La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Cuaresma 2013 Edición

Un amigo nuevo y una Iglesia nueva

Dios envió a la persona que yo necesitaba . . . en la cárcel

Por: Miguel J.

Un amigo nuevo y una Iglesia nueva: Dios envió a la persona que yo necesitaba . . . en la cárcel by Miguel J.

Fue difícil atravesar por primera vez las puertas metálicas de aquel penal, sabiendo que era nada más que el comienzo de una sentencia de 25 años que tendría que cumplir. ¿Cómo iba a ser mi vida allí?

Yo no lo sabía y me sentía nervioso, inseguro. Sin embargo, hacía poco que yo le había dado mi vida a Cristo y confiaba que Él estuviera conmigo tras las rejas. Lo que más anhelaba era tener un amigo en Cristo.

Tras las largas horas del agotador viaje que hicimos en bus a la prisión, me senté en la sala de ingreso, donde le toman a uno las huellas digitales, lo fotografían y otros trámites. Tratando de permanecer en calma miré lo que me rodeaba y vi a un recluso de edad avanzada que había allí. Espero que ame a Dios, pensé.

Viendo que yo lo observaba, me preguntó “¿Acabas de llegar?” y le contesté que sí. Luego me preguntó que de dónde era y así empezamos una conversación de las preguntas y respuestas acostumbradas.

Conocí al pastor. No supe si volveríamos a vernos, pero al día siguiente vino a buscarme y me dijo que fuera a su celda. Su actitud amistosa y al parecer sincera me sorprendió, porque no esperaba encontrar alguien que me tratara de esa forma allí en la cárcel, donde los hombres suelen ser huraños, desconfiados y se distancian.

Cuando entré en su celda tuve la segunda sorpresa. Sobre su cama había una serie de galletas y bocadillos de la tienda del penal, y pensé que tal vez los había comprado con el poco dinero que ganaba en el trabajo que hacía como reo.

“Eso es para ti” me dijo. “No tengo dinero para pagártelo” le aseguré, y nunca olvidaré lo que me dijo entonces: “Dios te lo ha dado.”

Mientras tomaba las cosas, me di cuenta de que mi nuevo amigo tenía un rosario y una revista de La Palabra Entre Nosotros en la cabecera de su cama. “¿Eres católico?” le pregunté. Me respondió que sí, pero que había estado involucrado en varias iglesias.

Volví a mi celda, guardé las cosas de comer y otros artículos en mi casillero y me tendí en la cama rezando: Gracias, Señor, porque he encontrado un amigo. Me sentía tan agradecido, porque la soledad es una de las peores situaciones que uno tiene que enfrentar cuando está en la cárcel, separado de su familia y sus amigos y de todo el mundo exterior.

Después de un rato me dieron ganas de leer algo, pero no tenía nada. Recordé la revista La Palabra Entre Nosotros que tenía mi amigo, así que fui a pedírsela prestada. “Claro, ya la terminé” me dijo, “te puedes quedar con ella.”

Cuando empecé a leer los artículos, sentí que el Espíritu Santo empezaba a actuar en mi interior y que me venía una serie de pensamientos y entendimientos que me servían para fortalecer mi fe en Dios. “Realmente me habló al corazón” le comenté más tarde a mi amigo. Hablamos un poco sobre la Iglesia Católica y luego me invitó a venir a Misa el domingo con él.

Realmente lo disfruté mucho: las lecturas, las oraciones y la homilía, así como la bienvenida con que me recibió el sacerdote y todos los demás. Así fue como semana tras semana y mes tras mes seguí yendo a Misa hasta que al final, habiendo aprendido a amar la Santa Misa, le pregunté a mi amigo: “¿Cómo puedo hacerme católico?”

Me dio varios libros y los estudié todos, e incluso inicié el curso del Rito de Iniciación Cristiana para Adultos (RICA). Un año y cuatro meses después fui aceptado en la iglesia. ¡La alegría que sentí fue inmensa!

