La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Oct/Nov 2008 Edición

Oremos con María

La Virgen María no lleva a pensamientos maravillosos

Una niña virgen, inocente y sin pecado; una madre silenciosa y contemplativa a punto de dar a luz; una esposa y madre fiel y devota, incluso "una mujer envuelta en el sol como en un vestido" que es llevada al cielo (Apocalipsis 12,1), son todas imágenes que bien pueden hacernos olvidar lo humana que fue María. Al igual que nosotros, disfrutó de muchas ocasiones alegres y felices con su familia y también tuvo pesares y situaciones difíciles que afrontar; experimentó el gozo de ver crecer a su hijo y tuvo que atender a las muchas exigencias de una esposa y madre de sus días. Al mismo tiempo, se vio forzada a soportar situaciones en las cuales sintió como si "una espada le atravesara el alma" (v. Lucas 2,35).

La Sagrada Escritura no nos ofrece más que unos pocos destellos de luz sobre María, pero hay suficientes episodios que nos ayudan a sacar conclusiones acerca de su vida de oración y de ella como modelo para nuestra propia vida de oración.

Una actitud de alabanza y devoción. El cántico de la Virgen María llamado el Magnificat nos permite apreciar, más que cualquier otro pasaje del Evangelio, cómo era su vida de oración (Lucas 1,46-55). Se había enterado de que su prima Isabel, que por mucho tiempo había sido estéril, estaba embarazada y decidió ir a visitarla. Cuando ambas se encontraron, la criatura que Isabel llevaba en el vientre saltó de gozo y ésta declaró que Dios había bendecido a María "más que a todas las mujeres" (1,39-45). La Virgen se sintió tan conmovida por todo lo que estaba ocurriendo en torno a ella que de sus labios brotó casi espontáneamente esta hermosa plegaria de alabanza y gratitud por el Dios que estaba haciendo cosas tan maravillosas.

Al principio de su cántico, María proclama su amor a Dios diciendo "Mi alma alaba la grandeza del Señor" (Lucas 1,46), para expresar luego un principio espiritual fundamental que la Escritura presenta una y otra vez: que Dios escoge a los sencillos y los humildes antes que a los orgullosos, aun cuando éstos suelen tener más educación y estar más calificados en diversas cosas. La Virgen vio que Dios atiende al necesitado y que comunica su fortaleza a quienes se reconocen débiles y su gracia a los que saben que no pueden subsistir sin ella. Por contraste, deja con las manos vacías a quienes consideran que no necesitan a Dios ni nada de Él (1,52-53).

Isabel había anunciado que María era "bendita entre todas las mujeres", pero el ángel Gabriel ya la había saludado como "llena de gracia", reconociendo así que el Señor estaba con ella de una manera especial (Lucas 1,28). Del mismo modo como la lluvia cae del cielo y llena los ríos y arroyos, así también la gracia de Dios se derramó del cielo y llenó a María por completo. La gracia divina la perfeccionó y por eso ella pudo ser la "esclava" del Señor —e incluso su madre— de una manera tan perfecta.

Por la buena disposición de María, Dios pudo hacer en ella lo mismo que quiere hacer en nosotros: transformarla en su imagen y semejanza. Aquello que no entendió cuando le habló el ángel Gabriel, finalmente pudo comprenderlo (Lucas 1,34) y lo que no sabía cuando su joven hijo le dijo "¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?" (2,49), finalmente llegó a entenderlo. Toda vez que Jesús hacía algo nuevo e inesperado, la primera reacción de María era siempre tomar nota cuidadosamente y meditarlo detenidamente en oración.

Un cántico del corazón. Entonces, ¿qué es lo que nos enseña el Magnificat? Nos enseña que María quiso honrar a Dios con todo su ser; que estaba consciente de las grandes cosas que Dios ya había hecho en su pueblo, y que ella estaba dispuesta a hacer todo lo que Dios le pidiera.

Cada uno de nosotros, al igual que la Virgen María, tiene su propio cántico que entonar ante el Señor, un cántico que es nuestra respuesta a la obra de gracia que el Señor hace en nosotros. En el caso de María, su cántico vino a ser la esencia de su propia vida, un cántico que guiaba su conducta. Ella no se dejó influenciar por las diversas circunstancias que enfrentaba, por la posibilidad de un divorcio, ni por la ira asesina de Herodes y ni siquiera por la agonía de ver a su Hijo que era torturado hasta la muerte.

Esto no quiere decir que no le afectaran las cosas que le sucedían, sino que deseaba que sus decisiones en tales circunstancias fueran las que el Espíritu le indicara. Por eso, el cántico que entonemos para el Señor puede ser tan profundo y fructífero como el de María si aprendemos a decirle a Jesús algo como lo siguiente: "Señor, necesito tu gracia porque quiero hacer tu voluntad en todas las ocasiones de mi vida, tanto las de gozo y alegría como las de pesar y aflicción."

