristo amó y seguir el ejemplo de María, que les pedía “haced lo que Él os diga”.

Hizo presente que el reinado de Cristo no es un reinado de poder, sino de amor. Los discípulos del Señor, dijo, tienen que hacer crecer su ale­gría de ser cristianos, la alegría de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para ser­vir a Cristo en las situaciones difíciles y de sufrimiento, y exhortó a todos a confiar en la bondad de Dios omni­potente, que puede cambiar desde el interior del corazón las situaciones insoportables y oscuras.

Asimismo, invocó la necesidad del reconocimiento y la observancia de los derechos fundamentales de la persona humana, entre los cuales se distingue la libertad religiosa, asegurando su cercanía a todos los que sufren debido a las heridas sociales, de viejos y nue­vos conflictos, de la corrupción y la violencia.

Santa María. Cuando se refirió a María, dijo: “Amarla es comprome­terse a escuchar a su Hijo; venerar a la Guadalupana es vivir según las pala­bras del fruto bendito de su vientre.” Recordando que en tiempos de prueba y dolor María ha sido invocada por tantos mártires que, a la voz de “¡Viva Cristo Rey y María de Guadalupe!”, han dado testimonio inquebrantable de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia, oró diciendo: “Le suplico ahora que su presencia en esta que­rida Nación continúe llamando al respeto, la defensa y la promoción de la vida humana y al fomento de la fra­ternidad, evitando la inútil venganza y desterrando el odio que divide. Que Santa María de Guadalupe nos bendiga y nos alcance por su interce­sión abundantes gracias del Cielo.”

El último evento de su visita a México fue la celebración de las víspe­ras en la Catedral de Nuestra Señora de la Luz, con los obispos mexicanos y los representantes de los episcopa­dos de América. Allí les manifestó su cercanía por su compromiso ante los diversos desafíos y dificultades, así como su gratitud por todos los que siembran el Evangelio en situaciones complejas y muchas veces no sin limi­taciones. Les recordó que “la maldad y la ignorancia de los hombres no son capaces de frenar el plan divino de la salvación y la redención. El mal no puede tanto.”

Subrayó que la fe católica ha marcado significativamente la vida, las costumbres y la historia de este Continente, y recordó a los primeros misioneros que llegaron a América entregando su corazón y su vida a fin de esparcir el Evangelio, y pidió seguir su ejemplo.

Recomendaciones. A los obispos les pidió permanecer cerca de sus seminaristas y formarlos en el cono­cimiento personal de Cristo, en la meditación de su palabra y de la vida misionera, sin descuidar asimismo a los religiosos y laicos.

“La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio a los hombres” afirmó el Papa e invitó a tener a Cristo como Cabeza y ser vigías que proclamen día y noche la gloria de Dios, que es la vida del hom­bre, y estar de lado de quienes son marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes care­cen de casi todo. También enfatizó la importancia de que “reine un espíritu de comunión entre los sacerdotes, los religiosos y los laicos, evitando las divisiones estériles, las críticas y los recelos nocivos.”

A los Pastores de las diversas igle­sias particulares de América Latina les ruega que, al regresar a sus sedes, trasmitan a sus fieles el afecto entra­ñable del Papa, que lleva muy dentro de su corazón todos sus sufrimientos y aspiraciones.

Despedida. Finalmente, Benedicto XVI partió de México muy contento de tan cordial y amorosa acogida y por la alegría y el fervor de sus fieles. Dijo compartir tanto las alegrías como el dolor “de mis hermanos mexicanos” y que oraría por ellos en el corazón de Cristo.

En las circunstancias difíciles que vive México, alentó a los ca­tólicos mexicanos, y a todos los hombres y mujeres de buena volun­tad, a no ceder ante la mentalidad utilitarista, y estar más bien al ser­vicio de los demás. El Papa se des­pidió diciendo: ¡Queden con Dios!

Peregrinación a cuba

“Vengo a Cuba como peregrino de la caridad, para confirmar a mis her­manos en la fe y alentarles en la es­peranza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas. Llevo en mi corazón las justas aspi­raciones y legítimos deseos de todos los cubanos, especialmente de aque­llos que sufren debido a las limitacio­nes de la libertad” fueron las palabras de Su Santidad a su arribo a Santiago de Cuba.

La primera Santa Misa que cele­bró se enmarcó en el contexto del IV Centenario del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. “Fue un mo­mento de fuerte espiritualidad con la participación atenta y orante de mi­les de personas, signo de una iglesia que proviene de situaciones no fáciles, pero con un testimonio vivaz de cari­dad y de presencia activa en la vida de la gente” expresó el pontífice.

A los católicos cubanos, los animó a dar nuevo vigor a su fe y contribuir con el coraje del perdón y la compren­sión a la construcción de una sociedad abierta y renovada, una sociedad más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios, donde exista siem­pre espacio para Dios, porque cuando Dios es apartado, el mundo se trans-forma en un lugar inhóspito para el hombre. En el Santuario de la Caridad del Cobre, pidió a la Santísima Virgen especialmente por todos los que su­fren y por los jóvenes cubanos.

En La Habana. La segunda eta-pa de su peregrinación se cumplió en la capital de la Isla. Los jóvenes en particular fueron los principales protagonistas de la multitudinaria y cálida acogida que se le dio al Santo Padre durante el recorrido hacia la Nunciatura, donde tuvo la oportuni­dad de reunirse con los obispos del país y hablar de los desafíos que la iglesia cubana enfrenta, conscientes de que muchos la miran con crecien­te confianza.

Al presidir la Misa en la plaza prin­cipal de La Habana, donde la gente se aglomeraba, les recordó a todos que: “Cuba y el mundo tienen necesidad de cambios, pero los cambios se reali­zarán solamente si cada uno se abre a la verdad integral del hombre —pre­supuesto imprescindible para alcanzar la libertad— y si éste decide sembrar la reconciliación y la fraternidad, fun­dando su propia vida en Jesucristo: Solamente Él puede dispersar las tinieblas del error y ayudarnos a derro­tar el mal y todo lo que nos oprime.”

Quiso también subrayar que la iglesia no pide privilegios, sino la po­sibilidad de proclamar y celebrar pú­blicamente su fe, llevando el mensaje de esperanza y paz del Evangelio a to­dos los ambientes de la sociedad. Al evaluar los pasos que hasta ahora han dado en tal sentido las autoridades cu­banas, subrayó que es necesario seguir en ese camino hacia una mayor liber­tad religiosa.

El Papa se manifestó convencido de que Cuba, en este momento especial­mente importante de su historia, está mirando ya hacia el mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensan­char sus horizontes.

La despedida. Llegado el momen­to de partir de Cuba, decenas de mi­les de fieles cubanos acudieron a despedirlo a lo largo de las calles, no obstante la fuerte lluvia. En la cere­monia de despedida recordó que en el momento presente, los diversos componentes de la sociedad cubana están llamados a realizar un esfuer­zo de sincera colaboración y diálogo paciente para el bien de la patria. En esta perspectiva, su presencia en la Isla como testimonio de Jesucristo, quiso ser un estímulo para que cada uno abriera las puertas de su corazón al Señor, que es fuente de esperanza y fortaleza para hacer crecer el bien. Por ello exhortó a los cubanos a rea­vivar la fe de sus padres y edificar un futuro siempre mejor. n

Adriana González y su esposo Manuel De Urquidi tienen seis hijos y viven en Monterrey, México, donde forman parte de la Comunidad Jésed fundada por ellos y otros en 1979.

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