La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Ago/Sep 2009 Edición

¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?

Primera parte

Por: Mons. Diego Monroy, Rector de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?: Primera parte by Mons. Diego Monroy, Rector de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

Hace casi 500 años, Dios se hizo presente en estas tierras de América e inició un diálogo de amor con nosotros, manifestando su interés a través del rostro dulce, tierno, sereno y amable de Santa María de Guadalupe.

La Virgen María le encargó a Juan Diego Cuauhtlatoatzin (hoy San Juan Diego) gestionar ante el primer obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, la construcción de un templo. Al principio, el obispo puso reparos; no le creyó a Juan Dieguito; pero finalmente, aceptó por haber recibido unas flores, por haber comprobado la curación instantánea de un moribundo, Juan Bernardino, tío de Juan Diego, y sobre todo por haber contemplado la imagen instantánea e inexplicablemente estampada en la burda tilma de nuestro querido Juan Diego. Y allí está ella, ¡viva! ¡Ahí está plasmada! ¡Ella está entre nosotros viva! Pero hermanos, decir México es decir Continente Americano.

Recuerdo que en 1978, cuando en México nos preparábamos para la primera visita que el Papa Juan Pablo II haría al año siguiente, se envió una comisión al Vaticano y el Papa preguntó: “¿Cómo son los mexicanos?” Le dijeron “Su Santidad, los mexicanos son 80% ó 90% cristianos, ¡pero son 100% guadalupanos!”

Pero si somos 100% guadalupanos, ¡tenemos que ser también 100% cristianos! Porque Cristo es el centro de la vida, Cristo es el Señor de los Señores. Y la Señora del cielo, nuestra Niña, Santa María de Guadalupe, como le decía nuestro querido Papa Juan Pablo II, es guía segura para llegar a Cristo. Porque ella no es la meta; no es el camino: ella nos lleva de la mano y nos introduce en el corazón de su hijo Jesucristo. ¡Ella lo hace!

Un servidor de ustedes ha recibido del sucesor directo de Fray Juan de Zumárraga, el Eminentísimo Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, el gran honor y la no menos honrosa misión de ser el albacea, el responsable de la Pastoral y la Administración de la insigne Basílica Nacional de Guadalupe, y ahí estoy, como indigno sucesor de San Juan Diego. En el lugar que María Santísima solicitó, uno de los mayores de la cristiandad y verdadera alma y corazón no sólo de nuestra Patria, sino de todo el Continente de América. Particularmente para México, esa imagen y esa tilma constituyen nuestra identidad nacional; es algo así como nuestra acta de nacimiento como pueblo, como nación, como iglesia y como continente.

Esta afirmación no es mera poesía y menos exageración, no. Quienes tenemos el privilegio de trabajar ahí podemos dar fe no sólo de la profunda emoción de los visitantes, sino del sinnúmero de inexplicables conversiones que cosechamos todos los días, particularmente en los confesionarios. Ahí sí están llenos por dentro y por fuera. Porque da pena que, en muchas parroquias, los confesionarios están vacíos por dentro y por fuera.

El Nican Mopohua. El Nican Mopohua, que constituye “el evangelio” para los habitantes de América, es prácticamente un folleto de pocas páginas, escrito en la lengua franca del México antiguo, el náhuatl, por un docto indio llamado Antonio Valeriano, que narra un acontecimiento sobrenatural acaecido a fines del año 1531, desde la madrugada del 9 hasta el 12 de diciembre. Un indio de 57 años, bautizado hacía apenas siete años, de nombre Juan Diego, allí en la colina de Tepeyac cercana a la Ciudad de México, donde había existido antes un templo a Tonantzin, la madre de los dioses mexicanos, vio y habló varias veces con una bellísima doncella, que se identificó como la Madre de Dios y que le pidió que ahí mismo se le erigiera un templo a su hijo, pero que se hiciera con la aprobación y la colaboración del obispo español. El obispo rechazó inicialmente la petición, pero ella le dijo al indio que volviera e insistiera.

El obispo lo sometió a un duro examen doctrinal, lo hizo seguir de otras gentes y exigió no sólo un mensaje verbal sino pruebas objetivas, pruebas concretas. Juan Diego finalmente lo convenció, por haberse realizado la curación de su tío moribundo, Juan Bernardino; por llevarle unas flores milagrosamente nacidas en el árido cerro y en pleno rigor del invierno, y por entregarle una preciosa imagen de la doncella, impresa inexplicablemente en su propia tilma, imagen que conservamos hasta el día de hoy, bella y hermosa en la Basílica de Guadalupe.

El autor del Nican Mopohua supo no sólo referir los hechos, sino captar toda la emoción y la maravilla que vivió su raza en esos momentos y la plasmó magistralmente en esas pocas páginas. Pero para entenderlo hoy, quienes vivimos a siglos de distancia, hemos de volver la mirada hacia aquel entonces, para tratar de captar lo que ella dijo en esa fecha y lo que nos dice hoy a nosotros.

