La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Septiembre 2018 Edición

Lo común puede ser excepcional

Dios utiliza a los humildes y bien dispuestos

Lo común puede ser excepcional: Dios utiliza a los humildes y bien dispuestos

Laura se alegró cuando se enteró de que le habían aprobado su promoción a una nueva división en el trabajo, pues no sólo recibiría un aumento de sueldo, sino que iba a trabajar a las órdenes de uno de los gerentes más admirados de la compañía.

Todos conocían a Joaquín como muy trabajador y capaz de mantener la calma en situaciones de presión, pero también tenía la reputación de ser un supervisor amable y bondadoso. Laura se instaló en su nuevo trabajo sin dificultad y empezó a disfrutar del ambiente positivo y alentador de su nueva división. No veía a Joaquín muy a menudo, pero cuando lo hacía él siempre se veía contento y relajado.

Pocos meses después, un viernes por la tarde en que la actividad era lenta, Laura se encontró en una inesperada conversación con Joaquín en la oficina, y se sorprendió al descubrir lo fácil que era hablar con él. A poco de iniciada la conversación, surgió el tema de la religión y Joaquín empezó a compartir abiertamente acerca de su fe. Habló de que asistía a una reunión de oración semanal en su parroquia y que en esos encuentros de oración había tenido una profunda experiencia de Dios hace unos años, una experiencia que le hizo revivir su fe y su amor a Jesucristo como nunca antes. Laura, que era católica pero no practicante, se quedó intrigada por lo que Joaquín le había contado y tras pensarlo un poco llegó a la reunión de oración un par de veces.

En tales ocasiones, Laura empezó a experimentar un cambio interior, tal como le había sucedido a Joaquín, al escuchar las historias de los que participaban en el encuentro de oración y poco a poco comenzó a rezar cada día. Su esposo y sus hijos no tardaron en darse cuenta del cambio. Ella había empezado a sonreír con más frecuencia, a ser más paciente con sus hijos y de mejor carácter en los quehaceres del hogar. Incluso se decidió a ir a misa cada domingo y logró convencer a su marido para que lo hiciera también. Con el tiempo, toda la familia regresó a la Iglesia.

¿Dónde estarían Laura y su familia hoy si no hubiese sido por esa conversación que ella tuvo con Joaquín? Quizás habría renovado su fe por otros medios, pero tal vez no. De cualquier manera, es evidente que el testimonio de Joaquín causó un efecto profundo y duradero en la Laura.

“Úsame, Señor”. Cada día todos nos encontramos con diversas personas, y cada día tenemos la posibilidad de acercarnos más a Cristo o alejarnos más de él, o incluso pasar de largo y no influir en nada en sus vidas. La cuestión es creer que es cierto que podemos causar un efecto positivo. Cada palabra que pronunciemos y cada acción que hagamos puede ser una oportunidad más para dar testimonio de Cristo. Hermano, si te haces el propósito de dar a conocer tu fe haciendo actos de bondad o demostrando paciencia o una conducta que sea fuente de paz y relajación, lograrás un efecto positivo. Las puertas se abrirán y encontrarás nuevas oportunidades. Todo lo que se necesita es un corazón bien dispuesto y una oración sencilla: “Aquí estoy, Señor. Úsame como quieras.”

Dios usa a gente imperfecta. Por lo general uno tiende a pensar que Dios no querría usar alguien como nosotros, y pensamos que él prefiere a personas como la Virgen María, San José, San Pedro o San Juan, porque creemos que no tenemos una fe tan fuerte como la de esas personas, porque nos comparamos con la vida heroica y virtuosa que tuvieron los grandes santos y concluimos que nosotros no tenemos las condiciones que ellos tuvieron.

Pero las Escrituras nos dicen claramente que Dios utilizó a personas que eran aptas e idóneas, pero otras no, personas que eran dignas y otras no, personas que eran extraordinarias y otras no. Por ejemplo, Abraham pudo haber alegado que era demasiado viejo, y Jeremías se consideraba demasiado joven; Jacob era intrigante; Moisés tenía un impedimento del habla, y Gedeón era débil y temeroso; David era adúltero y asesino, y Mateo era un corrupto recaudador de impuestos. Incluso el gran San Pablo se había dedicado a perseguir violentamente a los cristianos. Es claro que todos ellos tenían defectos, pero Dios los usó fructíferamente de acuerdo con su santa voluntad.

No importaba qué clase de vida habían llevado las personas ni lo que habían hecho, es decir, no era requisito ser perfectos, como tampoco lo era estar dotados de talentos extraordinarios, tener buenas conexiones o ser ricos. San Pablo explicó bien cuál era el criterio que se necesita para servir a Dios: “Pocos de ustedes son sabios según los criterios humanos, y pocos de ustedes son gente con autoridad o pertenecientes a familias importantes. Y es que, para avergonzar a los sabios, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los fuertes, ha escogido a los que el mundo tiene por débiles. Dios ha escogido a la gente despreciada y sin importancia de este mundo” (1 Corintios 1, 26-28).