Llegar a ser un pastor. Naturalmente, a veces encuentro situaciones que me prueban la fe. Una vez regresaba de Misa y me crucé con un recluso que me dijo con cierta insistencia que el crucifijo y el rosario eran cosas de idolatría, una “figura tallada”. Traté de deshacerme de él diciéndole “No empecemos debates por religión”, pero su comentario comenzó a molestarme. Al final del día, tomé el rosario y el crucifijo con devoción y recé hasta que me dormí. Desperté a medianoche con el crucifijo en la mano, y me hice una imagen mental del Señor Jesús clavado en la cruz. Entonces me pareció percibir claramente el mensaje: No sueltes el rosario, es un memorial de tu Salvador. Mantenlo contigo como siempre lo has hecho. “Gracias—le dije al Espíritu Santo—necesitaba esa reafirmación.”

A medida que mi vida de fe en el Buen Pastor fue creciendo, empecé a pensar más y más en que mi amigo había sido un buen pastor para mí y le pedí al Señor que me ayudara a aprender más de la fe para que yo llegara a ser un pastor para otros en el penal. El Espíritu Santo me movió a estudiar asiduamente la Palabra de Dios y aprender varias oraciones católicas. Luego pedí permiso para iniciar un círculo de amistad y oración con otros reclusos.

Lo hice porque quería ofrecerles ayuda a los que se sintieran atemorizados y a los que quisieran reunirse con otros cristianos. Tenía el deseo de ofrecerles esperanza y paz porque aquí hay muchos que no saben cómo sobrevivir; no saben que Dios anhela perdonarles todos sus pecados, y algunos están tan enojados y amargados que no pueden perdonar a los que consideran que les han hecho mal. Otros se sienten agobiados por un gran sentimiento de culpa por las faltas y maldades cometidas y están muy preocupados por todo el daño y sufrimiento que les han causado a su madre, su esposa, sus hijos. ¡Todos necesitan a Jesús!

Ahora soy una persona diferente, pero todavía sigo llevando el mensaje del Señor a los creyentes y no creyentes. Todos los días les entrego pasajes de la Escritura, con el deseo de que sean para ellos la misma fuente de paz, verdad y esperanza que fueron para mí. Si alguien tiene dificultad para entenderlos, el Espíritu Santo me ayuda a explicárselos. También participo en una reunión semanal de estudio bíblico católico, con voluntarios de una parroquia cercana que vienen a ayudarnos a conocer la Palabra de Dios.

Mi relación con el Señor crece ahora día a día. Por favor, pídanle que me mantenga fuerte, para que yo siga creciendo y llegue a ser el buen pastor que Él quiere que yo sea.

Miguel J. practica su fe en Cristo en un penal del sudeste de los Estados Unidos. Este artículo fue adaptado de la correspondencia que mantiene con el programa “Compañeros de La Palabra Entre Nosotros”.


Miguel J. está tras las rejas, pero sabe muy bien que todo cristiano está llamado a llevar el amor y la vida de Cristo a su pueblo. Este es el objetivo que persiguen los Compañeros de La Palabra Entre Nosotros. Gracias a nuestros generosos lectores, como usted, los católicos que se encuentran en circunstancias sumamente difíciles están recibiendo la revista y otros materiales impresos que les ayudan a mantenerse conectados con Dios. En efecto, trabajando con los capellanes carcelarios y militares, estamos construyendo puentes de esperanza y fe para 52.000 presos en los Estados Unidos y Canadá, y para 21.000 militares en servicio activo, hombres y mujeres. Además, a través de los centros que atienden a mujeres embarazadas en situación de crisis y de los apostolados del Proyecto Raquel para mujeres que han abortado, ofrecemos un puente a la vida para unas 6.500 mujeres.

Pero son muchos más lo que están pidiendo ayuda. ¿Quieres ayudarnos a darles una mano a todas estas personas? Por favor, reza por estos ministerios y tal vez decidas unirte a los “Compañeros”. Puedes hacer una donación deducible de impuestos de $100, $50 o la cantidad que puedas, visitando nuestra página en Internet: www.waupartners.org, o enviando un cheque a:

En los Estados Unidos

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Suite 100

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En Canadá

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Attn: The Word Among Us Partners

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Toronto, Ontario M4Y 2T8

(Las donaciones en Canadá solo son deducibles de impuesto sin se envían a esta dirección.)

En Australia

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38 Armstrong Street

Petrie, Qld 4502

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