La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Ago/Sep 2008 Edición

Somos una gran familia

Por: el padre Guadalupe Santos

En 2006, el Papa Benedicto dijo una verdad muy fuerte: La Iglesia Católica sigue siendo perseguida, la Iglesia Católica está siendo acosada.

Pero si bien es cierto que la Iglesia es perseguida, acosada, señalada en todas sus estructuras, desde la jerarquía y hasta las familias que la componen, también es cierto que en todo esto, el Señor se muestra poderoso, como defensor de la Iglesia y de las familias. Esta es la verdad en la que tenemos que fortalecer nuestra fe. Y en la medida en que nosotros, como iglesia local y como auténtica familia, fortalecemos nuestra identidad, en ese sentido también podemos fácilmente rechazar cualquier adversidad y cualquier ataque.

La persecución en el siglo XXI. Hay muchas mentiras y confusión que se están diciendo en contra de la Iglesia y en contra de la familia, pero a nuestro favor tenemos la verdad que reconstruye, la verdad que sana, que salva y que hace brillar a la Iglesia como signo de salvación. Quiero decir algo que para mí es muy importante: Como sacerdote, soy hombre de oración, no sólo porque me gusta la oración, sino porque entiendo la fuerza que la oración tiene frente a Dios, nuestro Señor, para que sus bendiciones vengan sobre el mundo. Pero quiero repetir además algo que dice el apóstol San Pablo y que yo asumo como mío: "Por esta razón me pongo de rodillas delante del Padre, de quien recibe su nombre toda familia, tanto en el cielo como en la tierra." (Efesios 3,14-15).

Hace unos días en Guadalajara, en el Estado de Jalisco, hemos visto con sorpresa que de repente los libros de la escuela secundaria vienen hechos con un montón de errores y engaños con respecto a la educación sexual de los niños. A los niños de secundaria les están enseñando que no hay problema en tener sexo con quien sea, que eso no es nada, que nadie tiene derecho a decirles nada, que ellos pueden hacer con su cuerpo lo que les dé la gana. Pero cuando la Iglesia empieza a levantar su voz de objeción, por todos lados los cardenales y obispos son señalados y acusados como retrógradas, como gente que se opone al avance de la cultura.

Es una vergüenza ciertamente para nosotros, los mexicanos, porque la gente de México quiere ser fiel al Evangelio. Nos costó sangre vivir la fidelidad a Jesucristo, y ¡cómo es posible que ahora en la escuela vayan a enseñarles a los niños cosas que no son correctas! Es cierto que es necesario impartir la educación sexual, pero no que se dé de esa manera ni en la escuela, porque ahí se da sin valores y la educación sexual debe darse fundamentalmente con valores. ¿Por qué lo digo? Porque este es uno de los muchísimos ataques que se están haciendo así, solapadamente, contra la familia y contra la Iglesia de Jesucristo.

Nosotros somos la familia de Dios, de Él dependemos, y cuando nos congregamos en la Iglesia, en un retiro, en un congreso, redescubrimos de nuevo, con pasión, dónde está nuestro origen y dónde está también nuestra meta, el camino que tenemos que seguir como familia, los pasos que tenemos que dar para vivir según ese proyecto maravilloso de Dios. Si nuestra familia toma el nombre de Dios, tenemos que descubrir cómo es la Familia Divina, para que también nosotros lleguemos a ser una auténtica familia, una familia enraizada precisamente en su fuente, que es Dios, que es el amor.

La familia en el Plan de Dios. Dios pensó en su familia, querido hermano o hermana, con un plan maravilloso, aunque a usted le parezca que no es muy capaz de seguir la voluntad de Dios. Él pensó en usted para hacer una familia con su esposo, con su esposa, junto con sus hijos, y aquello que usted no puede hacer aunque se esfuerce al máximo por cumplir la voluntad de Dios, Él mismo está dispuesto a lograrlo, para que su familia sea feliz y ustedes vivan siempre unidos en el amor y la armonía. Es preciso, entonces, que tengamos en claro no solamente qué es lo que Dios espera de nosotros, y también que nos demos cuenta que aquello que Dios espera de nosotros Él mismo nos lo da, para que lo podamos alcanzar.

Ahí está la fuente de nuestra identidad y de nuestra vida. Fácilmente somos engañados, porque el mundo, como decía el Papa Benedicto, está atentando contra la Iglesia y contra la familia. Se nos invita de muchas formas a olvidarnos de Dios, a apartarnos de la fe, a encajonar a Dios en un ámbito muy reservado, porque dicen que las cosas de Dios, las cosas de la fe, son solamente para la conciencia. Aquí, en California por ejemplo, no es lícito que la gente traiga colgado su rosario en el espejo del auto porque "estorba para la visibilidad." ¡Qué va a estorbar una crucecita colgada ahí que dice "yo soy cristiano"!

