Mensajero de fe, esperanza y amor: Peregrinación de Benedicto XVi a México y Cuba
Por Adriana González
El bicentenario de la Independencia de México y de otros países latinoamericanos, los veinte años de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede y el cuarto centenario del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre en la República de Cuba fueron las ocasiones de la primera peregrinación del Papa Benedicto XVI a dichos países.
En México. En su primer discurso en su visita a México el pasado marzo, el Papa Benedicto XVI dijo: “Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.”
A su llegada a León, Estado de Guanajuato, en medio de la cálida y entusiasta bienvenida que le dieron miles de niños, jóvenes y adultos al son de las jubilosas consignas de “Benedicto, hermano, ¡ya eres mexicano!” y alegres cánticos, bajó el Papa la escalinata del avión con una amplia sonrisa y saludando a los fieles que lo esperaban. Comentó que sabía que estaba en un país orgulloso de su hospitalidad y ahora lo podía comprobar personalmente.
En presencia de alrededor de un millón de fieles que asistían a la Misa celebrada en el Parque Bicentenario, a los pies de Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, centro geográfico de México, Benedicto exhortó a los fieles a buscar a Cristo y tenerle como Señor de sus vidas, vivir en la fe de la Iglesia, amar como Cristo amó y seguir el ejemplo de María, que les pedía “haced lo que Él os diga”.
Hizo presente que el reinado de Cristo no es un reinado de poder, sino de amor. Los discípulos del Señor, dijo, tienen que hacer crecer su alegría de ser cristianos, la alegría de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones difíciles y de sufrimiento, y exhortó a todos a confiar en la bondad de Dios omnipotente, que puede cambiar desde el interior del corazón las situaciones insoportables y oscuras.
Asimismo, invocó la necesidad del reconocimiento y la observancia de los derechos fundamentales de la persona humana, entre los cuales se distingue la libertad religiosa, asegurando su cercanía a todos los que sufren debido a las heridas sociales, de viejos y nuevos conflictos, de la corrupción y la violencia.
Santa María. Cuando se refirió a María, dijo: “Amarla es comprometerse a escuchar a su Hijo; venerar a la Guadalupana es vivir según las palabras del fruto bendito de su vientre.” Recordando que en tiempos de prueba y dolor María ha sido invocada por tantos mártires que, a la voz de “¡Viva Cristo Rey y María de Guadalupe!”, han dado testimonio inquebrantable de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia, oró diciendo: “Le suplico ahora que su presencia en esta querida Nación continúe llamando al respeto, la defensa y la promoción de la vida humana y al fomento de la fraternidad, evitando la inútil venganza y desterrando el odio que divide. Que Santa María de Guadalupe nos bendiga y nos alcance por su intercesión abundantes gracias del Cielo.”
El último evento de su visita a México fue la celebración de las vísperas en la Catedral de Nuestra Señora de la Luz, con los obispos mexicanos y los representantes de los episcopados de América. Allí les manifestó su cercanía por su compromiso ante los diversos desafíos y dificultades, así como su gratitud por todos los que siembran el Evangelio en situaciones complejas y muchas veces no sin limitaciones. Les recordó que “la maldad y la ignorancia de los hombres no son capaces de frenar el plan divino de la salvación y la redención. El mal no puede tanto.”
Subrayó que la fe católica ha marcado significativamente la vida, las costumbres y la historia de este Continente, y recordó a los primeros misioneros que llegaron a América entregando su corazón y su vida a fin de esparcir el Evangelio, y pidió seguir su ejemplo.
Recomendaciones. A los obispos les pidió permanecer cerca de sus seminaristas y formarlos en el conocimiento personal de Cristo, en la meditación de su palabra y de la vida misionera, sin descuidar asimismo a los religiosos y laicos.
“La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio a los hombres” afirmó el Papa e invitó a tener a Cristo como Cabeza y ser vigías que proclamen día y noche la gloria de Dios, que es la vida del hombre, y estar de lado de quienes son marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes carecen de casi todo. También enfatizó la importancia de que “reine un espíritu de comunión entre los sacerdotes, los religiosos y los laicos, evitando las divisiones estériles, las críticas y los recelos nocivos.”
