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Septiembre 2016 Edición

Sólo para Dios y Jesús

Madre Teresa: Una santa de nuestros días

Sólo para Dios y Jesús: Madre Teresa: Una santa de nuestros días

El Papa Francisco firmó el decreto de canonización de la beata Madre Teresa de Calcuta, que previsiblemente se producirá el 4 de septiembre de 2016, según informó la oficina de prensa del Vaticano, en base al milagro ocurrido en 2008 de un hombre brasileño que se encontraba en fase terminal por graves problemas cerebrales, y que se curó por intercesión de la beata fundadora de la Congregación de las Misioneras de la Caridad.

Desde hacía muchísimos años se consideraba que la Madre Teresa de Calcuta era una santa en vida. Siendo un enorme emblema de entrega y abnegación para gente de todos los continentes y todas las latitudes, fue galardonada con numerosos premios, entre ellos, el Premio Nobel de la Paz en 1979. Su congregación, las Misioneras de la Caridad, tienen actualmente más de 4.500 hermanas activas y 150 contemplativas, 400 hermanos, 50 sacerdotes e innumerables colaboradores en 133 países, todos ellos comprometidos a vivir su misma vocación en todo el mundo. Fue beatificada en 2003 y en septiembre del presente año será elevada a los altares.

La vida de la Madre Teresa es una historia de un éxito innegable, aunque ella insistía en que no había sido llamada a tener éxito, sino a ser fiel. Pero pese a toda la popularidad y admiración que inspiraba, no mucha gente conoce cómo Dios la fue formando y preparando para cumplir su vocación.

Decía ella: “De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús.” De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, la Madre Teresa de Calcuta tuvo la misión de proclamar el amor de Dios a la humanidad, especialmente a los más pobres entre los pobres. “Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mí para que seamos su amor y su compasión para los pobres” decía. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada del amor a Dios y ardiendo con un único deseo: “Saciar la sed de amor y almas que tiene Jesús.”

Nos enseñó que la mayor pobreza la encontró no en las zonas más míseras de Calcuta sino en los países más ricos cuando falta el amor. La Madre Teresa se oponía rotundamente al aborto y lo demostró con estas palabras: “Para mí, las naciones que han legalizado el aborto son las más pobres. Le tienen miedo a un niño no nacido y lo condenan a morir”. En Nueva York, en 1995 propuso: “Si conoces a alguien que no quiera su hijo no nacido, que le tenga miedo al niño, díganle que me lo de a mí.”

El discernimiento de su vocación. Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910, en el seno de una familia albanesa católica, la menor de los tres hijos de sus padres. Creció en Skopie, capital de la actual República de Macedonia, en la que se mezclan diversas razas y religiones y donde su padre era un próspero hombre de negocios. Ella misma declara que su infancia fue feliz, y que el día de su Primera Comunión (a la edad de cinco años) recibió la gracia del “amor a las almas,” un don de Dios que luego caracterizaría toda su vida.

El padre de Agnes, a quien ella amaba mucho, murió repentinamente en 1919 quedando la familia en precaria situación de incertidumbre económica; pero también fue ocasión para que la devota madre de Agnes y los sacerdotes de la iglesia local estimularan y alimentaran su fe. A los doce años de edad, le pareció sentir el llamado a ser misionera entre los pobres, pero no estaba dispuesta aún a dejar sola a su madre. Aparte de esta renuencia, tenía también momentos de duda: ¿Era realmente su vocación la de “pertenecerle completamente a Dios”? Unos años más tarde, un sacerdote croata le propuso orar leyendo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, y en ellos encontró la respuesta que buscaba. El solo hecho de pensar en un trabajo de misión la colmó de alegría, a pesar de las dificultades y sufrimientos que sabía que tal vida implicaría; pero aquel sentimiento de gozo era toda la seguridad que necesitaba.

A los 18 años comunicó a su madre los planes que tenía, pero no fue sino hasta un tiempo después que recibió la bendición materna, junto con el recordatorio de que desde ahora ella debía ser “sólo para Dios y Jesús.” Finalmente, en septiembre de 1928, Agnes partió al Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda, para hacerse religiosa.

