Reclamados para Cristo
El Bautismo nos une con la muerte y resurrección de Jesús
Por: Joe Difato

Bautismo: ¡qué don tan poderoso y precioso del Señor! Por medio de este sacramento, él nos purifica del pecado, nos transforma en una nueva creación, nos llena del Espíritu Santo y nos recibe en su Iglesia. Y lo que es más importante, nos une de un modo real y duradero al Señor: quedamos “unidos a su muerte” y fuimos “sepultados con Cristo” para que podamos “vivir una vida nueva” y así unirnos “a él en su resurrección” (Romanos 6, 3. 4. 5). En otras palabras, ¡en el Bautismo nacimos de nuevo con el Señor!
Esta es la razón por la cual Dios nos invita a que dediquemos el tiempo de Cuaresma a orar y a apoyar a aquellos que se están preparando para ser bautizados en la Vigilia de Pascua. También es el motivo por el cual nos llama a nosotros a prepararnos para renovar nuestras propias promesas bautismales durante la Vigilia. ¿Y cómo nos preparamos? Con ayuno, oración y limosna. Al vaciar nuestro corazón del pecado y de los deseos egoístas podemos recibir a Jesús y su gracia para ser transformados más profundamente.
Este año queremos centrar nuestra edición de Cuaresma en uno de los mayores dones que Dios nos ha dado: nuestro Bautismo. San Pablo capturó el corazón de estos dones cuando describió el Bautismo de esta forma: “Y Dios es el que a nosotros y a ustedes nos ha afirmado al unirnos a Cristo, y nos ha consagrado. Nos ha marcado con su sello” (2 Corintios 1, 21-22; énfasis añadido). Así que, siguiendo la guía de Pablo, nuestros artículos se centrarán en estos dones. Primero, hablaremos de la seguridad que Dios nos da en Cristo cuando somos bautizados. Luego exploraremos la consagración con el crisma, que nos aparta para el Señor. Y finalmente, meditaremos en cómo el Bautismo nos sella para la vida eterna.
Seguros en Cristo. Estamos familiarizados con los signos y los gestos que suceden cuando un niño es bautizado. Los padres y los padrinos se reúnen alrededor de la fuente bautismal junto con el niño. El sacerdote o diácono los invita a proclamar su fe en nombre del niño y a prometer guiarlo en su camino junto al Señor. Luego derrama tres veces agua bendita sobre la cabeza del niño, bautizándolo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Luego el niño es ungido con el santo crisma, revestido de blanco, y a sus padres se les entrega una vela encendida.
Podríamos estar acostumbrados a ver estos gestos y signos como simples símbolos de lo que esperamos que suceda conforme el niño crece, pero lo que sucede es algo todavía más poderoso. Por medio de estos signos y gestos, el niño realmente recibe las bendiciones que estos representan. Es realmente purificado del pecado original, verdaderamente recibe el Espíritu Santo. El niño realmente se convierte en un hijo de Dios y en un miembro de la Iglesia. ¡Es una nueva creación!
San Pablo habla repetidamente sobre nuestra transformación de la muerte a una vida nueva. A los creyentes les escribió: “Al quedar unidos a Cristo en el bautismo, quedamos unidos a su muerte” (Romanos 6, 3). A los gálatas les dijo: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2, 19-20). Y a los corintios les dijo: “El que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo” (2 Corintios 5, 17).
Estas palabras de la Escritura nos hablan de la seguridad que tenemos en Cristo. Nos dicen que Dios verdaderamente “nos libró del poder de las tinieblas y nos llevó al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1, 13). Y cuando el Señor nos transfiere de un reino al otro, esa liberación es firme. No nos mantenemos yendo de un lado a otro entre estos dos “reinos”. ¡Hemos sido reclamados para Cristo, y sabemos que le pertenecemos!
Arraigados y caminando en Cristo. Pablo dice algo similar unos cuantos versículos más adelante cuando les dice a los colosenses que tienen “profundas raíces” en Cristo (2, 7). Somos como un árbol alto y fuerte porque hemos sido sepultados, o plantados, en la propia muerte y resurrección de Jesús. Nuestras raíces están en Cristo, Aquel que puede darnos la fuerza para florecer y producir fruto abundante.
