La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio 2015 Edición

Diaconado Permanente

Cómo vive una esposa la experiencia diaconal de su marido

Por: Sharon Carbonell

Diaconado Permanente: Cómo vive una esposa la experiencia diaconal de su marido by Sharon Carbonell

La Palabra Entre Nosotros entrevistó a la esposa de un diácono permanente, a fin de conocer de cerca cuáles son los efectos, en un matrimonio y una familia, del hecho de que el marido se ordene como diácono permanente, y las repercusiones que esta vocación diaconal tiene en la esposa y el resto de la familia.

LPN: Cuando eras pequeña en Puerto Rico, ¿eran tus padres católicos practicantes?

SC: No, en absoluto. Son católicos, se criaron en la fe, pero se divorciaron cuando yo era pequeñita y creo que sintieron “rechazo”, como les ocurre a muchos católicos cuando se divorcian. Creen en Dios, pero no iban a Misa. Mi abuela, que fue gran parte de mi crianza hasta que murió cuando yo tenía 11 años, era una católica muy devota; ella me enseñó mucho sobre la fe y me llevaba a Misa cuando yo estaba con ella.

LPN: ¿Tuviste desde pequeña una idea clara de la existencia de Dios?

SC: Aun cuando no me crié en un hogar practicante, siempre fui a escuelas católicas. Sabía de la existencia de Dios porque me lo “decían”; me “instruían” sobre un Dios todopoderoso, lleno de amor, paciente y justo. Por otro lado, también me enseñaban matemáticas, ciencias, historia, así que yo escuchaba, estudiaba para pasar el examen y ya, mi trabajo estaba hecho. Una vez copié en un examen en la clase de religión. ¡Qué horror! ¡Hasta el día de hoy todavía no puedo creer que hice eso!

LPN: ¿Hubo algún momento decisivo para tu fe en tu niñez o adolescencia que haya marcado tu vida como cristiana católica?

SC: Sí, durante mis años en la universidad y primeros trabajos aquí en los Estados Unidos, me di cuenta de que, de vez en cuando, me urgía ir a Misa. No iba todos los domingos; sólo cuando era “conveniente” o me levantaba a tiempo. Sin embargo, fue entonces cuando sentí lo que ahora llamo el “pull” (un impulso fuerte). No era culpabilidad ni cargo de conciencia; ese “algo” me hacía sentir que yo no estaba haciendo algo esencial y que faltaba algo. No fue sino hasta que conocí a José que entendí lo que ese “pull” podría ser y me dispuse a explorar lo que significaba.

LPN: Cuando te casaste, ¿te imaginaste que José se iba a hacer diácono algún día?

SC: ¡No! Cuando era niña en Puerto Rico, yo conocí a varios diáconos, pero no tenía idea del concepto. Lo que sí supe cuando conocí a José, es que él era una persona de una fe enorme y que venía de una familia increíblemente devota en la fe y la iglesia, y muy unida. José hizo la Primera Comunión a los cinco años, porque estaba tan preparado e interesado a esa edad que no pudieron hacerlo esperar.

LPN: ¿Cómo fueron las circunstancias en las cuales tu esposo decidió hacerse diácono?

SC: Ok, aquí va lo cómico… Yo me pasaba insistiéndole a José que yo iba a morir antes que él. Estaba convencida y cada vez que se lo compartía y él me decía: “Si te mueres antes que yo, pues me meto a cura.” Bueno, pues, aun cuando esto se convirtió casi en un relajito entre nosotros, un día le comenté a José lo triste que parecía que yo tuviera que morir para que él pudiese servir en la capacidad o magnitud que él anhelaba. Aun cuando él llevaba varios años sirviendo en la parroquia, involucrándose en varios ministerios, me parecía que todavía no se sentía “satisfecho”.

LPN: ¿Fue algo que te pareció bien desde el principio o tuviste ciertas reservas y dudas?

SC: Sí y no. Fui yo quien le sugirió que preguntara sobre el Diaconado Permanente y el párroco anterior le pidió que por favor lo considerara.

LPN: Cuando él estaba estudiando para ser diácono, ¿lo acompañaste en algunas de las clases?

SC: Lo acompañé el primer año, el año de discernimiento, porque era los sábados. Los cuatro años siguientes tuve que quedarme en la casa con los cuatro niños para que José pudiese ir a las clases, dos tardes por semana, en el Centro Pastoral. Otras esposas, con hijos ya más grandes, acompañaban a sus esposos. Me sentía mal por no acompañarlo como las demás esposas, pero un sacerdote me dijo que cuidar a los niños para que él pudiese asistir a clases era mi aportación, la cual era igual de importante que la aportación de las otras esposas.

