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Pascua 2019 Edición

El asesino de Santa María Goretti

Cómo Alessandro Serenelli llegó a ser un hombre nuevo

Por: Jay Sappington

El asesino de Santa María Goretti: Cómo Alessandro Serenelli llegó a ser un hombre nuevo  by Jay Sappington

En 1902, a los veinte años de edad, el labrador italiano Alessandro Serenelli se ganó una infamia instantánea cuando asesinó a una joven llamada María Goretti, crimen por el cual pasó los siguientes veintisiete años de su vida encarcelado. Pero, en un giro inesperado que solamente Dios podía orquestar, Alessandro terminó siendo testigo para la beatificación de la niña. Durante el resto de su vida, fue un fiel devoto de María, quien luego fue elevada a la dignidad de santa.

La historia de Santa María Goretti es bastante conocida, pero los pormenores de cómo cambió radicalmente la vida de su asesino no lo son.

A punto de ahogarse. Cecilia Serenelli, con ojos llorosos, colocó a su pequeño hijo Alessandro en el balde con el que sacaba agua del pozo. Su hijo mayor había sido internado recientemente por una enfermedad mental y pronto Cecilia sería internada también. Ella desató la cuerda y la soltó esperando que el balde se hundiera en el agua. “Es mejor que él muera antes que viva y sufra”, murmuró mientras se alejaba.

Otro de los hermanos mayores escuchó el llanto del bebé y corrió a rescatarlo, evitando que Alessandro se ahogara en el pozo. Lo que nadie, salvo Dios, pudo evitar fue que durante los tumultuosos años que siguieron Alessandro se ahogara en el pecado.

Pobreza, trabajo y aislamiento. La vida en Italia al final del siglo XIX era difícil, especialmente para los pobres, y la familia de Alessandro era extremadamente pobre. Se mudaron muchas veces en búsqueda de trabajo y Alessandro, cuando apenas tenía trece años, empezó a trabajar ayudando en botes pesqueros. Ahí aprendió las malas palabras y la rudeza de los pescadores. Aun así, era un muchacho taciturno, que generalmente pasaba su tiempo libre leyendo periódicos, revistas populares y libros.

Cuando Alessandro tenía diecisiete años, éste y su padre Giovanni, se mudaron más cerca de Roma pues se enteraron de que podrían trabajar como inquilinos labradores en el campo de un hacendado. Como parte del trato, el hacendado permitió que ambos vivieran en una fábrica abandonada que había en su propiedad. Giovanni y Alessandro compartieron esta inusual vivienda con otra familia de inquilinos: Luigi y Assunta Goretti y sus seis hijos.

El trabajo en la granja era agotador y las condiciones eran peores, pues la finca se encontraba en una región pantanosa, húmeda e infestada de mosquitos. Pronto Luigi Goretti contrajo malaria y murió, dejando a su esposa e hijos abandonados a su incierta suerte. Desesperada por proveer para su familia, Assunta fue a trabajar al campo junto a los dos Serenelli y los otros hombres que labraban la tierra. A su hija mayor, María de diez años, le encargó que cuidara a sus hermanos menores y cocinara para ambas familias. María era madura para su edad y ya tenía una fuerte devoción a Jesús y la Virgen.

El crimen de Alessandro. Cada día, después del agotador trabajo, las dos familias se reunían para rezar el rosario y, en los días de fiesta, caminaban siete millas para asistir a Misa en la iglesia más cercana. Alessandro era cortés, pero seguía aislándose de los demás. Solía quedarse en su cuarto, en cuyas paredes se desplegaban cuadros nada modestos de mujeres que había cortado de las revistas que su padre le había dado, una práctica que inició mientras trabajaba en los botes pesqueros cuando era niño.

Con el tiempo, los pensamientos de Alessandro eran más que inmodestos. Se tornaron peligrosamente lujuriosos y violentos, y el objeto de sus deseos era María, quien ahora tenía once años. Por meses, Alessandro luchó contra estas tendencias, pero finalmente sucumbió a ellos y trató de forzar a María. Él esperaba una victoria sencilla, pero la niña luchó denodadamente: “¡No!”, gritó, “¡Jamás!” “¡Eso es un pecado!”

El joven trató de abusar de ella dos veces más en las siguientes semanas, y en ambas ocasiones María logró repelerlo, pero la resistencia de ella simplemente enfureció más a Alessandro, quien afiló una herramienta de la granja convirtiéndola en un arma y la escondió. Un día, cuando todos los demás estaban en el campo, Alessandro forzó a María a entrar en la casa y la amenazó por tercera vez. Pero como ella se resistió de nuevo con todas sus fuerzas, él la apuñaló catorce veces. María murió al día siguiente, no sin antes decir: “Yo perdono a Alessandro y quiero que él esté junto a mí en el cielo por toda la eternidad.”

Prisionero de sí mismo. Seis meses después, Alessandro fue enjuiciado por asesinato. Assunta suplicó que le dieran una sentencia leve, pero fue condenado a treinta años de trabajos forzados. Si la vida en la granja era brutal, el trabajo en una prisión italiana poco antes del siglo XX era más dura todavía. Pero el mismo Alessandro empeoró las cosas. Conocía su pecado y sentía remordimiento, pero no podía soportar el demostrarlo. Después diría que “el orgullo me hizo ponerme la máscara de un criminal endurecido.” En vez de arrepentirse, cantaba canciones vulgares y era abusivo con el personal de la prisión y con los otros reclusos. Incluso un día arremetió contra un sacerdote que lo visitó.

