La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Cuaresma 2022 Edición

Yo los he escogido

Jesús te ha llamado a estar con él…para siempre

Por: Joe Difato

Yo los he escogido: Jesús te ha llamado a estar con él…para siempre by Joe Difato

¿Cuál ha sido el discurso más conmovedor que has escuchado? ¿Fue el de Martin Luther King Jr. en la marcha en Washington en 1963 en que dijo “tengo un sueño”? ¿Sería el que dio Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial en que dijo “lucharemos”? Podría haber sido el del jugador de béisbol Lou Gehrig que dijo “soy el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra” el día que se retiró.

Pues, tal vez no fue ninguno de estos. Quizá el discurso más conmovedor que pueda encontrarse es el “Discurso de Despedida” de la Última Cena (Juan 13- 17). Abarca solamente unos cuantos capítulos, pero estas palabras de Jesús engloban toda la misión de la Iglesia. En el centro de este discurso se encuentran estas palabras: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca” (15, 16).

Jesús dijo estas palabras tanto para tranquilizar a sus discípulos como para explicar la misión que les estaba encomendando. El Señor quería ayudarlos a prepararse para el momento en que él sería crucificado y luego ya no estaría físicamente con ellos. Jesús sabía que sería difícil decir adiós, así que les ofreció palabras de consuelo y propósito para reconfortarlos.

En este tiempo de Cuaresma, Jesús quiere decirnos lo mismo que les dijo a sus discípulos en la Última Cena. Quiere convencernos de que él nos ha escogido para pertenecerle a él, de que él nos ha encargado cumplir con una misión, y que él quiere ayudarnos a dar fruto en nuestra vida. Así que fijemos nuestros ojos en Jesús, nuestro Salvador crucificado, y pidámosle que pronuncie estas palabras en nuestro corazón.

Detrás de la historia. Comencemos por entender la “historia detrás de la historia” en el Evangelio de Juan. Algo que Jesús repite una y otra vez en este Evangelio es que él no está actuando por su propia cuenta. El Señor solamente hacía lo que el Padre le señalaba que hiciera.

A sus discípulos, que acababan de exhortarlo a que comiera algo, Jesús les dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo” (Juan 4, 34).

Después de curar a un hombre que no podía caminar, les dijo a los judíos que se oponían a él: “El Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas todavía más grandes, que los dejarán asombrados a ustedes” (Juan 5, 19-20).

A un grupo de personas que lo escuchaban atentamente y luego creyeron en él, les dijo: “No hago nada por mi propia cuenta; solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. Porque el que me ha enviado está conmigo… porque yo siempre hago lo que a él le agrada”(Juan 8, 28-29).

Hacia el final de su ministerio, Jesús explicó su obra diciendo: “Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar” (Juan 12, 49).

Y, en la noche en que fue traicionado, cuando ofreció su plegaria final al Padre, Jesús dijo: “Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste” (Juan 17, 4).

Evidentemente, Jesús estaba convencido de que solamente estaba actuando y hablando según la voluntad y el plan de Dios. Desde luego Jesús siempre podría haber actuado por su propia cuenta, pero decidió no hacerlo. Mantuvo su corazón fijo en su Padre, y fue capaz de discernir su voluntad debido a la manera en que lo amaba. El amor implicaba que Jesús solamente hacía lo que su Padre quería que hiciera.

Las horas finales de Jesús. De todas las formas en que Jesús demostró su determinación para hacer solo lo que el Padre le pidió, nada se compara con los eventos del Jueves y Viernes Santos. Aún en esas horas finales, cuando su vida pendía de un hilo, Jesús decidió hacer la voluntad de su Padre.

El Jueves Santo, al partir el pan con sus apóstoles, instituyó la Eucaristía y les mandó: “hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22, 19). Dijo esto sabiendo que estos mismos hombres lo iban a abandonar y él tendría que enfrentar solo la cruz. Cuando lavó los pies de sus discípulos aquella noche, incluyó a Judas, aunque sabía que estaba a punto de traicionarlo. Es increíble que Jesús nunca se dejó llevar por el resentimiento o la amargura debido a los planes de Judas.

