La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio-Agosto 2016 Edición

Jóvenes de la Misericordia

La Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia

Por: el padre Juan Antonio Puigbó

Jóvenes de la Misericordia: La Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia by el padre Juan Antonio Puigbó

Un año completo para celebrar la misericordia del Padre. Y como regalo caído del cielo, este año coincide con la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa en Cracovia, Polonia. Un lugar emblemático para estas fiestas con el Papa y para este Año Jubilar.

Cracovia es la ciudad del Santo Juan Pablo II, el iniciador de las Jornadas de la Juventud, el Papa de los jóvenes. Pero también, es Cracovia la ciudad de Santa Faustina, a la que se le reveló el Cristo de la Misericordia, tan conocida por la Coronilla de la Misericordia. Dos razones para que la fiesta de los jóvenes con el Papa se celebre en este emblemático lugar.

El año jubilar. Pero, ¿qué es lo que intenta el Papa Francisco con este Año llamado Jubilar? En la tradición judía era cada 50 años cuando se liberaban a los esclavos, como un tiempo de reconciliación para todos. En este tiempo —dice el Papa Francisco— se debía recuperar una buena relación con Dios, con el prójimo y con lo creado, basada en la gratuidad. Por ello se promovía, entre otras cosas, la condonación de las deudas, una ayuda para los pobres, la mejora de las relaciones entre las personas y la liberación de los esclavos. Con el tiempo adquirió un sentido particularmente espiritual: la liberación de los pecados. Recordemos a Jesús cuando, desenrollando el libro del profeta Isaías, dice que ha venido para “anunciar un año de gracia” proclamando a los pobres la buena noticia, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos (Lucas 4, 18-19).

En la Iglesia, el jubileo se celebra cada 25 años de manera que cada generación pueda gozar de sus privilegios. Sin embargo, el Papa Francisco ha convocado un “año jubilar extraordinario” después del último Jubileo celebrado en el año 2000.

Un año para experimentar la misericordia inaudita e infinita de Dios Padre, a través de las gracias particulares que dispone la misma Iglesia, como por ejemplo: la entrada por las puertas santas para recibir la indulgencia plenaria por los pecados cometidos, la participación en peregrinaciones a lugares santos, la práctica de la confesión frecuente, las obras de misericordia, etc.

Así que Cracovia será para todos los jóvenes del mundo el destino señalado para encontrarse con esta misericordia del Padre, que no se cansa de perdonar a los hijos que él ama.

La experiencia de la caída. La propuesta de Jesucristo es radical: el que quiera seguirme que tome su cruz y me siga (Mateo 11, 24). Sin embargo, ¿cuántos no experimentan la caída mientras intentan cargar sus propias cruces? ¿Cuántos no se ven burlados por vivir ideales altos? ¿Cuántos no se ven tentados ante la revolución de las redes sociales?

Aunque muchas sean las situaciones que pongan en duda la opción personal por seguir a Jesús; aunque muchas sean las caídas que experimenten los que han decidido asumir sus propias cruces, Jesús vuelve a repetir hoy: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mateo 11, 28).

La experiencia del pecado oscurece la mirada y hunde a la persona en un abismo de confusión. Es justo allí, en la caída, cuando desesperados ya no le encontramos sentido a nada; cuando surgen las dudas sobre el éxito de nuestro mal camino; cuando nos damos cuenta que debemos “volver a casa” (Lucas 15, 11-32). Esa fue la experiencia del hijo pródigo. Después de haber “tocado fondo” con su propio pecado, decide volver a la casa de su padre. Y allí le esperaba su papá con los brazos abiertos para celebrar la fiesta de su retorno.

Dios perdona todo. El reconocimiento de nuestra fragilidad nos ayuda a entender que nada podremos lograr sin la ayuda de Dios. Sin Dios la vida no tiene sentido y todo se vuelve vacío. Qué importante puede ser para los jóvenes aceptar que no siempre tienen la razón; que se pueden equivocar; que hay personas que tienen más sabiduría que ellos; que es importante pedir perdón.

No hay pecado que Dios no pueda perdonar. Por muy hundida que se encuentre la persona; por mucho fango que haya cubierto su alma; por muy profundas que sean las llagas, Dios perdona. Dios perdona todo, porque es Padre y espera el regreso de sus hijos. Así nos lo dice el profeta Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Isaías 49,15) Es un amor profundo, entrañable, visceral, un amor que abarca todo el ser del hijo y lo restituye a su condición original.

El amor misericordioso del Padre no se queda en un deseo etéreo de perdonar y restituir. Por eso ha instituido por su Hijo Jesucristo, y lo ha legado a la Iglesia, el Sacramento de la Reconciliación. Es en la confesión donde el pecador experimenta el perdón de este Padre que sale al encuentro de sus hijos; es en la confesión donde abrimos el corazón de par en par para que Dios lo repare, lo sane y lo limpie. Es allí donde podemos experimentar el abrazo eterno del Padre, que desea que todos sus hijos lleguen a conocer la verdad plena en su Hijo Jesucristo.

