Predicador de la gracia de Dios
La audaz visión de Santo Domingo por la renovación
Por: Jennie Wiss Block

Durante el 2016, más de ciento sesenta mil personas alrededor del mundo se reunieron para celebrar los ochocientos años de la fundación de su congregación religiosa, la Orden de los Predicadores, más comúnmente conocida como los dominicos, en honor a su fundador, Santo Domingo de Guzmán.
La visión de Santo Domingo era predicar el evangelio de Jesucristo para la salvación de las almas. Durante más de ocho siglos, la orden ha dado a millones de hombres y mujeres, de todas las culturas y caminos de vida, un lugar en la Iglesia. Hoy la familia dominica está compuesta de sacerdotes, monjas de claustro, religiosos y religiosas y laicos, todos los cuales siguen las huellas de Santo Domingo al dedicar su vida a predicar el evangelio en palabra y acción.
El sueño profético de una madre. Existe una leyenda que muchos creen que es un presagio del llamado de Santo Domingo a ser predicador. Cuando su madre, la Beata Juana de Aza, estaba embarazada, viajó a una abadía benedictina cercana para pedir a su patrón, Santo Domingo de Silos, que bendijera a su hijo. Mientras se encontraba ahí, soñó que un perro saltaba sobre su vientre llevando una antorcha encendida en el hocico. Cuando el niño nació, sus padres lo llamaron Domingo en agradecimiento a Santo Domingo de Silos. A partir de ese momento, el sueño adquirió el significado de que su hijo haría arder el mundo con su predicación.
Domingo nació alrededor del año 1172 en Caleruega, un pequeño pueblo de España. Sus padres eran católicos devotos de linaje noble. Su tío era sacerdote, y asumió la responsabilidad de la formación espiritual y académica de su joven sobrino. Domingo era intelectualmente dotado y sobresalió en sus estudios universitarios. Fue ordenado sacerdote a los veinte años y se unió a la catedral de Osma, España. Su intención era pasar su vida ahí sirviendo a la iglesia local. Pero, como todos sabemos, Dios a menudo tiene otros planes. Este fue el caso de Domingo también; con seguridad él no planeaba fundar una orden religiosa. Sin embargo, estaba abierto a lo que Dios lo llamara a hacer, aun si eso significaba ir en una dirección completamente distinta.
Un camino sinuoso pero recto. En el año 1203, el obispo Diego de Osma invitó a Domingo a que lo acompañara a Dinamarca en una misión en nombre del rey de Castilla. Mientras atravesaban el sur de Francia, se encontraron con miembros del catarismo, un movimiento que crecía rápidamente y se expandía. Los cátaros a veces llamados (albigenses) eran un grupo herético que veía el mundo material como malo y negaban la Trinidad y la divinidad de Cristo. Los líderes de este movimiento popular y bien organizado habían adoptado un estilo de vida austero que les daba credibilidad. Por consiguiente, el grupo estaba ganando más fuerza conforme cada vez más personas abandonaban el catolicismo para unirse a ellos.
El Papa Inocencio III estaba sumamente preocupado con la situación y envió a muchos clérigos al lugar para abordar el problema, pero con poco éxito. A inicios del año 1206, tres delegados papales les pidieron al obispo Diego y a Domingo —quien para ese momento tenía fama de ser un talentoso predicador— que asumieran la misión de predicar en la región sur de Francia. Su objetivo era traer de regreso a la Iglesia al mayor número posible de albigenses.
Domingo y Diego comprendieron que el problema era el contraste entre el estilo de vida cómodo y de “mala conducta” (ocasional) de los sacerdotes por un lado, y la vida sencilla y ascética de los líderes albigenses por otro. De modo que decidieron adoptar un estilo similar de vida austera. Con tan solo la ropa que tenían puesta y dando testimonio por medio de su sencillez, viajaron a pie y mendigaron para cubrir sus necesidades mientras predicaban la buena noticia con pasión y claridad. Este enfoque —que más adelante Domingo adoptó cuando fundó la Orden de los Predicadores— condujo a muchas conversiones.
Entre los que se convirtieron se encontraba un grupo de mujeres cátaras que no tenían hogar ni ningún medio de subsistencia. Como respuesta a esta situación, Domingo y Diego establecieron una comunidad religiosa para ellas en Prouille, Francia. El monasterio, el cual existe hoy en día, es conocido como la primera orden dominica.
