Pacificador extraordinario
San Bernabé ofreció estabilidad en la Iglesia primitiva
Por: Patricia Mitchell

Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos (Mateo 5, 9).
¿Alguna vez te ha correspondido ser un pacificador? No es fácil reunir a bandos opuestos y lograr algún tipo de acuerdo. Incluso “bajar la temperatura” en una situación puede ser difícil. Y sin embargo todos sabemos que las divisiones infligen daño dondequiera que existan: ya sea en nuestra familia, en nuestra comunidad o en la Iglesia. Esa es la razón por la cual Jesús llama a aquellos que son pacificadores “dichosos” e “hijos de Dios”.
Pero ¿cómo comenzamos el trabajo para sanar las divisiones que nos rodean? En lugar de ofrecer un conjunto de instrucciones, a veces es mejor fijarnos en alguien que haya actuado como pacificador y aprender de su ejemplo. Todos conocemos personajes modelos como el Papa Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta y Martin Luther King Jr. Pero también podemos encontrar un ejemplo maravilloso en un personaje del Nuevo Testamento cuyos esfuerzos ayudaron a salvar a la Iglesia primitiva de dividirse cuando estaba en sus inicios.
“Hijo de consolación.” El nombre de este pacificador era Bernabé, un compañero de confianza de San Pablo. La primera vez que se le menciona es en Hechos 4:
No había entre ellos ningún necesitado, porque quienes tenían terrenos o casas, los vendían y el dinero lo ponían a disposición de los apóstoles, para repartirlo entre todos según sus necesidadets de cada uno. Tal fue el caso de un levita llamado José, natural de la isla de Chipre, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé, (que significa: “Hijo de consolación”). Este hombre tenía un terreno, y lo vendió y puso el dinero a disposición de los apóstoles. (Hechos 4, 32-37)
¿Por qué Lucas, el autor de Hechos, destaca a “un levita llamado José, natural de la isla de Chipre” entre todos los demás creyentes que habían donado sus propiedades (Hechos 4, 36-37)? Este hombre se debe haber destacado tanto por su ejemplo como por su capacidad para edificar a otros miembros de la comunidad. Los apóstoles incluso le pusieron el sobrenombre de Bernabé que significa “hijo de consolación”. Así que ya sabemos algo importante sobre Bernabé: él era una influencia positiva en la comunidad, alguien que ayudaba a los otros discípulos a vivir su nueva vida en Cristo.
Bernabé toma la iniciativa. Más adelante nos encontramos de nuevo con Bernabé en Hechos 9, después de la impresionante conversión de Pablo, quien se había quedado por un tiempo con los discípulos en Damasco por un tiempo. Pero después, temiendo por su vida, viajó a Jerusalén para unirse a los discípulos ahí (9, 23-24). Sin embargo, la comunidad de Jerusalén todavía le tenía temor (9, 26). No creían en la historia de su conversión; ¿qué tal si Pablo estaba planeando arrestarlos? Pero Bernabé decidió tomar el asunto en sus manos y reunirse con este nuevo discípulo:
Bernabé lo llevó y lo presentó a los apóstoles. Les contó que Saulo había visto al Señor en el camino, y que el Señor le había hablado, y que, en Damasco, Saulo había anunciado a Jesús con toda valentía. Así Saulo se quedó en Jerusalén, y andaba con ellos. Hablaba del Señor con toda valentía. (Hechos 9, 27-28)
Bernabé reconoció la tensión entre Pablo y los miembros de la comunidad de Jerusalén. Pero en lugar de permitir que la situación continuara, confió en Dios y trató de solucionar las cosas. Dada su respetada posición en la comunidad, pudo asegurarles a los discípulos en Jerusalén que Pablo realmente había cambiado. Y así Pablo pudo vivir con ellos y predicar la buena noticia (Hechos 9, 28).
Este relato nos muestra dos cualidades que le permitieron a Bernabé ser intermediario de la paz entre Pablo y la comunidad de Jerusalén. Primero fue valiente. No dudó en dar un paso de fe incluso cuando no sabía cuál sería el resultado. Segundo, se negó a ser un observador pasivo y más bien tomó la iniciativa de buscar a Pablo.
