La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Enero/Febrero 2015 Edición

Santa Teresa de ávila

Una religiosa valiente y decidida

Por: el padre Fray Leopoldo Glueckert, O.Carm.

Santa Teresa de ávila: Una religiosa valiente y decidida by el padre Fray Leopoldo Glueckert, O.Carm.

No es frecuente que el cumpleaños de una persona se celebre durante todo un año. Pero, claro, ¡Santa Teresa de Ávila no fue una persona común y corriente! No sólo fue ella uno de los gigantes de la literatura española; también fue reformadora religiosa, mística y precursora de la vida espiritual.

Era de porte pequeño, pero de presencia poderosa y su influencia en la Iglesia de sus días fue enorme, influencia que se ha seguido magnificando a través del tiempo.

Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila fueron declaradas Doctoras de la Iglesia en 1970, las dos mujeres que recibieron este honroso título por primera vez en la Iglesia, y poco después recibió el mismo título Santa Teresita del Niño Jesús, o de Lisieux, la “Florecilla”, que también fue carmelita. Los escritos de Santa Teresa han sido traducidos a docenas de idiomas y su demanda es constante. Asimismo, sus consejos espirituales han sido de ayuda para innumerables personas que han llegado a tener una experiencia más profunda del amor y la presencia de Cristo Jesús, nuestro Señor. Esto nos lleva a dar una mirada a la vida de esta gran mujer, la época en que vivó y sus enseñanzas.

Un comienzo incierto. Cuando Teresa nació, en marzo de 1515, España estaba entrando en su “Siglo de Oro”. La boda real entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón había ocurrido en 1469, uniendo así a los reinos españoles bajo un solo régimen. Juntos, estos monarcas expulsaron al último de los jefes moros en 1492. De allí en adelante, tuvieron como ideal construir un reinado cristiano, expresamente religioso y establecido sobre los principios del Evangelio.

En ese mismo año, habiendo Cristóbal Colón descubierto el Continente Americano, demostró que era posible navegar hasta las “Indias Occidentales” y regresar sin peligro llevando tesoros de asombroso valor. Pero más que nunca, la sociedad española se caracterizaba por despiadadas pugnas entre las familias de la nobleza tratando de consolidar el reconocimiento de sus privilegios y honores ante la corte real. El abuelo de Teresa, por ejemplo, se había trasladado de Toledo (entonces capital del reino) a la ciudad de Ávila procurando ocultar el estigma de tener, entre sus antepasados, a judíos conversos.

Al mismo tiempo, el hecho de que la familia acababa de ascender por los rangos de la nobleza, le imponía la necesidad de mantener en forma visible, pero con sumo esfuerzo económico, su nueva condición de nobleza social. Incluso, siendo aún joven, Teresa tuvo que sufrir una especie de sutil aura de inferioridad, por lo que era necesario reafirmar constantemente su dignidad y su mérito personal. En años posteriores, esta condición “irregular” de su personalidad le sirvió mucho cuando tuvo que luchar por las reformas religiosas que ansiaba conseguir y sus métodos aparentemente poco tradicionales de oración.

Aspirante a mártir y monja. Teniendo en cuenta la acendrada religiosidad de España y el deseo de su propia familia de ser reconocida como “católica” tanto cuanto fuera posible, no es sorpresa alguna el que Teresa haya crecido con una conciencia muy clara y un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia. Cuando tenía apenas siete años, por ejemplo, ella y su hermano decidieron que serían mártires de Cristo y quisieron irse a la tierra de los moros para derramar su sangre por el nombre de Jesús. Por suerte, los fanáticos niños no llegaron muy lejos antes de que su tío los interceptara y les trajera de regreso a casa. Después de esto empezaron a jugar pretendiendo que eran ermitaños, aislados de las imperfecciones del mundo y dedicados a la oración constante y la solitud.

La madre de Teresa falleció cuando ésta tenía unos 14 años, con lo que terminó la despreocupada infancia de la muchacha. El corto tiempo que pasó estudiando con las monjas agustinas despertó su interés en la vida religiosa, pero su salud era delicada y tuvo que desistir de otras aspiraciones. No fue sino hasta poco después de cumplir los 20 años que decidió ingresar al convento carmelita de La Encarnación en su ciudad natal.