Pero se trata de despojar al mundo de los signos de Jesucristo. En las escuelas de muchos países cristianos han quitado la imagen de Jesucristo. En Francia, por ejemplo, hay actualmente muchos musulmanes y para que ellos no se molesten ni se sientan mal, hay que sacar las imágenes de Cristo de las escuelas. ¡Qué curioso! Nosotros tenemos que ceder para que los demás no se sientan mal, y los demás ¿qué hacen para que nosotros nos sintamos bien? Por eso, entiendo que hay de verdad una lucha, que es un engaño del demonio, para que nos olvidemos de Dios. Lo malo es que, a veces, esto sucede con el silencio de los pastores, que no decimos nada, que nos quedamos callados cuando hay ataques en contra de la Iglesia y en contra de la familia. Claro, es cierto y lo podemos decir los sacerdotes, que muchos de nosotros hemos hecho el mal, es cierto, sí lo hemos hecho. Pero pedimos perdón por eso y estamos luchando por rehabilitarnos.

Pero eso no quita que podamos reclamar a la Iglesia, a la comunidad e incluso al mundo, que tenemos derecho a vivir como cristianos, tenemos derecho a vivir como católicos, tenemos derecho a que nuestra familia sea protegida por encima de todo. Ese derecho nos lo da Dios, que ha constituido a la familia como célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia.

No tenemos que ser ingenuos; hay procesos que se han venido desatando con mucha maldad en contra de la Iglesia, de la familia e incluso en contra del hombre. Proyectos que en el fondo están motivados por el espíritu maligno que, como dice el Apóstol, reina en el mundo, pero nosotros tenemos que potenciar y defender aquello que es de Dios, es decir desde nuestro corazón y también desde la familia y por supuesto desde la Iglesia, que es la gran familia de los hijos de Dios.

Los engaños del mundo. La cultura materialista en que vivimos nos destruye y fácilmente nos hace instrumentos suyos. Me preocupa mucho que, en la ciudad donde yo trabajo, de cada diez matrimonios, cuatro ya están buscando separarse. Me decía una joven esposa: "Padre, en la escuela en donde yo trabajo, habemos veinte parejas con menos de cinco años de casados, de las cuales ya catorce están buscando separarse, incluso algunas ya están separadas." ¿Cómo es que hemos llegado a donde estamos ahora?

Cuando yo era chiquillo, en el milenio pasado, me acuerdo que de repente nos comenzó a sorprender una moda, la de los hippies. Las melenas largas, los lentes redondos, las barbas y todos mugrosos, sin bañarse. ¿Cómo empezaron estas cosas? Y recuerdo que se promovía el "amor libre", el sexo como expresión de un amor separado del matrimonio. Hasta se decía "haz el amor y no la guerra." Muchos muchachos no querían ir a la guerra en Vietnam, porque había que hacer algo distinto y de esa manera salió ese movimiento. Primero se separa el sexo del matrimonio; después se separa el sexo de la procreación, "hay que tener relaciones pero sin hijos", y después se separa el sexo del amor.

Así que, al fin de cuentas, el sexo ya no tiene nada que ver con el amor. Por eso a los muchachos de la secundaria se les puede enseñar que tener sexo es como comer, tomar agua o cualquier otra cosa, y se nos ha olvidado que la sexualidad es una de las cosas más sagradas y más elevadas de la dignidad del hombre. Pero se la ha convertido en una terrible arma contra el propio ser humano. Entonces, como no se le da importancia al principio de que el sexo está unido al amor, resulta que cualquiera puede ser infiel, porque no pasa nada. ¡Esa es la idea que le están metiendo en la cabeza a tantas personas! Y cuando se confrontan los esposos, el infiel dice: "Es que tuve una aventurilla— y la disculpa— pero no es amor. Yo a ti te sigo queriendo mucho y puedo estar con otra, pero es a ti a quien yo quiero mucho."

¡Eso no es verdadero amor! No es más que un engaño que el mundo nos está metiendo en la cabeza. ¡Es una verdadera confusión, que trae pésimas consecuencias! Esta meditación no es mía, sino de los obispos de España. Ellos han visto, con mucho dolor, cómo esta mentalidad se va metiendo en el mundo, y especialmente allá, en aquel país católico, del cual prácticamente América Latina recibió la fe cristiana, esa fe que ahora tiene como enemiga.

¿Qué está pasando? ¿A dónde vamos? ¡Se trata de nuestras propias familias cristianas católicas! ¿Qué está pasando con nosotros? ¿A dónde tenemos que ir para reforzar de nuevo la unidad de la familia? Sin duda, no tenemos otro camino que voltear los ojos a Dios, nuestro Señor, y a la Madre Santísima, la Madre de nuestra gran familia católica, para que encontremos en ella la meta, el modelo y el fondo de nuestra existencia.

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