La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio 2015 Edición

El kerygma sacerdotal y la misión

Síntesis de la conferencia pronunciada

Por: Mons. José Luis Azcona Hermoso

El kerygma sacerdotal y la misión: Síntesis de la conferencia pronunciada by Mons. José Luis Azcona Hermoso

En la charla que pronunció, durante el Retiro Sacerdotal celebrado en Monterrey, México, Mons. José Luis animó a los sacerdotes presentes a hacer una profunda reflexión sobre su ministerio sacerdotal “desde Cristo, porque el presbítero crucificado resume lo que es el ‘nuevo sacerdote’ del Nuevo Testamento, el ‘sacerdocio en el espíritu’.”

Al respecto decía: “Si usted, amadísimo hermano sacerdote, no toma conciencia de sus pecados, de su fragilidad, de su condición de pecador, no va a poder realizar el ministerio de la vida y del espíritu, no va a poder resucitar a los ‘muertos’ de su comunidad, de su diócesis, no va a poder ‘hacer cristianos’, no va a poder bautizar auténticamente, ni va a poder derramar el don de Dios, que es el Espíritu Santo; no va a poder construir una comunidad verdadera. Necesita nacer de nuevo por la fe en Cristo crucificado y resucitado.”

Una reflexión personal profunda. Monseñor se pregunta: “¿Cómo es que yo haya podido vivir en el ejercicio sacerdotal toda la vida, ejerciendo el ministerio sacerdotal y del espíritu, pero fuera del Espíritu? ¡Esa es la gran contradicción! Como lo es la gran contradicción de decir que tengo fe y no ser un hombre nuevo, no tener la experiencia del don de Dios, que es el amor, el Espíritu Santo.”

“Por eso, San Pablo exhorta a su discípulo Timoteo diciéndole: ‘Reaviva el fuego del don que Dios te dio’ (2 Timoteo 1, 6). ‘Reaviva’, porque el don de Dios puede estar apagado… Es necesario partir de una experiencia personal del amor de Dios.”

“Recuerde que el centro del ministerio sacerdotal es el ser un puente, un intercesor entre el pueblo y Dios, para el bien del pueblo. ¿Cómo? Por medio del sacrificio y la ofrenda de sí mismo a Dios. No es predicar con elocuencia ni hablar bonito: ‘Grabaré mi ley en sus corazones, y la marcaré en sus entrañas y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios y ellos obedecerán mis mandamientos y mis preceptos. Harán mi voluntad. Cumplirán mi voluntad.’ Esa es la Alianza nueva y eterna. Ese es el sacrificio de Cristo, esa es la Misa que usted y yo tenemos que celebrar; la única Misa agradable a Dios, el sacrificio que se ofrece… ‘En todas las naciones se ofrece a mi nombre un sacrifico verdadero, agradable a mis ojos’, dice el Señor. Ese es el sacrificio tuyo, de tu vida, amadísimo sacerdote.”

“De nuevo, usted necesita ser un hombre nuevo; necesita la experiencia del amor. Dios lo envió a usted para ofrecer el sacrificio del Nuevo Testamento, de la Alianza nueva y eterna, que es Cristo Jesús muerto y resucitado, es decir, la base del kerygma. El “kerygma sacerdotal” tiene como base necesaria el kerygma de todo cristiano. Por eso, para evitar que usted continúe en un ministerio estéril, frustrante y quiera colgar las botas… es necesario establecer de nuevo el fundamento, ser el sacrificio, ofrecer el sacrificio por los pecados del pueblo y por sus pecados. ¿Cómo es el sacerdocio del Nuevo Testamento? En la Carta a los Hebreos dice que el sacrificio agradable a Dios es “hacer la voluntad de Dios” (10, 9).

“Y continúa con Romanos, capítulo 5: ‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…’Allí ha quedado grabado. Esta es la Alianza nueva y eterna; este es el sacerdocio nuevo y eterno, amadísimos. ¡Esto es para danzar de alegría... morir cantando y alabando a Dios por este ministerio! Como lo dice San Pablo: ‘Tengo mucha franqueza para hablarles y estoy muy orgulloso de ustedes. En medio de todo lo que sufrimos, me siento muy animado y lleno de gozo.’ (2 Corintios 7, 4). ¡Sobreabundemos de gozo en todas nuestras tribulaciones!

“Pregúntese a usted mismo: ‘¿Sobreabundo yo de gozo en todas mis tribulaciones, como Pablo dice en esa segunda Carta a los Corintios? ¿Sobreabundo de gozo? Porque esas son las Bienaventuranzas: Dichosos los pobres de espíritu, felices los que son perseguidos por causa de la justicia, dichosos los que construyen la paz con sudor.”

La espiritualidad de las Bienaventuranzas. “¿Por qué? Porque no hay paz sin justicia. Bienaventurados ustedes cuando sean calumniados por mí y sean perseguidos por mí. Salten de alegría porque sus nombres están escritos en el libro de la vida. Es la alegría que brota de la persecución, que nace del conflicto.”

“Recuerde que nuestro Señor Jesucristo sudó sangre y empapó la tierra con ella y pregunta: ‘¿Ha sudado sangre usted? ¿Ha sentido el abandono de Dios? ¿Se ha sentido usted en el fin de la soledad? ¿Ha experimentado usted el abandono de Cristo en la cruz de alguna manera? Entonces, usted es un verdadero y auténtico sacerdote del Nuevo Testamento, un sacerdote según el Espíritu Santo, no según la carne, no según la materialidad de los sacramentos’.”

