La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Agosto/Septiembre 2007 Edición

No tengas miedo ni te desanimes

No somos gente común

Este septiembre harán seis años desde que el mundo contempló horrorizado cómo se perpetraba el peor ataque terrorista en la historia de los Estados Unidos.

El 11 de septiembre de 2001, los extremistas islámicos secuestraron cuatro aviones comerciales y los hicieron estrellar contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, contra el Pentágono en las afueras de Washington, DC y en un campo rural de Pensilvania. Aquel día murieron casi tres mil personas y miles más quedaron heridas. Muchos más fuimos los que nos quedamos sin habla por la impresión de la violencia homicida que azotaba a hombres, mujeres y niños inocentes.

Sin duda que los ataques fueron aterradores y devastadores, pero las consecuencias posteriores también han sido terribles, pero en sentido diferente y más prolongado, como las dos guerras que se iniciaron en Afganistán e Irak. Más tarde, hubo otros ataques terroristas que llevaron a la muerte a otros cientos de personas en las ciudades de Madrid, Bali (Indonesia), Londres, El Cairo y Sydney (Australia). Incluso hubo sobres con bacterias de ántrax que llegaron por correo a funcionarios de gobierno, redacciones de periódicos y estaciones de televisión.

En los meses que siguieron a los ataques, una sensación de miedo, tensión y angustia se apoderó del país e incluso de todo el mundo. Cientos de miles de viajeros cancelaron sus vuelos, las iglesias se llenaron de fieles y el número de "actividades sospechosas" aumentaron de modo alarmante. La gente permaneció en sus casas, evitando especialmente las grandes multitudes, como en los centros comerciales y los estadios. Los comentaristas decían que había una actitud diferente en el país: aumento de la vida espiritual y un deseo de vivir con más sencillez. Parecía que todo había cambiado y que ya nada volvería a ser lo de antes.

¿Estampado en la memoria? Sin embargo, a pesar de todos estos presagios, la vida fue adoptando una nueva normalidad. La gente empezó a viajar en avión nuevamente, la economía inició una recuperación e incluso las iglesias ya no se han visto abarrotadas de personas buscando tranquilidad y respuestas. Se promulgaron nuevas leyes y se establecieron nuevos procedimientos de seguridad en los aeropuertos, edificios de oficinas y otros lugares públicos. La vida retomaba su ritmo normal.

Es obvio que los acontecimientos del 11 de septiembre quedaron profundamente estampados en nuestro recuerdo y, como ha sucedido con otros hechos impresionantes, han afectado en grado sumo la manera en que hoy entendemos la vida. Es decir, si bien las cosas han retornado a lo normal, las impresiones que nos causaron estos ataques probablemente permanecen vivas en nuestro recuerdo y salen a la luz cada vez que nos enteramos de nuevos atentados terroristas o se cumplen aniversarios de éstos.

En esta ocasión, recordemos las reacciones que tuvimos aquel 11 de septiembre y tratemos de responder algunas preguntas: ¿Cómo reacciono yo cuando me encuentro con algo tan horrible como un ataque terrorista en gran escala? ¿Qué efectos produce en mí cualquier tipo de amenaza o peligro que me parezca grave? Bien podría ser un atentado a nivel mundial, como los actos de terrorismo internacional, o bien la noticia de una gran epidemia de influenza. Podría ser también algo más personal, como una gran tentación que nos parece imposible de resistir o rechazar, o una crisis familiar como la causada por un hijo alcohólico, o un enorme problema financiero o incluso el colapso del matrimonio.

Cuando nos toca enfrentar una de estas tragedias, generalmente tenemos tres actitudes que podemos adoptar. Primero, dejar que el temor y la inseguridad nos paralicen al punto de no saber qué hacer. Segundo, tratar de no prestarle atención al problema y seguir adelante como si nada hubiera pasado. O bien, enfrentar el problema en forma directa, aceptar el desafío y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para superarlo. Claro, ya sabemos cuál es la manera noble de actuar en estos casos, pero de todas maneras no dejan de infundirnos temor. Demos, pues, una mirada a un hecho sucedido en el Israel antiguo para darnos cuenta de que todos, podemos cambiar las circunstancias aunque éstas sean muy impresionantes.

Un desafío a Dios. Corría el año 1000 a.C. en la tierra de Canaán. Los israelitas y su Rey Saúl eran constantemente atacados por sus enemigos de siempre, los filisteos, por lo que la moral era muy baja. Los ejércitos israelita y filisteo esperaban acampados para ver cuál iba a atacar primero. Finalmente, los filisteos enviaron a su guerrero más temible, el gigante llamado Goliat. Día tras día éste desafiaba a Israel a enviar a uno de sus filas para luchar con él, de manera que el que ganara el combate obtendría la victoria para todo su ejército, y los del ejército derrotado estarían obligados a entregarse como esclavos a los vencedores.

Con sólo ver a Goliat el miedo se apoderaba de los israelitas. Lo que estaba en juego era nada menos que su libertad, las promesas de Dios y su esperanza de un futuro mejor, pero Goliat parecía ser invencible. Por eso, cada vez que el gigante vociferaba sus amenazas, el terror los dejaba paralizados.

