La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Mayo 2021 Edición

La resurrección de Cristo

Y nuestra propia resurrección

Por: Carlos Alonso Vargas

La resurrección de Cristo: Y nuestra propia resurrección by Carlos Alonso Vargas

El año pasado, en el día de los Fieles Difuntos, un sacerdote a quien conozco publicó en su perfil de una red social una foto de la tumba de sus familiares, y agregó una nota que concluía así: “Sepulcros que quedarán desocupados con la resurrección de la carne.” Entonces una señora católica puso el siguiente comentario: “Padre, perdón por mi ignorancia; explíqueme eso. No entiendo.” Creo que el sacerdote debe haberse extrañado tanto como yo: al parecer esa señora no había entendido que, como Cristo, también nosotros resucitaremos. Con mucha paciencia le citó las palabras del Credo de los Apóstoles: “Creo en … la resurrección de la carne”, y la remitió a la sección del Catecismo de la Iglesia Católica (pár. 556, 658 y otros) donde se trata ese tema.

Por asombroso que parezca, hay católicos que, como esa señora, no están conscientes de que nuestra fe enseña la resurrección corporal de todos los cristianos al final de los tiempos. Quizás, al hablar y enseñar sobre lo que nos espera después de la muerte, se ha insistido tanto en la “inmortalidad del alma” y en que “nos vamos al cielo”, que mucha gente se imagina la vida eterna como una existencia exclusivamente inmaterial, en la que solo participa nuestra “alma” —es decir, la dimensión inmaterial de nuestro ser— mientras que el cuerpo, al morir, se ha desintegrado para siempre.

Ya en los inicios mismos del cristianismo nos encontramos con personas que no creían en la resurrección de los muertos, en ese caso no tanto porque no se les hubiera enseñado al respecto, sino porque les parecía inaceptable. San Pablo, en su primera Carta a los Corintios, toma pie de las objeciones de algunos de sus destinatarios sobre este asunto, y en el capítulo 15 trata con toda amplitud esta doctrina clave de la fe cristiana.

Aunque los corintios han escuchado de boca de Pablo el anuncio del Evangelio y lo han aceptado, y por lo tanto creen en la resurrección de Cristo, pareciera que un grupo influyente entre ellos dice que los muertos no resucitan. Aceptan que Cristo resucitó, pero no creen que los demás vayamos a resucitar.

Pablo y su evangelio: Cristo resucitó al tercer día. Para refutar esa postura de los corintios, Pablo se dedica en este capítulo 15 a demostrar que Cristo sí resucitó corporalmente, y que esa resurrección de Cristo es necesariamente la garantía y la promesa de que también los creyentes resucitaremos corporalmente al final de los tiempos. Por eso comienza diciendo cosas como estas en los versículos 3 y 4: “En primer lugar les he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, también según las Escrituras.” Al decir que “fue sepultado” y “resucitó al tercer día” está enfatizando que la resurrección corporal de Jesús fue una resurrección física, y no una simple continuidad espiritual de la vida después de la muerte, que no tendría nada de especial.

Si Cristo no resucitó. . . Pablo presenta sus principales argumentos que fundamentan la certeza de nuestra resurrección. Comienza considerando la hipótesis de qué pasaría si Cristo no hubiera resucitado. Se supone, en efecto, que los corintios han creído en el Evangelio que Pablo les anunció y que incluye lo referente a la resurrección de Cristo: “Pero si nuestro mensaje es que Cristo resucitó, ¿cómo dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan?” Por lo visto esas personas aseguran que no existe del todo la “resurrección de los muertos” o la “resurrección de la carne”. Y, según Pablo, eso es absurdo: “Porque si los muertos no resucitan, entonces tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen.”

¿Qué pasa, entonces, en el supuesto de que Cristo no resucitó? Pues primero, lo ya dicho: que el Evangelio no vale nada; la fe cristiana no sirve de nada y mejor nos olvidamos de ser cristianos. Luego, que los que predican la fe cristiana son mentirosos: “Si esto fuera así, nosotros resultaríamos ser testigos falsos de Dios, puesto que estaríamos afirmando en contra de Dios que él resucitó a Cristo, cuando en realidad no lo habría resucitado, si fuera verdad que los muertos no resucitan.”