El convento era enorme y las finanzas con que contaba no bastaban para atender a todas las monjas. No era en absoluto un lugar falto de moral, pero la calidad y la observancia de la oración era desigual, y muchas de las mujeres que allí residían no tenían noción alguna de una vocación religiosa. Numerosos eran los casos en que las familias nobles llevaban a sus hijas solteras al convento y simplemente las dejaban allí junto con una gran donación de dinero. Una vez ingresadas, las jóvenes continuaban la vida de ocio que habían llevado hasta entonces, teniendo a su servicio sus propias criadas, cocineras y círculos sociales. No era ni con mucho una condición propicia para la oración auténtica ni la contemplación.

No obstante y pese a estas adversidades, Teresa dedicó los próximos 20 años de su vida a ser una religiosa sincera y cumplidora. Estudió y adoptó los ideales carmelitas de silencio y solitud, así como las normas de los antiguos ermitaños de “reflexionar día y noche en la Ley del Señor.” Su salud dejaba mucho que desear, por lo que numerosas veces sentía que perdía la tranquilidad, pero las demás religiosas de la comunidad la veían como una persona estable y digna de confianza.

Un terremoto espiritual. Pero todo cambió en 1557. Habiendo cumplido los 42 años, Teresa tuvo una profunda experiencia de los sufrimientos de Cristo. Una estatua particularmente realista de Cristo llagado la movió a arrepentirse profundamente de la vida de tibieza espiritual que había llevado hasta entonces. Entre copiosas lágrimas y contrición del corazón, se sintió impresionada por el abandono y la soledad que Jesús debió haber experimentado en su pasión, y esto la llevó a ofrecerle al Señor su compañía personal. A partir de aquel momento, Teresa comenzó a tener una profunda unión con Dios, que se manifestó en una forma de oración incesante, como un diálogo permanente, e incluso en ocasiones experimentaba profundos éxtasis místicos.

Esta novedosa unión espiritual con Cristo Jesús llegó a ser la fuerza que la movió a trabajar en la reforma de la Orden Carmelita, al punto de que se sentía consolada cuando alguien la abandonaba, la interpretaba mal o la rechazaba. Y este fue el punto focal de todos sus escritos y de la dirección espiritual que daba a las religiosas. Lo que experimentó fue tan conmovedor que ella sabía que no podía guardárselo solo para sí, porque estaba consciente de que aquello no estaba destinado sólo para ella. Teresa estaba convencida de que cualquier persona puede conocer a Cristo tan profundamente como ella lo había conocido; que todos podían tener el mismo tipo de oración dialogada que ella había aprendido y practicado.

Después de esta sacudida espiritual, Teresa comenzó a pensar en cómo reformar y mejorar la vida en su convento. Sin dejar de tener presentes los elementos fundamentales de la regla carmelitana, comenzó a tratar con otras personas acerca de modalidades nuevas y más fructíferas de vivir la regla. Ella misma comenzó a idear una comunidad experimental, que fuera lo suficientemente pequeña como para facilitar la amistad, el amor y el servicio entre las hermanas. Consciente de que los títulos y privilegios de la nobleza ejercían efectos nocivos en la comunidad, propuso que en lugar de los apellidos de noble linaje, las hermanas adoptaran nombres religiosos y cada una se vistiera y calzara con plena sencillez. Las actividades diarias serían disciplinadas y simples, concentrándose principalmente en la oración. Pero, por sobre todo, la comunidad del convento tenía que ser un lugar de alegría y felicidad.

Con la autorización del provincial carmelita, Teresa fundó en 1562, el pequeño convento de San José. Tuvo que ajustar ciertos detalles de la nueva casa, pero en general se contentó con el hecho de disponer de un lugar propicio para que las hermanas llevaran la misma clase de oración que ella experimentaba. Varios intentos de reforma anteriores habían fracasado porque se concentraban más en la observancia de las reglas, y no en la espiritualidad básica de las personas. Teresa tuvo éxito porque insistió en que lo principal era la oración, por encima de todas las demás consideraciones. ¡Y los resultados fueron excelentes! Pronto aparecieron otras monjas que le pidieron afiliarse a su comunidad y constantemente llegaban a su puerta vocaciones nuevas y entusiastas; de hecho fueron tantas que nunca faltaron postulantas para las nuevas comunidades que fue estableciendo.

