La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Enero de 2020 Edición

Hagamos oración por sanación

Carta del editor

Por: Luis E. Quezada

Hagamos oración por sanación: Carta del editor by Luis E. Quezada

Queridos hermanos: Jesús sanaba a todos los que acudían a él pidiendo curación. Esto nos hace pensar que el Señor quiere que gocemos de buena salud espiritual y física.

En el Nuevo Testamento son muchos los casos de curaciones que se relatan. La curación física o emocional es parte de la salvación que el Señor vino a traernos; es parte de la obra de la redención que Jesús consiguió con su pasión y muerte, como lo dice San Pedro: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fueron ustedes sanados” (1 Pedro 2, 24).

Cuando sufrimos males o enfermedades, lo mejor que podemos hacer es encomendarnos al Señor y pedirle curación, ya sea física o emocional. Y si se trata de una condición más grave, naturalmente hay que ir al médico y someterse a los tratamientos que él nos indique. Pero eso no quita que les pidamos oración también a nuestros sacerdotes y otros hermanos, como lo aconseja Santiago: “¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él…. La oración de fe restaurará (sanará) al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados” (Santiago 5, 14-15).

Si ejercemos nuestra fe y oramos por sanación, podremos ver verdaderos milagros en nosotros mismos y en nuestros seres queridos.

Artículos adicionales. Nos ha parecido conveniente incluir un artículo en que S.S. el Papa Francisco nos advierte no poner la esperanza en los ídolos que nos ofrece el mundo, que son absolutamente falsos y engañadores.

Concluimos la edición con una reseña biográfica de San Antonio Abad, o de Egipto, que llevó una extraordinaria vida de oración y contemplación en soledad en el siglo III. También hemos incluido un conmovedor testimonio de un hombre que ha sufrido, por muchos años, el dolor de haberse privado del hijo que Dios le había donado, ya que su esposa decidió abortarlo y él no tuvo la entereza de impedirlo.

Es una lección para muchos varones que engendran hijos y no defienden el derecho a la vida que tiene la criatura, y no se imaginan cuán grande va a ser la herida y la cicatriz espiritual que les va a quedar en el corazón para toda su vida. Ojalá se cree más conciencia sobre este mal tan terrible.

Nuestros mejores deseos para que en este nuevo año el Señor y la Virgen los colmen de bendiciones.

Luis E. Quezada
Director Editorial
editor@la-palabra.com

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