La razón de nuestra esperanza
La visión del Papa Francisco para este Año Jubilar
La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona melodías sin palabras,
y no se detiene para nada.
Así escribió la poeta del siglo XIX, Emily Dickinson. ¡Qué imagen más hermosa y qué sorprendente perspectiva! Haya sido a propósito o no, la descripción que hizo Dickinson de la esperanza es una imagen de las palabras de San Pablo en su carta a los Romanos: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (5, 5). Pablo comprendió que es el Espíritu, a menudo descrito como una paloma, el que se “posa” en nuestro corazón. Y también entendió que la “melodía” que el Espíritu entona es la melodía del amor de Dios. Ese amor —que puede calmar nuestro corazón, sanar nuestras heridas y levantar nuestros ojos al cielo— es lo que nos llena de esperanza. Y esa esperanza siempre está ahí; nunca nos abandona.
Un Jubileo de esperanza. La esperanza no defrauda. Ese es el tema que el Papa Francisco escogió para este año especial de Jubileo. El “año” comenzó en la pasada Nochebuena, cuando el Papa cruzó la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, y terminará el 28 de diciembre de este año, cuando la Puerta Santa se cierre nuevamente. Al igual que cualquier otro jubileo, este año especial sigue la tradición del Antiguo Testamento de dedicar un año completo a sanar las viejas heridas, liberar a los esclavos, conceder el perdón y animar a los que sufren (Levítico 25, 8-10).
Para el pueblo de Israel, el año de jubileo comenzaba como una conmemoración de la misericordia que Dios les había tenido en el pasado y una invitación a extender esa misericordia a la gente del presente. Pero gradualmente, también se convirtió en un tiempo de mirar al futuro. Especialmente en el tiempo de Jesús —cuando Israel estaba sometido por el Imperio romano— las personas esperaban al Mesías que había de venir, un “consagrado” por Dios para liberarlos de la esclavitud y ofrecerles sanación y liberación (Isaías 61, 1). Por eso el jubileo se convirtió en un tiempo de esperanza e ilusión por el “año favorable del Señor” en el que Israel sería liberado y se cumplirían todas las promesas de Dios (61, 2).
Hoy, como miembros de la Iglesia y creyentes en Cristo, celebramos un nuevo Jubileo. Ahora nos centramos en la redención que Jesús obtuvo para nosotros. Celebramos que él es el “consagrado” de Dios, el Mesías, cuya muerte y resurrección han abierto las compuertas de la misericordia sobre nosotros (Lucas 4, 16-21). Al mismo tiempo, reafirmamos nuestra esperanza en el futuro, la “esperanza viva” del cielo, “la herencia que… no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse” (1 Pedro 1, 3. 4).
Por eso en este mes, al comenzar el Año Jubilar, queremos centrarnos en el don de la esperanza. Queremos explorar lo que el Papa Francisco enseña sobre la esperanza y queremos ver cómo la Escritura describe este gran regalo. Finalmente, nos referiremos a las formas en que podemos celebrar el Jubileo y convertirnos en faros de esperanza para las personas que nos rodean.
Esperanza para todos. En su documento en el que oficialmente proclamó el Año de Jubileo, el Papa Francisco reconoce una verdad universal con la que todos podemos identificarnos: “Todos esperan”, escribe. “En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana” (Spes non confundit, 1).
El Santo Padre afirma que la esperanza es como esa voz interior que nos dice: “Levanten los ojos” hacia el horizonte y miren las bendiciones que el Señor tiene para ustedes (Isaías 40, 26). Es una voz que nos dice que Dios tiene planes “para su bienestar y no para su mal” y que él planea darnos “un futuro lleno de esperanza” (Jeremías 29, 11; énfasis añadido). Esa voz de esperanza está en todos nosotros. Puede estar sepultada bajo años de tristeza, pecado, sueños rotos y falsas creencias, pero sigue estando ahí. Al igual que el ave del poema de Emily Dickinson que nunca deja de trinar, el don de la esperanza nos llama constantemente a todos, exhortándonos a descubrir el amor de Cristo, un amor que puede cumplir todos nuestros deseos y sueños.
Pero el Papa Francisco también sabe que mirar al futuro “hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos” (Spes non confudit, 1). Podríamos inquietarnos pensando en si recibiremos lo que esperamos. Podríamos querer esperar en el Señor, pero podemos sentir que nuestro pecado es demasiado grande como para merecer su amor. O podríamos estar entusiasmados un día por nuestro futuro junto al Señor, pero temerosos al día siguiente.
