La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2022 Edición

Ustedes, ¿quién dicen que soy?

¿Qué clase de Mesías era Jesús?

Ustedes, ¿quién dicen que soy?: ¿Qué clase de Mesías era Jesús?

En un momento crucial de su ministerio, Jesús le hizo a sus discípulos dos preguntas fundamentales. La primera, “¿Quién dice la gente que soy yo?”, no era muy difícil de responder; todos tenían una idea de lo que la gente decía de Jesús. Pero luego vino la siguiente que era en realidad más difícil: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (Marcos 8, 27. 29, énfasis añadido).

Jesús no hizo estas preguntas aquel día por capricho. El Señor había pasado años rezando, estudiando las Escrituras hebreas y preguntándoles a los apóstoles sobre sí mismo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y, ¿yo digo que lo soy? Desde su niñez Jesús sabía que él era diferente a todos los demás, pero fue hasta que presentó estas preguntas al Padre en oración que realmente llegó a comprender quién era verdaderamente.

¿Quién es Jesús? Puede ser tentador desestimar estas preguntas. “¡Jesús era Dios! Siempre supo que él era la segunda Persona de la Trinidad.”

Pero Jesús no era simplemente Dios escondido dentro de un cuerpo, con un conocimiento total del universo entero —y de sí mismo— desde el día de su nacimiento. Jesús también era verdaderamente humano, y al igual que los hombres y mujeres, tenía que conocer el mundo que lo rodeaba. La Sagrada Escritura nos dice que Jesús “seguía creciendo en sabiduría” mientras crecía y maduraba (Lucas 2, 52). De manera que sin dejar nunca de ser Dios, y a pesar de tener una gracia especial que lo ayudaba a comprender quién era él, Jesús siempre necesitaba crecer para entender. Esa era la única forma en que él podía ser como nosotros en “las mismas pruebas que nosotros; solo que él jamás pecó” (Hebreos 14, 15).

¿Cómo llegó Jesús a comprender quién era él? La respuesta sencilla es que lo aprendió de su Padre celestial. Pero, ¿cómo sucedió eso? Bueno, por un lado, aprendió de sí mismo al leer las Escrituras y escucharlas cuando eran proclamadas en la sinagoga. También debe haber escuchado relatos por parte de María y José sobre su nacimiento e infancia. Podemos estar seguros de que él presentó todas estas cosas en oración y le pidió a su Padre que abriera su corazón y lo instruyera.

Y el resultado fue sorprendente. Ningún rabino, sacerdote o escriba en todo Israel había interpretado el Antiguo Testamento de la forma en que Jesús lo hizo. Con su mente y su corazón libres de la nube del pecado y por medio de la relación especial que tenía con su Padre celestial, Jesús llegó a comprender quién era él en relación con el Padre y con Israel, así como la importancia de su misión.

En este mes, queremos imitar esta acción de Jesús de presentarle a Dios sus preguntas en oración. Queremos profundizar en la palabra de Dios y crecer en nuestro entendimiento de las palabras proféticas que señalan a Jesús. También queremos pedirle a nuestro Padre celestial que abra nuestra mente a las verdades espirituales de quién es Jesús y lo que vino a hacer por nosotros, de la misma forma en que lo hizo Jesús.

El pueblo que anhelaba al Mesías. Durante siglos antes de que Jesús naciera, el pueblo judío había esperado que Dios enviara a alguien a rescatarlos.

Anhelaban el tiempo del rey David y su hijo Salomón, cuando Jerusalén fue establecida, se construyó el templo e Israel era una nación libre y soberana. Pero luego los problemas comenzaron. Primero la nación se dividió en dos. Luego ambos reinos, el del norte y el del sur, comenzaron su larga decadencia en el pecado y la idolatría. Pronto, fueron invadidos por ejércitos paganos y enviados al exilio. Después de regresar, varias décadas más tarde, debieron someterse una y otra vez a gobernantes extranjeros. Primero fueron los persas, luego los griegos y finalmente los romanos.

Muchos judíos en el tiempo de Jesús rezaban junto con el salmista: “Oh Señor, ¿hasta cuándo estarás escondido?” (89, 47). Deben haber recordado las promesas del Señor de que enviaría un Mesías para salvarlos: “Hiciste una alianza con David; prometiste a tu siervo escogido: ‘Haré que tus descendientes reinen siempre en tu lugar’” (89, 4-5). “¿Cuándo cumplirás tus palabras, Señor?”, deben haber preguntado. Poco sabían de que su tan anhelado Mesías ya estaba en medio de ellos, viviendo como carpintero en el pueblo de Nazaret.