Hacia el final de ese primer año, Domingo experimentó dos terribles pérdidas. Primero, el obispo Diego murió en el viaje de regreso a Osma. Menos de un mes después, su compañero de predicación, Pedro de Castelnau, fue asesinado por un grupo de fanáticos albigenses. Pero en medio de su dolor, su corazón permaneció abierto a la dirección del Espíritu y siguió el camino “sinuoso pero recto” para establecer la Orden de los Predicadores
Santa predicación. En los años siguientes, aumentó la reputación de Domingo como un predicador excepcional, y Pedro de Bevento, el delegado papal, lo nombró oficialmente jefe de predicación en el sur de Francia. Poco después, un grupo de hombres se le unieron a la misión de predicar. En 1215, Domingo asistió al Cuarto Concilio de Letrán en Roma, donde el Papa Inocencio III lo animó a fundar una comunidad religiosa dedicada a la predicación. Cuando Inocencio murió, más tarde ese mismo año, su sucesor, el Papa Honorio III, continuó apoyando la misión de Domingo y el 22 de diciembre de 1216 emitió la bula papal con la que se creó oficialmente la Orden de los Predicadores.
Santo Domingo dejó a sus seguidores un hermoso legado, el cual a lo largo de los siglos se ha llegado a conocer como “santa predicación”. Los dominicos no entienden la predicación como algo confinado al púlpito durante unos cuantos minutos a la semana. Más bien, es un modo de vida organizado alrededor de los cuatro pilares de la vida dominica: oración, estudio, comunidad y predicación.
Desde los primeros días de la orden, Domingo creó una cultura en la que la amistad tuviera un lugar primordial en la vida cotidiana. Esa cultura vive en la santa predicación y en las relaciones entre los miembros de la familia dominica.
Un fundador visionario y humilde. Domingo solamente vivió seis años después de que la orden fue fundada, y sin embargo en ese corto periodo estableció una estructura organizacional para crecer y florecer. Viajó extensamente cruzando Italia, España y Francia predicando y edificando relaciones. Como resultado, la orden creció rápidamente y se ha mantenido a lo largo de ocho siglos.
Santo Domingo creó una nueva forma de vida religiosa que respondió a las necesidades de su lugar y tiempo. Conocida como orden “mendiga”, sus miembros decidieron vivir en las áreas urbanas en lugar de claustros monásticos. Adoptaban una vida de pobreza y se dedicaban a la evangelización y el cuidado de otros, especialmente de los pobres. Desde sus primeros días, la orden ha puesto mucho énfasis en el estudio y la vida intelectual. Domingo creía que la educación teológica era fundamental para la predicación, de modo que dio el valiente paso de enviar a frailes jóvenes a universidades para que realizaran estudios avanzados.
Santo Domingo era un hombre de profunda oración que frecuentemente pasaba la noche en la capilla orando por los pecadores. Cuando regresaba a casa después de un largo viaje, a menudo se detenía en el convento para ofrecer regalos a todos. A pesar de que podía ser muy estricto y tener grandes expectativas de sus seguidores, también era conocido por su corazón abierto y generoso. No le gustaba llamar la atención. No dejó cartas e insistió en ser enterrado en una sencilla cripta “bajo los pies de los hermanos”. Y, sin embargo, era tan eficaz que cuando murió el 6 de agosto de 1222, a la edad de cincuenta y un años, ya había cientos de personas que vivían su visión de la “santa predicación”.
La “santa predicación” como un modo de vida. Además de su fundador, la Orden de los Predicadores cuenta entre sus miembros a más de setenta santos canonizados. Estos incluyen a Tomás de Aquino, Catalina de Siena, Martín de Porres y Rosa de Lima. Además, más de doscientos dominicos han sido beatificados por la Iglesia. Estos santos y muchos otros hombres y mujeres devotos han honrado la visión de Santo Domingo de predicar el evangelio a tiempo y a destiempo, con sus palabras y con su vida.
Santo Domingo era conocido por decir que siempre deberíamos “hablar con Dios y hablar de Dios”. ¡Que él pueda ser una inspiración para que prediquemos el Evangelio en Palabra y obra!
Jennie Weiss Block, OP, DMin., es laica dominica y teóloga práctica. Escribió el libro Paul Farmer: Servant to the Poor (Paul Farmer: siervo de los pobres).
Bendición dominica del siglo XIII
Que Dios Padre nos bendiga,
que Dios Hijo nos sane,
que Dios Espíritu Santo nos ilumine
y nos dé ojos para ver,
oídos para escuchar,
manos para hacer la obra de Dios,
pies para caminar,
y una boca para predicar
la palabra de salvación,
y que el ángel de la paz nos cuide
y nos conduzca finalmente,
por la gracia de Dios,
al Reino prometido.
Amén.
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