A los Pastores de las diversas iglesias particulares de América Latina les ruega que, al regresar a sus sedes, trasmitan a sus fieles el afecto entrañable del Papa, que lleva muy dentro de su corazón todos sus sufrimientos y aspiraciones.
Despedida. Finalmente, Benedicto XVI partió de México muy contento de tan cordial y amorosa acogida y por la alegría y el fervor de sus fieles. Dijo compartir tanto las alegrías como el dolor “de mis hermanos mexicanos” y que oraría por ellos en el corazón de Cristo.
En las circunstancias difíciles que vive México, alentó a los católicos mexicanos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante la mentalidad utilitarista, y estar más bien al servicio de los demás. El Papa se despidió diciendo: ¡Queden con Dios!
Peregrinación a cuba
“Vengo a Cuba como peregrino de la caridad, para confirmar a mis hermanos en la fe y alentarles en la esperanza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas. Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, especialmente de aquellos que sufren debido a las limitaciones de la libertad” fueron las palabras de Su Santidad a su arribo a Santiago de Cuba.
La primera Santa Misa que celebró se enmarcó en el contexto del IV Centenario del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. “Fue un momento de fuerte espiritualidad con la participación atenta y orante de miles de personas, signo de una iglesia que proviene de situaciones no fáciles, pero con un testimonio vivaz de caridad y de presencia activa en la vida de la gente” expresó el pontífice.
A los católicos cubanos, los animó a dar nuevo vigor a su fe y contribuir con el coraje del perdón y la comprensión a la construcción de una sociedad abierta y renovada, una sociedad más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios, donde exista siempre espacio para Dios, porque cuando Dios es apartado, el mundo se trans-forma en un lugar inhóspito para el hombre. En el Santuario de la Caridad del Cobre, pidió a la Santísima Virgen especialmente por todos los que sufren y por los jóvenes cubanos.
En La Habana. La segunda eta-pa de su peregrinación se cumplió en la capital de la Isla. Los jóvenes en particular fueron los principales protagonistas de la multitudinaria y cálida acogida que se le dio al Santo Padre durante el recorrido hacia la Nunciatura, donde tuvo la oportunidad de reunirse con los obispos del país y hablar de los desafíos que la iglesia cubana enfrenta, conscientes de que muchos la miran con creciente confianza.
Al presidir la Misa en la plaza principal de La Habana, donde la gente se aglomeraba, les recordó a todos que: “Cuba y el mundo tienen necesidad de cambios, pero los cambios se realizarán solamente si cada uno se abre a la verdad integral del hombre —presupuesto imprescindible para alcanzar la libertad— y si éste decide sembrar la reconciliación y la fraternidad, fundando su propia vida en Jesucristo: Solamente Él puede dispersar las tinieblas del error y ayudarnos a derrotar el mal y todo lo que nos oprime.”
Quiso también subrayar que la iglesia no pide privilegios, sino la posibilidad de proclamar y celebrar públicamente su fe, llevando el mensaje de esperanza y paz del Evangelio a todos los ambientes de la sociedad. Al evaluar los pasos que hasta ahora han dado en tal sentido las autoridades cubanas, subrayó que es necesario seguir en ese camino hacia una mayor libertad religiosa.
El Papa se manifestó convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya hacia el mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes.
La despedida. Llegado el momento de partir de Cuba, decenas de miles de fieles cubanos acudieron a despedirlo a lo largo de las calles, no obstante la fuerte lluvia. En la ceremonia de despedida recordó que en el momento presente, los diversos componentes de la sociedad cubana están llamados a realizar un esfuerzo de sincera colaboración y diálogo paciente para el bien de la patria. En esta perspectiva, su presencia en la Isla como testimonio de Jesucristo, quiso ser un estímulo para que cada uno abriera las puertas de su corazón al Señor, que es fuente de esperanza y fortaleza para hacer crecer el bien. Por ello exhortó a los cubanos a reavivar la fe de sus padres y edificar un futuro siempre mejor. n
Adriana González y su esposo Manuel De Urquidi tienen seis hijos y viven en Monterrey, México, donde forman parte de la Comunidad Jésed fundada por ellos y otros en 1979.
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