La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Ago/Sep 2008 Edición

La cena y la misericordia

Ni siquiera estaba invitada, pero la atmósfera de la cena cambió totalmente

En ciertas ocasiones, todos invitamos a amigos, vecinos o conocidos a cenar.

Puede ser para reafirmar las amistades o para alguna celebración especial, como un cumpleaños o un matrimonio. Hay personas que aprovechan las reuniones sociales como esas para hacer negocios o para afianzar lazos de amistad y conocimiento.

Un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a cenar probablemente para conocerlo mejor. Al parecer, quería saber algo más de Él y de lo que enseñaba. No se sabe si Simón quería realmente entender mejor la enseñanza del Señor o si trataba de sorprenderlo en algún error importante.

Cualquiera haya sido la motivación de Simón, de repente sucedió algo dramático e imprevisto: una mujer, conocida como prostituta, entró en la casa y se puso a ungir los pies de Jesús con aceite y a secárselos con el cabello. Para Simón, se trataba de una pecadora ya condenada por haber violado la Ley de Moisés. Pero Jesús sabía que los pecados no eran todo lo que había en la vida de esta mujer.

El relato del encuentro de Jesús con la pecadora se refiere, sin duda, al pecado, pero también nos habla del perdón y del entendimiento espiritual. En esta edición de La Palabra Entre Nosotros queremos analizar las actitudes del fariseo Simón y de la pecadora, esperando que estos dos personajes nos ayuden a entender mejor lo que nos enseña Jesús y pensar más como Él.

Simón: Religioso y devoto, pero ciego. Seguramente Simón era un judío de vida recta y devota. Los fariseos, en general, practicaban una vida de gran disciplina, con la esperanza de crecer en santidad. Por su gran dedicación al Señor y por el pecado que veían en el mundo, estos fariseos tendían a imponer exigencias más estrictas que las de la Ley de Moisés, hacían ayunos más estrictos y aplicaban reglas más rigurosas de pureza religiosa. Pensaban que ellos eran algo como la "sal" de la tierra, portadores de la levadura y las leyes divinas para el pueblo que iba perdiendo la fidelidad a Dios.

Estos fariseos eran estudiosos de la Biblia hebrea y de las tradiciones de sus antepasados, porque querían cumplir la Ley de Moisés al pie de la letra, y querían ser fieles a todo lo que Dios había hecho por su pueblo en el pasado. Les gustaba hablar de la ley y de los profetas y sobre cómo debía vivirse el pacto con Yahvé, su Dios. Les gustaba recordar a los grandes profetas del pasado, como Elías, Jeremías e Isaías y especular acerca de cuándo y dónde vendría el próximo gran profeta. Es muy posible que Simón haya querido hablar de estas cosas con Jesús tratando de descubrir quién era en realidad este "hacedor de milagros" y cómo definía Él mismo la misión que trataba de cumplir.

La mujer: Pecadora, pero capaz de ver. Es muy probable que la mujer que llegó esa tarde a la casa de Simón también haya sabido algo acerca de Jesús, posiblemente que era un hombre santo. Tal vez ella misma lo había escuchado predicar. Sea como haya sido, llegó a la conclusión de que Jesús podía perdonar los pecados; y aunque tal vez fuera demasiado atrevido, a lo mejor la perdonaría a ella, aunque los demás ya la hubieran condenado.

Cuando se dirigía a la casa de Simón, no sabía si Jesús la trataría bien y hasta con compasión. Tenía la esperanza de que la aceptara, pero también era posible que la condenara, como todos los demás. ¿Aceptaría el regalo del perfume costoso que le llevaba y dejaría que le ungiera los pies, o la rechazaría de plano?

Cuando finalmente llegó ante el Señor, algo sucedió en su corazón: un gran sentimiento de amor se apoderó de ella. Allí estaba en presencia de la santidad perfecta y lo supo. Sobrecogida por lo que experimentaba en el corazón, comenzó a sollozar sin parar mojando con sus lágrimas los pies de Jesús. Eran lágrimas agridulces. Lloraba de remordimiento por sus pecados, pero también de alegría por el amor y el perdón que sentía en la presencia del Señor. Luego, en otra reacción totalmente espontánea, se inclinó y besó los pies de Jesús. Después de eso, hizo lo que había venido a hacer: honrar a Jesús ungiéndolo con el perfume.

