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Pascua 2020 Edición

Un enorme paso de fe

¿Me pedía Dios realmente que renunciara a mi carrera?

Por: Shannon Kennedy Garrett

Un enorme paso de fe: ¿Me pedía Dios realmente que renunciara a mi carrera? by Shannon Kennedy Garrett

Cuando yo era niña, mis padres tenían dos ideas muy distintas de la fe católica. Mi papá rara vez iba a la iglesia y a veces se burlaba de las personas que le pedían ayuda a Dios para tomar decisiones. Mi mamá, en cambio, iba a Misa diaria y hacía oración diariamente. Viendo esta diferencia en mis padres, yo no sabía qué creer sobre Dios, pero sí había algo de lo que me sentía segura. Mis padres estaban de acuerdo en una cosa muy clara: Mientras hubiera seguridad financiera en la familia, todo estaría bien.

Un giro en mis planes. Siguiendo el consejo de mis padres, decidí estudiar la carrera de farmacia, en lugar de cosmetología, porque la profesión de farmacéutica tenía mejores perspectivas salariales. Me dediqué de lleno a mis estudios y llegué a ser una de las farmacéuticas mejor catalogadas en la zona en la que vivía. Después de dieciséis años, conseguí un cargo todavía más prestigioso como inspectora de farmacias en la Junta Farmacéutica del Estado de Kentucky. Mis padres no podían estar más orgullosos de mí y a pesar de que yo ya tenía cuarenta años, su opinión todavía significaba mucho para mí.

En esa época mi carrera iba claramente floreciendo; sin embargo, no sucedía lo mismo con mi vida personal. No iba a la iglesia todos los domingos y tampoco buscaba a Dios ni su guía para mi vida. Yo era madre soltera y ya me había divorciado no una, sino dos veces y estaba cayendo en depresión. Aun cuando tenía seguridad financiera, lo demás no estaba bien. Además, en 2013, cuatro años después de haber empezado a trabajar como inspectora de farmacias me diagnosticaron cáncer de seno.

El temor y la tristeza que me invadieron fueron inexpresables. Tanto empeoró la depresión que realmente no sabía si quería vivir o morir y ninguna suma de dinero podía cambiar esa situación. Por desesperación, acudí a Dios y le pedí que me indicara si él era de verdad real y si aún realizaba milagros, que me lo demostrara. Naturalmente, mi plegaria fue muy sincera, pero aun así me sorprendió la forma tan rápida en que me contestó.

Rodeada por Dios. A pesar de que yo no asistía a la iglesia con regularidad, recibí una inesperada llamada del director de educación religiosa de mi parroquia para invitarme a dar la clase de catecismo a los niños en edad preescolar. Al principio yo no quería aceptar porque estaba acostumbrada a acostarme tarde los sábados por la noche, pero por alguna razón acepté.

Una de las lecciones era enseñar sobre el Rosario y terminé aprendiendo yo a rezarlo junto con los niños, y luego empecé a rezarlo diariamente. Lentamente, empecé a percibir la presencia de Dios junto a mí cuando logré hacer la conexión entre los misterios del Rosario y los sucesos de mi propia vida.

El Señor también me mostró que él es real de una forma tan dramática que me dejó pasmada. Por el cáncer que me habían diagnosticado me dijeron que me tenían que hacer una mastectomía y eso me aterrorizó. Realmente, pensé que me iba a morir después de la cirugía. Era un temor que solo estaba en mi mente, pero era un sentimiento muy real.

Sin embargo, durante este tiempo, una amiga de mi madre pasó por mi casa y me dijo: “El Señor me envió a compartir contigo un versículo de la Biblia: ‘No tengas miedo, que no vas a morir’” (Jueces 6, 23). El enorme sentimiento de alivio y esperanza que me llenó fue indescriptible. ¡Dios me estaba dando la seguridad de su existencia y su amor a través de esta señora! Ahora, después de la cirugía, el tratamiento y cinco años de monitoreo, estoy libre de cáncer.

