La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre/Noviembre 2007 Edición

La angustia de no poder comulgar

Una hermana evangélica me enseñó a amar la Eucaristía

Por: Testimonio del P. Carlos García Llerena, CJM

Quiero compartir una experiencia que viví en mi juventud, en la época de mi primer amor con Jesús, después de algunos años de agnosticismo e indiferencia religiosa.

Durante toda mi vida de católico me habían "informado" acerca de Jesús y de la Iglesia; me habían llenado de mucha catequesis, pero nunca me habían llevado a los pies de Jesús. Era difícil amar a quien no conocía. En mi adolescencia, Dios se convirtió en un obstáculo para la diversión, situación que se agudizó en mis primeros años de vida universitaria.

Como no pretendo contarles todo mi testimonio, sino mi redescubrimiento del valor de la Eucaristía, sólo les diré que a través del testimonio de mi hermano gemelo tuve la oportunidad de llegar a una vivencia personal con Jesús y de integrarme a la experiencia de la fe comunitaria vivida en los grupos de oración de la Renovación Carismática Católica. ¡Bendita renovación, que no solamente me trajo de nuevo a la Iglesia sino que, bajo su espiritualidad, me hice sacerdote!

Lo que sucedió. Se iniciaba el año de 1980 cuando, con ese hambre de querer conocer más al Señor, llegó a la ciudad de Lima la experiencia de los "Campamentos de Fe y Oración" traídos a Sudamérica por la hermana Georgina Gamarra, misionera Mary-knoll. Eran retiros ecuménicos de tres días en régimen cerrado dictados por un pastor evangélico y un sacerdote católico.

Cabe aclarar que el retiro contaba con la aprobación de las respectivas autoridades eclesiásticas y en él participaron varios sacerdotes. Recuerdo entre ellos al padre Gerardo Alarcón, de Lima, y a los padres Humberto Muñoz y Jean Marie, venidos desde Santiago de Chile e interesados en llevar los Campamentos de Fe y Oración a la capital del vecino país.

En dichos campamentos se vivía un verdadero espíritu ecuménico, que no consistía en callar o negar las diferencias de doctrina, sino en aceptarlas y respetarlas. Tanto era así que por las mañanas los católicos que allí participábamos teníamos nuestra eucaristía diaria, mientras los hermanos evangélicos tenían, en otro salón, sus devociones matutinas.

Sin embargo, un gesto que me llamó la atención fue constatar que algunos hermanos evangélicos preferían acompañarnos en nuestra eucaristía antes que participar en sus propias devociones. Después del desayuno, todas las actividades se hacían en común.

Se vivía un verdadero espíritu de gracia, amor y convivencia. Pero fue en la mañana del último día que yo tendría una experiencia que me marcaría para siempre y que aún no he olvidado, después de 25 años de haberla vivido.

Una reacción impresionante. El padre Vicente, del puerto de Chimbote, celebraba la Eucaristía y todo se desenvolvía normalmente, hasta el momento de la comunión. Cuando regresé a mi banca, constaté que la señora Bárbara Shannon, esposa del misionero evangélico norteamericano Allan Shannon (que servían en el Perú a través del Instituto Lingüístico de Verano, que se dedica a traducir el Evangelio a las lenguas indígenas de la Amazonia), lloraba desconsoladamente en los hombros de su marido.

Como aún no llegaba a comprender lo que ocurría, le pregunté a mi amiga Nora de Pestana: "¿Qué le ocurre a Bárbara Shannon? ¿Por qué llora?

Nora volteó la cara hacia ellos y a su vez me preguntó: ¿Es que no te das cuenta?

Yo volví a ver a Bárbara, tratando de encontrar la causa, pero estaba sorprendido porque no era capaz de descubrir qué era lo que para Nora parecía tan evidente. Le volví a decir: "No, no entiendo la causa de su llanto."

La respuesta que me dio Nora me dejó deslumbrado hasta el día de hoy: "Ella llora porque no puede comulgar, porque ama al Señor, nos ama a nosotros los católicos, pero no puede comulgar porque es un sacramento de la Iglesia Católica y Bárbara no es católica."

La Eucaristía, fuente de vida. Hasta hoy día, las palabras de Nora Pestana resuenan en mi memoria y en mi corazón. ¡Bárbara lloraba porque no podía recibir la Eucaristía! cuando en el mundo hay miles de millones de católicos que pueden recibirla, pero no lo hacen por pereza, por desidia, por indiferencia. ¡Y aquí había una mujer que amaba a Cristo y que sin embargo no podía acercarse a recibir la comunión!

¡Parece algo increíble! Esa mañana del verano de 1980 una mujer evangélica me había dado, sin quererlo y aun sin saberlo, el testimonio más grande de amor a la Sagrada Eucaristía que he recibido.

Mi querido hermano, tú que lees estas líneas, que eres un católico bautizado y que tienes el don y el privilegio de recibir al Amor de tus amores, todos los días en la Eucaristía, ¿lo estás haciendo? ¿Te das el lujo de permitir que un pecado te aleje de la comunión y dejas pasar días, meses y hasta años sin comulgar, cuando otros no pueden tener ese privilegio? ¿Te das cuenta de lo que significa?

Nuestro Señor Jesucristo lo dijo claramente: "Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo. . . Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último" (Juan 6,51-54).

Querido lector, lo que quiero resaltar es el versículo 54, en el que categóricamente nuestro Señor Jesucristo nos dice que la vida eterna y la resurrección del último día están íntimamente ligados con la recepción de la Eucaristía. Recibirla es garantizar la vida eterna.

Pero este versículo, al afirmar una verdad tan radical, también nos habla de lo que sucede en sentido negativo: descuidar la recepción de la Eucaristía, por cualquier motivo, pone en riesgo nuestra salvación y la vida eterna. ¿Habías caído en la cuenta de esta verdad tan importante?

Como lo afirma la encíclica Ecclesia de Eucaristia, "Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el sacrificio eucarístico es ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’ (EE, 2)."

El padre "Charly" García Llerena está a cargo de la Parroquia de San Juan Eudes, en Quito, Ecuador, y es asesor de la Renovación Carismática Católica en el norte de la ciudad. Tiene un ministerio de predicación reconocido en todo el continente.

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