El comportamiento de Alessandro era tan deplorable que fue recluido en confinamiento solitario por tres años. Lo peor es que se encontraba prisionero de sí mismo, ahogándose en su propia miseria, que él mismo se había provocado. Pero, en 1908, tuvo un sueño.

En el sueño, vio un hermoso jardín y a María Goretti vestida de blanco que caminaba hacia él. Al caminar, ella cortaba lirios y se los daba a Alessandro uno por uno “catorce lirios” uno por cada una de las catorce veces que él la había apuñalado seis años antes. Cada lirio que él recibía se convertía en una llama. Cuando se despertó, Alessandro supo que tanto María como el Señor lo habían perdonado.

Alessandro no le contó el sueño a nadie por algún tiempo, pero su comportamiento empezó a cambiar. Su ira desapareció y su conducta ya no fue violenta. No sabemos con exactitud qué estaba haciendo el Señor en su corazón, pero él empezó a demostrar más docilidad. Su cambio fue tan evidente que fue puesto en libertad tres años antes de lo previsto, en 1929: dos años por su buen comportamiento y uno más como parte de un perdón general que recibieron todos los presos después de la victoria de Italia en la Primera Guerra Mundial.

Alessandro y Assunta. En los años siguientes a su liberación, Alessandro realizó diversos trabajos ocasionales, pero su corazón no era completamente libre. Había algo más importante que él tenía que hacer. En la víspera de la Navidad de 1934, se armó de valor y se dirigió al pueblo donde Assunta, la madre de María, trabajaba en una parroquia.

Tocó a la puerta y esperó con nerviosismo. Cuando la puerta se abrió, pudo ver en el rostro de Assunta el paso del tiempo y las marcas del sufrimiento. Sin atreverse a levantar la vista le preguntó: “Assunta, ¿me reconoces?”

“Sí,” respondió ella, que podía ver también el sufrimiento en el rostro de él.

“¿Me perdonas?” preguntó Alessandro con un nudo en la garganta. Si hubiera mirado a los ojos de Assunta, no se habría preocupado, pues la respuesta fue pronta y llena de bondad.

“Si Dios ya te perdonó, ¿crees que yo no lo voy a hacer?”

El corazón de Alessandro debe haberse inundado de pensamientos y emociones: finalmente podría vivir en libertad.

Alessandro y Assunta pasaron la tarde conversando en la casa parroquial. A media noche fueron juntos a Misa y comulgaron uno al lado del otro, como un signo visible de la obra que Dios había hecho en sus corazones, en uno para perdonar y en el otro, muchos años después, para arrepentirse. Alessandro repitió su arrepentimiento frente a la congregación y se quitó el enorme peso del corazón; ahora su vida daría un nuevo giro hacia una vida de paz. Un par de años más tarde decidió entrar en un monasterio de franciscanos capuchinos, donde trabajaba atendiendo a las necesidades prácticas del monasterio para que así otros tuvieran más tiempo para rezar.

De asesino a hermano. Los niños que miraban por las ventanas del salón de clase podían ver al anciano que cultivaba el jardín del monasterio donde estaba ubicada su escuela. Mientras iban y venían, lo veían abrir la puerta para otras personas y cargar las maletas. Jamás se habrían imaginado al violento prisionero que él había sido. Los niños solo lo conocían como “tío Alessandro”, un bondadoso “hermano laico” que servía a los frailes capuchinos.

El sencillo aspecto exterior de Alessandro escondía una vida espiritual más profunda. Asistía a Misa diariamente y rezaba el rosario con su nueva familia de hermanos, e incluso dio testimonio a favor de María Goretti en las indagaciones que llevó a cabo la Iglesia y que culminó en la beatificación de la niña. En privado, le rezaba a ella y ocasionalmente visitaba a Assunta. Finalmente, el 6 de mayo de 1970, a los 87 años, Alessandro Serenelli murió en paz, siendo considerado un hombre santo.

Hacer el bien: el verdadero consuelo. Después de su muerte, encontraron entre las pertenencias de Alessandro una carta que él había escrito siete años antes. En ella, resumía su historia de pecado y perdón, y cómo esperaba la hora de la muerte: “Aquel momento en que seré admitido en la presencia de Dios.” Alessandro finalizó su testamento de la siguiente manera:

Que todos los que lean esta carta deseen seguir la bendita enseñanza de rechazar el mal y seguir el bien. Que todos crean con la fe de los niños pequeños que la religión junto con sus preceptos es algo sin lo cual no podemos vivir. Más bien, es el verdadero consuelo y el único camino seguro en todas las circunstancias de la vida, aún las más dolorosas.

Desde su atribulada niñez, y el arduo trabajo en la granja cuando era adolescente hasta los veintisiete años que pasó encarcelado por asesinato, Alessandro Serenelli difícilmente parecería un candidato probable para una vida de paz y fe en un monasterio capuchino. Pero la misericordia de Dios, pronunciada a través de su propia víctima, la madre de ésta y la Iglesia, rescató al hombre que se ahogaba en el pecado. Así aprendió Alessandro que el camino que María había decidido seguir, y que de joven él había despreciado, era mucho mejor. Ahora, él continúa llamando a las personas a seguirlo hacia la libertad de la fe y la fidelidad a Dios.

Jay Sappington es escritor, educador, especialista en bioética y músico, y vive en Virginia.

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