Así fue como empecé a ver a Dios en cada aspecto de mi vida. Tomé un curso para católicos divorciados que me ayudó a sanar y perdonar, y escuché la voz de Dios a través de la Misa, las lecturas diarias de la Sagrada Escritura y las estaciones de radio cristianas. Conocí a un buen hombre, que me ayudó más aún a escuchar la voz del Espíritu Santo y me casé con él.

Esto me ayudó a crecer en mi unión con Dios y empecé a compartir mi experiencia todos los días en Facebook con el fin de dar esperanza a otros. A través de todo esto, Dios estaba preparando el terreno para ayudarme a confiar en él de una manera aún más profunda.

Nuevos deseos, nueva carrera. Mi trabajo como farmacéutica había generado en mí una creciente compasión por aquellos que son adictos a las drogas. En la primavera de 2016, un colega y yo impartimos un programa de concientización sobre las drogas en una escuela secundaria. Les dijimos a los estudiantes que el 25% de sus compañeros escolares abusaría de algún medicamento recetado o haría mal uso de él antes de su graduación.

En ese momento, me sentí movida por el Espíritu Santo para preguntar a los estudiantes si conocían a alguien que ya hubiera vivido esa experiencia. Más de la mitad de los doscientos cincuenta jóvenes que se encontraban ahí levantaron su mano. Después de la conferencia muchos querían preguntarnos cómo podían ellos obtener ayuda para sí mismos, sus amigos o sus padres.

Estábamos sobrecogidos por la honestidad de los muchachos y por la enormidad del problema, al punto de que sentí un gran deseo de dar presentaciones similares en muchas otras escuelas. Pero había un problema: mi jefe me dijo que eso no sería posible mientras yo trabajara para la Junta. Es decir, tenía que tomar una decisión, que no era nada fácil y me sentí desolada. Sabía que si decidía abandonar mi carrera mis finanzas sufrirían mucho.

En enero de 2017 empecé a ayunar y rezar para pedirle guía al Señor. Luego, un día de febrero, mientras leía una de las lecturas diarias de la Misa, un versículo me llamó la atención: “No confíes en tu riqueza” (Eclesiástico 5, 1). A través de esta y otras señales que recibí durante varios meses, tuve la seguridad de que Dios me estaba pidiendo que diera un gran paso de fe.

Finalmente, el 1 de agosto renuncié a la Junta Farmacéutica de Kentucky. Para esa fecha ya había obtenido el permiso para trabajar como organización sin fines de lucro, que denominé Proyecto Daris, en recuerdo de un joven que había fallecido a causa de una sobredosis de heroína.

Seguir a Dios hoy en día. Yo sabía que tenía que llamar a mis papás para darles la noticia personalmente, y no me sorprendió que se preocuparan por mi futuro. Pero le dije a mi padre: “Es Dios quien me está dando esta oportunidad hoy y no puedo esperar veinte años para aprovecharla.” Dos semanas más tarde pasé a ser la primera empleada del Proyecto Daris.

El primer año fue difícil, pero nos obligó a mí y a mi marido a confiar plenamente en Dios y no cambiaría ni por un millón de dólares la fuerza espiritual que me ha valido esta decisión. Hasta el día de hoy, el Proyecto Daris ha ayudado a más de diez mil estudiantes en Kentucky a comprometerse a colaborar para terminar con la adicción a las drogas. Sus cartas me han ayudado a perseverar.

De esta forma he aprendido que no hay ninguna suma de dinero que pueda resolver todas las situaciones. Solamente Jesús puede hacerlo, y aunque ahora no traigo a casa un cheque abultado, no estoy deprimida ni desesperada; y mejor aún, estoy segura de que Dios es real y que él nos guía. La única forma en que quiero vivir es dejando que el Señor me guíe. Aún hay días en los que no estoy segura de si estoy siguiendo bien a Dios, pero en esos días, rezo la siguiente plegaria de Tomás Merton:

“Mi Señor y Dios, no tengo idea de para dónde voy. . . pero creo que el deseo de agradarte en realidad te agrada. . . No tendré temor porque siempre estás conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo los peligros.”

Shannon Kennedy Garret vive en Kentucky, Estados Unidos. Para más información sobre el Proyecto Daris, visite el sitio web ProjectDaris.com.

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