Francisco también sabe que algunas personas tienen poca o ninguna esperanza: “Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran al futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad” (Spes non confundit, 1). Quizá han experimentado demasiado dolor, y no se atreven a esperar nada bueno. O tal vez su fe es débil, y no pueden confiar en que Dios es bueno y quiere cuidarlos. Aun para ellos, o para cualquier persona que parezca tan perdida que tememos que nada pueda salvarla, el Papa guarda esperanza. Todos, insiste, pueden esperar un futuro mejor: “Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza” (1).
El Papa también sabe que algunas personas tienen muy poca esperanza o no la tienen del todo: “Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad” (Spes non confundit, 1). Podemos preocuparnos pensando en si iremos a recibir lo que esperamos. Podemos querer esperar en el Señor, pero podemos sentirnos demasiado pecadores como para merecer su amor. O podemos estar entusiasmados un día sobre nuestro futuro con el Señor, pero temerosos y angustiados al día siguiente.
Cantores de esperanza. ¿Por qué tiene tanta confianza el Papa Francisco en que hay esperanza para todos? Porque la esperanza a la que se refiere no se basa en la situación de una persona o en sus talentos, trabajo o finanzas. No se basa en nada que alguien pueda producir por sí mismo. Más bien, en la homilía en que anunció el tema del Jubileo 2025, dijo:
Esta esperanza —enraizada en Cristo muerto y resucitado—, es la que queremos celebrar, acoger y anunciar al mundo entero en el próximo Jubileo… No se trata de un mero optimismo —digamos un optimismo humano— o de una expectativa pasajera ligada a alguna seguridad terrena, no, es una realidad ya realizada en Jesús y que se nos comunica también a nosotros cada día, hasta que seamos uno en el abrazo de su amor. (9 de mayo de 2024)
Y por eso nos exhorta a fijar nuestros ojos en el Señor y en su bondad para que nuestra esperanza pueda ser reavivada, animada y más profunda. Aun si consideramos que tenemos esperanza, hay más que podemos recibir del Señor. ¡Y la necesitaremos! El Santo Padre nos llama a proclamar nuestra esperanza al mundo que nos rodea:
Queridos hermanos y hermanas,… elevemos nuestro corazón a Cristo, para convertirnos en cantores de esperanza en una civilización marcada por un exceso de desesperación. Con los gestos, con las palabras, con nuestras elecciones cotidianas, con la paciencia de sembrar un poco de belleza y de amabilidad en donde quiera que estemos, queremos cantar la esperanza, para que su melodía haga vibrar las cuerdas de la humanidad y despierte en los corazones la alegría, despierte la valentía de abrazar la vida. (Homilía, 9 de mayo de 2024)
De modo que sí, todos necesitamos una esperanza profunda en nuestro corazón. Todos necesitamos una esperanza que nos llena de alegría porque vemos lo glorioso que puede ser nuestro futuro. Todos necesitamos una esperanza que vea a cada persona con los ojos de Cristo, y la vea como la obra de arte preciosa, única, maravillosamente creada y cautivadora que es. Necesitaremos la esperanza que nos llena de amor por los demás y nos enseña a tratarlos con mucha dignidad y honor cuando compartimos con ellos la buena noticia de Cristo.
Que brille la luz de la esperanza. Jesús nos ha dado todas las razones para esperar. Por su cruz y resurrección, nos redimió del pecado y de la muerte. Pero ha hecho aún más que eso. Al entregarse a la muerte de la forma en que lo hizo, nos redimió incluso de nuestro sufrimiento. Debido a que se hizo como nosotros en todo excepto en el pecado, él sabe lo que estamos experimentando; y nos acompaña, mostrándonos cómo quedarnos cerca de él, sin importar lo que suceda.
¡El Señor ha llenado incluso nuestra soledad y tristeza con la luz de su amor de modo que podemos experimentar su sanación y convertirnos en faros de esperanza en un mundo oscurecido por la tristeza y el pecado!
Por eso, al iniciar este Año Jubilar, animémonos con las palabras de aliento del Papa Francisco. Meditémoslas y apropiémonos de ellas para que siempre estemos “preparados a responder a todo el que… pida razón” de nuestra esperanza (1 Pedro 3, 15):
La esperanza cristiana —escribe san Pedro— es “una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera” (1 P 1,4). La esperanza cristiana sostiene el camino de nuestra vida, incluso cuando se vuelve tortuoso y difícil; abre ante nosotros horizontes de futuro cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros; nos hace ver el bien posible cuando el mal parece prevalecer; la esperanza cristiana nos infunde serenidad cuando el corazón está agobiado por el fracaso y el pecado; nos hace soñar con una humanidad nueva y nos infunde valor para construir un mundo fraterno y pacífico, cuando parece que no vale la pena comprometerse. Esta es la esperanza, el don que el Señor nos ha dado con el Bautismo. (Homilía, 9 de mayo de 2024)
¡Que esa esperanza se apodere de nuestro corazón en este año!
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