Conducido por el Espíritu. La Iglesia primitiva estaba creciendo rápidamente, incluso entre los gentiles. Esto debe haber sido impresionante para los discípulos de Jerusalén que eran judíos. ¿Cómo había sucedido aquello? San Lucas nos dice que debido a la persecución que siguió al martirio de Esteban, algunos judíos de habla griega huyeron a Antioquía (Hechos 11, 9). El “poder del Señor” estaba con ellos mientras predicaban el evangelio ahí, y muchos gentiles se convirtieron (11, 21). Cuando las noticias de estos eventos llegaron a Jerusalén, los discípulos de ahí enviaron a Bernabé como su embajador a investigar:
Al llegar, Bernabé, vio cómo Dios los había bendecido y se alegró mucho. Les aconsejó a todos que con corazón firme siguieran fieles al Señor. Porque Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y así mucha gente se unió al Señor. (Hechos 11, 23-24)
Los gentiles y los judíos tenían una larga historia de enemistad entre ellos, así que Bernabé ciertamente podría haberse encontrado con una situación volátil. Pero más bien, se encontró con una nueva comunidad de discípulos. Es interesante que Lucas interrumpiera su relato en este pasaje para describir a Bernabé como un hombre “lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hechos 11, 24). Claramente, Lucas pensó que era importante incluir esta observación. Fue el Espíritu el que ayudó a Bernabé a abrirse a la idea de que Dios estaba haciendo algo nuevo. Bernabé se tomó el tiempo de observar y escuchar en lugar de actuar precipitadamente o de hacer las suposiciones incorrectas sobre las personas de Antioquía.
Debido a que sabían que era un hombre de bondad, fe y lealtad, la comunidad de Jerusalén realmente confiaba en Bernabé. Y por eso creyeron en el informe positivo que envió sobre estos nuevos creyentes. Así, Bernabé se convirtió en un agente de paz entre los discípulos judíos y los gentiles. Incluso llevó a San Pablo consigo a Antioquía para que predicara ahí el evangelio: “Allí estuvieron con la iglesia un año entero, enseñando a mucha gente” (Hechos 11, 26).
Los límites de nuestros esfuerzos. Podemos aprender mucho del ejemplo de Bernabé. Él nos enseña que para ser pacificadores debemos ser fieles, discípulos de confianza, sin temor a tomar la iniciativa y abiertos al Espíritu Santo. Sin embargo, la realidad es que aun cuando hagamos todas estas cosas, es posible que no logremos el resultado deseado. Una última escena nos muestra que Bernabé no siempre fue capaz de hacer la paz:
Algún tiempo después, Pablo dijo a Bernabé: “Vamos a visitar otra vez a los hermanos en todas las ciudades donde hemos anunciado el mensaje del Señor, para ver cómo están.” Bernabé quería llevar con ellos a Juan, al que también llamaban Marcos; pero a Pablo no le pareció conveniente llevarlo, porque Marcos los había abandonado en Panfilia y no había seguido con ellos en el trabajo. Fue tan serio el desacuerdo, que terminaron separándose: Bernabé se llevó a Marcos y se embarcó para Chipre. (Hechos 15, 36-39)
Pablo consideraba que Juan Marcos no era confiable; después de todo, los había abandonado en medio de uno de sus primeros viajes misioneros (Hechos 13, 13). Pero Bernabé quería darle a este joven, que era su primo (ver Colosenses 4, 10), otra oportunidad. Así que después de un “serio… desacuerdo”, Pablo y Bernabé —compañeros muy cercanos en las misiones anteriores— tomaron caminos separados (15, 39).
¿Alguna vez Pablo y Bernabé se reconciliaron? Algunos eruditos piensan que sí porque Pablo menciona a Marcos varias veces en sus cartas. De modo que es muy probable que Pablo finalmente perdonara a Marcos por su deserción, y tal vez, por extensión también se reconciliara con Bernabé. Sin embargo, este episodio nos muestra que no importa lo mucho que estemos capacitados o los muchos dones que tengamos como pacificadores, no siempre podemos esperar una solución pacífica. Muchas cosas están fuera de nuestro control.
Llamados a ser pacificadores. Bernabé es un héroe de nuestra fe, y tal vez uno infravalorado. Dios actuó por medio de él de muchas formas para mantener unida a la Iglesia y ayudarla a florecer y crecer. ¿Quién sabe? Sin su intervención en algunas de las situaciones más difíciles que sucedieron en los inicios de la Iglesia, quizá hoy en día ni siquiera seríamos cristianos.
Tal vez no deseas compararte tú mismo con un santo como Bernabé, pero eso no significa que no puedas ser un pacificador. Tal vez tu iniciativa y valentía pueden ayudar a resolver una tensión entre algunos grupos en tu parroquia. Podrías tener la misión de reunir a dos familiares que no se han hablado durante años. O, en medio de un desacuerdo, podrías ser el primero en dar un paso atrás y ver la situación objetivamente para ver cómo puedes romper el bloqueo y traer paz.
En todo lo que hizo, Bernabé estaba convencido de que Jesús es la fuente de paz porque él es el máximo pacificador. Por su muerte y resurrección, Jesús hizo “la paz mediante la sangre que… derramó en la cruz”, reconciliándonos con su Padre celestial (Colosenses 1, 19-22). Cuando seguimos el ejemplo de Bernabé —y el de Jesús— y actuamos como pacificadores, estamos aceptando el llamado que Dios nos ha hecho a todos sus seguidores. ¡Qué dichosos somos cuando lo hacemos!
Patricia Mitchell trabajó como directora de contenido para La Palabra Entre Nosotros.
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