Esta era la situación cuando apareció David. Habiéndose enterado de que los sacrílegos desafíos del arrogante filisteo tenían al ejército israelita medio muerto de miedo, se indignó y exclamó: "¿Quién es este filisteo pagano para desafiar así al ejército del Dios viviente?" (1 Samuel 17,26). Para David, era simplemente inconcebible que Goliat se atreviera a proferir tales amenazas y que el ejército israelita tuviera tanto temor.

David consideró la situación partiendo de una clara apreciación humana: el tamaño de los ejércitos, la proposición de Goliat e incluso el comprensible miedo de los israelitas. Pero también lo hizo con una apreciación espiritual. Desde su punto de vista, Goliat estaba desafiando a Dios mismo y era necesario responder en debida forma.

"Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina —exclamó David enfrentando a Goliat— pero yo voy contra ti en nombre del Señor todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel" (1 Samuel 17,45). Dicho esto, tomó una piedra y la lanzó con su honda con tanta fuerza y precisión que la piedra se clavó en la frente del filisteo y el enorme guerrero cayó de bruces, herido de muerte. En un solo momento, Israel quedó libre del peligro y David se convirtió en héroe nacional.

El desafío de la fe. Dios quiere que todos seamos como David, que miremos las situaciones que nos causan miedo e inseguridad con ojos de fe. Cualquiera sea el peligro que nos aceche, el Señor quiere que veamos más allá de los elementos meramente humanos, para que podamos aceptar el desafío con tranquilidad y confianza en su amor y su poder.

Los soldados israelitas dejaron que el miedo los convenciera de que ellos no eran más que personas ordinarias, incapaces de hacer frente a un enemigo tan temible. Es posible que algunos hayan querido restarle importancia a Goliat y adoptar una actitud de valor y decisión, pero David vio la situación de otra manera. Con sus palabras y acciones, les hizo recordar a todos su dignidad de pueblo de Dios y los inspiró a actuar con decisión. Viendo la victoria de David, "los hombres de Israel y de Judá, lanzando gritos de guerra, salieron a perseguirlos hasta la entrada de Gat y las puertas de Ecrón. Por todo el camino que va de Saaraim a Gat y Ecrón se veían cadáveres de soldados filisteos" (1 Samuel 17,52).

Esto nos demuestra que Dios espera que nosotros hagamos, en el plano espiritual, lo mismo que David hizo en el plano militar. Todos tenemos nuestros propios temores, inseguridades y preocupaciones; todos tenemos situaciones reales o supuestas que también nos causan miedo y nos paralizan. Así como el ejército israelita se atemorizó al ver a Goliat, tal vez nos sintamos tentados a dejarnos llevar por el miedo ante las imágenes de violentos actos terroristas o de algún familiar que haya sufrido una tragedia y nos pida ayuda urgente. Es posible que tengamos la tentación de cerrar los ojos y pensar en nosotros mismos, para concentrarnos sólo en aquello que nos resulta conocido y tranquilizador, antes que atrevernos a enfrentar los peligros y amenazas de la vida en el mundo actual o la situación de una persona que ha sufrido un trastorno devastador. O bien, tal vez nos parezca que estas dificultades son demasiado grandes para tratar de hacerles frente.

¡Pero no tenemos por qué reaccionar así! No somos gente común; somos miembros del Cuerpo de Cristo, ciudadanos del cielo y templos del Espíritu Santo. Tenemos acceso a la sabiduría de Dios y a la valentía y la fe que sólo nos viene del Señor. Si nos decidimos a enfrentar con fe las enormes emociones de inseguridad que nos inspiran los hechos de terror, Dios nos llenará de su poder. Ya sea que nos sintamos fuertes o débiles, todos podemos hacer nuestra la exclamación de David: "Tú vienes contra mí estrellando aviones y derrumbando edificios, pero yo te hago frente en nombre del Señor de los ejércitos. Tú tratas de convencerme de que soy débil e insignificante, pero aquí te espero amparado por Jesucristo de Nazaret, mi Señor, mi escudo y mi fortaleza. Por eso, estoy seguro de que venceré el miedo y la intimidación porque soy hijo de Dios y sé que el Señor me ama y me protege."

Tenemos algo que hacer. No se preocupe si en realidad se siente pequeño o incluso un poco "bobo" haciendo una declaración como ésta y, sobre todo, no se inquiete si nada cambia de inmediato. Con el tiempo, a medida que usted se familiarice con esta actitud, descubrirá que el Espíritu Santo ha empezado a actuar en su interior. Sin duda seguirá viendo la oscuridad del mundo, pero pronto verá algunas señales de luz; podrá reconocer el mal que provoca todo acto de violencia y terror, pero también podrá convencerse más firmemente de que Dios, en su sabiduría y a su tiempo, sacará un bien de cualquier tipo de mal. El miedo dará paso a la esperanza, a medida que usted esté más seguro de que el amor de Dios triunfará y que finalmente desaparecerán toda violencia, mal, odio y sufrimiento.

Queridos hermanos, el Señor tiene un trabajo para nosotros. Así como inspiró a David, también quiere inspirarnos a todos a luchar contra las angustias de la vida, tanto las situaciones de violencia a nivel mundial como las dificultades que todos encontramos en el diario vivir. Dios quiere que sepamos que cada uno de nosotros puede cambiar las circunstancias cuando nos enfrentamos a los "Goliats" que tratan de arrebatarnos nuestra fe.

Comentarios