Y hay más consecuencias: si Cristo no resucitó, los cristianos están todavía esclavizados en sus pecados; no han recibido el perdón de Dios y van hacia la condenación eterna. También, si los que murieron creyendo en Cristo estaban engañados, se han perdido para siempre. En fin, si esto fuera así, los cristianos no tendríamos presente ni futuro como creyentes; seríamos los más dignos de lástima; estaríamos haciendo el ridículo: “Si nuestra esperanza en Cristo solamente vale para esta vida, somos los más desdichados de todos.”

Según el argumento de Pablo, negar la resurrección de Cristo es negar del todo la razón de ser de la fe cristiana. Si uno acepta un cristianismo sin eso, ya no es fe cristiana lo que acepta; es otra cosa. Ser cristianos depende de que afirmemos la resurrección de Cristo.

Pero Cristo sí resucitó. . . “Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado.” Habiendo dejado bien establecido este hecho de la resurrección corporal de Cristo, Pablo pasa a argumentar que ese acontecimiento hace que la resurrección universal de los muertos resulte ser no solo necesaria, sino inevitable: efectivamente va a ocurrir, queramos o no, creamos o no, y nada podrá impedirla. Cristo “es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar” y ese “primer fruto”, las primicias, es a la vez garantía y promesa de que el resto de la cosecha vendrá también. Por eso, la resurrección de Cristo exige y promete nuestra propia resurrección.

En la perspectiva de San Pablo, con la muerte y resurrección de Cristo ya Dios ha puesto en marcha los acontecimientos del fin de los tiempos (aunque falte mucho aún para el fin en sí): Dios ya ha “apretado el botón rojo” de un proceso irreversible, imparable, que en algún momento llegará a su consumación cuando sea aniquilada la muerte, el último enemigo. Dios es soberano y Señor de la historia; él llevará su plan hasta su cumplimiento definitivo. Por eso no tiene sentido la aseveración de que no hay resurrección de los muertos.

El cuerpo resucitado. Pablo se esfuerza por aclarar que nuestra resurrección sí será corporal, material, como la de Cristo, pero eso no quiere decir que el cuerpo con que resucitemos vaya a ser exactamente como el actual. “Tal vez alguno preguntará: ‘¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?’”

Pablo responde recurriendo a dos analogías. En la primera de ellas compara la sepultura del cristiano con la acción de sembrar una semilla, y su resurrección con la planta que brota. “Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que él quiere.” En cierto sentido la planta ya crecida es la misma semilla que se sembró, pero no es igual; ha cambiado muchísimo.

La segunda analogía es la de las distintas clases de “cuerpos”. Así como hay diferencia entre los cuerpos de las aves, de los peces, de los animales terrestres y del ser humano, así también hay diferencia entre el cuerpo que tenemos ahora y el cuerpo con que resucitaremos.

Pablo quiere enseñar que en la resurrección hay a la vez continuidad y discontinuidad: el cuerpo que resucita es el mismo, pero no es igual. Ha sido transformado, glorificado; ha adquirido un nuevo esplendor. Ya no tiene las limitaciones propias de la vida terrenal; ha sido liberado de toda debilidad y de toda corrupción. “Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual” (v. 44 BJ). El cuerpo resucitado es “espiritual”, pero no en el sentido de “inmaterial” sino en el de “transformado y vivificado por el Espíritu Santo”. Por lo tanto, es un cuerpo glorificado, celestial, apto para la vida eterna: es incorruptible, poderoso, glorioso, como el cuerpo resucitado de Cristo.

La victoria final. En la última sección del capítulo, Pablo resume su razonamiento en un cuadro de la resurrección universal. El día de la venida gloriosa de Cristo, los muertos resucitarán; y los que estén vivos serán “transformados”. Es decir que la resurrección es una transformación; no importa si uno está vivo o muerto cuando ese momento llegue, su cuerpo terrenal será glorificado a imagen del cuerpo glorioso de Cristo, para ser incorruptible y eterno. Gracias a la cruz y la resurrección de Cristo, la muerte quedará vencida por completo. La seguridad de esa gloriosa victoria es lo que debe impulsarnos a seguir “firmes y constantes”, esforzándonos “siempre más y más en la obra del Señor”.

“¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”

Carlos Alonso Vargas, filólogo y traductor y por muchos años líder en una comunidad cristiana de alianza, es casado, padre de tres hijos y con cinco nietos, y vive con su esposa en San José, Costa Rica.

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