Meditar en Dios. Desde su encuentro con el ángel Gabriel, María se vio envuelta en un evento espiritual tras otro. Los pastores le contaron que habían escuchado unos coros angélicos; los reyes magos llegaron desde lejos trayendo regalos extraordinarios, un anciano profeta en el Templo reconoció que la criatura que ella llevaba en brazos era el Mesías y le anunció muchos sufrimientos a ella, y José recibió advertencias en sueños de que llevara a su familia a otro lugar y se ocultara. Incluso llegó aquel angustioso día en que temió que el joven Jesús se había perdido en Jerusalén. En cada una de estas circunstancias, María ponderaba silenciosamente cuál sería su significado y qué estaba haciendo Dios en ellas.

Atesorando estos acontecimientos y meditando en ellos, María fue construyendo un sólido fundamento espiritual para su vida. Desarrolló principios de fe y confianza que le dieron fuerzas para afrontar cada nueva situación que se presentaba. En todo lo que sucedía trataba de ver la mano de Dios y así llegó a estar mejor preparada para cumplir el plan de Dios en su vida.

Jesús dijo una vez "Mis ovejas reconocen mi voz" (Juan 10,27) y el testimonio de muchos otros santos lo corroboran. Por ejemplo, Pedro entró en casa de un pagano llamado Cornelio porque el Espíritu le mandó hacerlo (Hechos 10,19-28). Felipe escuchó que un ángel le decía que tomara un camino diferente del que había pensado y de ahí se produjo la conversión de un funcionario etíope (8,26-39). El Espíritu Santo le dijo a Pablo que cambiara sus planes y pasara a Macedonia y así nació la iglesia de Filipos (16,6-15). De hecho, estaba tan convencido de que Dios quería hablar a todos sus hijos, que repetidamente instaba a las personas a poner atención para recibir la revelación del Padre (Efesios 1,17 -18; Colosenses 1,9; Romanos 12,1-2).

Y lo mismo sucede con nosotros. Dios quiere hablarnos a través de los sucesos del diario vivir con tanta claridad como le habló a la Virgen María; todo lo que hay que hacer es seguir el ejemplo de ella: Meditar en la palabra de Dios y atesorar lo que vemos que el Señor hace en nuestra vida. Así podemos experimentar una gran transformación.

En la vida, todos tendremos nuestra cuota de alegrías y pesares, triunfos y fracasos. La clave para tener la paz y la confianza que tuvo María en medio de todas las circunstancias es tratar de entender lo que nos sucede a la luz de la voluntad perfecta y bondadosa de Dios. Por supuesto, tenemos que usar el don de la razón, pero Dios quiere que también usemos el don de la oración.

Peticiones y más peticiones. En las bodas de Caná, la Virgen María demuestra lo eficaz que resulta pedirle a Dios. De hecho, en el cielo ella continúa presentándole sus peticiones a su Hijo, tal como lo hizo en aquella boda. Confiaba que Jesús haría un milagro porque creía en Él y no se limitó a decir "Bueno, se lo pedí a Jesús, pero Él me dijo que aún no había llegado su hora." No, antes bien, simplemente les dijo a los servidores "Hagan todo lo que Él les diga" (Juan 2,4). ¿Acaso creía ella que podía hacer que Jesús cambiara de parecer? Posiblemente. Ella persistía, pero con amor y mucha confianza. Actuaba así porque conocía tan bien a Jesús que estaba convencida de que Él haría todo lo que ella le pidiera.

Es decir, parece que la Virgen María ocupa un lugar muy especial en el corazón de Jesús. Sabiendo esto, deberíamos dirigirle a ella nuestras peticiones con la mayor insistencia posible, confiando en que ella interceda por nosotros tal como lo hizo por aquellos novios en Caná de Galilea. Al mismo tiempo, hemos de seguir su ejemplo y pedirle directamente a Jesús, con la misma confianza, aquello que necesitamos. Debemos pedir, buscar y tocar a la puerta. Pero debemos estar convencidos de que no hay ninguna petición que sea demasiado insignificante ni demasiado grande para Jesús. Después de todo ¡todavía puede cambiar el agua en vino!

La Virgen sigue trabajando. María continúa trabajando en nombre nuestro, mientras disfruta de la perfección del cielo. Junto con presentarle nuestras peticiones a Jesús, se ha aparecido a diversas personas en numerosas ocasiones para animarnos y guiarnos. Y toda vez que se aparece, repite los mismos consejos que su Hijo predicaba en la tierra: arrepentirse, orar, llevar una vida santa y evangelizar. Desde Aragón (España) hasta el Tepeyac (México), desde Lourdes (Francia) hasta Fátima (Portugal), desde Knock (Irlanda) hasta Beauraing (Bélgica), María prodiga amor, compasión y aliento a sus hijos. Como toda madre, sufre cuando sufrimos y se alegra cuando nos alegramos.

María, nuestro modelo de fe, nos enseña a orar y a vivir. Siendo madre nuestra, quiere que todos seamos felices, que vivamos en paz y que estemos llenos de amor, aunque las circunstancias de la vida sean muy difíciles o dolorosas, y aunque una espada nos atraviese el alma, como ella misma lo experimentó. Ella sabe que la clave para mantener la paz es la oración. ¡Ojalá todos sigamos su ejemplo y aprendamos a orar como Jesús mismo nos enseñó! Así podremos apreciar su revelación en nuestro corazón y si realmente aprendemos a orar bien, ¡podemos llegar a tocar el trono del cielo!

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