La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Febrero/Marzo 2007 Edición

No hay agua que pueda apagar el amor

Dios movió a muchos a abrir el corazón y sus hogares a las víctimas del Huracán Katrina

"Tenemos que hacer algo." Cuando Jeff Dunckel, feligrés de la Parroquia Católica de San Rafael, en Rockville, Maryland, vio las noticias la noche después de romperse los diques que contenían las aguas del lago Pontchartrain cerca de Nueva Orleans, cayó en cuenta de lo grave que era la situación.

Casi no podía creer cuando veía que los damnificados se refugiaban por miles en el estadio Superdome de Luisiana, algunos sin más cama que el pavimento y nada que comer, sin agua ni atención médica. Empezó a sentirse mal, frustrado y enojado y pensó: "Tenemos que hacer algo." Estaba listo para actuar, pero no sabía qué hacer.

El domingo siguiente lo descubrió. En lugar de la homilía tradicional, el párroco de San Rafael, Padre Bill Finch, hizo un llamado a sus feligreses para dar ayuda a los damnificados. Su plan era el siguiente: Alquilaría un autobús para ir a Houston, Texas, a donde habían llevado a muchos de los damnificados, y trataría de lograr que unos 50 de ellos aceptaran trasladarse a su parroquia en Maryland. La idea era que las familias de la parroquia los acogieran por un tiempo hasta que pudieran valerse por sí solos, y reinstalarse en un nuevo hogar o regresar a Nueva Orleans.

"Tocar" la fe. La reacción fue espontánea y muy positiva: "El Padre Finch encendió el Espíritu en toda la iglesia" recuerda Dunckel, quien se puso de pie aplaudiendo y agradeciendo al párroco la oportunidad de servir. "No era yo el que hablaba —dijo el Padre Finch— fue Dios quien inspiró todo."

Junto con Dunckel, varias familias de la parroquia quisieron ayudar, y no tuvieron mucho que pensar para decidirse. Los esposos Silvestro comentaron luego: "Cuando escuchas que el Señor toca a tu puerta, tienes que abrirle" y añadían "queremos ayudar y realmente ‘tocar la fe’ de una manera tangible."

El Señor provee. Finalmente, 34 familias ofrecieron recibir a los damnificados en sus casas. Se logró cubrir el gasto del alquiler del autobús y se recolectaron más de $100.000 en donaciones.

El 6 de septiembre, el autobús, en el que se intentaba traer a los damnificados, inició su largo viaje desde Maryland. A su vez el Padre Finch, acompañado de dos personas de la parroquia, viajaron a Houston sin la menor idea de qué ocurriría cuando llegaran, pero el Señor lo arregló todo. En la ciudad la situación parecía un caos completo, pero la mano de Dios allanó el camino. El miércoles llegaron a la oficina de Caridades Católicas en Houston, teniendo solamente un día para encontrar a 50 damnificados dispuestos a irse con ellos. No sería tarea fácil, pero oraron varias veces pidiendo paciencia, energía y discernimiento para saber qué hacer.

Con la ayuda de dos voluntarios de Caridades Católicas empezaron a revisar los archivos, hacer llamadas telefónicas y hablar con los damnificados. Para el mediodía tenían como respuesta varios "no" y muchos "tal vez", entre ellos, de una familia extendida de 23 personas, pero ningún compromiso firme. Al fin de cuentas, y a pesar de que la situación parecía tan incierta, el Señor proveyó. A las 8:00 de la mañana siguiente, cuando el Padre Finch y sus acompañantes llegaron al autobús que habían alquilado, "el estacionamiento estaba lleno de gente" comentó Dunckel.

Dios nos quiere juntos. Cuando los damnificados llegaron a Maryland, llevaban consigo muchas incógnitas. ¿Qué harían ahora? ¿Dónde encontrarían trabajo y vivienda? Pero en pocas semanas, habían avanzado muchísimo. La mayoría de los que buscaron trabajo, lo encontraron, y más de la mitad de ellos tenían una vivienda segura, todo lo cual es testimonio de lo que Dios puede hacer cuando los fieles actúan con fe y se atreven a asumir riesgos.

