La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Ago/Sep 2011 Edición

Es mi deseo y el deseo del Corazón de mi Hijo Jesús que permanezcan en esta casa

Testimonio personal de Jorge y Luma Jaimes

Es mi deseo y el deseo del Corazón de mi Hijo Jesús que permanezcan en esta casa: Testimonio personal de Jorge y Luma Jaimes

Tiempos difíciles. [Comienza Jorge] Hace varios años, cuando se iniciaba la década de los noventa, tuvimos necesidad de hipotecar nuestra casa, debido a que el negocio que teníamos, después de algunos años de funcionar bien, se vino abajo.

Por esto, comenzamos a atrasarnos en el pago de la hipoteca al banco y los intereses, que eran muy elevados y fuera de toda proporción, hicieron que la deuda subiera cinco o seis veces más. Casi increíble, pero a muchas, muchas familias mexicanas nos sucedió en esa época. Ante tal situación, decidimos entregar nuestra casa en dación al banco para cubrir la deuda.

Al día siguiente de haber entregado la carta-dación al banco, fuimos mi esposa y yo al templo de San Luis Gonzaga donde el Santísimo está expuesto de manera permanente (el cual acostumbro visitar muy frecuentemente) y pedimos la intercesión de la bienaventurada y siempre Virgen María, Abogada principal de todos sus hijos amadísimos, para que el Señor nos diera resignación, paz y consuelo.

Sabíamos, por instrucciones del banco, que en un mes más deberíamos desalojar la casa que amábamos de verdad, no tanto por la seguridad que definitivamente representa tener una casa propia, sino porque en ella habíamos tenido la dicha de palpar y recibir muchas bendiciones de Dios, a través de oraciones con hermanos y hasta haberse efectuado en su interior la celebración de la Sagrada Eucaristía, el más grande privilegio que el Señor nos había dado.

La Virgen María actúa. [Continúa Luma] Durante este tiempo tan difícil, ¡cómo experimentamos la fuerza de Dios a través de su presencia eucarística, durante nuestras diarias visitas al Santísimo Sacramento en la Iglesia de San Luis Gonzaga!

En una de esas ocasiones, estaba yo en oración, llorando y entregándole mi casa al Señor. Yo creía que no estaba “apegada” a las cosas materiales; sin embargo, cuando entregamos la casa al banco, me invadió una gran tristeza y le empecé a rogar a la Santísima Virgen que me ayudara a pedirle perdón a Jesús, pues Él me había dado todo cuanto tenía y Él también podía pedirme todo cuando quisiera.

En ese momento, empecé a escuchar en mi corazón la dulce voz de mi Madre María, que me preguntaba: “¿Te acuerdas cuando iba a nacer Jesús?” Y en ese momento tuve una revelación:

Veía a la Virgen caminando con San José por un camino oscuro, lleno de polvo y piedras. Veía a la Santísima Virgen María como cualquier mujer embarazada a punto de dar a luz, sudando y con un gran cansancio que se le reflejaba en el rostro. Al caminar levantaba polvo del camino y me decía: “Mira mis pies” y vi que los tenía totalmente hinchados y llenos de polvo. Me dijo: “Yo tampoco tenía casa, el camino era muy largo y muy oscuro, a veces parecía que no tenía fin. Pero, ¿sabes qué fue lo que me hizo seguir caminando?” Bajó la vista a su vientre y me dijo: “Él está ahí. Es lo mismo, hijita mía, mira dentro de tu corazón, Él está ahí. No tengas miedo. Aguarda, ten fe, aguarda y confía. Yo te amo con amor de predilección.”

No cabe duda que nuestra Madre es la “gran maestra de la fe”, como lo demostró en todo su caminar, desde la Anunciación hasta la Crucifixión. Cuánto ánimo recibimos cuando dulcemente nos susurra en lo profundo del corazón: “La fe es una brújula que te conduce a camino seguro. No temas más. Confía en mi Hijo Jesús”.

Recurriendo a la fe firme. Cuando miro hacia atrás, no puedo dejar de pensar: “¿Qué hubiera sido de mi vida y de la de mi familia, si no hubiera contado con la poderosa intercesión de María? ¿Cómo hubiéramos podido seguir caminando en fe, cuando se ha perdido tu negocio, tu coche, tu casa, tus acciones del club? ¿Cuando en cualquier momento te avisan que tienes que desocupar la que era “tu casa” y no tienes para pagar una renta?” En mi propia vida descubrí que solo hay una forma de seguir adelante: Imitando a María, creyendo, esperando y confiando.

Creo que nunca he admirado más a mi esposo que durante este tiempo, en el que nunca perdió la fe y la alegría, en medio de la tribulación y la prueba, y porque supo, como Juan el discípulo amado, recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús y recibir de Él caudales de amor y misericordia.

Durante este tiempo, en el que no solo perdimos nuestro patrimonio, sino que quedamos debiendo una gran suma de dinero, la primera palabra que grabé no solo en mi mente, sino también en mi corazón, fue: “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Romanos 8,28). Uno de los mayores regalos que podemos recibir de Dios, es el don de la fe. “Creer” con todo tu corazón; creer en Jesús y “creerle” a Jesús cuando Él te dice en su Palabra: “Por tanto, no anden afligidos, buscando qué comer y qué beber. Porque todas estas cosas son las que preocupan a la gente del mundo, pero ustedes tienen un Padre que ya sabe que las necesitan. Ustedes pongan su atención en el reino de Dios, y recibirán también estas cosas” (Lucas 12, 29-31).