Puntos de vista diferentes. Simón, que tenía un concepto muy claro de lo que era una vida digna, no podía aceptar a esta mujer precisamente porque era pecadora conocida. Cuando la vio derramando sus lágrimas sobre los pies del Señor, no comprendió por qué Jesús no la rechazaba: "Si este hombre fuera de veras un profeta —pensaba para sí— se daría cuenta de qué clase de persona es ésta que lo está tocando: una mujer de mala vida" (Lucas 7,39). Y viendo que Jesús no la rechazaba, empezó a dudar de que realmente fuera capaz de discernir aquello que a él le parecía una situación obvia. Incluso empezó a dudar de que Jesús realmente conociera la ley.

Conviene recordar que para Simón lo más importante era honrar a Dios, obedecer la ley y llevar una vida recta. Pero su entendimiento rígido de la ley lo hacía más inflexible e incapaz de comprender quién era Jesús, ¡aunque estaba sentado a su lado! Simón vio que el Señor tenía una idea muy distinta de lo que era la manera correcta de vivir. Lo que quería hacer Simón era reprender a Jesús; en cambio, la mujer simplemente le demostró amor y arrepentimiento. Simón dudó de la sabiduría de Jesús y lo juzgó con dureza; ella, en cambio, puso toda su fe y su esperanza en el Señor.

¿Qué podemos aprender de este episodio? Para comenzar, que hemos de evitar que nuestras ideas "religiosas" sean un obstáculo para la fe. Entre ambas personas, Simón era el más religioso, el que conocía mejor las normas y las leyes de Dios, el mejor formado en las tradiciones de su pueblo. Pero la que realmente reconoció a Jesús fue la pecadora. Cuando vio que Jesús podía perdonarla y aceptarla como hija de Dios, se le abrieron los ojos de la fe. De hecho nosotros, los cristianos de hoy, ya sea que tengamos poca o mucha educación religiosa y que tengamos pocos o muchos pecados en la conciencia, todos debiéramos tener la misma actitud de fe de esta mujer.

Otra cosa que podemos aprender de este pasaje es que a veces discutimos con Jesús. Naturalmente, no tiene nada de malo hablarle al Señor y tratar de descubrir qué es lo que nos dice, pero es preciso entender que Jesús no es sólo nuestro "amigo", a quien podemos hablarle libremente, sino también el Señor y Dios nuestro, y Él nos pide escucharle y obedecer sus palabras. Simón simplemente no veía que necesitara a Jesús, y esa es la trampa en la que fácilmente caemos muchos, si no ponemos atención. Tal vez somos fieles y asistimos a Misa, hacemos oración y recibimos los sacramentos, pero también seguimos viviendo según lo que nosotros mismos pensamos y razonamos, sin tratar de descubrir qué es lo que el Señor nos pide.

Finalmente, en este relato aprendemos la necesidad de persistir en la fe adoptando la misma actitud de la pecadora que seguramente pensaba algo como: "No me importa lo difícil que me resulte el camino; tengo que llegar a Jesús porque Él es todo lo que yo necesito. Sin su ayuda, jamás me libraré de mis pecados."

Podemos imaginarnos las miradas de censura de Simón que esta mujer tuvo que soportar, y la sensación de vergüenza e insignificancia que debe haber tenido cada vez que pensaba cómo había deshonrado y vendido su cuerpo, sin saber si Jesús la aceptaría o la trataría como todos los demás. Pero cualquiera fuera el obstáculo, perseveró hasta que se encontró cara a cara con el Señor y recibió una recompensa mejor de la que jamás se habría imaginado.

El fruto de la perseverancia. Si todos siguiéramos el ejemplo de esta mujer y buscáramos al Señor con perseverancia, deseando su misericordia, veríamos una transformación en la iglesia y una luz cada vez más resplandeciente en el mundo: se nos perdonarían los pecados y podríamos controlar mejor nuestros instintos y apetencias, que son parte de nuestra naturaleza caída. También podríamos resistir mejor los dardos encendidos de las tentaciones que todos los días nos lanza el diablo.

Queridos hermanos, el Señor quiere que sepamos que hay una gran diferencia entre recibirlo cortésmente, como buen anfitrión, y estar enamorado de Él. La diferencia está en la forma en que lo tratamos en el corazón. Si tuviéramos la perseverancia en la fe que demostró la mujer pecadora, conoceríamos lo que significa que se nos hayan perdonado los pecados y experimentaríamos una unión directa y personal con Jesús. Este es el aspecto de la fe que Simón no podía entender. Es la diferencia entre el que ve a Jesús como "el Señor que perdona mucho" y el que lo considera nada más como un buen maestro o un modelo digno de imitar. ¡Ojalá todos tengamos los ojos abiertos y lleguemos a un encuentro cara a cara con nuestro Señor y Salvador!

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