Esta imagen de tener raíces en Jesús nos habla de la profundidad del amor que Dios nos tiene. Nos dice que él nos tiene en la palma de su mano y nunca nos soltará. Estar arraigados en Cristo nos da confianza porque tenemos a Dios de nuestro lado, trabajando día y noche para ayudarnos a tomar buenas decisiones y aprender de nuestras malas decisiones. Nos dice que Dios nos ha llenado con bendiciones infinitas para ayudarnos en todas las situaciones, tanto buenas como malas, fáciles como dolorosas.
Pablo también les dijo a los colosenses que debían “comportarse como quienes pertenecen a Cristo” para hacerse fuertes y fructíferos. Cuando dice “comportarse” se refiere a la forma en que vivimos como hijos bautizados de Dios. Esta idea de comportarse como quien pertenece a Cristo tiene que ver con las actitudes que tenemos cuando oramos, trabajamos, cuidamos de nuestra familia, etc. Cuanta más confianza tengamos de que estamos arraigados en Cristo, más podremos confiar en la gracia que hemos recibido en el Bautismo y tendremos más capacidad de comportarnos como si le perteneciéramos sin importar dónde estemos o lo que hagamos.
Sabemos “en parte”. Por supuesto, esta confianza no viene a nosotros plena y completamente en el momento en que el agua bendita toca nuestra frente. Piensa en un niño pequeño: puede tener la seguridad de que sus padres lo aman, pero conforme crece, llega a un mayor entendimiento de lo que ese amor significa y lo fuerte que ha sido. Comprende más claramente los sacrificios que sus padres han hecho por él, el afecto que le tienen y su compromiso por ayudarlo a crecer y prosperar. Aun cuando haya desacuerdo y distancia entre ellos, el conocimiento de su amor permanece en lo profundo de su corazón.
De un modo semejante, es posible que al ser bautizados solamente veamos un destello del amor de Dios. ¡Después de todo, la mayoría de nosotros éramos niños pequeños! Pero ese amor estaba ahí, aun si nosotros no lo comprendíamos en ese momento e incluso si no lo comprendemos plenamente ahora. Así que podemos apropiarnos de las palabras de Pablo para nosotros: “Ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente; pero un día veremos cara a cara. Mi conocimiento es ahora imperfecto, pero un día conoceré a Dios como él me ha conocido siempre a mí” (1 Corintios 13, 12).
Pero la experiencia de San Pablo de ese “conocimiento imperfecto” no era estática, sino dinámica. Él seguía aprendiendo y comprendiendo más claramente cómo era el amor de Dios. Su comprensión de la magnitud del sacrificio de Jesús en la cruz seguía profundizándose. Y cuanto más sabía de Jesús, más lo amaba. Probablemente podríamos aprender eso en tan solo cinco minutos. Pero los santos nos dicen que se requiere de toda una vida para llegar a conocer el poder y el amor que recibimos en el Bautismo gracias a la cruz y la resurrección de Jesús.
En esta Cuaresma, esforcémonos por comprender el evangelio y el gran don de nuestro Bautismo. Digamos junto con San Pablo que queremos “conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección”. Y para asegurarnos de que eso suceda, digamos también: “Lo que sí hago es… esforzarme… por llegar a la meta y ganar el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio Cristo Jesús” (Filipenses 3, 10. 14). Podemos tener confianza en que el Espíritu Santo recompensará nuestros esfuerzos con mayor visión, más comprensión y más amor.
Acción de gracias en abundancia. Salvados, establecidos, arraigados, edificados, alimentados, perdonados, bendecidos, transformados y seguros: cuando pienso en todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, me siento asombrado y abrumado. Mi gratitud se hace más profunda cada día y me siento motivado a corresponder a su amor. Por eso Pablo nos exhortó a dar “siempre gracias a Dios” (Colosenses 2, 7). ¡Tenemos mucho por lo que estar agradecidos!
“Señor, te damos gracias por la ‘seguridad’ que nos das cuando somos bautizados por tu cruz y resurrección. Por eso dedicamos esta Cuaresma a conocerte y amarte más, y a amar a los demás como tú nos amas.”
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