Luz al final del túnel. ¡Qué fácil sería nuestra vida si le creyéramos a Jesús! Si confiáramos totalmente en Él. Ahora, mirando lo que hemos pasado, nunca nos cansaremos de darle gracias por este tiempo tan difícil, en el que aprendimos a recibir, ya que es más fácil dar. Aprendimos a valorar todo lo que teníamos, a agradecer todo el apoyo, tanto económico como moral, que recibimos de nuestros hermanos. Pero nuestra mayor lección fue aprender a “no tener nada” para “tenerlo todo”; estar totalmente despojados de todo y necesitados de nuestro “Abbá” (Papito), para poder recibir de Él toda la ternura de su Paternidad.

[Comenta Jorge] La Santísima Virgen María, que siempre escucha y atiende las súplicas de sus hijos, nos prodigó a través de su intercesión, la paz que necesitábamos. Al salir del templo, mi esposa me dijo: “Sentí que la Virgen desea que sigamos viviendo en esta misma casa, y al estar en oración escuché en mi corazón que me decía: ‘Es mi deseo y el deseo del Corazón de mi Hijo Jesús que permanezcan en esta casa’.”

Yo, medio aturdido, me atreví a contestar: “Te recuerdo, Madre mía, que ayer la entregamos al banco”. Pero al continuar platicando, la fe que el Señor le ha dado a mi esposa —mi mayor tesoro aquí en la tierra— hizo que ella me dijera: “No sé, pero tengo fe en que no vamos a perder la casa”. Esto era imposible a los ojos de cualquier persona sensata, pero está escrito que lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios.

Sí, su Palabra, a través de nuestra Madre María, se cumplió en nuestra vida, después de sucesos que parecen increíbles. En efecto, el primero fue que pasado el primer mes después de la entrega de la famosa carta-dación y según nos habían dicho que nos llamarían del banco para indicarnos la fecha exacta en que deberíamos desalojar la casa, no nos llamaron. Pasó el primer mes, luego el siguiente y el otro y el otro y nada.

Los milagros suceden. Cabe mencionar, que precisamente un mes antes de entregar la casa, cuando me vi en la necesidad imperiosa de cerrar mi negocio, Dios me concedió el poder encontrar un excelente empleo en una empresa americana, con muy buen sueldo y en dólares; lo que me permitió, dada la tremenda devaluación que sufrió el peso mexicano en 1994, poder ahorrar lo suficiente para que, llegado el momento que el Señor nos tenía preparado, pudiera pagar el total del arreglo con el banco. Este arreglo nos llevó más de tres años, al cabo de los cuales, en una negociación con la institución bancaria que nos había otorgado el préstamo, acordamos cuánto sería el pago total, que fue considerablemente menor que lo que el banco pedía, debido a los intereses exageradamente altos. Y sucedió que, justo en el momento en que contaba con la cantidad exacta de la cifra final acordada por ambas partes, pudimos liquidar el total de la deuda y recuperamos nuestra casa.

¿Qué sucedió? ¿Coincidencias? ¡No y no! Para nosotros, fue un milagro. El día que me citaron para recuperar las escrituras, los planos y hasta las llaves, la persona ejecutiva que me atendió buscó mi expediente con todos los documentos y al entregármelos, de repente exclamó: “Ingeniero, aquí hay algo que no entiendo —me dijo mostrándome un documento interno del banco que aún conservo como testimonio— mire, lea, es una orden fi rmada por la autoridad competente de este banco de que debimos haber tomado posesión de su casa desde hace tres años y medio. Este documento se extravió o no se qué paso, pero, ingeniero, qué suerte ha tenido usted, pues es un documento perdido por más de tres años”. Me dije para mis adentros: “Mi suerte es el Señor”. Aquí no caben las coincidencias ni los razonamientos humanos que se puedan tener. Solo recordé su Palabra: “Que se haga tal como has creído” (Mateo 8,13). Dios nos hizo un auténtico milagro; actuó para que todo se diera en nuestro favor y pudiéramos recuperar la casa.

[Concluye Luma] Nunca podré olvidar el gozo y la alegría tan grandes que sentí cuando vi entrar a mi esposo que puso en mis manos las escrituras de la casa. En ese momento miré el cuadro de la Virgen de Guadalupe que tenemos en la sala de nuestra casa y me solté llorando, no por haber recuperado nuestra casa, sino por constatar y ser testigos del amor y la misericordia de Dios a través de la intercesión de su Madre.

Jorge y Luma Jaimes están casados desde hace 35 años; son un matrimonio mexicano; ellos, sus dos hijos (Jorge y Alex y sus esposas) y sus tres nietos, viven en Monterrey, México, donde participan en la Comunidad Jésed, desde hace 25 años. Son miembros de compromiso solemne y prestan servicio de evangelización misionera a matrimonios en su país y a comunidades hispanas en países como Estados Unidos y Canadá.

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