“Me ha consagrado.” La mayor parte del tiempo, Jesús evitaba llamarse abiertamente a sí mismo el Mesías. Jesús sabía que la mayoría de las esperanzas del pueblo se centraban en un líder político o religioso que expulsaría a los romanos de Israel y purificaría el templo de la corrupción. Así que en lugar de referirse a sí mismo como el Mesías, Jesús enseñó y actuó de formas que mostraban al pueblo lo que el Mesías de Dios había venido a hacer.

San Lucas nos dice que Jesús comenzó su ministerio público con una homilía en la sinagoga de su pueblo de Nazaret. Ahí, intencionadamente abrió la Escritura en Isaías 61, donde leyó el pasaje que muchos judíos de su época interpretaron como una profecía sobre el Mesías:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.
(Lucas 4, 18-19; ver Isaías 61, 1-2).

“Me ha consagrado.” Esas palabras tenían un significado especial para el pueblo, porque la palabra “mesías” tanto en griego (Jhristós) como en hebreo (Meschíaj) significa “el ungido”. Así que Jesús debe haber sorprendido a todos cuando comenzó su homilía diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Lucas 4, 21). Al principio, ¡las personas estaban “admiradas” de que este hijo de un carpintero fuera capaz de exponer las Escrituras con tanta sabiduría (4, 22)!

Pero Jesús continuó hablando sobre cómo este Mesías sería rechazado en su propia “tierra” por su propio pueblo y que, por el contrario, encontraría aceptación entre aquellos que no pertenecían al pueblo de Dios (Lucas 4, 23-27). Según Jesús, el Mesías no vendría solamente por Israel, sino por todo el mundo, ¡y era lo que estaba sucediendo justo en frente de ellos! Evidentemente, ese no era el tipo de Mesías que ellos esperaban. ¡No es de extrañar que trataran de lanzarlo por un precipicio (4, 29-30)!

Un Mesías inesperado. A pesar de que Jesús generalmente no hablaba de sí mismo como el Mesías, en muchos otros momentos sus acciones señalaban esta verdad. Cuando Pedro confesó “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, Jesús no lo corrigió, de hecho, ¡lo felicitó! “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16, 17). Pero luego cuando Jesús le explicó a sus discípulos que como Mesías él sería rechazado y que lo iban a matar, Pedro se enojó y lo reprendió (16, 23). De nuevo, al igual que sucedió en la sinagoga en Nazaret, la visión que Jesús ofrecía del Mesías era radicalmente distinta a la que las personas, incluso sus discípulos más cercanos, esperaban.

La última semana de Jesús estuvo llena de simbolismos mesiánicos. Su entrada en Jerusalén montado sobre un burro le recordó a la gente una profecía del Antiguo Testamento sobre un rey ungido que entraría de esa forma en la ciudad santa (Mateo 21, 1-5; Zacarías 9, 9).

Más tarde en esa semana, Jesús ejerció autoridad sobre el templo expulsando a los mercaderes y afirmando que él lo iba a reconstruir. De nuevo, Jesús estaba cumpliendo la profecía sobre el Señor llegando al templo y purificando a los levitas que servían ahí (Malaquías 3, 1-3). Sin embargo, su forma de purificar el templo no cumplió con las expectativas de los jefes religiosos. Mateo nos dice que “Se acercaron a Jesús en el templo los ciegos y los cojos” (Mateo 21, 14). Los sumos sacerdotes y los escribas eran conocidos por impedir a las personas con discapacidades ingresar al templo porque los consideraban impuros, pero Jesús los recibió, ¡incluso los curó!

Una y otra vez, Jesús le mostró a la gente que él era el verdadero Mesías, pero uno que era tan distinto que ellos no podían ver que él estaba cumpliendo sus súplicas de salvación.

¿Quién dicesque es Jesús? Desde luego, no era suficiente que Jesús mismo supiera quién era él. El Señor quería que sus discípulos lo aceptaran como su Mesías, y no solo que lo aceptaran sino que experimentaran su poder como el Mesías que traía perdón, liberación y el reino de su Padre a Israel. Eso es lo que Jesús quiere para nosotros también. Como Mesías, él ha obtenido para nosotros la libertad del pecado y nos ha ofrecido una vida abundante en su reino. Estas sorprendentes verdades deben movernos, como sucedió con sus discípulos, a seguirlo sin importar a dónde nos esté llevando.

¿Quién digo yo que es Jesús? Esta es una pregunta que debemos hacernos con regularidad conforme crecemos en nuestra vida como discípulos. Durante la próxima semana, reza junto con los siguientes pasajes bíblicos y pídele a Dios que te muestre más profundamente lo que significa que Jesús sea tu Mesías, tu rey que ha venido a liberarte.

Isaías 61, 1-2
Lucas 4, 16-30
Mateo 16, 13-23

Posiblemente, tengas otras preguntas: ¿Jesús realmente sabía que él era Dios? ¿Sabía que él tendría que sufrir y morir? Analizaremos estas preguntas en los siguientes dos artículos.

Comentarios