LPN: ¿Podrías compartir algo de lo que experimentaste cuando viste que José era ordenado diácono?

SC: No estoy bromeando cuando admito que no recuerdo casi nada de la ordenación. Aun cuando dos de las esposas llevaron las ofrendas y otra esposa y yo fuimos las lectoras, es como si hubiese sido un sueño. Es tan vago mi recuerdo que le pregunté a una amiga si había podido llegar a la Catedral pues no la había visto y ella “se quedó fría” pues dice que tuvimos una gran conversación al final de la ceremonia. No puedo describir el orgullo que sentí por él, pero sí puedo recordar las lágrimas de su padre, sus hermanos y amigos. Creo que todos sabíamos que esto era lo que él más anhelaba en su corazón.

LPN: ¿Cuántos hijos e hijas tienen ustedes y cómo les ha parecido a ellos el hecho de que su papá sea diácono?

SC: Tenemos tres hijos y una hija. En aquella época tenían nueve, siete, seis y dos añitos. Ellos están súper orgullosos de su papá y de su dedicación a la iglesia. Ahora que son adolescentes, creo que a veces tienen ideas o dudas que no van necesariamente con lo que sus papás les tratan de enseñar pero, en general, han sido muy pacientes y cooperadores con él y su agenda. Les hemos reiterado que no hay nada malo con tener dudas, preguntas, conflictos, etc. sobre nuestra religión, pero les pedimos que por favor consulten con un sacerdote amigo de la familia o con nosotros, antes de tomar una decisión o posición basada en información o argumentos de fuentes ajenas a la nuestra. Más tarde, y sólo después de eso, ellos tienen el derecho a discernir lo que es verdadero y falso y luego decidir.

LPN: ¿Qué ha significado el diaconado de José para tu propia espiritualidad y vida de oración?

SC: Gracias a José y a su familia, recibí mi Confirmación en San Rafael hace 13 años. Rechacé el sacramento cuando era adolescente, pues sentía que no significaba nada para mí en ese momento y me rehusé a hacerlo para tenerlo simplemente en mi record. Mi suegra Mimi, que en paz descanse, fue mi madrina. Lo más positivo que le atribuyo al diaconado de José es que despertó en mí la profunda necesidad que siento de servir y ayudar. La satisfacción que te brinda el poder demostrar agradecimiento a mi parroquia a través de mi apoyo y servicio a ellos y otros, me completa.

LPN: ¿Ha añadido esta circunstancia nuevos aspectos de responsabilidad u obligación en la vida familiar?

SC: Afortunadamente, hay cuatro diáconos en San Rafael y ellos se comunican, coordinan el trabajo y se ayudan mutuamente con las obligaciones de la iglesia. Sé que esto no es lo común y que hay diáconos, en otras parroquias, que sacrifican muchísimo más tiempo que José. El diaconado sí toma parte de su tiempo personal, pero no a un grado que haya afectado negativamente a nuestra familia. Vivimos tan cerca de la parroquia que a veces él va y viene ¡y ni cuenta nos damos!

LPN: ¿Te parece que el diaconado de José ha fortalecido la fe y la devoción en toda tu familia?

SC: ¡Definitivamente! Nuestro hogar no es perfecto, para nada. Sin embargo, los que nos conocen bien saben que, aunque a José y a mí nos encanta fiestear, relajarnos, viajar, asistir a los juegos de deportes de nuestros hijos, darnos traguitos, etc., Dios es el centro y el primero en nuestro hogar y nuestras vidas. Los niños automáticamente saben que el domingo se va a Misa y todo lo demás se coordina alrededor de eso. Es decir, ¡ya ni se cuestiona! Todos ellos han sido o son monaguillos y les encanta servir con su papá. Imagínate lo que siento cuando estoy sentada en el banco en la iglesia y veo a mi esposo y todos mis hijos asistiendo al sacerdote en una Misa. No tengo palabras para describirlo.

LPN: ¿Crees tú que el Señor ha bendecido a tu familia por el hecho de que José se haya hecho diácono?

SC: ¡El Señor ha bendecido a mi familia aun antes de que José se hiciese diácono! Lo que sí creo es que su diaconado nos ha ayudado a llevar una vida mucho más plena y gratificante. Creo que mi familia está aprendiendo lo que es verdaderamente importante en esta vida.