Luego, el Viernes Santo, Jesús mantuvo su paz y confianza en Dios mientras se presentó ante Pilato, quien tuvo el poder de librarlo de la muerte. E incluso mientras colgaba de la cruz, decidió tener palabras de misericordia por sus verdugos: “Padre, perdónalos”, dijo, “porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).

Jesús nunca vaciló respecto al plan de su Padre. Se mantuvo firme hasta el mismo momento en que pudo decir “Todo está cumplido” (Juan 19, 30). Jesús hizo lo que su Padre lo había enviado a hacer: “Dar su vida en rescate por una multitud” (Marcos 10, 45).

Una invitación divina. La Iglesia enseña que cada uno de nosotros tiene libre albedrío y la experiencia nos dice que cada uno toma sus propias decisiones. Pero al mismo tiempo, Jesús nos dice: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes” (Juan 15, 16). ¿Cómo conciliamos estas dos verdades? Hablando del llamado de Dios para nuestra vida.

En la Última Cena, Jesús les dijo a sus discípulos que los había escogido para que dieran fruto para su Reino. Les dijo que este era un llamado divino: Ser responsables por la obra que Dios tenía reservada para ellos. Pero también sabemos que los discípulos no siempre eran fieles a este llamado. Judas traicionó a Jesús; Pedro lo negó; todos los apóstoles huyeron cuando Jesús fue arrestado.

Incluso después de Pentecostés, cuando ya estaban llenos del Espíritu Santo, los apóstoles no fueron completamente fieles a su llamado. En algún momento, Pablo y Bernabé discutieron tanto que terminaron separándose (Hechos 15, 36-40). Y recuerda que Pedro, por un momento, trató nuevamente a los gentiles cristianos como creyentes de segunda clase (Gálatas 2, 11-14).

Estos relatos ponen en evidencia que el hecho de que Dios nos haya escogido no cancela nuestra libertad. Nos muestran que el llamado de Dios es una invitación a que nosotros, todos los días, lo escojamos a él y su plan para nuestra vida. También es evidente que Dios no escoge solo a personas con un carácter grandioso y noble como la Virgen María o San José. El Señor también elige a “la gente despreciada” y “sin importancia” (1 Corintios 1, 27. 28). Dios nos ha escogido a cada uno para edificar su Iglesia, así como nos ha escogido a cada uno de nosotros para que disfrutemos de su amor y estemos en comunión con su vida divina.

Todos somos escogidos. El Señor me escogió, y esta es mi historia: En mayo de 1971, asistí a mi primera reunión de oración. Acompañé a un amigo que había experimentado la gracia de Dios librándolo del abuso de las drogas. Al sentarme junto a él en la parte de atrás del salón, observé a las personas cantando y ofreciendo oraciones de alabanza a Jesús en voz alta. Me sentí extraño. Después de todo, mi fe en ese momento se centraba en asistir a Misa regularmente, tratar de ser bueno y procurar no ir al infierno.

Pero mientras estaba sentado escuchando los cantos y la alabanza, sentí el amor de Dios de una manera nueva y poderosa. Me imaginé a Jesús en la cruz entregando su vida por mí. Siempre supe el principio de que Dios me amaba, pero en aquella noche, experimenté su amor en lo más profundo de mi corazón. Fue el mejor día de mi vida, y lo sigue siendo. Esa noche, supe que Dios me había escogido y que él me estaba invitando a escogerlo a él. A partir de ese momento, mi vida cambió para siempre. Yo quería hacer todo lo que fuera posible por el Señor; yo quería “dar mucho fruto” para él (Juan 15, 5).

Tengo la certeza de que cada uno de nosotros ha sido escogido por Jesús, incluyéndote a ti. Ya sea que puedas señalar un momento específico o no, estoy seguro de que Jesús te ha llamado a dar mucho fruto para él y para su Iglesia. Aún antes de que tú nacieras, Dios te apartó y dijo: “Yo te amo, yo te he escogido. Tengo grandes planes para tu vida, planes para que edifiques mi Iglesia y des buen fruto para mí.” Así que, al comenzar el tiempo de Cuaresma y al esperar la llegada de la Pascua, meditemos en la forma en que podemos dar buen fruto: En nuestro hogar, nuestra parroquia y con los pobres. Decidamos vivir para Jesús, aquel que nos ha escogido a nosotros.


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