¿Quién es este hombre?
El escándalo de la vida y las enseñanzas de Jesús

“¡Escándalo!” exclama el titular del periódico. No importa si es una historia sobre una pareja de celebridades, un político o incluso una figura de la Iglesia, nuestros ojos se verán naturalmente atraídos por el titular. Incluso si es una revelación impactante llena de detalles desagradables, de algún modo parece interesarnos.
Sin embargo, en los Evangelios se desarrolla un escándalo muy diferente: el escándalo alrededor de Jesús de Nazaret. La palabra bíblica para escándalo (skándalon en griego) significa algo que hace tropezar a una persona, un obstáculo o piedra que se interpone en su camino. Jesús sabía que muchos de sus seguidores se escandalizarían a causa de él y lo rechazarían debido a ese escándalo. Sabía que, a veces, incluso los mismos apóstoles se tropezarían con sus palabras. Y por eso les dijo: “¡Dichoso aquel que no encuentre en mí motivo de tropiezo!” (Mateo 11, 6). Les prometió que si ellos permanecían cerca de él y lo escuchaban con atención, podrían aceptarlo a él y aceptar el llamado que les estaba haciendo.
Durante este mes haremos la pregunta: “¿Qué fue lo que Jesús hizo que causó que tantas personas se tropezaran?” También nos referiremos a la forma en que Jesús puede “escandalizarnos” en la actualidad. Y finalmente, hablaremos de la vida “escandalosa” del discipulado a la cual él nos ha llamado a cada uno de nosotros.
Un comienzo escandaloso. ¿Qué era lo que resultaba tan escandaloso sobre Jesús? ¡Muchas cosas! Por ejemplo, su vida comenzó bajo una nube de escándalo: su madre, María, quedó embarazada antes de que ella y José, su prometido, vivieran juntos (Mateo 1, 18-19). Desde luego, sabemos que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, pero algunas personas en la aldea de Nazaret donde vivía María, habían llegado a la conclusión de que ella había transgredido los mandamientos. Imagina cómo deben haberse propagado semejantes noticias en su pequeño pueblo.
Pero más allá de este escándalo, el más grande de todos —la verdadera piedra de tropiezo— sucedió treinta años más tarde, cuando Jesús afirmó que él era el Hijo de Dios. “El Señor es Dios y… no hay otro” (1 Reyes 8, 60). ¿Cómo se atrevió Jesús a decir: “Antes de que Abraham existiera, Yo Soy” (Juan 8, 58; Biblia de Jerusalén)? De hecho, la afirmación fue tan impresionante, que algunas personas “tenían aún más deseos de matarlo, porque… se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre” (Juan 5, 18).
Pero también estaban los detalles de la vida de Jesús. Él no llegó a nosotros como un líder poderoso o victorioso de la forma en que se esperaba que llegara el Mesías. Llegó en pobreza y humildad. Tampoco nació en el seno de una familia influyente en la ciudad santa de Jerusalén. Más bien, era un humilde carpintero de un pequeño pueblo de Galilea. ¿El Dios que creó el universo vino a nosotros como un hombre pobre y humilde? ¿Cómo podía alguien aceptar que este hombre era el propio Hijo de Dios?
¿Señor del sábado? Mientras Jesús andaba por Israel realizando toda clase de milagros, impresionaba y escandalizaba a la gente. Generalmente lo escandaloso no eran los milagros propiamente dichos; sino el hecho de que los realizaba el sábado, el día de reposo. Algunos judíos pensaban que no se debía realizar ninguna clase de trabajos durante el sábado, ni siquiera restaurar milagrosamente la salud de otra persona. Y por eso, después de que Jesús curó a una mujer un sábado —nada menos que en la sinagoga—, el jefe de la sinagoga los reprendió a él y a la mujer: “Hay seis días para trabajar; vengan en esos días para ser sanados, y no en sábado” (Lucas 13, 14).
Cuando escuchaba palabras como estas, Jesús a menudo respondía de una forma aún más impresionante. Se refería a sí mismo como “señor del sábado” (Marcos 2, 28; Biblia de Jerusalén). ¿Cómo era que un simple hombre se llamaba a sí mismo de ese modo? Dios mismo, por medio de Moisés, había instituido el sábado como un día de descanso. ¿Estaba Jesús atribuyéndose la autoridad que le pertenece a Dios? Más aún, como “señor del sábado”, Jesús mostró que la misericordia es el fundamento del mandamiento de Dios de descansar en aquel día. Esa es la forma en que explicó su curación a la mujer que había estado jorobada durante años: “Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esta enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera sábado?” (Lucas 13, 16).
Jesús también escandalizó a algunas personas por comer con recaudadores de impuestos, prostitutas y otra “gente de mala fama” (Mateo 9, 10). Muchos pensaban que sentarse a la mesa y compartir con alguien significaba que uno aprobaba todo lo que hacía esa persona. Para otros, también implicaba un cierto grado de riesgo: comer con un pecador era volverse uno mismo ritualmente impuro. Entonces, ¿cómo podía Jesús, un maestro fiel y devoto, justificar estas actividades “pecaminosas”? ¿No estaba él descarriando a otros? ¿Cómo podía él, al mismo tiempo, afirmar que hablaba en nombre de Dios?