De hermana a madre. En diciembre de 1929 emprendió el viaje a India, habiendo elegido “Teresa” como su nombre religioso, pero no por la gran Santa Teresa de Ávila, sino por Santa Teresa de Lisieux, “la Florecilla”. A Agnes le encantaba la forma en que Santa Teresita señalaba el “caminito” de la santidad mediante la fidelidad a Dios en las cosas pequeñas y cómo hablaba del inmenso poder que tenía el sufrimiento para obtener la gracia en favor de otros.

También se sentía conmovida por el afán de la pequeña religiosa francesa de “amar a Jesús como nadie lo ha amado antes,” palabras que le recordaban las que su madre le había dicho años antes. Pero sin duda hubo algo profético también en el nombre escogido, ya que al igual que Agnes en sus años posteriores, Teresita también había experimentado una oscuridad espiritual que sólo pudo soportar por su gran fe, una fe “ciega” que no le ofrecía ninguna consolación.

Tras su arribo a Calcuta, Agnes fue maestra de historia y geografía en la Escuela Santa María durante más de 15 años, labor que cumplía con plena dedicación y responsabilidad, aunque sin características excepcionales. Sus hermanas de la Congregación de Loreto la recordaban por su diligencia, su buena disposición para cumplir tareas de servicio, las sandalias que no le quedaban bien y su afinidad por la diversión. Pero había algo que sucedía en su interior.

En 1931, por ejemplo, pasó un tiempo ayudando en una pequeña enfermería para los pobres, época para la cual ya percibía una relación íntima y misteriosa entre los enfermos y el Cristo sufriente. En la farmacia de la enfermería había un cuadro del Cristo Redentor rodeado de una multitud de gente en cuyos rostros se reflejaban los tormentos que padecían. Cuando se veía frente al padecimiento del gentío que esperaba ser atendido, la Hermana Teresa contemplaba aquel cuadro y pensaba: “¡Jesús, es por ti y por las almas!”

El 24 de mayo de 1937 profesó sus votos perpetuos convirtiéndose así, como ella misma lo dijo, en “esposa de Jesús” para “toda la eternidad”. Desde ese momento empezó a llamarse “Madre Teresa”.

Ese año le escribió a su director espiritual manifestándole que con júbilo había llevado la cruz con Cristo. Decía que antes las cruces le causaban miedo, pero ahora podía aceptar el sufrimiento y por eso decía que “Jesús y yo vivimos enamorados.” Nunca especificó la naturaleza precisa de estas cruces, que muchas veces la habían hecho llorar. Tal vez se refería a lo que, siendo albanesa, debió experimentar como extranjera en la vida de la Congregación de Loreto en India.

Pero, en un plano más profundo, se refería a una “oscuridad” que era su compañera: una oscuridad que sería el tema de varias cartas a sus sucesivos directores espirituales y confesores, publicadas sólo después de su deceso. Estas cartas dan la impresión de que la Madre Teresa experimentó tanto el sufrimiento interior como la aridez espiritual, un grave sentimiento de ausencia de Dios, a pesar de la gran sed que de él ella sentía.

No negarle nada. Tanto amaba la Madre Teresa a Dios que en 1942, al igual que Santa Teresita de Lisieux, hizo un voto privado de no rechazarle nunca nada al Señor, promesa solemne que marcaría cada aspecto de su vida, es decir, que ella le diría “sí” a Dios en cualquier circunstancia, por muy difícil que fuera lo que él le pidiera. Este voto comprendía no sólo los heroicos aspectos de la santidad, sino también las rutinas de la vida cotidiana. En el mismo espíritu del “Caminito” de Santa Teresita, prometió hacer todo, hasta las cosas más pequeñas con gran amor. Toda labor y todo sacrificio que hiciera estaría motivado por el amor.

En septiembre de 1946, viajando en tren a la ciudad de Darjeeling (en India) y durante un retiro al que asistió luego, la Madre Teresa tuvo una profunda experiencia con el Señor en la cual él le pidió dejar la Congregación de Loreto y fundar una nueva comunidad en Calcuta, dedicada “a servir gratuitamente y de todo corazón a los más pobres de los pobres.” El objetivo de esta nueva congregación sería saciar la sed de almas que Jesús tenía cuando estaba crucificado.

