La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril 2013 Edición

Las bendiciones del fruto escondido

Dios hace más de lo que uno piensa

Las bendiciones del fruto escondido: Dios hace más de lo que uno piensa

Como vimos en el primer artículo, al Espíritu Santo le complace llenar de gracia a sus fieles, sorprenderlos y dirigir sus pasos en la vida, como lo hizo con los apóstoles y los primeros cristianos; como lo demostramos en el segundo artículo, el Espíritu actúa en su pueblo hoy con la misma fuerza como lo hizo hace dos mil años.

Con todo, muchos piensan en su propia vida y dicen: “Nada tan apasionante como eso me ha pasado a mí. Veo que mis acciones no son ni la mitad de eficaces como las de aquellas personas que dan esos testimonios.”

Estos razonamientos son a veces sumamente desalentadores, y probablemente no son verdaderos. Para ver la situación con más claridad, presentamos el caso de una persona que pensaba de la misma manera, pero cuya vida resultó ser completamente diferente de lo que él pensaba.

El fruto escondido. Un joven francés de una familia rica, llamado Carlos de Foucauld, pasó los primeros años de su juventud dedicado a una vida disoluta, de derroches y parrandas. Pero luego tuvo una profunda experiencia de conversión que lo llenó tanto de amor por el Señor que decidió entregarse a imitar la vida oculta que llevaba Jesús en Nazaret. Después de pasar unos años en Tierra Santa y ser ordenado sacerdote en 1901, se fue al desierto de Argelia, en el norte de África, para llevar allí una vida de soledad. Cada día, luego de pasar horas en oración, se dedicaba a trabajar como obrero y a atender a los beduinos pobres de la localidad de Tamanrasset.

Carlos tenía muchas ganas de que otros hombres vinieran a compartir con él una vida de comunidad, e incluso escribió una regla de vida para la congregación que deseaba fundar, pero no vino nadie. Cuando empezó a envejecer, se lamentaba por la vida aparentemente inútil que había llevado. Lastimosamente, en una revuelta antifrancesa que hubo en Argelia, unos beduinos lo mataron en diciembre de 1916, sin que él hubiera dejado ningún seguidor, y los beduinos que logró llevar a la fe en Cristo fueron muy pocos o casi ninguno. Lo trágico es que la misma gente a la que él quería ayudar con tanto cariño y entrega fue la que lo asesinó. Al parecer, gastó todas sus energías de balde y nunca pudo hacer realidad sus sueños.

Sin embargo, en 1933, el Señor inspiró a unos pocos hombres y mujeres que encontraron los escritos de Carlos y se sintieron profundamente tocados en lo profundo del corazón, por lo que decidieron formar un grupo que pasó a llamarse “Los Hermanos de Jesús” y se dedicaron a adoptar el estilo de vida que Carlos había descrito. Actualmente, hay pequeños grupos de “Hermanos de Jesús” extendidos por todo el mundo y el testimonio que ellos dan, de una vida de sencillez y anonimato dedicada a imitar a Jesús, transforma el corazón de quienes los conocen. Al fin de cuentas, la vida de Carlos de Foucauld dio un fruto mucho más grande que todo lo que él se había imaginado.

El fruto de un corazón transformado. La mera existencia de los “Hermanos de Jesús” es prueba de que Dios suele actuar de un modo misterioso y en silencio, y también es prueba de que ni lo más humilde o insignificante que uno haga para tratar de servir al Señor y darle honor queda sin recompensa.

Tal vez muchos pensamos que el fruto que estamos dando es prácticamente insignificante; pero también puede ser que el fruto que buscamos no sea el mismo que el Espíritu Santo está produciendo en nosotros ahora mismo. Posiblemente pensamos en un fruto espiritual solo en términos de cosas externas, como el número de personas que hayamos ayudado a convertirse o lo que hagamos en la parroquia. En realidad, esta clase de fruto es secundaria; el fruto primero y más importante que el Espíritu Santo produce en nosotros es interno, y su testimonio es un corazón transformado. A continuación mencionamos tres aspectos en los que tú estás probablemente dando fruto, pero tal vez sin que te des cuenta.

Un corazón apacible. Uno de los frutos más comunes y reconfortantes del Espíritu Santo es una profunda confianza en el amor de Dios, un fruto que viene cuando recibimos la Sagrada Eucaristía conscientes de que estamos recibiendo el propio Cuerpo de Cristo, el Pan de vida. Es un fruto que crece cada vez que percibimos la presencia de Dios en la oración, y cada vez que una palabra de la Sagrada Escritura nos llega al corazón y nos muestra la sabiduría de Dios, su misericordia o su guía.

Podemos reconocer que este fruto está presente en nosotros cuando vemos que tenemos más paz interior. Si te das cuenta de que los pequeños contratiempos y las desilusiones no te molestan tanto como lo hacían hace un par de años, puedes estar seguro de que el Espíritu Santo está actuando en tu vida. Piensa en la experiencia del hombre que al volver a casa encontró a sus hijos riñendo y armando el caos. Se dio cuenta de que la situación podría hacerle estallar de mal genio, pero el Espíritu lo llevó a entrar en su cuarto y rezar, y así pudo resolver la situación. Cada vez que descubras que tú estás actuando de un modo similar, esa es una señal de que el Espíritu está actuando en ti, enseñándote a dar su fruto.