En el que quizá fue el acto más escandaloso de todos, Jesús le dijo a un hombre: “Tus pecados quedan perdonados” (Marcos 2, 5). Las personas quedaron sorprendidas, especialmente los escribas que lo oyeron. Estos eruditos de la ley judía sabían que solo Dios puede perdonar pecados; sin embargo, ahí estaba Jesús proclamando abierta y libremente el perdón. Jesús había blasfemado al ofrecer algo que solamente Dios podía ofrecer.
Escándalo profundo. Conforme Jesús continuaba predicando y enseñando, tenía encuentros cada vez más tensos con algunos de los jefes religiosos judíos. Ellos eran conscientes de lo que él estaba diciendo (y a veces afirmando directamente). Escandalizados por todo esto, comenzaron a presionarlo. En lugar de escuchar con más atención o pedirle humildemente a Jesús que les explicara lo que decía, comenzaron a desafiarlo. Pareciera que ni siquiera querían creerle. Pero Jesús contestó cada desafío con palabras que lo único que hacían era escandalizarlos más.
- Después de que multiplicó los panes y los peces —y después de que varios judíos lo retaron a que les diera más comida— Jesús les dijo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Juan 6, 35).
- Después de que curó a un paralítico —de nuevo en sábado— algunas de las personas comenzaron a perseguirlo por transgredir las restricciones del día de reposo (Juan 5, 16). Pero Jesús les respondió diciendo: “Quien presta atención a lo que yo digo y cree en el que me envió, tiene vida eterna” (5, 24).
- Cuando algunos de los jefes religiosos siguieron presionándolo para que se probara a sí mismo una vez más, Jesús les contestó: “Ustedes no creen, porque no son de mis ovejas” (10, 26). Luego, para hacer valer su afirmación de que él era el “buen pastor” enviado por Dios, declaró: “El Padre y yo somos uno solo” (10, 30).
- Finalmente, cuando se enfrentó a la muerte de su querido amigo Lázaro, Jesús los desafió a todos haciendo la mayor afirmación sobre sí mismo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11, 25-26). Y para probarlo, resucitó a Lázaro —que llevaba muerto cuatro días— con una simple orden: “¡Sal de ahí!” (11, 43). Fueron esta afirmación y ese milagro los que finalmente inclinaron la balanza para los jefes de los sacerdotes y para los escribas: “Desde aquel día las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús” (11, 53).
¿Dónde podemos ir? No sorprende que muchas personas se alejaran de Jesús. Tampoco es ninguna sorpresa que los jefes de los sacerdotes conspiraran para matarlo. Sus afirmaciones eran demasiado escandalosas, y su llamado demasiado costoso. Pero no todos se alejaron de él. En cierto momento, Jesús les preguntó a sus discípulos más cercanos: “¿También ustedes quieren irse?” “Señor”, le respondió Pedro, “¿a quién podemos ir?... Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 67-69). Pedro y los otros decidieron quedarse, incluso “para morir con él” si era necesario (11, 16).
Pedro es nuestro modelo. En medio de todos los escándalos, él ofreció la mejor respuesta de todas: la fe. No era solo una aceptación intelectual de un conjunto de doctrinas, sino una fe personal y vibrante que lo motivó a echar su suerte con el Señor.
Esta es la clase de fe que Jesús nos invita a todos a tener. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, esta es la clase de fe en la que “el hombre da su asentimiento a Dios que revela” (142, 143). Esta es la clase de fe que mira más allá de los escándalos y los rumores sobre la hipocresía —incluso en nuestro propio corazón— y ve a Jesús como alguien en quien vale la pena creer y a quien vale la pena seguir.
Señor, ¡yo creo! Jesús fue un personaje sumamente escandaloso cuando estuvo en la tierra. Pero aún ahora, continúa escandalizando a la gente. Sus afirmaciones sobre sí mismo, la forma humilde y sencilla en que vivía y la naturaleza radical de sus enseñanzas pueden parecer muy distintas a la forma en que el mundo funciona. El Señor puede incluso escandalizarnos a nosotros que creemos en él. Pero está bien escandalizarse. Está bien sentirse confrontados por el desafío de la vida cristiana, siempre y cuando nos mantengamos cerca del Señor y le pidamos que nos ayude a permanecer fieles a él.
Hoy, vuelve tus ojos hacia Jesús. Dile que el llamado que te ha hecho te está resultando difícil. Y haz eco de las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién más puedo ir? Creo que tú eres mi Salvador, así que confiaré en ti y haré mi mejor esfuerzo para seguirte. Creo que tú me ayudarás cuando me tambalee a causa de tus palabras y me vea tentado a alejarme. Señor, yo creo, ¡pero aumenta mi fe!”
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