LPN: ¿En qué sentido crees que el Señor los ha bendecido? ¿Puedes dar ejemplos concretos?

SC: En darnos la oportunidad de enseñarles a nuestros hijos la fe y el amor al prójimo, no sólo con palabras, sino también a través del ejemplo y las acciones. Este ministerio ha traído a nuestras vidas tantas personas que nos quieren, nos apoyan y comparten nuestras prioridades y creencias. También nos ha traído personas que sufren, que están necesitadas y que nos dan la dicha de poder ayudarles en lo que podamos. Primordialmente, creo que nos ha unido más como pareja y nos ha ayudado a confrontar los problemas familiares, financieros y profesionales con el consuelo de saber que lo hacemos juntos y que Dios siempre está presente en todo lo que hacemos.

LPN: ¿Qué consejos o sugerencias darías a las esposas cuyos maridos estén pensando en hacerse diáconos?

SC: ¡Que los apoyen! El programa valora a la esposa y la familia de los candidatos al punto de que tenemos que confirmar nuestro consentimiento tres veces durante el proceso. Al principio, durante la preparación y justo antes de la ordenación. Literalmente, un candidato puede terminar el programa, recibir la carta del Cardenal autorizando su ordenación, pero si la esposa no firma su consentimiento justo antes de la ordenación, el candidato no se puede ordenar diácono. Por último, quiero que sepan lo que se nos inculcó constantemente durante el programa (especialmente a los candidatos): “Para un diácono es primero Dios, luego sus familias, luego sus trabajos y después el diaconado.” Monseñor González [ex obispo auxiliar de Washington] nos dijo en un retiro: “No quiero oír un día que uno de sus hijos diga que odia a la Iglesia Católica porque su papá amó más a la Iglesia que a él.”

LPN: ¿Qué consejos o sugerencias darías a los maridos que estén pensando en hacerse diáconos en cuanto a su relación con su esposa y sus hijos?

SC: El diaconado sí afecta a la familia pues ellos se convierten en “la esposa del diacono, los hijos del diacono”. Pero, la satisfacción que este ministerio trae a la familia sobrepasa los sacrificios que conlleva. Por ejemplo, mis hijos saben que hay tres momentos en el día en que papá está haciendo sus oraciones, y eso es algo ya completamente normal y respetado. Es cuestión de ser flexible frente a los leves cambios de planes que ocurren de vez en cuando.

Una vez cuando, José tenía que ir a un retiro de diáconos el mismo fin de semana que yo había planeado un viaje para nuestra familia y otra familia amiga a un resort en West Virgina. José se fue al trabajo el viernes y luego seguiría directo al retiro. Yo no estaba muy contenta que digamos, pero entendía. Mientras empacaba, José llamó para pedirme que lo esperáramos, pues venia de camino. Resulta que él le menciono el conflicto a otro diácono y éste le recordó que su sitio ese fin de semana era con su familia.

A los maridos les puedo aconsejar que se informen del programa, averigüen lo que implica y no dejen que el tiempo que requiere la preparación los intimide. Para nosotros, ¡el tiempo pasó volando! Fuimos a la orientación inicial y antes de darnos cuenta, José se estaba ordenando en la Catedral. Todos los sacerdotes y diáconos de nuestra parroquia estuvieron presentes y el párroco actual le entregó las vestiduras.

LPN: Cuando miras al pasado, tu vida de soltera o tus primeros años de matrimonio, ¿te parece que hay una gran diferencia en tu devoción, tu práctica religiosa o tu espiritualidad y que esa diferencia se deba al hecho de que José es diácono?

SC: ¡La diferencia es total! Esa es exactamente la vida con la que siempre soñé. Tengo una familia preciosa, un marido que me ama, una comunidad que nos acoge con mucho cariño y una fe en constante desarrollo, pero más fuerte que nunca. No puedo imaginar mi vida de ninguna otra manera. Cuando José comenzó el programa, le comenté a Monseñor González que me sentía muy “atrasada” en mi conocimiento y práctica comparada con la de José y, por lo tanto, me sentía incapaz de apoyarlo debidamente. Él me aseguró que nuestros caminos en la fe son individuales y no comparables. Todavía me siento como si José tuviese tres doctorados en teología y que yo estoy todavía en escuela primaria, pero por lo menos acepto y agradezco que el camino lo estamos haciendo juntos, a nuestro propio paso y hacia la misma meta. Su servicio me inspira y me hace una mejor persona.

Sharon y su marido José Carbonell viven en Rockville, Maryland. Él es diácono permanente en la Parroquia de San Rafael.

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