El Papa Juan Pablo II llamaba al acontecimiento guadalupano “un ejemplo de evangelización perfectamente inculturada.” Tal vez ustedes se preguntan qué significa “inculturada”: Cuando hablamos de cultura, nos referimos a algo netamente humano y muy complejo; es decir, a la manera peculiar en que los hombres en un determinado pueblo cultivan su relación con la naturaleza, consigo mismo y con Dios, a fin de alcanzar un nivel verdadero y plenamente humano. Esta inculturación la expresó el Santo Padre como el esfuerzo de un “transvasamiento” (es decir, pasar de un vaso a otro) del mensaje evangélico al lenguaje y a los símbolos de la cultura en que se inserta. Porque somos vasos, vasijas de barro, dice San Pablo, que llevamos el tesoro precioso de la gracia de Dios y al mismo Espíritu Santo: Somos templos del Espíritu de Dios.

Dice el Nican Mopohua: “Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios. . . ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” Ella es la Madre de esta gran familia, y esta gran familia de los católicos tiene que ser como Juan Dieguito: Dejar primero que en la tilma de nuestro corazón se estampe la bella, dulce y hermosa imagen de Santa María de Guadalupe. Y, desde luego, si la Virgen se estampa en el corazón de nosotros, se estampará también la imagen de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo.

El mensaje para hoy. Si el Señor hizo maravillas en la Virgen María; también quiere hacerlas en nosotros. Ella es, diríamos, el miembro más connotado del pueblo santo de Dios, es la primera discípula de Cristo, es la primera que vivió intensamente los misterios de Cristo, es la primera que vivió el Evangelio; le dio carne de su carne y sangre de su sangre. Pero Dios quiere que también en nosotros se haga esa obra de salvación; quiere tomar el Evangelio en nuestro hoy, en nuestro aquí, en nuestro ahora e inculturarlo; o, como dice el Papa, “transvasarlo”; pasarlo a este vaso de barro que somos nosotros, pero en quienes el Señor quiere hacer grandes maravillas.

Como también decía San Pablo, al evangelizar a los gentiles, exponer y compartir nuestra fe a partir de los conocimientos y sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así, tanto ellos como nosotros, un doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores ni tradiciones para adoptar la del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y depurar esos conocimientos, valores y tradiciones. Esto es “inculturación” y “transvasamiento.” Y esto ocurrió cuando menos podía esperarse, cuando nuestra patria mestiza se debatía en atroces dolores, como de un parto que amenazaba culminar en un aborto, como aconteció en otros sitios, donde la población indígena quedó exterminada, sin posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos.

El mensaje y la fe. Cuántas gentes, hombres y mujeres, recibo allí en el Tepeyac que van a reconciliarse, a recibir el sacramento del perdón, a recibir la sagrada comunión, a participar en la Eucaristía como Juan Dieguito lo hacía, porque vienen acá, al otro lado. Me dicen “Oiga padre, quiero confesarme, quiero prepararme porque voy a ver a mis parientes, que están en el otro lado. Allá tengo a mi mujer, a mi hijo, a mi madre, a mi padre.” Yo les digo “Oye, pero ¿cómo lo vas a hacer? ¿Cómo te vas a ir?” “Bueno, como Dios me dé a entender, pero quiero encontrarme con mi familia allá en Estados Unidos y quiero que la Virgencita me proteja y me ayude. Y por eso vengo a ponerme bajo su manto.”

Yo realmente, cuando he sido testigo de estas cosas, no me queda más que estar permanentemente orando por mis hermanos migrantes, mis hermanos de habla hispana que viven en este continente. Muchos, tal vez con todos sus papeles y documentos, y muchos otros sin papeles ni documentos, pero igual ¡hijos amados por la Señora del cielo!

Y la Virgen de Guadalupe nos trae un mensaje de amor, en el que no encontramos absolutamente ninguna condenación; no es rechazo, no es señalar con el dedo, ni nos dice “Hijito mío, conviértete o te vas a los infiernos.” ¡No! Todo en ella es amor, dulzura, bondad. El amor es capaz de mover y convertir cualquier corazón. Es el amor. Ahí está Jesús, en el madero de la cruz, diciéndonos cuánto nos ama, con brazos fuertes, para colgar en Él nuestros pecados, nuestras miserias. Esto es lo que nos trajo Santa María de Guadalupe.

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“Extracto de lo que Santa María de Guadalupe le dijo a Juan Diego en náhuatl y español”

Náhuatl

28 “Maxicmatti, ma huel yuh ye in moyollo, noxocoyouh, ca nehuatl in nicenquizca cemicac Ichpochtli Sancta Maria, in Inantzin in huel nelli Teotl Dios, in Ipalnemohuani, in Teyocoyani, in Tloque Nahuaque, in Ilhuicahua, in Tlalticpaque. Huel nicnequi, cenca niquelehuia inic nican nechquechilizque noteocaltzin,

29 in oncan nicnextiz, nicpantlazaz.

30 Nictemacaz in ixquich notetlazotlaliz, noteicnoitlaliz, in notepalehuiliz, in notemanahuiliz,

31 Ca nel nehuatl in namoicnohuacanantzin,

32 In tehuatl ihuan in ixquichtin in ic nican tlalpan ancepantlaca,

33 ihuan in occequin nepapantlaca, notetlazotlacahuan, in notech motzatzilia, in nechtemoa, in notech motemachilia,

34 ca oncan niquincaquiliz in inchoquiz, in intlaocol, inic nicyectiliz nicpatiz in ixquich nepapan innetoliniliz, intonehuiz, inchichinaquiliz.”

Español

28 “Sábelo, ten por cierto, hijo mío, el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada,

29 en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto:

30 lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación:

31 porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva,

32 tuya y de todos los hombres que en esta tierra están

33 y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí,

34 porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.”

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