En 1567, el prior general carmelita, fray Juan Bautista Rossi, visitó Ávila y mucho le agradó lo que allí vio, tanto así que le dijo a Teresa que ella podía fundar todos los conventos que quisiera mientras hubiera hermanas dispuestas a vivir en ellos. A causa de la obvia necesidad de capellanes y directores espirituales que había, también la autorizó a establecer comunidades de frailes que vivieran según las normas reformadas por ella. Durante los 15 años siguientes, Teresa fundó 16 conventos reformados para mujeres y otros para hombres.

Tensión productiva. Hay un refrán que dice que la época más difícil en cualquier institución humana es cuando trata de reformarse a sí misma. En el caso de las carmelitas españolas, había una resistencia natural de parte de muchas religiosas a comprometerse a llevar un estilo de vida más estricto. Pero algo que complicó gravemente esta situación fueron las ideas, bien intencionadas, que muchos planteaban desde fuera sobre cómo debían o podían reestructurarse las comunidades existentes, aun cuando quienes proponían tales ideas no entendieran a cabalidad el espíritu de la vida carmelitana. Estas influencias externas llegaron de figuras tales como el Rey Felipe II, varios obispos, nuncios papales y tres papas. Como consecuencia, gran parte de los excelentes conceptos renovadores de Teresa resultaron infructuosos por la mezquindad humana, el orgullo y las pugnas políticas.

Finalmente, viendo que los altercados y los resentimientos hacían muy improbable lograr algún grado de armonía, Teresa llegó a la conclusión de que ya no era posible que dos planteamientos distintos de la regla carmelitana convivieran en paz y no tuvo más opción que agrupar a sus comunidades en una provincia separada, que pasó a llamarse “carmelitas descalzas”.

Tras una disputa particularmente traumática ocurrida en 1575, el Consejero General de la Orden y el padre Rossi le aconsejaron a Teresa que suspendiera sus viajes de reforma y permaneciera por un tiempo en uno de los conventos. Esta no fue una opción fácil para ella, que había sido tan “andariega”, pero Teresa aprovechó este tiempo para componer, en un arrebato de creatividad, algunos de sus mejores escritos. Ya había completado su autobiografía y había escrito el libro Camino de Perfección, una especie de manual de oración. Luego compuso su obra maestra, Castillo Interior, así como su Libro de Fundaciones, en el que planteó en detalle su trabajo de reforma.

Una mujer digna. Después de unos cuatro años de tranquilidad, Teresa reanudó sus viajes. Ella misma percibía que sus energías comenzaban a flaquear, pero se negó a dejar de trabajar. Finalmente, el agotamiento y la enfermedad fueron superiores a sus fuerzas, al punto de que falleció en la noche del 4 de octubre de 1582. Irónicamente, el Papa Gregorio XIII acababa de decretar que ese día comenzara la reforma del calendario, de modo que el día siguiente pasó a ser el 15 de octubre, fecha en que ahora se celebra el día de fiesta de Santa Teresa de Ávila. ¡Incluso en la muerte, esta digna mujer se adelantaba a su tiempo!


Quinto Centenario del Nacimiento de Santa Teresa:

Teresa de Ahumada, más tarde conocida como Santa Teresa de Ávila, nació el 28 de marzo de 1515, de modo que en marzo de 2015 se cumplen 500 años de tan jubiloso acontecimiento. Se considera que el Quinto Centenario del nacimiento de Santa Teresa es “una excelente oportunidad para profundizar en el conocimiento de su vida y su excepcional obra” teniendo en cuenta sus “facetas literaria, religiosa, académica, histórica y, sobre todo, humana.” Por esta y muchas otras razones, la Iglesia emprendió la celebración del Quinto Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Ávila el día 15 de octubre del año pasado, fecha de su fallecimiento, evento que se prolongará por todo un año.

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