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Pascua 2019 Edición

Un pasado restaurado; un futuro lleno de esperanza

La Pascua es fuente de esperanza

Un pasado restaurado; un futuro lleno de esperanza: La Pascua es fuente de esperanza

¡Feliz Pascua de Resurrección! Hoy, en las todas iglesias del mundo, los fieles cristianos nos reunimos para escuchar la antigua proclamación de que Jesucristo ha resucitado. Este es el día jubiloso en el que más nos regocijamos por la gloriosa resurrección de Jesús y por nuestra salvación del pecado y de la muerte.

En la Pascua celebramos algo que sucedió hace dos mil años, pero nosotros no la celebramos como un acontecimiento histórico del pasado, pues afirmamos que “Cristo ha resucitado y está vivo hoy.” Hacemos esta proclamación porque celebramos la magnífica noticia de que Jesús resucitado sigue salvando a muchas personas día tras día. Celebramos su promesa de estar con cada uno de nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Finalmente, celebramos la promesa del Señor, de que un día volverá en gloria y nos llevará a estar con él en el cielo. Así que el Triduo Pascual (del Viernes Santo al Domingo de la Pascua de Resurrección) es una ocasión en la que celebramos el pasado, el presente y el futuro de nuestra fe.

En esta edición de Pascua queremos reflexionar sobre el espléndido don de la esperanza, un don que nos hace mirar hacia el futuro. Queremos saber cómo la resurrección de Cristo puede llenarnos de esperanza y cómo sus promesas, su poder y su presencia entre nosotros pueden convencernos de que tenemos frente a nuestros ojos un futuro esplendoroso y lleno de esperanza (v. Jeremías 29, 11).

La esperanza en el pasado y en el futuro. Apreciado lector, trata de imaginarte lo que sentirías si estuvieras en una situación de peligro o dolor, en la que supieras que no hay esperanza de solución o alivio. Te sentirías totalmente atrapado, triste, frustrado, desesperado y con el corazón afligido y te preguntarías: ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué va a pasar? ¿Cómo voy a salir de este atolladero?

Ahora, piensa en lo que sentirías si estuvieras en una situación prometedora de alegría y felicidad. Mirando al futuro, te sentirías lleno de entusiasmo y esperanza, y te parecería ver nada más que luz y alegría, al punto de que te sentirías dispuesto a afrontar cualquier obstáculo. Podrías mirar al pasado con un sentimiento de paz y gratitud, tanto por todo el bien que hubieras experimentado como por las dificultades que te fueron ayudando a formar tu carácter y darle temple y entereza a tu alma.

¿Qué quiere decir esto? Que cuando tenemos esperanza, podemos ver que todas las experiencias del pasado nos han ayudado a moldearnos y fortalecernos. También podemos ver que el Señor ha sido paciente y bueno con nosotros, y nos ha bendecido en las épocas de alegría y victoria y también nos ha acompañado y reconfortado en los momentos de pesar y oscuridad. Pero si no tenemos la esperanza de un futuro mejor, tendemos a fijarnos solo en los aspectos negativos de la vida pasada y perdemos de vista la fidelidad de Dios y su promesa de estar siempre con nosotros.

Una historia de esperanza. Uno de los mejores ejemplos de esta clase de esperanza es la historia del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35). Todos conocemos la historia. Sabemos que Jesús se reunió con los dos discípulos que iban de camino hacia Emaús el Domingo de Pascua, pero ellos no lo reconocieron. Sabemos que los discípulos caminaban cabizbajos porque Jesús había sido crucificado y había muerto, y todas sus esperanzas se habían desvanecido. Creían que él era el Mesías, pero ahora pensaban que al parecer no había sido más que otro rabino fervoroso.

Pero cuando iban caminando, Jesús se les unió y les fue explicando que el designio de Dios siempre había sido que el Mesías sufriera y muriera; que Moisés y los profetas habían anunciado este plan y que el Mesías estaba destinado a resucitar de entre los muertos. Las palabras del Señor fueron tan convincentes que los discípulos lo invitaron a cenar. Cuando él bendijo y partió el pan, se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que el extraño era Jesús mismo que estaba allí en persona, pero él desapareció. Sorprendidos y entusiasmados, volvieron corriendo a Jerusalén para contarles lo sucedido a Pedro y los demás apóstoles.

Por el camino de regreso, los discípulos recordaron que el corazón les ardía cuando escuchaban las palabras del Señor (Lucas 24, 32), y renació en ellos la esperanza con más fuerza cuando él les iba explicando de una manera nueva lo que había sucedido. Esa esperanza comenzó a resplandecer con más claridad cuando Jesús les fue dando a conocer los planes gloriosos que Dios tenía para el futuro de sus fieles. Tan buena era la noticia que la tristeza, que antes los agobiaba, se fue esfumando. Luego, cuando Jesús bendijo y partió el pan, la fe y la esperanza se consolidaron en ellos y renació su deseo de seguirlo nuevamente.

Es importante ver que Jesús no solamente les fue enseñando a estos discípulos, sino que restableció en ellos la esperanza y lo hizo sanando sus recuerdos; es decir, les ayudó a ver el pasado con sus propios ojos. Les mostró lo muy cuidadosa y pacientemente que Dios había actuado en ellos para llevarlos a este punto y que en realidad la esperanza que Jesús había suscitado en ellos no había sido en vano. De esa forma, haciéndoles ver el pasado con nuevos ojos, el Señor abrió para ellos una nueva esperanza para el futuro.