Con lo sorprendente que era todo esto, algo más importante aún estaba sucediendo también, algo de lo que se dio cuenta Bruce Norwood, uno de los damnificados, que le dijo al Padre Finch: "Creo que este huracán sucedió para unir a las personas. Ricos o pobres; blancos, negros o hispanos, cualquiera sea la situación de cada uno. Dios nos quiere juntos." Jeff Dunckel está de acuerdo: "Cuando uno acepta a las personas en forma individual, y no como grupo impersonal caracterizado sólo por su apariencia física, el Espíritu que brilla en el interior se proyecta hacia el exterior y nos une. Lo que tenemos en común es más importante que lo que nos divide."

Entre los damnificados que llegaron a San Rafael se cuenta una familia hispana (él guatemalteco, ella nicaragüense) y sus tres hijos,de 13, 15 y 18 años, respectivamente. Cuando se acercaron a San Rafael a pedir ayuda, una familia de la parroquia los recibió en su casa, otra les donó ropa y un carro que tenía, y luego la parroquia les brindó ayuda monetaria para alquilar una vivienda y comprar alimentos.

Gracias a la atención y la ayuda recibida, pudieron empezar a rehacer su vida familiar. Los dos esposos están ahora trabajando y sus hijos han logrado continuar su educación. "Estamos muy agradecidos por la bondadosa acogida que nos dieron y toda la ayuda material y moral que recibimos de tanta gente. Dios es my bueno."

Otra persona hispana que recibió asistencia en San Rafael es Margarita Echeverri,?que estudiaba en la Universidad Tulane, en Nueva Orleans. Varias familias hispanas de la parroquia se alternaron para brindarle alojamiento en su casa por un mes, la ayuda inmediata necesaria en los primeros momentos, apoyo moral, consejería, vestido?y transporte y la parroquia le dio ayuda económica. Finalmente, dice Margarita, "otra persona de la parroquia me alojó en su casa y aun estoy con ella. Me siento enormemente agradecida de todos los que me ayudaron y me siguen ayudando. Que el Señor los bendiga."

La próxima vez, dar será más fácil. No es que no haya surgido ningún problema. Unos esposos feligreses de San Rafael que recibieron a una familia damnificada en su casa, dicen: "No somos una familia perfecta ni siempre tan generosa" y reconocen que a veces la casa se sentía demasiado llena de gente. Encontrar vivienda permanente para sus huéspedes no fue nada fácil. "Las oficinas de alquiler piden una relación de trabajo perfecta, un informe de crédito perfecto —dicen— y muy pocos tenemos eso." Pero a pesar de los problemas, "lo haríamos de nuevo. Cuando uno da, la próxima vez es más fácil" afirman.

Otros de los esposos hispanos de San Rafael comentan: "Nos sentimos muy agradecidos con Dios por haber tenido la oportunidad de hacer algo aunque fuera por una sola familia. Fue un momento de unión familiar, nuestros hijos estaban contentos de poder colaborar. No teníamos nada preparado, pero los niños fueron a buscar entre sus propias ropas para dar algo. Mi esposa y yo estábamos muy conscientes de que debíamos ayudarlos a establecerse, sin importar el color de su piel ni sus facciones raciales. Lo hicimos con amor cristiano, en nombre también de la comunidad de San Rafael."

Todos estos testimonios son pruebas innegables de que un gran desastre puede desencadenar una gran ola de misericordia. Todo el que haya experimentado un enorme trastorno en su vida puede reconfortarse sabiendo que "El agua de todos los mares no podría apagar el amor; tampoco los ríos podrían extinguirlo" (Cantares 8,7). No existe oscuridad tan densa que no pueda ser disipada, ni tragedia tan grande que no pueda ser superada, por un corazón dispuesto a compartir el amor de Cristo.

Adaptado de un artículo escrito por Bob French.

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