Pero no es solo con las cosas pequeñas que nos ayuda el Espíritu. Otras situaciones bastante serias, como una enfermedad terminal, la destrucción de una relación de amor o una dificultad financiera sin resolver, no tienen por qué privarnos de la esperanza ni la confianza en Dios. Sí, estos casos son más difíciles, ¡pero no hay nada que sea demasiado difícil para el Espíritu Santo! Con el tiempo, Él nos enseña el secreto para mantener la paz y la amabilidad en cada situación que nos toque afrontar.

Un corazón arrepentido y que perdona. Otro fruto del Espíritu Santo que brota en el silencio del corazón es el que nos lleva a estar más dispuestos a arrepentirnos y perdonar a los demás.

Si alguna vez has querido ir a confesarte para librarte del sentido de culpa por algún pecado cometido, debes saber que es el Espíritu Santo el que te dio ese deseo. También es el Espíritu Santo el que suavemente nos mueve a tratar de resolver las divisiones que haya en la familia o con las amistades. Gestos simples pero que suavizan las asperezas, como decir “lo siento” o “perdóname”, vienen del Espíritu Santo, que quiere ayudarnos a recuperar la unidad en la vida familiar y personal.

Lo mismo sucede cuando uno le dice a alguien: “Te perdono.” Estas dos palabras tienen el poder de causar una curación casi inmediata; pueden quitar montañas de culpa y vergüenza del corazón de una persona y reemplazarlas por un sentimiento de paz y alivio. Cuando perdonamos a alguien, estamos actuando como Jesús, y esa es una prueba indiscutible de que el Espíritu Santo es el que nos mueve. Incluso en aquellas ocasiones cuando no podemos perdonar aún, el mero hecho de saber que deberíamos hacerlo, es decir, de reconocer que queremos llegar a ser capaces de perdonar, es una señal de que el Espíritu está presente en nosotros, ayudándonos a superar todas las barreras. Dios recompensa cada uno de los intentos que uno haga para arrepentirse y tratar de ser sus instrumentos de paz.

Un corazón compasivo. El fruto final que queremos mencionar es el de la compasión. El Señor nos aconseja no juzgar a los demás (Lucas 6,37), y el Apóstol Santiago nos recomienda estar siempre dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y enojarse (Santiago 1,19). Estas son las actitudes que el Espíritu quiere enseñarnos a tener, porque lo que más desea es enseñarnos a dejar de lado los pensamientos de crítica y la tendencia a condenar a aquellos que piensan o actúan distinto de nosotros, y en realidad quiere ayudarnos a ponernos en el lugar de los demás, para que no descalifiquemos a las personas ni nos desentendamos de sus opiniones, experiencias y necesidades.

De modo que si sientes que te condueles de corazón de los que sufren y tienen grandes necesidades y quieres ayudarles de alguna manera, esa es una señal de que estás siguiendo la guía del Espíritu Santo. Las noticias tal vez trágicas de las que te enteras en el periódico o en la televisión y que antes pasabas por alto, ahora te mueven a orar por que se acabe la violencia; quizás el enorme número de abortos que se realizan cada año en nuestro país te está traspasando el corazón de una nueva manera, o tal vez te das cuenta de que te desvías de tus quehaceres normales para ir a ayudar a un vecino enfermo o un compañero de trabajo que está pasando por una crisis personal. Todas estas son señales de que el Espíritu Santo te está dando un corazón como el de Cristo, un corazón como el de Aquel que quiere atender al clamor de los pobres.

Dios está con Nosotros. Queridos hermanos, es bueno saber que realmente estamos dando fruto para el Señor. Cada vez que sientas en tu interior un cambio de sentimientos y de actitud y cada acto de humildad y arrepentimiento que hagas, son testimonios de que el Espíritu Santo está realizando su obra en ti y conformándote a la imagen de Cristo.

Por eso, no creas que Dios se ha olvidado de ti o que los planes que Él tiene para ti son insignificantes. El Espíritu Santo está actuando con tanta fuerza hoy como lo hacía en la época de los apóstoles. Solo hace falta saber dónde buscarlo: en el interior de nuestro propio corazón. Dios realmente nos ama y está de verdad con nosotros, pidiéndonos que sigamos la guía de su Espíritu. Si lo hacemos, el Señor hará cosas asombrosas en nosotros mismos: cambiará ciertas actitudes que tenemos, nos llenará de su amor y nos dará lo que necesitemos para salir al mundo como embajadores suyos a llevar el mensaje de la salvación. ¡Este es un gran privilegio, y está disponible para todos los que deseen seguir a Cristo de corazón, simplemente porque el Espíritu Santo habita en ellos.

Querido lector, que Dios te bendiga en esta temporada de Pascua y que el día de Pentecostés nos encuentre a todos despiertos y esperando, listos para recibir los dones que el Espíritu quiera concedernos.

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