Sanación de recuerdos y una visión optimista. Casi todos también hemos tenido experiencias dolorosas y traumáticas en el pasado, que nos han hecho sentirnos heridos, decepcionados o traicionados, y esos recuerdos son como nubarrones que oscurecen la visión del futuro que nos aguarda. Algunos de esos eventos traumáticos han sido leves y sus efectos son poco duraderos, pero otros, más profundos, son como heridas abiertas que permanecen sangrando por meses o años. Ya sea que tengamos recuerdos dolorosos breves, como los discípulos de Emaús, o bastante traumatizantes, como quienes han sido víctimas de violencia o abuso, son hechos que pueden condicionar nuestra vida por mucho tiempo.

Lo que les sucedió a los discípulos de Emaús nos enseña que, por muy oscuro y deprimente que nos parezca el pasado, Jesús está allí presente, dispuesto a socorrernos y lo hace caminando junto a nosotros, acompañándonos y escuchando cuando le contamos honestamente lo que nos ha sucedido, lo que hemos hecho y lo que hemos experimentado. Cristo nos ama y puede sanar cualquier recuerdo doloroso que tengamos y darnos una nueva esperanza.

Si tú quieres que sanen tus heridas del pasado, invita a Cristo a hacerse presente en las experiencias de tu vida. ¿Hubo alguien en el pasado que te causó un daño grande, que te hizo más inseguro o deprimido? Quizás un ser querido que te traicionó y ahora eres más desconfiado o amargado. Tal vez tuviste un gran revés financiero o un grave problema en el trabajo que te tiene muy frustrado y preocupado. Sea lo que sea, procura repasar en tu mente lo mejor que puedas todo lo que te ha sucedido, pero no lo hagas solo. Imagínate que Jesús está contigo mientras vas recordando cada episodio. Imagínate que él te tiende la mano y tú le vas contando las razones por las cuales te sientes ofendido, frustrado, dolido o perjudicado. Dile de qué manera eso sigue afectando tu vida y pídele que te sane y te quite el dolor y el resentimiento.

No te preocupes si te parece que hay momentos extendidos de silencio, en los que pareciera que no sucede nada. Ten paciencia y procura permanecer en la presencia del Señor; deja que él te sane y resuelva el problema. Anota lo que te parezca que él te dice o hace. A lo mejor pone el brazo sobre tu hombro y te acerca a su lado o te hace comprender que, cuando sucedió aquello, él estaba allí contigo, consciente de tu dolor o tu resentimiento y que intercede por ti a su Padre. Quizás te quiere ayudar a perdonar a esa persona que te hizo daño o te causó dolor, aunque tal persona posiblemente no lo merezca.

Tampoco te preocupes si no te sientes mejor inmediatamente. A veces toma tiempo abrir el corazón para que Jesús pueda entrar y sanar las heridas del pasado. Si te parece que el resultado es positivo, repite este proceso durante tu oración personal. Con el tiempo, el dolor del pasado comenzará a desvanecerse y te sentirás más alegre y más libre; comenzarás a ver que todavía hay razones para tener viva la esperanza, porque Jesús, el Señor resucitado, está contigo y no te abandonará.

La Pascua es nuestra esperanza. La Pascua de Resurrección despierta en nosotros un nuevo sentido de esperanza, pues su mensaje es que Jesús no solo murió en la cruz para luego regresar al cielo, sino que muriendo venció el pecado y luego resucitando volvió a nosotros. Además, dejándose ver por Pedro, María Magdalena, los discípulos de Emaús y muchos otros, nos dio la prueba de que todavía está muy involucrado en la vida de todos sus fieles, incluso tú y yo. Nos demostró que todavía quiere sanarnos y ayudarnos a seguir sus pasos, y de esa manera vemos que Cristo quiere infundirnos la gran esperanza de un futuro luminoso y nosotros deberíamos recibirla.

A veces uno va recorriendo su propio camino de Emaús, en medio de la incertidumbre o el desánimo, incluso sin saber cómo, pero lo bueno es que tú no tienes por qué quedarte allí. Acude a Jesús y pídele que te ayude. Observa las señales de esperanza que hay cerca de ti. Dedica unos minutos a orar con el Señor en la forma como hemos descrito; piensa en algo que sucedió en tu pasado e invita al Señor a observarlo contigo. Inténtalo varias veces en este tiempo pascual y luego reflexiona un poco para ver si te sientes más alegre, más relajado y más optimista.

En su primera Misa de la Vigilia Pascual, el Papa Francisco dijo: “Sigo recordando lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por mí… recordando el camino que hemos recorrido juntos; esto es lo que nos abre el corazón a la esperanza para el futuro” (Homilía de la Vigilia Pascual, 30 de marzo de 2013). Recordar el pasado, ver la mano de Dios en él, contemplar el camino recorrido y pedirle al Señor que nos quite las espinas de los recuerdos dolorosos, si lo hacemos con frecuencia, brotará en nuestro interior una esperanza más clara y firme para el porvenir.

Un futuro glorioso. Así pues, deja que Jesús venga a ti en este tiempo pascual; deja que te muestre que tu futuro puede ser tan glorioso como el suyo; que te ayude a afrontar las dificultades que puedas encontrar en la vida, y cree que él está contigo a cada paso del camino, tal como lo estuvo con los dos discípulos de Emaús.

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