Recordando el voto que había hecho, la Madre Teresa sabía que no podía negarle nada al Señor. La sed de Jesús, es decir, su deseo del amor de los pobres con sus cuerpos lacerados y su deseo de ofrecerse como bebida espiritual a ellos, era la esencia de todo lo que vino después.

Pero antes de que ella pudiera actuar por fe y hacer realidad esta visión, Teresa tuvo que convencer a su director espiritual y sus superiores religiosos de que este “segundo llamado” era en efecto auténtico y válido. Loreto le había enseñado a obedecer, pero por un momento las instrucciones de esperar que recibía estaban, al parecer, en contraposición con la voluntad de Dios. Ella insistió en que era necesario responder rápidamente, pero por obediencia se sometió a las directivas de la iglesia, aunque mucho le dolió. Finalmente, en abril de 1948, Roma le concedió un “indulto de exclaustración”, lo que le permitía comenzar su vida en los barrios más pobres sin dejar de ser religiosa.

La salida de Loreto fue lo más difícil para ella. Ahora se dirigía a una de las zonas más oscuras y plagadas de enfermedad en el mundo, e iba sola. Estaba consciente de su falta de recursos y de la fragilidad de su condición de mujer sola, aunque la Orden de Loreto tenía mucho prestigio en Calcuta. ¿Era en realidad la voluntad de Dios que ella la abandonara? Algunos llegaron a pensar que la decisión se debía a engaños del diablo. Pero ella estaba decidida a no negarle nada al Señor, ni siquiera el sufrimiento que le causaban el chisme, los malentendidos y el aislamiento.

Una vida llena de gozo. El trabajo comenzó en aquella “escuelita”, donde la Madre Teresa enseñaba a sus estudiantes “escribiendo” las letras del alfabeto en el polvo del suelo e instruyéndolos en los rudimentos de la higiene. Atormentada por temores y la soledad y no sabiendo muy bien cómo pedir donativos, estaba dolorosamente consciente de la enorme necesidad de apoyo y oración que tenía. Gradualmente algunas de sus antiguas alumnas se le fueron uniendo y en 1950 su nueva congregación quedó formalmente establecida. En 1952, le escribió a una amiga belga, cuya mala salud le impidió formar parte de la comunidad, y le pidió que le ofreciera sus sufrimientos al Señor como forma de intercesión por su trabajo. Así comenzaron los “colaboradores enfermos y sufrientes,” que siguieron creciendo en número junto a las Misioneras de la Caridad.

No fueron sólo hermanas religiosas las que se afiliaron a su congregación; también hubo numerosos seglares que ingresaron a la comunidad y finalmente fundó una rama laica de su congregación, así como una orden de sacerdotes. Abrió comedores sociales, hogares para menores, casas para los moribundos, clínicas para leprosos y hogares para víctimas del SIDA. Siendo una mujer de oración, cuya labor de extensión crecía alimentada por el combustible de la contemplación, a menudo se incomodaba por su creciente popularidad y especialmente por las numerosas peticiones que le llegaban para dictar conferencias y participar en asambleas en todo el mundo. No obstante, nunca quiso negarse al Señor, aunque mucho le costara hacerlo.

En medio de las aclamaciones que recibía de muchos países, la Madre Teresa llegó a ver que este mundo, no tanto el de los pobres, sino el mundo de la clase media y de la gente acomodada, era como un Calvario abierto. Sus viajes a los países más ricos la convencieron de que la pobreza espiritual era un problema bastante más grande que el de la pobreza física del “Tercer Mundo” en el que ella trabajaba.

Fiel hasta el final en su determinación de amar a Dios “como nadie lo había amado antes”, y a pesar de las privaciones físicas y padecimientos espirituales que soportaba, la vida de la Madre Teresa se caracterizó por la alegría. ¿Por qué? Porque ella siempre encontraba a Jesús en los pobres; porque cada acto de amor que hacía la ponía “cara a cara con Dios.”

El 5 de septiembre de 1997 se apagó la luz de la vida terrena de la Madre Teresa. El Gobierno de India le rindió honor celebrando un solemne funeral de estado y su cuerpo fue sepultado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se convirtió rápidamente en lugar de peregrinación y oración para gente de diversas confesiones religiosas y condiciones sociales, ricos y pobres indistintamente.

La Madre Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, una esperanza invencible y una caridad extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y una testigo viviente de la sed de amor de Dios.

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