Dios usa a personas humildes. ¿No les parece que esto es un poco irónico? Pablo era inteligente, influyente y poderoso, pero aquí él dice que Dios no elige a personas como él. ¿Cómo es posible?

El mismo Pablo lo explica en su carta a los filipenses: “Todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor… Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él y encontrarme unido a él; no con una justicia propia, adquirida por medio de la ley, sino con la justicia que se adquiere por la fe en Cristo” (Filipenses 3, 7. 8-9).

Durante sus años de apostolado, Pablo usó los talentos que tenía —su educación, sus habilidades literarias y su elocuencia verbal—pero también consideraba que esas mismas cosas, si lo hacían caer en el egocentrismo o lo llevaban a pensar que era mejor y más inteligente que los demás, no eran más que basura.

Pablo sabía bien que hay una línea clara entre confiar en Cristo y confiar en uno mismo. Esa línea se llama humildad. Ser humilde no significa negar los dones y talentos que uno tenga; sino pensar que esos dones y talentos son precisamente regalos que Dios nos ha dado. Ser humilde es saber que Dios nos ha confiado estos talentos de manera que los utilicemos para brindarle gloria a él y servir a su pueblo.

Un plan de tres pasos. Jesús busca apersonas comunes que sean dóciles para hacer cosas extraordinarias; está dispuesto a pasar por alto nuestras debilidades y defectos, siempre y cuando tengamos bien puesto el corazón. El Señor sabe que la humildad es la clave para que lleguemos a superar los pecados que nos estorban, el tipo de humildad que puede usar el Espíritu Santo para reformarnos y hacernos fuertes para resistir la tentación y el pecado; sabe que si optamos por la humildad, iremos cambiando lentamente y el comportamiento externo llegará a reflejar el deseo interior que tengamos de dejar que el Señor nos utilice para edificar su Reino.

Entonces, ¿cómo podemos ser creyentes que eleven la mirada al cielo y digan: “¡Aquí estoy, Señor, úsame a mí!”? San Pablo nos ofrece un plan de tres pasos.

Primero, nos invita a seguir el ejemplo de Jesús y “despojarnos” de nosotros mismos (Filipenses 2, 5-7). Esto parece algo muy drástico, pero Pablo lo reduce a un simple criterio: no “aferrarse” a la igualdad con Dios. Recuerda que tú le perteneces al Señor, no a ti mismo. Profesa la convicción de que lo necesitas a él para cumplir sus mandamientos, no tus propios deseos. Despojarse de uno mismo significa decirle a Cristo: “Te doy gracias, Señor, por todos los dones que me has prodigado, y quiero utilizarlos para edificar a mis seres queridos y a tu Iglesia. Quiero vaciarme de cualquier pensamiento de soberbia o vanagloria que me lleve a poner mi confianza en mí mismo y no en ti.”

Segundo, Pablo nos propone que confesemos que “Jesucristo es Señor” (Filipenses 2, 11), es decir, que Jesús es Dios y nosotros no lo somos. Si día a día repetimos esta confesión tendremos presente que la humildad es una virtud valiosísima, porque nos ayuda a recordar que siempre tenemos una gran necesidad de Jesús; porque él es nuestro Salvador y Redentor, y él tiene las palabras de vida que necesitamos oír. Parece casi insignificante, pero hacer esta breve profesión de fe nos ayuda a mantener a Jesús siempre presente en el pensamiento.

Finalmente, Pablo nos invita a “trabajar” para conseguir nuestra salvación (v. Filipenses 2, 12). Esto significa ser fieles a la oración cada día, para que podamos experimentar el amor de Cristo que nos salva; significa procurar por todos los medios aferrarnos a ese amor durante el día, para que no le demos ninguna cabida a la arrogancia ni al pecado; significa volverse al Señor con el corazón arrepentido si hemos cedido a la tentación, para que él nos “salve” de nuevo a través de su misericordia.

Si nos proponemos practicar estos tres pasos, creceremos en la humildad y poco a poco veremos que nos preocupamos más de ayudar a otras personas que a nosotros mismos. Así empezaremos a brillar, como lo dijo San Pablo, como estrellas en medio de la oscuridad del mundo (Filipenses 2,15).

Creados para el amor. La Escritura nos dice que “es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano” (Efesios 2, 10). Todos hemos sido ungidos y designados por Dios para hacer cosas especiales para él; cada uno de nosotros ha sido creado para edificar a las personas, no para derrumbarlas, para tratarlas con amor y misericordia y no solo exigirles que ellas nos traten bien a nosotros.

Los designios de Dios han sido incorporados en nuestro ADN espiritual. Él nos ha creado para amar, servir y ser instrumentos suyos. Esto significa que no encontraremos la paz sino hasta que descubramos cuál es la vocación a la que Dios nos ha llamado. No debemos, pues, esperar a ser perfectos. Oremos todos juntos: “Señor mío Jesucristo, reconozco que soy imperfecto y débil, pero estoy dispuesto a que tú me utilices como instrumento tuyo. Quiero ser útil en la misión de la Iglesia.”

“En los sagrados libros, el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.” (Constitución Dei Verbum,21)

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