“La manera de renovar el sacerdocio es a través de la unción sacerdotal en el Espíritu Santo, por la misericordia de Cristo. En virtud de esa voluntad, somos santificados... No proteste, no se lamente, no grite, rinda su voluntad: ‘Padre, Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya.’ Así va a ver usted la santificación, la conversión en usted mismo, en el derramamiento de la sangre, en la muerte a su voluntad y a su yo. Apoyándose en el hombre nuevo del Bautismo, usted renueva con todo poder y actualidad su sacerdocio: el sacerdocio en el Espíritu Santo.”

Mons. Azcona pone como ejemplo a San Pablo, consciente de que sus sufrimientos son los de Cristo y por eso el Espíritu le lleva a querer más sufrimientos porque: “En la debilidad es donde Dios revela su gloria y su fuerza” y hace a la vez un llamado a no escandalizarse de la cruz de Cristo, sino a alegrarse y vivirla intensamente y predicarla con la palabra.

Recordaba que la espiritualidad del sacerdote necesariamente tiene que ser la espiritualidad de las Bienaventuranzas, y en este sentido mencionó a San Juan María Vianney, que cuando alguien le preguntaba cuál era el secreto de la eficacia pastoral de su ministerio, el respondía: “Hermano, ¿ha ayunado usted por sus feligreses? ¿Ha adoptado la disciplina? ¿Está viviendo una vida de sobriedad, de abstinencia, de mortificación? Porque si usted no participa de la pasión de Cristo, no va a dar fruto.”

Dios escoge a los humildes, dice, citando el Magníficat, al mismo tiempo que anima a los presentes afirmando: “Cuando Dios se dispone a realizar su obra, siempre se hace presente y se revela.”

Y añade: “Dios prepara instrumentos aptos, amadísimo hermano presbítero. El Señor está tomando la trompeta y la está poniendo en tu boca y en tu corazón, para que llames a tu pueblo a la conversión; para que reúnas a las ovejas que están dispersas, para que las congregues en el nombre del Corazón de Jesús y comiences a tocar la trompeta con toda la fuerza de tu vida.”

“¿Por qué te escogió a ti? A ti, pecador; a ti destruido; a ti, padre, que no tienes ninguna esperanza, que entregas las botas, porque estás en el final. A ti te escoge Dios, porque Dios no escoge a los grandes ni a los santos: ‘Yo no he venido a salvar a los santos y justos, yo he venido a salvar a los pecadores, a los marginados, a los derrotados, a los que siempre son vencidos, a los despreciados de este mundo.’ Y Dios prepara a sus instrumentos y los torna aptos por la acción del Espíritu Santo. Dios trabaja siempre con material inútil cuando crea, redime o liberta.”

La Nueva Evangelización. En cuanto a la Nueva Evangelización, Mons. Azcona dice que ésta tiene que pasar por los pobres, empezando por los sacerdotes: “Una vida de pobreza, de santidad, en la asimilación de la santidad, con Cristo pobre y humilde. En el anuncio prioritario del Evangelio, la Iglesia será diferente. El Papa Francisco está pidiendo esta reforma de la Iglesia a partir de la opción preferencial por los pobres. Que ellos se levanten y que nosotros les ayudemos a levantarse; que prediquemos con coraje y valor ‘el hombre nuevo’ y el don de Dios, y respetemos su identidad y que, en el nombre de Dios y de nuestro ministerio, les animemos a que evangelicen a la Iglesia. La Iglesia se reformará comenzando por nuestra propia vida de presbíteros, de clérigos, de padres, de frailes.”

Añadió que, en la Segunda Carta a los Corintios, se encuentra la regla primera, central y suprema de nuestra pastoral: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.” (2 Corintios 4, 10). “Si usted como presbítero no permite, si yo como obispo no permito, que la muerte de Cristo me vaya consumiendo, como una vela, constantemente, la vida no va a aparecer en la parroquia.”

Citando a San Ignacio de Loyola, pide revisar los tres modos de humildad o tres modos de amar y hacerse un examen de conciencia respondiendo a la pregunta central: ¿Dónde estoy yo?

“Primero, que yo me abaje y me humille tanto cuanto me sea posible para obedecer en todo a la ley de Dios, nuestro Señor. Y así, amado presbítero, si a usted le ofrecen el mundo entero, como Satanás se lo ofreció a Jesús, ¿sería capaz de negarse a cometer un pecado mortal? El primer grado de humildad es preferir morir antes que pecar.”

“Segundo, que ya no desee yo más riqueza que pobreza, honra que deshonra, vida larga o vida breve, aun siendo de igual gloria para el servicio de nuestro Señor y para mi salvación, y que yo me niegue a cometer un pecado venial a cambio de mi propia vida. Querido hermano ¿está usted dispuesto a morir antes que cometer un pecado venial? Esta es la humildad perfectísima.”

“Tercero, para imitar más a Cristo, nuestro Señor, y para asemejarme de hecho a él, quiero y escojo más pobreza con Cristo, pobreza antes que riqueza; escojo y prefiero injurias con Cristo, injurias antes que honras, y también deseo ser considerado inútil y loco por Cristo, que primero él fue tenido como tal antes de ser tenido por sabio y prudente en este mundo.”

Mons. Azcona termina diciendo: “Amadísimo hermano presbítero y obispo, dedique un tiempo a meditar. Tal vez esta noche y delante del Crucificado, medite en esto y así tendrá libertad en el espíritu para renovar, como Dios quiere, nuestro sacerdocio y nuestro episcopado. ¡Aleluya! ¡Amen!”

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