Alguno puede pensar que la confesión ya ha pasado de moda y que con hablar con Dios directamente consigue el perdón de sus pecados. Dios perdona, eso no tiene dudas. Pero Dios mismo ha establecido el Sacramento de la Confesión dándole autoridad a sus apóstoles para que todo lo que aten en la tierra quede atado en el Cielo y todo lo que desaten en la tierra quede desatado en el cielo (Mateo 18, 18). Es invento de Dios, porque sabe que necesitamos del encuentro personal con él y es, justamente, en ese encuentro, como el mismo Dios se vale para perdonarnos a través del sacerdote a quien ha dado ese poder. Entonces aprovechemos este regalo que nos da la seguridad del comienzo, aún después de habernos alejado del Padre.

Pero hay más. Durante este Jubileo de la Misericordia podemos ganarnos la indulgencia por los pecados que hemos cometido. Cuando nos confesamos, los pecados quedan perdonados pero la pena merecida por la culpa de nuestros pecados permanece. El mal que hicimos permanece. Sin embargo, la indulgencia consigue que esa pena, que eventualmente deberíamos pagar en el purgatorio, sea también perdonada. ¡Qué maravilla! Es comenzar realmente de nuevo. La indulgencia devuelve al alma la originalidad de su ser de bautizado. Para conseguir la indulgencia durante este Jubileo debemos rezar por las intenciones del Papa, hacer una buena confesión y comulgar durante la Misa y pasar por una puerta santa designada por el obispo diocesano o, si no es posible, hacer una obra de misericordia. Los invito a aprovechar este derroche de gracias que prodiga Dios a sus hijos.

La alegría de la misericordia. El saberse salvados por un Dios tan bueno produce una alegría preciosa. Nos hace portadores de la novedad de una vida nueva que debemos compartir.

En un mundo tan sumergido en sí mismo, en el que encontramos a tantos jóvenes metidos en sus aparatos electrónicos que apenas se dan cuenta por donde caminan porque no pueden levantar la mirada; en un mundo donde lo inmoral y lo adictivo comienza a ser permitido legalmente y más jóvenes se van a la ruina; en un mundo donde la esperanza se ve aniquilada por la muerte; en un mundo en el que parece que prevalecen las malas noticias, aparece la novedad del mensaje de Jesús: ¡No tengan miedo! ¡Rema mar adentro! (Lucas 5, 4). Más al fondo. Sigue buscando. Ánimo, ¡Yo he vencido el mundo! (Juan 16, 33).

El nuestro es un Dios vivo, que ofrece la vida eterna. Es el Dios de la paz, el Dios de la fiesta. Un Dios que da plenitud y llena todos los vacíos de la vida. Este es el Dios de Jesucristo, por quien vale la pena apostarlo todo.

Jesucristo sigue llamando y sigue salvando. Sigue invitando a su seguimiento en las múltiples vocaciones de la Iglesia: al matrimonio, al sacerdocio, a la vida consagrada... Dios llama porque quiere hacernos parte de su misión de anunciarnos que él tiene una fiesta preparada. Este es el Dios de la alegría y la felicidad; El Dios del Jubileo.

El Papa Francisco quiere que los jóvenes del mundo experimenten al Dios que “primerea”, como él mismo dice. Un Dios que sale al encuentro para dar de su misericordia; un Dios que levanta para comenzar una fiesta; un Dios que olvida el pecado para devolver a sus hijos la dignidad.

Salir de sí mismos. Esta es una alegría que invita a salir de sí mismo para ir a compartir con los demás, sobre todo con aquellos que están en las periferias, en los márgenes de nuestras ciudades y pueblos. La misión es justamente allí donde nos encontramos: en la propia familia, en la universidad, en el trabajo, en la escuela, con los amigos. ¿Cuántos de nuestros familiares, amigos o conocidos se encuentran en situaciones límites y necesitan que les anuncien a este Dios de la Misericordia? Nuestra fe tiene que hacerse evidente. No podemos ser cristianos de brazos cruzados, pensando que la nuestra es tarea de otros. Lo que nos corresponde hacer o lo hacemos nosotros o quedará sin hacer. No pretendamos construir una sociedad más justa esperando que otro lo haga.

La misericordia del Padre necesita de los brazos de sus hijos para poner manos a la obra y salir al encuentro de los más necesitados.

El mismo Papa Francisco nos invita a descubrir de nuevo las obras de misericordia corporales: dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas de los demás, soportar con paciencia a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Son éstas maneras concretas para hacer evidente nuestro seguimiento de Jesucristo.

Este es un año para convertirnos a Dios dejando que él entre y transforme todas las áreas de nuestra vida, incluso aquellas donde creemos tenerlo todo en orden y no necesitar conversión. Un examen de conciencia profundo nos ayudará a descubrir que somos más necesitados del Padre.

Cracovia invita a todos los jóvenes a una renovación interior para conseguir nuevas fuerzas y contagiar a otros con la alegría de aquel que encuentra un tesoro. Que el mundo descubra el tesoro que hemos encontrado y que nosotros podemos señalar Aquel que tiene vida eterna para que otros le sigan y se dejen transformar por él.

El padre Juan Puigbó ejerce su ministerio sacerdotal en la Parroquia Todos los Santos, en Manassas, Virginia.

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